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‘Galgo corredor. Los años guerreros (de 1953 a 1964)’, de Fernando Sánchez Dragó
Editorial Planeta, 2020
Los 83 años de Fernando Sánchez Dragó dan para mucho. Más de ocho décadas exprimidas al máximo, con un balance de cuatro hijos de cuatro mujeres distintas, viajes por todo el globo, guerras, aventuras y polémicas, cincuenta libros, siete mil piezas de periodismo… –y vaya usted a saber cuántas cosas más–. Dar cuenta de una vida tan extensa e intensa, que es, además, la de un escritor pródigo en palabras, exige mucho más que un libro. A la hora de evocar sus peripecias, Sánchez Dragó concibió un proyecto a largo plazo y por entregas. Ahora, acaba de aparecer el segundo volumen de sus memorias, ‘Galgo corredor. Los años guerreros (de 1953 a 1964)‘, editado por Planeta.
En ‘Galgo corredor’ –una «egografía», como él la llama–, repasa sus años de universitario en las facultades de Derecho y Filosofía y Letras, de militancia comunista, sus pinitos literarios, sus primeras parejas, sus estancias en la cárcel. Sus periplos por el mundo los relatará en el tercer volumen que ya tiene título provisional, ‘Una flor amarilla en los años viajeros’, inspirado en una experiencia que vivió en la India con un chamán.
‘Galgo corredor’ es la crónica de un tiempo que mudaba del gris oscuro de la posguerra a un suave verde esperanza. Un retrato de Madrid como crisol de arte y cultura en contra del tópico de su provincianismo. Y una galería de retratos de intelectuales, políticos y escritores (la mayoría difuntos): Enrique Múgica, Ramón Tamames, Dámaso Alonso, Ruiz Gallardón, Dionisio Ridruejo, etcétera. También, por qué no, un ajuste de cuentas con ciertos fantasmas del pasado.
Entre las numerosas anécdotas destaca una muy reveladora: durante una de sus estancias en la cárcel consiguieron un ejemplar de París Match que contenía un test sobre tendencias políticas. Todos se sometieron gustosos a él y el resultado de Dragó sorprendió a todos: ¡era un tipo de derechas!
¿Por qué ‘Galgo’? Ya sabe cómo acaban en este país esos perros cuando dejan de cazar o correr…
Lo sé. A mí también han intentado ahorcarme más de una vez y aquí estoy. Me gusta ‘Galgo corredor’ porque es un título cervantino y muy gráfico, ya que en este libro cuento cómo, a los 17 años, salí del cascarón o de la crisálida, como se prefiera, y eché a volar cual mariposa o a correr. A trotar a galope tendido.
Todavía le queda mucho que contar. ¿Le preocupa no tener tiempo para hacerlo?
Claro que me preocupa. Me preocupa muchísimo porque tengo tantas cosas por detrás y poco por delante. Calculo que me quedan unos tres volúmenes y me llevará su tiempo. Soy un escritor lento y escrupuloso.
¿Cómo se enfrenta a la idea de la muerte?
Con naturalidad. La muerte es el reverso de la vida y siempre la he tenido por compañera. Hay que llevarla sentada en un hombro como llevan su loro los piratas. Precisamente, hace poco me compré una tumba en el cementerio de Castilfrío de la Sierra, en un rincón recoleto donde espero que vengan a verme mis hijos y mis gatos. He tenido que demostrar al Obispado mi religiosidad y pagar unas pequeñas tasas, pero ya dispongo de parcelita propio en tierra sagrada.
Un consejo para envejecer sin morirse de asco.
Me remito a la sentencia grecorromana «Mens sana in corpore sano». Mientras tengas cosas importantes que hacer, la vida vale la pena y el cuerpo aguanta mejor. No hay que jubilarse, pero, al mismo tiempo, hay que cuidarse mucho y aplicar el sentido común, que, ya se sabe, no abunda. Y lo dice alguien que toma 40 pastillas al día –remedios naturales, la mayoría, para cuidar la salud de cuerpo y mente–.
¿Escribe sus memorias a pelo o cuenta con apuntes y archivos?
Al escribir estas memorias lamenté, a veces, no haber llevado un diario o, al menos, tomado notas. Lo que sí tengo son cartas de aquellas que se escribían antes, miles y miles de ellas. Sí, he tenido que bucear en los archivos. Pero con los recuerdos ocurre como las cerezas: sacas una del cesto y salen tres…
Coquetea con la idea de la transexualidad, hoy tan en boga.
Desde mis masturbaciones infantiles he fantaseado con la idea de ser mujer. Siempre me ha inspirado cierta envidia el bello sexo porque su sexualidad es superior a la del hombre. Mientras el varón se agota tras unos cuantos polvos, la mujer se regenera con cada orgasmo. A veces he jugado al cambio de roles con resultado muy satisfactorio.
¿Qué tal pasó el confinamiento?
Muy bien. La cárcel entrena mucho para eso y, además, yo estuve varios meses en arresto domiciliario con dos guardias civiles en la puerta. Durante esas semanas me dediqué a tuitear –yo, que siempre he despotricado contra las redes sociales, y ya tengo 56.000 seguidores–. Otra ocupación fue la revista La Retaguardia, con la que he vuelto a mis orígenes, pues de niño ya creé una, La Nueva España, que vendía a cinco céntimos de peseta. En esta invierto 10 horas al día, con 80.000 lectores, pero no da benefecios y tal vez la tenga que cerrar.
¿Cómo ve España?
Bastante mal. Este país siempre ha estado en guerra consigo mismo. Como decía García Lorca, “Aquí murieron cuatro romanos y cinco cartagineses”. España es un cordero descuartizado en el mostrador de una carnicería.
¿Mantiene todavía buenas relaciones con Vox?
Soy rigurosamente independiente y un personaje secundario en ese partido. Santiago Abascal es mi amigo, un hombre honrado que dice cosas distintas al resto de los políticos, demostrando sentido común. Por eso le propuse una especie de diálogo platónico que se convirtió en un libro, con la idea de encajar las piezas de ese cordero desmembrado que es España. Yo soy hombre de ideas, no de ideologías. Las ideologías son corsés, cubitos de hielo en el congelador.
¿Quién cree que leerá con más fervor sus memorias, los amigos o los enemigos?
Lo que realmente me planteo es si habrá alguien capaz de tragarse más de 500 páginas. En realidad, no me importa mucho. Escribiría igual aunque estuviera en una isla desierta, por puro placer. Me alucina mucho que los colegas pregunten no por el contenido de tal o cual libro, sino por las ediciones que se han hecho de él, si funciona o no.
¿Cómo se definiría?
Francisco Umbral, con quien tuve ciertos roces hasta que nos hicimos amigos, me definió a la perfección: “Dragó es disidente de todo y militante de sí mismo”. Por mi parte, me definiría como un hombre trabajador. Trabajo los 365 días del año.
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