O corno

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‘O corno’, de Jaione Camborda
Concha de Oro a la mejor película en la 71ª edición del Festival de Cine de San Sebastián
Reparto: Julia Gómez, Janet Novás, Nuria Lestegás, Diego Anido, Siobhan Fernandes, Carla Rivas
Guion: Jaione Camborda
103′, Coproducción España-Portugal-Bélgica | Esnatu Zinema, Miramemira, Elastica Films, Bando à Parte y Bulletproof Cupid

Uno de los retos a los que se enfrenta el cronista cinematográfico es el de ponerse delante de la película que toca y defender su propia objetividad. A veces, esa objetividad corre el peligro de resquebrajarse por sus propios prejuicios o gustos personales, que todos los tenemos. Pero, con frecuencia, también se ve afectada por factores que nos son ajenos, como es un contexto social y hasta político determinado o, como en el caso que nos ocupa, las condiciones de la industria del cine de cada momento.

Con ‘O corno’, última producción de la directora vasca, afincada en Galicia, Jaione Camborda, temo caer en esta última trampa. O en las dos. Y la razón es muy simple. Con el trabajo de la reciente hornada de directoras que han aparecido en los últimos años en el cine español, sucede que es muy difícil evaluarlo en su propia singularidad.

Y es que, en el fondo, la mayoría de ellas (pensemos en películas como ‘Alcarràs’, de Carla Simón, pero también en ‘Verano 1993’; ‘Las niñas’, de Pilar Palomero; ‘Secaderos’, de Rocío Mesa; ‘El agua’, de Elena López Riera; ‘Els encantats’, de Elena Trapé; y ‘Creatura’ de Elena Martín, entre otras) han elaborado propuestas que, despejando alguna cuestión formal y argumental, nos cuentan exactamente lo mismo.

Sus protagonistas son, en esencia, la misma; los conflictos que (se supone) padecen son, de alguna manera, los mismos; el discurso último es también parecido o similar, y todo ello ambientado en el mismo entorno geográfico y social, aunque suceda en distintas partes de España.

Esto hace que a la propia dificultad de mantener esa objetividad –alejando tu juicio de todo el ruido mediático que se genera alrededor de estos y de cualquier otro estreno, de la catarata de opiniones (casi siempre, sospechosas y, casi unánimemente, positivas)– se sume la impresión de agotamiento y repetición frente a una experiencia o fórmula que, de alguna manera, se clona todo el tiempo a sí misma. Así, ¿cómo discernir qué nos aporta o propone cada una de estas películas?

‘O corno’ nos sitúa en 1971, en algún lugar de la isla de Arousa, en Galicia. Aquí conoceremos a María, una mujer que se gana la vida como mariscadora. Cuando se la requiere, ejerce, además, de matrona, ayudando a otras mujeres de su pueblo a tener a sus hijos en sus casas.

Pero María esconde otras habilidades que se revelan cuando una de las jóvenes del pueblo acude a ella para que la ayude a solucionar un problema: se ha quedado embarazada de su novio. Esta situación se acabará descubriendo, lo que obliga a María a huir para no terminar en prisión. Para ello, tendrá que recurrir a una red de contrabandistas que trabaja en la frontera entre España y Portugal.

Fotograma de ‘O corno’, de Jaione Camborda. Foto: Amador Lorenzo.

Como sucede otras veces, en el trabajo de Jaione Camborda destaca la pulcritud de la puesta en escena y la planificación. A esta pulcritud contribuye la fotografía del veterano Rui Poças, colaborador, entre otros, de directores como Miguel Gomes o Lucrecia Martel.

Gracias a esa colaboración entre Camborda y Poças, ‘O corno’ nos ofrece un buen racimo de planos, por momentos, muy sugerentes y bellos, tanto en lo que se refiere al cuidado de las composiciones y el empleo de los espacios naturales de ese entorno rural que describen –los también muy jugosos juegos de sombras y luces–, como al empleo de la figura humana como parte del conjunto. Si no ha visto la película, basta con echarle un vistazo al cartel promocional como pequeño anticipo de esta idea.

Resulta, igualmente, reseñable el trabajo de un reparto que combina con eficacia la contención y una cierta expresividad, a pesar de que cuentan, de base, con un material literario muy escueto que ofrece poco margen para la construcción de sus personajes.

Así, cabe destacar la labor de la bailarina Janet Novás en su primer papel para el cine. La mirada de Novás, ausente pero escrutadora, su rotunda presencia física y sus movimientos ayudan a dar cuerpo a una María que todo el tiempo parece que guarda un secreto que nos gustaría descubrir, quizá el recurso más elaborado de la película. En ese sentido, ‘O corno’ sale victoriosa del reto frente a otras propuestas hermanas. Es en el terreno del discurso cuando la cinta empieza a hacer que nuestro interés se vaya descabalgando según avanza la trama. Iremos de menos a más, de lo pequeño a lo general.

Fotograma de ‘O corno’, de Jaione Camborda. Foto: Amador Lorenzo.

Decíamos al principio que ‘O corno’ comparte con otras películas ciertos elementos. Uno de estos elementos es el contexto rural en el que se desarrolla su trama. Otra vez, como en ‘Alcarrás’, como en ‘Secaderos’, Jaione Camborda toma como punto de apoyo una profesión, mariscadora (agricultores de melocotones en el trabajo de Simón, tabaco en el de Mesa), como excusa para reivindicar una mirada ancestral, más limpia, lejos de los turbios meandros de la vida contemporánea.

Pero esta decisión, al final, no queda más que como una curiosidad que parte de una inclinación de nuestro cine por exponer y dar cuenta notarial de esa diversidad cultural que se reclama desde algunas posiciones ideológicas.

Ahora bien, como sucede en otras ocasiones, dicha mirada no ahonda en el contexto sociológico ni psicológico de ese mundo que se aspira a retratar, quedando, como en otros aspectos que veremos, en la superficie, pura forma –muy cuidada, eso sí (el trabajo de arte y vestuario es también de lo más destacable de la película)–, pero que no ofrece, más allá de una mera excusa ambiental, ninguna particularidad dramática, aparte de cuatro escenas que apelan a un costumbrismo (la fiesta del pueblo, por ejemplo, un elemento que se repite una y otra vez) que, muchas veces, queda descolgado, como un apunte pseudoantropológico, algo arbitrario, del conjunto.

Ese espacio, eso sí, sirve a la realizadora para hablar otra vez de esa España, eterna en nuestro cine, atrasada y de valores arraigados en un puritanismo que no entiende y reprime cualquier salida de un orden establecido que la película tampoco analiza, pero que presupone. En este sentido, conviene destacar cómo la directora se esfuerza en alejar de todo encuadre la posibilidad de cualquier objeto que pueda recordarnos a una cierta modernidad tecnológica (y situarnos, así, históricamente, sin más apoyo que un cartel clarificador).

A veces, como ocurría en ‘Las niñas’, por ejemplo, parece que estemos en la España de los años 40 o 50, más que en la de principios de los 70, un juego de anacronismos y ocultaciones deliberadas que viene a certificar lo realmente relevante, que no es otra cosa que dejar una impresión, aunque eso no acabe de justificar en qué implica (qué le dice) al espectador de hoy: recuerden, aquí no ha cambiado nada.

Fotograma de ‘O corno’, de Jaione Camborda.

Pero, ¿qué cuenta realmente ‘O corno’? Y en este punto y de nuevo, como sucede en ‘Creature’, por ejemplo, no es la película la que nos habla a nosotros, los espectadores. Somos nosotros los que, desde nuestro contexto contemporáneo, tenemos que aportar los elementos de juicio y dar valor y sentido a lo que se supone que explicita la película, elaborando desde fuera del artefacto dramático aquello que la obra de Camborda escamotea o no logra construir porque, sencillamente, lo entiende, quizá inconscientemente, por supuesto.

‘O corno’ nos quiere hablar de maternidad. De hecho, la película empieza precisamente así, con un parto. En una larga secuencia inicial, Camborda trata de sumergirnos, para que lo sintamos, en ese momento tan doloroso del nacimiento de un niño. Pero, sobre todo, nos incita a que pongamos la atención en el sufrimiento de la madre.

Luego, tropezaremos con otras madres con las que María establecerá contacto y con las que compartirá algunas experiencias derivadas del conflicto que impulsa el argumento. Incluso, sabemos que la propia María trató de tener un hijo en el pasado, pero que no pudo ser.

El problema es que esas estampas o momentos quedan desconectados unos de otros de forma que, al final, nos vemos incapaces de discernir a qué conclusión o espacio emocional quiere llevarnos la película. Entendemos de los problemas de ser madre soltera en un momento histórico determinado. Entendemos que, ante ciertas condiciones económicas y vitales, la maternidad se convierte en un problema de supervivencia. Pero eso, de alguna manera, ya lo sabemos. ¿A qué conclusión nos anima?

Entendemos también que la película nos quiere hablar de sororidad, pero, de nuevo, no acaba de trabar un verdadero vínculo entre personajes, aparte de un mero enunciado de esa sororidad en sí misma. Nos falta, a mi entender, un algo que una a las protagonistas que vaya más allá de una decisión de guion gratuita que sirva para hacer avanzar la historia.

Otra vez, expuesta ya la cuestión, se nos escapa qué implicaciones tiene en la vida de los personajes y, fuera, en las vivencias del público en la sala. Eso, por no hablar que ciertas decisiones de María, la protagonista, que afectan de manera muy dramática a otras mujeres, cuyas vidas se ven truncadas.

Cuando esto sucede, parece que a María y a las mujeres que la ayudan en su periplo, no les afecte ni les cause ningún sufrimiento ni conflicto ético que condicione su posterior devenir, más allá de preguntarse cómo saldrá ella del atolladero. Parece que a Jaione Camborda le basta con referirse a esa solidaridad para que todo quede justificado. Y no es tan evidente.

Para reforzar su mensaje o esa impresión que quiere destacar, Camborda recurre a una serie de imágenes-metáfora a fin de jugar con un cierto elemento simbólico que eleve o potencie la cota emocional por la que quiere empujar al espectador. Pero, otra vez, además de subrayar lo ya expuesto por la historia, la idea de que las madres sufren mucho, siendo madres, no se sabe a qué otro nivel nos transporta, más allá de volver a enunciar lo enunciado.

Para entender aquello que Jaione Camborda nos expone tendríamos que estar tan ajenos a todo ello como para que la mera descripción de ese hecho nos revelara un algo que ignoramos. Pero, no siendo el caso, ¿y qué más? ¿A dónde quieres que vaya? ¿Qué añaden esas imágenes?

Esta estructura nos propone un relato lleno de lagunas que no sabemos cómo completar, dejando, al terminar la proyección, una impresión de vacío, una ausencia, para una película que se une, así, a una larga lista de trabajos que, de una manera u otra, y por acumulación, parecen caer en las mismas complacencias discursivas.

En cine, no basta con hacer una afirmación para tener una película. Esa afirmación es solo el primer paso. Luego, hay que ver a qué derivas emocionales, a qué dudas o conflictos nos conduce afirmar eso que estamos sosteniendo. Entonces, tendremos una película. No es el caso de ‘O corno’, en mi opinión.