Concha Velasco

#MAKMAAudiovisual
En homenaje a Concha Velasco
Concepción Velasco Varona (1939-2023)
Fallecida el 2 de diciembre de 2023

A principios de noviembre de 1998 iniciábamos en Peñíscola el rodaje de ‘París Tombuctú’. Luis García Berlanga lo emprendía siendo muy consciente de que iba a ser el último.

De hecho, venía un tiempo jugando con la idea de que, si hacía una nueva película, pudiera ser una suerte de epílogo a su obra, desarrollando su trama en un universo reconociblemente berlanguiano, compilando personajes y situaciones de todo su cine anterior; una película que, aun siendo concebida para el disfrute del gran público, propusiera a quienes conocieran su cine una especie de –en sus palabras– “¿dónde está Wally?”, en el que identificar las referencias a sus títulos previos: ¿de dónde viene este personaje?; ¿a qué película remite esta situación? Algo de esto permite la película definitiva, aunque no con el amplísimo alcance que Luis había concebido en un principio.

Y, si convenimos con él que la elección de los actores resulta capital en la conformación de su particular microcosmos, pocos de sus clásicos integraban ya este último reparto: Amparo Soler Leal, Manuel Alexandre y Luis Ciges mantenían su presencia, mientras Luis echaba en falta a López Vázquez, a Sazatornil, a Agustín González, excluidos por falta de acuerdo con la producción; o a Luis Sánchez Polack, ‘Tip’, quien, de no haberlo impedido cuestiones de salud, habría ingresado, con pleno derecho, en el mundo berlanguiano.

La mayor parte de los actores era ya de otras escuelas, de generaciones posteriores, de disciplinas distintas; si bien Luis valoraba que se integraban bien en ese mundo berlanguiano las aportaciones de Joaquín Climent, Eusebio Lázaro, Santiago Segura y Guillermo Montesinos –quienes ya habían colaborado en sus últimas películas–. Estaba muy contento de haber sumado a Juan Diego. Ellos y otros compondrían la galería de personajes que bullirían en torno a Michel Piccoli, rescatado de ‘Tamaño natural‘ para ofrecer, como entonces, una suerte de alter ego de Berlanga.

Ahora bien: si había alguien que, en medio de tanto talento, arrancaba de Luis comentarios de admiración constante, era una debutante en su cine.

* * * *

–Siempre quise trabajar con Luis. Le he admirado desde que vi ‘Calabuch’; entonces yo era una chiquilla, empezaba en el cine con papeles pequeñitos. Y Luis era ya Berlanga–, nos contaba Concha Velasco en los primeros días del rodaje.

Fotograma de ‘Calabuch’, de Luis García Berlanga.

Calabuch’ se estrenó en 1956, cuando, efectivamente, Concha Velasco hacía sus primeros papeles. Dos años después, ganaría el premio del Círculo de Escritores Cinematográficos por su interpretación en ‘Muchachas de vacaciones’ (José María Elorrieta, 1958), y muy pronto se convertirá en una actriz popularísima por sus personajes en otras comedias de gran éxito: ‘Las chicas de la Cruz Roja’ (Rafael J. Salvia, 1958) y ‘El día de los enamorados’ (Fernando Palacios, 1959), dos emblemáticas producciones de Pedro Masó.

Eso sí, por entonces era Conchita Velasco, y mantuvo el diminutivo hasta que, mediados los años setenta, vivió su particular transición, coincidiendo con la española.

–Desde finales de los años cincuenta –contaba Concha– empezamos a coincidir en los estrenos, en las entregas de premios, en las fiestas. Incluso me hice amiga de María Jesús [su esposa]. Y empecé a perseguirle, a veces diciéndole abiertamente que quería trabajar con él. Pero Luis –que siempre fue encantador conmigo, un caballero– jamás me dio la oportunidad. A veces me decía que yo no era suficientemente monstruo.

Este era un obstáculo con Luis, sin duda. Y no tenía que ver en absoluto con cuestiones de calidad actoral –indiscutibles en Concha–, sino con estar en posesión de una anatomía contradictoria con las miserabilizaciones humanas retratadas por Berlanga. En una ocasión, Conrado San Martín, al saber que iba a ver a Luis, me dijo:

–Coméntale de mi parte que ha debido de considerarme un mal actor, porque nunca me ha llamado para sus películas.
–¡No, qué va! Conrado es un actor extraordinario, y muy buen amigo. Lo que pasa es que siempre ha sido muy guapo, y yo no trabajo con guapos, no encajan en mi cine.

Claro: el carácter desmitificador del cine de Berlanga no se compadece bien con físicos glamurosos. Y éste era el caso con Concha, a quien admiraba Luis como actriz, y también como poseedora de “las mejores piernas del cine español”, dato no poco relevante para él.

Al saber que preparaba ‘París Tombuctú’, Concha, consciente de que estaba ante su última oportunidad para trabajar con Berlanga, habló con María Jesús –que conocía como nadie a su marido– y, siguiendo su consejo, se presentó a la audición envuelta en fucsia; no podemos aseverar que el color favorito del cineasta fuera determinante, pero el caso es que la prueba de Concha impresionó tanto a Luis que canceló el compromiso que ya había adquirido con Stefania Sandrelli para el personaje de Trini. Concha había sacado al monstruo que llevaba dentro, y se lo había mostrado a Berlanga. Hasta entonces, solía referirse a la actriz como Conchita; dese ahora, siempre Concha.

* * * *

–Aquí me tienes, cumpliendo sesenta años, y rodando con Berlanga; ¡esto sí que es la plenitud de la vida!

Concha brillaba en el rodaje. Llegaba cada mañana cargada de simpatía, de buen humor. Estaba feliz. Lo entregaba todo en cada toma, casi en cada ensayo. No había en todo el equipo un entusiasmo que pudiera equipararse al suyo. Teníamos la impresión de que los demás actores crecían cuando tenían escenas con ella.

Amparo Soler Leal, Concha Velasco y Michel Piccoli en el rodaje de ‘París Tombuctú’, de Luis García Berlanga. Foto: Rafael Maluenda.

Era llamativa su capacidad para la precisión. Se hacía enseguida con el decorado, como si realmente viviera en él. Su relación con los objetos que integraban el atrezo, el modo en que los manejaba mientras decía sus diálogos, moviéndose entre los demás actores, llegando a sus marcas con aparente despreocupación… Hacía que todo fluyera con una naturalidad absoluta, diluyendo la técnica, que se hacía invisible.

Michel Piccoli, en su maestría indiscutible, se encontraba en ocasiones con dificultades derivadas del idioma. Su prestigio, más allá del cine francés, se había forjado no poco en producciones internacionales. Con Hitchcock se había entendido en inglés; con Buñuel y con Fritz Lang, en francés, como con Berlanga.

Y en francés habían rodado su primera película juntos, ‘Tamaño natural’, aunque fue doblado para la versión en español. Ahora, en ‘París Tombuctú’ estaba determinado a mantener su voz, y se esforzaba por aprender fonéticamente los diálogos en nuestro idioma. Este empeño, sin embargo, tropezaba con los métodos de Luis, habituado a cambiar diálogos a última hora, modificaciones que Piccoli recibía con frustración.

Piccoli hacía lo imposible por adaptarse, si bien en alguna que otra escena sus diálogos decaían. Y entonces entraba al quite la naturalidad de Concha, con un sentido del ritmo capaz de levantar de nuevo la escena sin esfuerzo aparente, cubriendo incluso los vacíos de su compañero.

En la escena en la que Trini seduce a Michel pidiéndole consejo sobre arreglos de cirugía para sus pechos, es Concha quien guía la acción, llevando y trayendo a Piccoli, resituándolo para la cámara en los puntos previamente marcados, con toda precisión en los tiempos. De nuevo su sentido del ritmo.

Aporta Concha al personaje de Trini un desparpajo que favorece la fluidez incluso en los momentos más delicados del rodaje; antes de iniciar su anhelada colaboración con Berlanga, Concha había pedido permiso a sus hijos, porque el personaje debía desnudarse.

–¡¡¡Pero, mamá: es Berlanga!!!

Y brilla su sentido de la comicidad en el duelo de pechos que mantiene con Mapi Galán, que interpreta a Nicole, esposa de Michel. Un duelo entre dos personajes que engrosan la galería de mujeres dominadoras del cineasta.

Trini lo es, desde luego. Bien es cierto que, en esta ocasión, se trata de un personaje con mucho más encanto del habitual en Berlanga, alejado de aquéllos interpretados –magistralmente– por Amelia de la Torre, María Luisa Ponte, Laly Soldevila o Amparo Soler Leal en películas anteriores. Despierta Trini una simpatía más cercana, en todo caso, a la de Carmen, el personaje de Emma Penella en ‘El verdugo’, aunque parece menos interesada que ésta.

–Yo, por principio, no controlo a los hombres. De entrada; luego ya… –dice Trini a Nicole.

Mapi Galán y Concha Velasco. Rodaje ‘París Tombuctú’, de Luis García Berlanga. Foto: Rafael Maluenda.

Cabe preguntarse hasta qué punto es Concha misma quien influye en esa simpatía del público hacia el personaje. De hecho, de todos cuanto pueblan el Calabuch de ‘París Tombuctú’, parece el menos mezquino. Hasta cuando sí lo es, la gracia de Concha parece limar las aristas. Sobre el guion, su última intervención en la película, hablando por teléfono a Michel, resultaba completamente abusiva, tiránica:

–¡Michel, eres un grosero! ¿Por qué no has venido a tomar las uvas? […] ¡Bueno, pues vienes ahora! […] ¿Cómo que no sabes? ¡Es que te lo mando yo! [cuelga el teléfono].

Sin embargo, en postproducción –fase en la que Berlanga seguía cambiando diálogos–, Luis hace a Concha doblarse a sí misma, cambiando la orden dada a Michel por una invitación mucho más dulce en tono y palabras.

Acostumbrado a dejar hacer a sus actores –“de entrada; luego ya…”–, Luis disfrutaba –y todos con él– viendo trabajar a Concha. A menudo, tras el “¡corten!”, se acercaba a ella riendo, a veces aplaudiendo, e incluso le besaba la mano al felicitarla. Algo poco habitual en nuestro cineasta con sus actores.

En un rodaje que fue duro para Luis, aquejado de varios males propios de la edad –incluyendo ciática, lumbalgia, e incluso una caída rematada al golpearse la frente con las pesas de la grúa–, la actitud de Concha tenía efecto reconstituyente. 

Concha Velasco y Luis García Berlanga. Rodaje ‘París Tombuctú’. Foto: Rafael Maluenda.

¡Y cómo disfrutaba capitaneando la escuadra de moros! El día en que rodamos el desfile, muchos vecinos acudían a verla. Constantemente se acercaban a felicitarla, a regalarle cosas, y a recomendarle qué hacer en Peñíscola.

En una ocasión, mientras rodábamos en la Plaza de Armas, un grupo de turistas prorrumpió desde lo alto del castillo con un homenaje espontáneo, cantándole ‘Chica ye yé’. Inolvidable el brillo de felicidad en sus ojos, y la generosidad de su agradecimiento, que tradujo en baile de capitana mora para el coro improvisado.

De manera que Concha, en lo que a Berlanga respecta, hubo de esperar de ‘Calabuch’ a Calabuch, pueblo ficticio al que el cineasta volvía con ‘París Tombuctú’, de nuevo con la fisonomía de Peñíscola. Cierto que el que sedujo a Conchita era un lugar casi idílico, poblado de buenos sentimientos, y el que habitaba su Trini había experimentado con el tiempo la misma miserabilización que el cine de su autor, infestado de mezquindades.

Esta ficción desesperanzada tenía su contraste, durante cada jornada del rodaje, en el entusiasmo de Concha, en su contagiosa alegría, en su tararear frecuente, en la musicalidad de su risa, que nos acompaña para siempre.

Rafael Maluenda, Montse Ordorica (continuidad) y Concha Velasco. Rodaje ‘París Tombuctú’, de Luis García Berlanga. Foto: Roberto Fariña.

Últimos artículos de Rafael Maluenda (ver todos)