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Entrevista a Elena López Riera
Nominada a mejor dirección novel por ‘El agua’
37 edición de los Premios Goya 2023
Sábado 11 de febrero a las 22:00

Conversamos con Elena López Riera (Orihuela, 1982) en la víspera de la celebración de la gala de los Premios Goya. Elena está nominada a la mejor dirección revelación por ‘El agua’, su primer largometraje. También está nominada a mejor actriz revelación Luna Pamies, su joven protagonista. ‘El agua’ llega a los Goya tras un largo recorrido de reconocimientos en unos cuarenta festivales del mundo, carrera que inició con la Quinzaine des Réalisateurs del Festival de Cannes de 2022.

Conozco a Elena desde 2005, cuando desempeñaba un trabajo auxiliar durante la celebración de aquel año del Festival Internacional de Cine de Valencia – Cinema Jove, que yo dirigía. Era la vigésima edición, y uno de aquellos días coincidí con Elena cuando cargaba una gran caja, muy incómoda de manejar, durante 1,2 km, rechazando toda ayuda “porque éste es mi trabajo”.

Nunca había tenido una conversación con ella, y me interesé por sus motivaciones para asumir aquel trabajo en nuestro equipo. Así supe que estudiaba Comunicación Audiovisual en la Universidad de Valencia; que ya publicaba artículos en la revista de estudios cinematográficos L’Atalante.

Me sorprendió que, además, conocía bien las secciones oficiales del Festival de los años anteriores, con un criterio muy bien formado sobre las novedades que presentábamos en nuestras secciones oficiales. Meses después, cuando vi que era posible, ofrecí a Elena que se uniera al comité programador de la Sección Oficial de Largometrajes para los años sucesivos. Hay que reconocer que la llegada de Elena al comité llevó consigo un aire muy renovador –en más de un sentido–.

Viajábamos a la Berlinale en busca de películas para nuestro Festival. Elena, además, acudía a Rotterdam. Compartíamos en nuestras conversaciones nuestro amor por el cine, y también por su Orihuela natal, donde yo había pasado cuatro años fantásticos (los del B.U.P. y el C.O.U.) cuando Elena aún debía de estar naciendo. Regresé a la ciudad del Segura en el verano de 2006 para ser testigo del rodaje de ‘Más que a mi suerte’, su primer corto. Su segundo cortometraje, ‘Pueblo’, es de 2015, lo que no implica que haya vivido esos diez años entre uno y otro sin actividad cinematográfica; Elena no podría.

Elena López Riera durante el rodaje. Foto cortesía de Suica Films.

Se dedicó a sus clases como docente de cine en la Universidad de Ginebra, a sus colaboraciones como programadora en distintos festivales internacionales, a sus experiencias cinematográficas con sus tres compañeros del colectivo lacasinegra (Gabriel Azorín, Carlos Pardo Ros, María Antón Cabot), a algún proyecto no realizado (‘La tarta’), y otros desempeños que sin duda se me escapan.

A ‘Pueblo’ siguieron otros dos magníficos cortometrajes: ‘Las vísceras’ y ‘Los que desean’, que conquistó el Leopardo de Oro del prestigiosísimo Festival de Locarno en 2018. Filmin estrena estos días ‘El agua’, y sus tres cortos previos están disponibles desde hace algún tiempo en la plataforma. Me alegra mucho reencontrarme con Elena, con su brillantez y con su integridad de siempre en la conversación que compartimos en abierto gracias a MAKMA.

Rafael Maluenda (RM): Elena, cuando vi ‘El agua’, me encontré de inmediato con una película construida sobre una pulsión, un río y una leyenda; el individuo (una mujer) frente al grupo, a la tribu, al pueblo. Y un tono poético a partir de imágenes muy realistas. Empecé, inevitablemente, a establecer la conexión con tus cortometrajes previos; quizá sea más evidente en el caso de ‘Los que desean’, porque el tema de la colombicultura reaparece en ‘El agua’ con un tono quizá menos poético que en el corto, pero con una fuerza metafórica muy clara.

Hay en ‘El agua’ una presencia constante de los temas y motivos que ya hacían tan personales tus cortos. Las manifestaciones de la cultura popular, religiosas o no, son en tu cine cauce tanto para los temas como para tu expresión estética.

Los atavismos, los rituales, el folclore… Todo esto me lleva a tus películas previas, cortas, y desde luego a la primera de ellas, que viví muy de cerca. Curiosamente, tu largometraje llega a Filmin este fin de semana para unirse a tus cortos y ofrecer una retrospectiva tuya casi completa y muy enriquecedora; pero me llama la atención que no está ‘Más que a mi suerte’, ni tampoco aparece en IMDB…

Elena López Riera (ELR): Ya, Rafa, es que lo tengo un poco maldito (ríe), porque me da un poco de vergüenza.

RM: Pues fíjate que yo, aparte de que me gusta –más allá de la implicación sentimental que tengo con él– puedo extraer una interpretación del corto a partir de ‘El agua’, y viceversa. Pues el deseo masculino está –aunque el punto de vista en el corto es el del hombre–, y está en contexto con la muerte; están esas dos mujeres que…

Me acuerdo de una cosa que me contabas entonces, durante el rodaje, que me decías sobre la copla que le da título: “En mi cabeza, siempre, en lugar de ‘te quiero más que a mi suerte’, suena ‘te quiero más que a mi muerte’”.

ELR: ¡Hostia!

RM: ¿Te acuerdas de esto?

ELR: Ehh… No…

RM: Te reías al contármelo, pero claro, encontrabas en ello una posible clave interna, inconsciente. Porque hablabas también de tu modo de operar de manera intuitiva con respecto a la escritura y a la dirección del cortometraje, por más que fuera una historia perfectamente construida previamente.

Y entre esas conexiones, pienso en el tema femenino, aunque aquí visto desde la mirada del protagonista, hay cosas como la de las cenizas de la madre, o estas dos mujeres que se lo llevan a su casa (¿estas dos sirenas?), y de algún modo no puedo evitar emparentarlas –a lo mejor equivocadamente– con las Ángeles e Isabela de ‘El agua’, a quienes atribuye el pueblo el poder de arrastrar a los hombres…

ELR: Sí. A ver, suele decirse –que no sé si será verdad– que una persona siempre está haciendo la misma película. Yo creo que, al final, las cosas que me obsesionan y que me interrogan casi siempre son las mismas. La verdad es que vi un pedacillo hace poco…

RM: …Y dijiste: “¡Ah, pues no está mal!”.

ERL: (Ríe)… Hay un fan del corto (ríe) –pero un fan de verdad–, Alejandro Díaz… Trabajamos juntos en el Festival de Sevilla y ahora dirige el Festival de Gijón. Un día, de broma, le dije: “Mira, hace años hice este corto”, y se lo mandé. Le encantó, y no ha dejado de mirarlo.

Lo programó en Gijón no hace mucho –es la única persona que lo ha programado en el mundo–, en una retrospectiva de mis cortos, y tuve ocasión de verlo y dije: «Pues…, a ver, tampoco está tan mal para un primer corto», y es verdad que hay cosas en él que sí que es cierto que siempre repito.

Siempre hay un bar; esa incomunicación entre los mundos masculinos y femeninos, que eso me interesa mucho; algo siempre turbio entre el amor y la muerte; esta cosa de la tragedia así como mucho y muy española. Sí que reconozco que eso está, pero (ríe) me traumaticé tanto porque nadie lo quiso en ningún festival que, bueno, que me marché a Ginebra a hacer una tesis –ya lo sabes tú…–.

RM: En Cinema Jove llegamos a proyectarlo… Fue un par de años después, cuando vino Nacho Vegas al jurado, hubo una proyección que presentasteis los dos; no en la sección oficial, claro, fuera de concurso y a iniciativa de otro departamento que no era el tuyo; a propuesta del director del Festival.

ELR: Claro (ríe), yo no me iba a programar a mí misma; pero fuera de esa proyección, yo contaba con que alguien lo programaría, pero no lo quisieron ni en mi tierra, ni en el Festival de Orihuela, que hubo allí un festival durante un par de años; ni en el catálogo anual de cortos valencianos del Institut Valencià de Cultura, porque nunca han querido ninguno de mis cortos.

Ni si quiera ‘Los que desean’; me lo pidieron sólo después de ganar los premios internacionales, pero entonces para mí ya no tenía sentido. Bueno, es igual. El caso es que, cuando he vuelto a ver ‘Más que a mi suerte’, me he dicho: “Pues es que era una niña, es que tenía veintidós años”.

RM: Bueno, eras una niña, es verdad, pero el corto está muy bien. A mí, ‘Pueblo’ me gusta más; y ‘Las vísceras’ aún más… Es verdad que, ahora que lo pienso, con tus películas experimento un crescendo: cada nueva película me gusta más. Pero, visto aisladamente ‘Más que a mi suerte’, sigue estando bastante bien.

ELR: Yo es que, de hecho… Bueno, tú porque me conoces de verdad y sabes que lo estoy diciendo de verdad, que no es una postura: a mí me cuesta muchísimo hablar de mi trabajo, porque yo sigo pensando que soy una programadora que de vez en cuando ha hecho películas; tengo un síndrome de la impostora muy fuerte y me cuesta horrores hablar de «mi cine», decir eso de «mi cine».

Me da muchísima vergüenza, no lo puedo evitar. Hablar de las pelis de los demás me encanta, creo que no lo hago mal: dar clases, programar, presentar películas de otros… Porque soy cinéfila, ya lo sabes; me apasiona el cine, eso lo compartimos tú y yo. Pero luego me da vergüenza todo lo que hago, y lo paso mal, es real que lo paso mal: en lo mío sólo veo los fallos… Lo que pasa es que luego me encanta rodar, es lo que más feliz me hace en el mundo: rodar; y bueno…

Fotograma de la película ‘El agua’. Imagen cortesía de Suica Films.

RM: Pues yo –que sé que esto que dices no es una impostura en absoluto, y pienso, además, que tienes la virtud de exponerlo abiertamente– creo que nada de eso entra en contradicción con ser cineasta; vista tu obra en conjunto es evidente que si en algún sitio hay un cineasta es detrás de estas películas.

ELR: (Ríe) Es que tú me quieres mucho.

RM: (Río) No, pero cuando me siento a ver ‘El agua’ estoy ante una experiencia envolvente que, narrativamente, visualmente, no para de interrogarme, de interpelarme expresivamente, y ahí es donde hay un cineasta. Y esa sensación tuya (río), que comprendo, no puedo más que contrastarla con esa experiencia que vivo cuando veo tus películas y las de otros cineastas que admiro igualmente. Y eso es lo que le pido al cine.

ELR: Bueno, yo creo que el amor te ciega, pero… (ríe) me gusta mucho lo que dices… (ríe).

RM: (Carcajada) Bueno, pues será que el amor nos ciega a muchos, por lo visto, porque mira la carrera de festivales y premios de tu película…

ELR: (Ríe) Es verdad que los premios están genial, pero sabemos que los criterios estéticos y demás cambian con las épocas… No me preocupa tanto eso como que la peli comparta preguntas, te diría que con eso me conformo. Eso sí que me gusta, sí que me interesa de verdad, mucho más…

RM: Bueno, ése era vuestro planteamiento en lacasinegra, aplicado a vuestras decisiones artísticas: construir sobre vuestros interrogantes, no sobre respuestas…

ELR: Sí, sí, y yo sigo trabajando igual. Aunque ahora haga películas con un poco más de dinero porque nos dan ayudas, pero yo sigo haciendo lo mismo. Y, mira, el otro día nos reunimos los cuatro –que hacía mucho tiempo que no nos reuníamos todos– y hablamos de lo importante que sigue siendo para nosotros ese sistema, independientemente de que lo hagamos con más o menos dinero.

Seguimos haciendo pelis igual: de una manera supercaótica, intuitiva, con lo que tenemos ahí, aprovechándonos mucho de lo que nos da la realidad, ¿no?, de lo inmediatamente real, pero sin renunciar a la fantasía… Yo tengo la sensación de que seguimos haciendo la misma peli, porque yo no he hecho escuela de cine y, para mí, mi escuela ha sido ésa; mi escuela sentimental, cinematográfica y de todo.

Entonces, en lacasinegra sí que había algo fundamental que era plantear preguntas comunes, que no fuera sólo “mi peli”, sino interrogar al cine de ése momento: qué se puede hacer con lo que tenemos hoy y hacia dónde podemos ir, hasta dónde podemos llegar con esto. Esa pregunta sí que me parece interesante y es lo que he querido hacer con ‘El agua’, más allá de que la peli guste o no guste. Luego, por supuesto, prefiero que guste, claro.

Fotograma de la película ‘El agua’. Imagen cortesía de Suica Films.

RM: Yo creo que ‘El agua’ debe de interpelar a cualquiera que le guste el cine de verdad.

ELR: (Ríe) Bueno, pues sí hay gente a la que no… le interpela.

RM: Ya… Recuerdo que, antes del estreno, cuando te comentaba el impresionante recorrido que ha tenido la película por festivales y eventos cinematográficos de todo el mundo, me decías que tenías temor al estreno, a la apertura al público, a la masa…

ELR: Hombre, claro, sí…

RM: Pero, de todos modos, tu integridad como cineasta se impone, ¿no? Es decir, ese temor podías tenerlo desde antes de hacer la película, porque tenías muy claro cómo era la película que querías hacer; sin embargo, la película acabada no ha negociado con ese temor.

ELR: Eehh…, no. Ya me conoces, yo soy muy cabezona, y tengo una creencia un poco absurda en la honestidad (ríe), que todavía mantengo en mi vida, y en la sinceridad, que creo que es algo que se practica cada vez menos; pero mantengo esta creencia tan infantil de que si haces las cosas no quiero decir bien, sino con honestidad, nada puede salir mal.

Es un poco infantil, ¿verdad? Si yo hago cosas en las que creo, las hago como creo que hay que hacerlas, respetando a la gente, respetando lo que firmo, no puede salir mal. ¿Y qué significa que no puede salir mal? No que te van a dar un Óscar, por supuesto…

RM: Claro, claro…

ELR: … Sino que alguien habrá en el mundo que percibirá esa mirada honesta, ¿no? Y el cine que me gusta es ese cine. Es decir, puedo amar diferentes tipos de cine, pero el cine que detesto, y que creo además que lo detecto con bastante rapidez, es el cine cínico o…

RM: Impostado, falso…

ELR: Sí. Me vuelve loca, me da muchísima rabia. Entonces trabajo con ese punto de vista que espera que siempre habrá alguien, (entre risas) en otro punto del planeta, que diga: “Me reconozco aquí”. A esto me refiero con que todo saldrá bien. ¿Que es muy ingenuo? Pues sí, es muy ingenuo.

RM: Pero es que creo que ése tampoco deja de ser un planteamiento realista. No te estás engañando con eso, y de hecho se ha demostrado: ‘El agua’, hecha con toda esa sinceridad, sí encuentra un reconocimiento no ya en otro punto del planeta, sino en tantísimos puntos del planeta, seleccionada en los grandes festivales del mundo y recogiendo premios muy importantes. Un reconocimiento que debe de ser abrumador.

ELR: (Ríe) Bueno, todo pasa muy rápido. Yo estoy contenta porque hemos llegado a los cines, hemos estrenado en salas. No me lo podía ni imaginar. Es que si me lo dicen hace quince o veinte años, cuando estábamos programando en Cinema Jove…, es que no me lo hubiera creído.

Para mí, un objetivo era que todos los que han trabajado en ella película pudieran sentirse más o menos orgullosos de su trabajo, y creo que ya está cumplido: hemos ido a Cannes, hemos ido a los Goya, hemos estrenado en cines… Es que eso ya es un sueño. Pero también soy consciente de que Cannes y Goyas hay todos los años, y Cannes es el festival más olvidado. ¿Qué película ganó en Cannes hace diez años? Nadie se acuerda. 

RM: Sí…

ELR: Entonces, como soy tan consciente de esto, lo importante para mí es ser honesto, que te puedas mirar al espejo, y esto es importante en el cine y en la vida. ¿Mi película no será la mejor peli? No. ¿Que no es la que ha hecho la mejor taquilla?

Pues claro que no. Pero, aunque no pueda volver a verla y la odie y todo eso, como me pasa con mis cortos (risas) –porque ya sabes que yo, después de hechas, sólo veo defectos y las odio–, quiero creer que hay algo honesto en esa peli, y que es la peli que me representa en ese momento en el que está hecha. Petarla en taquilla, no, pero mirarme al espejo, sí.

RM: Me consta que tú luchas por la película que quieres hacer, porque te conozco y porque, además, hablé con uno de tus productores, Rafa Molés, y no me extrañó nada lo que me contaba…

ELR: (Ríe) ¿Que soy muy cabezona?

RM: (Río) Lo que me decía lo decía con admiración…

ELR: (Ríe).

RM: Me decía: “Es que, compartieras o no compartieras cualquier criterio, al final es su película, y eso es lo que todos tenemos que entender. Y si nos hemos metido en este proyecto es para defender su película”.

ELR: Bueno, es que es verdad que soy supercabezona, que tengo también muy mala leche, ya lo sabes, cuando me pongo de mala leche… (ríe).

RM: (Risas) Yo nunca te he visto así, si acaso vehemente…

ELR: … Pero porque me embarga la pasión, el entusiasmo permanente, y esta fe ciega en que las cosas puras existen, y eso es a veces complicado en el mundo en que vivimos. Pero también he de decir que es que he estado muy bien acompañada, que esto no lo puede decir todo el mundo. Es decir, que yo hablo con la gente alrededor que hace también películas y tiene unos pollos con sus productores…

RM: Cierto, cierto. Es demasiado frecuente.

ELR: … Y yo afortunadamente no he tenido esa experiencia, sino que he tenido productores que remaban en la misma dirección que yo. En algunos momentos no sabían exactamente qué estábamos haciendo –yo tampoco a veces (ríe)–, pero han tenido una fe ciega en mí, y yo en ellos.

Mira que era una coproducción internacional, que no siempre es fácil generarlas; y en ningún momento ha habido una opinión en montaje, o en el proceso artístico, que fuera… mezquina. Y, evidentemente, hemos tenido discusiones, claro, pero todo era en base a un argumento artístico. Y eso a mí me ha parecido superbonito.

RM: Envidiable.

ELR: He procurado escuchar, y creo he escuchado bastante; todo el mundo ha opinado, y en ningún momento te planteaban algo, algún cambio, algún corte, para conseguir más público, o para ver si íbamos a un festival. Y eso sí que me parece un triunfo humano. Es que, Rafa, fuimos a Cannes, y la mitad de la sala era el equipo, hasta el tercer ayudante de dirección, las asistentes de vestuario…

Vinieron pagándose el billete –porque, claro, evidentemente la producción no puede pagar el viaje de todo el equipo para Cannes–. Y vinieron porque se sentían orgullosos de su trabajo, de la película que habíamos hecho entre todos. Eso sí que me parece un triunfo humano. O sea, que tengo mala leche, pero es por una buena causa (ríe).

RM: (Río) Has dejado caer antes algunas cosas con respecto a la realidad y lo fantástico, que es de lo que más me seduce a mí en tu cine; probablemente sea lo que más. Sobre ‘El agua’ quizá podríamos decir que “no es género, pero es fantástico”, que era un título estupendo que me comentó Ángel Sala en una ocasión para un libro con ese tema, que no sé si llegó a publicar…

ELR: Sí, creo que tiene sentido en el caso de ‘El agua‘…

RM: Este carácter está ya en tu cine anterior, desde luego. Está esa pulsión que me interesa mucho en la base del relato de ‘El agua’, de toda la película, sobre la que me interrogo sin llegar a conclusiones categóricas –y después de lo que comentábamos antes, a propósito de construir sobre preguntas y no sobre conclusiones, no te voy a pedir una respuesta cerrada–. Pero sí me parece importante hablar de la naturaleza de esa pulsión que enfrenta a las mujeres de tu película al río. Es una pulsión trágica, pero hay también goce en ella…

ELR: ¿En el sentido de una actitud hedonista?

RM: Lo digo en referencia a esa atracción de las mujeres de la película hacia una fuerza que conjuga dolor y goce. Pienso en la historia que cuenta a Ana su abuela, Ángeles, sobre cómo conoció a su abuelo: el sexo “sin parar” entre las naranjas de su camión y cómo sus manos, tras el matrimonio, “servían para otra cosa”. Alusión bastante explícita.

ELR: Sí, a ver, es que yo creo que el amor es violento, que esto es muy políticamente incorrecto decirlo así hoy en día. Parece que la palabra violencia solamente tiene la acepción de la violencia física, que, evidentemente, no hace falta que lo diga, condeno, y todos condenamos.

Es que con la corrección política parece que tengamos que estar constantemente dando explicaciones de todo, y a menudo las palabras tienen otros usos y otras profundidades; pero es que la violencia para mí, personalmente, forma parte de la vida también; y del amor.

Es que el amor es violento: el romántico, el amor familiar, el amor a tu pueblo. Es que lo otro es simplificar los sentimientos con una visión romántica que no me interesa a mí nada; romántica del romanticismo.

Fotograma de la película ‘El agua’. Imagen cortesía de Suica Films.

RM: Infantil, también…

ELR: Sí, infantil; o sea, ¿uno ama o no ama? Es que puedes amar a tu madre y odiarla también. Joder, que también la pasión es violenta, ¿no? Hay algo violento en las relaciones humanas de lo que no me gusta prescindir, porque para mí forma parte de la vida. Esa violencia es importante, es formadora.

Soy una persona apasionada, y violenta algunas veces, esto es así; y creo que no soy la única del mundo. Y claro que no me estoy refiriendo a esa violencia que es pegar a tu mujer, o pegar a tu marido.

En el caso concreto de la abuela de la película que alude a eso sí se está refiriendo a la violencia doméstica, la violencia en su peor acepción. Pero creo que la violencia en un sentido más amplio forma parte de la vida, forma parte del placer, o por lo menos así lo entiendo.

Por eso en la película para mí era muy importante introducirla, sobre todo en un aspecto que me parece importante –y eso sí que me gusta cómo está en la película– que es la violencia entre madres e hijas. Tenemos una relación imposible entre la madre y la hija; o entre el padre y el hijo.

O sea, hay algo superviolento en el silencio, en no decir las cosas, en proyectar en el otro, en reprochar… Y a nadie se le ocurre un amor más profundo y más imposible de deshacer, al mismo tiempo, que el de los padres y los hijos.

Pero es violento, y me parece que obviarlo es reducir al ser humano a algo muy simple. Y, en cualquier caso, son relaciones que a mí, para la ficción, no me…, no me interesan; igual son relaciones más políticamente correctas, pero no me interesan. Los que se aman sin violencia no me interesan.

RM: A propósito de la corrección política, tampoco negocias con la corriente imperante…

ELR: (Ríe) Bueno, es que ya sabes que no me callo ni bajo del agua…

RM: “No me callo ni debajo del agua” es un buen tagline para tu película…

ELR: … (Ríe) Es que lo pienso, es así; y Cronenberg lo dice todo el rato, y es que, joder…

RM: Ah, muy bien traído lo de Cronenberg…

ELR: Por cierto, que Cronenberg vino a ver ‘El agua’, en el Festival de Lisboa, y se quedó todo el coloquio; y le encantó, y luego se vino a cenar, y estuvimos hablando mucho del amor y la violencia…

RM: ¡Claro, también es su universo, es toda su obra! ¿No grabaste la conversación? Porque de ese encuentro vuestro sale un libro magnífico…

ELR: (Ríe) No lo grabé, claro, pero fue estupendo, increíble, increíble…

RM: González Requena, reformulando o precisando a Bataille, entiende el acto sexual como un acto violento, “toda energía es, en sí misma, violenta”.

ELR: … Y la mezcla de fluidos con otra persona… Es que claro, claro que lo es. Y yo no digo que mi visión tenga que ser la visión de todo el mundo, pero eliminar ese componente de violencia… Y no me refiero sólo en el acto sexual…

Es que justamente me han preguntado en otra entrevista: “¿Qué sientes por tu pueblo, amor u odio?”. Pues las dos cosas; es que amar el lugar del que procedes también implica violencia; y yo precisamente no soy sospechosa del olvido de mis orígenes…

RM: Desde luego que no. Fluyen en todo tu cine…

ELR: Es decir, yo reivindico de dónde soy, la familia de donde vengo, la clase media en la que me he criado… O sea, yo todo eso lo amo, lo reivindico, pero a la vez lo odio. Es que yo no sé cómo se puede amar sin violencia.

RM: Al hilo de todo esto, volviendo a ver tu película me surge una asociación… Cuando un guionista, una guionista en este caso, ha decidido utilizar una expresión, unas palabras y no otras, jamás es casual…

ELR: No, claro que no.

RM: … Y en el momento en que la abuela cuenta a Ana la atracción erótica por “el pecho de yeso” del joven que fue su abuelo no puedo evitar asociar esa expresión con la escena en que el padre de José, el novio de Ana, enseña a su hijo a mezclar el yeso que servirá para hacer el murete de contención frente a la fuerza de las aguas desbordadas del río; precisamente el yeso se endurece al contacto con el agua; precisamente al agua y al río se asocia la pulsión de la joven. Hemos visto previamente cómo el padre intenta ejercer de contención, intentando separar a su hijo de Ana…

ELR: A ver, (ríe) esta idea tiene un punto de psicoanálisis… (ríe).

RM: Ya: que puede ser una decisión muy inconsciente…

ELR: No sé, porque, como me conoces, también, sabes que yo soy una persona bastante poco estructurada; yo trabajo por pulsión y por intuición. O sea, que a veces se me ocurren imágenes… Porque creo que lo que más me interesa es la escritura y la poesía, y de ahí vengo también: de una escritura que es muy poco ordenada, muy poco estructurada, y que sólo tiene que ver con la intuición.

RM: Que sea una decisión inconsciente no implica que no haya una conexión…

ELR: Claro, pero yo no lo sé. A veces se me ocurren imágenes que no sé muy bien qué significan y a partir de ahí te hago una peli. Recuerdo perfectamente de dónde nace ‘El agua’, de una imagen muy concreta que no sé de dónde viene, y a partir de ahí desentraño.

Entonces, lo de “pecho de yeso”… (ríe) no sé, no sé de dónde viene. Pero creo que tiene que ver con la cultura de la albañilería, que está muy presente en mi zona… A mí me interesa mucho en la escritura la materia: trabajar con la materia, con el olor, con los sonidos… Es algo muy sensorial que creo que también está en mi cine previo…

RM: En ‘Las vísceras’ se ve muy claro…

ELR: Hay algo muy propio de la materia que me interesa muchísimo, y sobre todo extraer la materia ahí donde no se la espera, ¿no? Es algo como muy de poesía lorquiana, porque de repente Lorca dice: “Un horizonte de perros”… ¿Qué demonios es un horizonte de perros? Pero de repente tú tienes esa imagen potentísima.

Hay algo de eso –y a mí la poesía de Lorca me ha formado muchísimo– que tiene que ver con la materia. No sé qué es un pecho de yeso, pero me da igual, porque de repente te genera una imagen a la que, en todo caso, tú le das sentido.

Fotograma de la película ‘El agua’. Imagen cortesía de Suica Films.

RM: Si te parece, vamos a poner en cuestión que la frase de “no es género, pero es fantástico”, sea enteramente aplicable a ‘El agua’, siquiera para repensarlo. Los personajes más jóvenes explicitan en sus diálogos, de manera totalmente desdramatizada y con cierto grado de inconsciencia, la corriente subterránea que pone en marcha la película.

Las amigas de Ana ríen mientras afirman que ella “es una diabla”; que el río, que arrastra el cadáver de un animal, “está maldito”… Estas cosas se van deslizando desde el principio de la película sin ningún subrayado dramático –como por otro lado es connatural a tu cine–.

Pero hay imágenes que, a mis ojos, hacen emerger inmediatamente lo fantástico: esa cámara sobre el río, avanzando sobre sus aguas, entre los cañares. Es muy inquietante. La cadencia nos hace fluir sobre el agua, en el lugar maldito, contaminado, con el vértigo del arrastre hacia lo inevitable.

ELR: Sí… Sí, sí.

RM: Luego hay un nocturno, con las chicas caminando al pie de la silueta del palmeral, con los rostros flotando en la noche por efecto de la luz blanca de sus móviles, como fantasmas. Y la fantasmagoría aparece como plano subjetivo que nos muestra el vestido blanco de novia que emerge en la oscuridad, revelando la figura de la joven que camina ante nosotros; se nos ha contado antes la leyenda de la novia que se llevó el río…

ELR: Sí…

RM: Incluso el uso de las imágenes documentales, como las de la riada de 1987 –que ya sabes que yo viví allí, en Orihuela, en Santo Domingo–. El cambio de formatos, de texturas, cuando entran las imágenes de archivo (vídeo, móviles…), ejerce alguna conexión en la mente del espectador habituado al género fantástico que le sitúa ante la sensación de que algo está emergiendo.

Algo se está convocando, algo se está revelando… Aún en la naturalidad de su inserción en tu película queda un poso que no deja de ser inquietante. No está lejos lo siniestro.

ELR: Sí. No soy una experta en el género, y de hecho las películas de terror no están en mi tradición cinéfila. Pero sí me encantan las películas de fantasmas; o sea, todo lo que tiene que ver con la proyección, la fantasmagoría, con el convocar o invocar presencias que no están ahí y atravesar las diferentes categorías de materia –volvemos a la materia–, eso me interesa muchísimo.

O sea, me interesa más la mística que el terror (ríe), que al final todo viene a lo mismo. Como Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Me interesa cómo alternas eso con una cosa muy cotidiana, como Santa Teresa, que tenía experiencias místicas en la cocina, entre… ¿Cómo decía?

RM: Sí, decía que Dios anda entre los pucheros.

ELR: ¡Eso es! ¡A mí eso sí que me mola! Santa Teresa sí que me parece superimportante; porque más allá de que la experiencia mística te la creas o no te la creas –que yo me la creo absolutamente–, más allá de eso, es imposible demostrar que no sea así, porque a lo mejor no estaba Dios, pero ella la experiencia la tenía; esto es lo interesante de lo fantasmagórico que no tiene el terror, creo yo: que más allá de que exista lo sobrenatural a lo que se alude o no, la experiencia sobrenatural sí que existe, esto es impepinable.

Tú tienes la experiencia, y que el fantasma exista o no, eso ya es otra cosa; pero que tú lo ves, es algo que sí que existe, ¿no?; o que tú crees que ves a Dios, o que tengas la experiencia en tu cuerpo –que es física– de tener a Dios, o de comunicarte con Dios, sí que existe. Entonces me interesa mucho la mística, y la tradición mística española, porque además venía mezclada con lo cotidiano, ¿no?

Al final, entronca con lo que nos contaban nuestras abuelas, que es también lo que me parece fascinante y por eso en mi cine está mezclado lo documental con lo fantástico, porque es que en nuestra tradición está mezclado. O sea, es que mi abuela, cuando me contaba que aparecía no sé qué tío que ya estaba muerto, o que venía un perro a anunciarte tu muerte en la víspera, era mientras estaba pelando las patatas, o haciendo cosas muy concretas, ¿no?

RM: Sí… Ésa es para Freud una de las claves de lo siniestro: el extrañamiento que surge de lo cotidiano, de lo familiar.

ELR: Y las experiencias místicas o sobrenaturales de mi tierra, o, bueno, en realidad de la cultura popular española, nunca están lejos de la experiencia cotidiana, no son cosas megasuperfantásticas.

elena lópez riera, el agua
Fotograma de la película ‘El agua’. Imagen cortesía de Suica Films.

RM: No en el sentido de tener lugar en un entorno absolutamente inventado, irreal.

ELR: Siempre te llevan a experiencias concretas de tu vida diaria, y eso me parece tremendamente rico a la hora de formar un relato, porque ese relato no distingue. Mucha gente me comenta esto con extrañeza: “Ah, documental con lo fantástico; no ya con la ficción, sino con lo fantástico…”. Y yo siempre respondo: “Es que, a mí, lo que me parece raro es lo contrario, que seáis capaces de separarlo…”.

RM: De lo cotidiano, claro. Separar lo fantástico de la experiencia cotidiana.

ELR: Es que a mí, creas o no creas en Dios, creas o no en los fantasmas… Me cuesta horrores pensar, de verdad, cómo puede haber gente absolutamente escéptica con todo –que los hay, y tengo muchas discusiones sobre esto últimamente–, y que no crea que hay algo más allá de… Incluso en los sentimientos, en el amor, que todo se simplifique explicándolo como una reacción química…

RM: Sí, desde luego. Creo que hay en el fondo una negación, consciente o no, de la dignidad humana.

ELR: El otro día me reía con Carlos Vermut, que está siendo como mi mentor del próximo proyecto…

RM: ¡Ah, qué maravilla! Me encantó ‘Mantícora’.

ELR: Sí, a mí también. Me parece la mejor película del año con diferencia. Y…, bueno, hablamos mucho de estas cuestiones, ¿no? De lo fantástico y lo sobrenatural con lo cotidiano, incluso con lo costumbrista, que creo que él lo trabaja con una finura extraordinaria; y le hablaba de toda esta gente que te dice: “Es que a mí eso no me sirve, porque en la vida real las cosas no son así”. “Pues vete a la vida”, (reímos) ¿no? Si no te gusta el western, si no te gusta cómo se habla en el melodrama, si no te gustan todas esas cosas, pues vete a la vida (sin parar de reír).

RM: (Riendo) Claro: te sientas en el banco de la plaza un rato, y a disfrutar de la vida… Aunque ni siquiera eso te garantiza que no experimentes lo fantástico.

ELR: (Riendo) …Eso es; y nos reíamos todo el rato con eso, “pues vete a la vida”. Y mis pelis son así, y si no “pues vete a la vida”.

RM: Hay un libro reciente de Juan Vico, ‘La fábrica de espectros’, que se ha convertido en uno de mis libros de cabecera, que no habla de cine fantástico, sino de la propia imagen en movimiento como fantasmagoría a la que niega la condición de retrato fiel de la realidad. Una película es, por contra, una ensoñación.

ELR: Sí, claro, el cine es un arte de fantasmas…

RM: Totalmente.

ELR: … Porque es el único arte capaz de desafiar la temporalidad. Y surgió así. Un fantasma es justo eso, una persona que ya no está pero estuvo, cuya materialidad no puede ponerse en duda. Una fantasmagoría es un reto al tiempo, que es lo que es el cine.

Fotograma de ‘La mujer pantera’ (‘Cat People’, de Jacques Tourneur, 1942)

RM: Yendo al fantástico puro, ¿has visto…, conoces ‘La mujer pantera’ (‘Cat People’, 1942), la película de Jacques Tourneur?

ELR: ¡Hombre, claro! (ríe). En ‘El agua’ hay cantidad de cosas copiadas de ‘La mujer pantera’… Bueno, una escena completa que ha caído, pero que a mí me gustaba mucho… Es que el primer montaje de ‘El agua’ duraba cuatro horas (ríe)…

RM: (Riendo) ¡Quiero verlo!

ELR: Pues había una escena que es una persecución por las calles de Orihuela, que es como…

RM: … La de Irena acechando a Alice en Central Park…

ELR: Es para mí una peli de cabecera: para la vida y para mi película.

RM: No tenía ni idea de esto, Elena, pero no podía evitar ver ‘El agua’, aun sin ver nada explícito de ‘La mujer pantera’, sin pensar en ésta. Entiendo la idea de copiar con el sentido con que Howard Hawks decía que copiaba de Sternberg o de Ford, es decir…

ELR: No, no, no, en sentido literal, si yo no he hecho más que copiarme cosas… (ríe). De Mizoguchi, de Fassbinder, de ‘Johnny Guitar’…

RM: ¡De Mizoguchi es el plano de la chica entrando en el agua!

ELR: Claro, claro, de ‘El intendente Sansho’… (ríe). Sí, sí, yo lo tomé de ahí. Y, de ‘La mujer pantera’, mírate mi escena de la iglesia… Y luego, toda la parte de cargar con una herencia que no te corresponde…

RM: ¡Ahí está, ahí es adonde iba yo cuando te he preguntado por ‘La mujer pantera’! Ahí, en la pulsión trágica de la mujer con respecto a la leyenda, es donde yo las veía emparentadas claramente, aunque podías o no conocerla…

ELR: No, si mira: precisamente ayer hice toda una lista para Filmin, que va a estrenar la peli el viernes, con todas las referencias, sin ningún pudor… ¡Pero si soy una rata de filmoteca! (ríe).

… Y, en fin, así podría seguir nuestra conversación con Elena durante horas, pero MAKMA necesitará que se la hagamos llegar cuanto antes. Nos ha dado, en cualquier caso, para hablar del amor y la violencia, de lo documental y lo fantasmagórico, de lo cotidiano y lo místico, de Santa Teresa y de Lorca, de lo intangible y de la materia; con Cronenberg y Vermut como estrellas invitadas… Me resulta imposible hablar del agua sin convocar el célebre ensayo de Bachelard, ‘El agua y los sueños. Un ensayo sobre la imaginación de la materia’; en su capítulo dedicado a las “agua maternal y agua femenina” cita Bachelard un himno védico:

“Las aguas que son nuestras madres y que desean tomar parte en los sacrificios vienen a nosotros siguiendo sus cauces y nos distribuyen su leche”.

Parece escrito para ‘El agua’ de Elena López Riera. Por cierto, qué bello y apropiado su apellido materno para quien nos ha dado una leyenda sobre las aguas fluviales.

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