El agua. Elena López Riera

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‘El agua’, de Elena López Riera
Con Luna Pamies, Bárbara Lennie, Nieve de Medina y Alberto Olmo, entre otros
104′, coproducción España-Suiza-Francia | Alina Film, Les Films du Worso y Suica Films, 2022
Estreno en Filmin

“Yo soy mi madre, yo soy mi abuela. Yo soy esa mujer de 1670, de 1850, de 1987. Yo también tengo el agua dentro, aunque ahora solo veo el agua fuera. Todo lleno de agua, todo lleno de mierda. El agua llena de mierda…”.

Al sureste de todas las desdichas hay una ciénaga infausta con morfología de río. Un sumidero de ausencias en el que bañan su desidia las jennys azules de la Vega Baja. Acaso una piscina estancada henchida de alegorías e inmundicias desde la que no se divisa el horizonte. Porque está exánime, desolado y mustio.

Ana desea huir con el deseo malherido hacia destinos incógnitos. Imposible adivinar la ruta a este lado del polígono. Tal vez porque la vida se le antoje como una rave de pueblo entre laceraciones y vestidos de mercadillo.

El agua. Elena López Riera
José (Alberto Olmo) y Ana (Luna Pamies) en un instante de ‘El agua’, de Elena López Riera.

La madre de Ana sirve carajillos y bebe siempre chupitos cobrizos de pesadumbre. Aunque a veces deserta de la soledad y sale en busca de calores con los que elucubrar los anhelos. La abuela de Ana deshoja pistillos de alcachofa e irriga con mistela el corazón sobre el que morder los quebrantos. Porque dicen que la abuela y la madre de Ana están malditas y portan consigo un estigma de madera clavado en el hueso de la frente que no hace milagros.

José madruga entre limoneros y se uniforma de palomo de pica. Ana sabe que no perderá su rastro de madrugada por los palmerales. Se ha pintado un tatuaje joven de exilio tras mascullar su retorno. Hay un efímero sueño común de aspiraciones y cigarrillos. Un tiempo secreto de estío antes del torrente que lo anegue todo.

Ana y José transitan por la periferia del pueblo y convierten en una eufonía de revelación la cilindrada diurna con la que alejarse de las escrutaciones. Él ha aprendido a pintar con colores primarios su plumaje y ella le pide a Santa Rita que la riada se la lleve lejos de aquí. Quiere ser como aquellas mujeres del Segura a las que el agua se las mete dentro y se dejan arrastrar por la tentación de la corriente.

Y por fin arrecia el diluvio para desbordar las cuencas y renovar el impermeable de las liturgias. Una depresión aislada de nuevas pústulas y fango con la que dar epílogo torrencial a la desembocadura del verano y su desventurado onirismo.

“Yo soy mi madre, yo soy mi abuela. Yo soy esa mujer. Siempre la misma mujer que vuelve. Yo soy esa mujer, pero no había que contar conmigo para tener un miedo. Porque ahora soy yo la que va a contar mi historia”.