Mar Gómez Glez. MAKMA

#MAKMAEntrevistas | Mar Gómez Glez
‘Una pareja feliz’
Tres Hermanas, 2021
Finalista del Premio Nadal 2021

«Fue un momento de inquietud. Ella, tímida, inclinaba la cabeza para que él se acercase.
Pero a él le faltaba valor. Ella dio media vuelta y se alejó” 
‘In the mood for love’


El sabor de boca de ‘Una pareja feliz‘ dura días. Las imágenes amargas, situaciones estremecedoras que describe la escritora Mar Gómez Glez se proyectan como el recuerdo de una película de Wong-Kar Wai: el lenguaje de los personajes está en los silencios. Intuyes las miradas gélidas, mutismos que pesan más que el conflicto como conversaciones de ascensor no deseadas.

Acompañada de figuras tan dispares como Dante, San Agustín, Kafka o ‘La bella durmiente’, la autora relata la historia de una pareja —¿feliz?— mientras recorre distintos escenarios: Nueva York, Las Vegas, Los Ángeles y Tokio. En su novela está Carver, pero también Ernaux y Duras. Su protagonista se rige por un fantasear inconsciente en el que el ideal tiene más peso que lo tangible. El sueño dorado de Didion, que aquí es La Pareja con mayúsculas, siempre evade la obviedad. Querer creer y con ello soportar.

La historia de ‘Una pareja feliz’ es la de un amor en ruinas, la quimera del mito romántico con final forzoso. “No sabemos casi nada sobre el amor”, afirma la socióloga, escritora y doctora en Filosofía por la Universidad de Nueva York, quien con esta novela ha sido finalista del premio Nadal 2021. Ha escrito para comprender, para averiguar por qué decimos sí al amor tóxico. A falta de respuesta, la realidad es mucho más compleja que el mito.

Una pareja feliz es un insulto para el común de las gentes; una pareja feliz es un insulto a la razón común”. ¿Qué tiene el amor tóxico que lo hace tan aditivo? ¿Es una sustancia más? ¿Existe el amor sano o es necesario redefinir el concepto de “la pareja”?

La salud no tiene nada que ver con el amor, y la intoxicación, muy poco. Hay sustancias más o menos tóxicas, algunas naturales como la oxitocina y otras artificiales como el MDMA, que por sus especiales características activan nuestra capacidad de generar lazos con las personas que nos rodean. ¿Es esto amor? Desde luego que no.

No sabemos casi nada sobre el amor. El paradigma de conocimiento impuesto por la Ilustración destierra la posibilidad de explorar lo que no está sujeto a las leyes de la razón y, desde luego, el amor no lo está. ‘La pareja’ como institución es otra cosa. La pareja cumple una función social racional y se espera cierto comportamiento de sus miembros.

Afortunadamente, hoy en día, el concepto de pareja está siendo cuestionado. Mientras estar en pareja sea una opción entre tantas otras para amar y para estar en el mundo, me parece bien. Porque a mucha gente le funciona. El problema es que se nos haya vendido como la única opción para tener una vida plena. Ahí comienza la manipulación.

En esta novela la protagonista emprende un viaje, su relación con J., que decide explorar hasta sus últimas consecuencias, incluso, más allá de lo razonable. El amor tiene algo de adictivo en tanto en cuanto es una fuerza irracional que te mueve a hacer cosas muy locas buscándolo y, quizá, las más extremas se hagan precisamente en pareja, donde nos han dicho que deberíamos encontrarlo, donde muchas veces no está. Este espacio de disonancia entre nuestras creencias y la realidad es un lugar muy interesante desde el punto de vista literario en el que he querido adentrarme.

La novela transcurre en diferentes tiempos que, a su vez, van hilados por citas de diferentes libros, desde ‘La bella durmiente’ a ‘El proceso’ de Kafka. ¿Por qué los elegiste?

Todos los libros que he elegido para acompañar la novela dialogan con el capítulo en el que están escritos o bien por antagonismo, como ‘La bella durmiente’ y el capítulo de Long Island, o como refuerzo, como ‘Confesiones’ y el capítulo de Cartago, o ‘El proceso’ y el capítulo de Nueva York, que citas. Creo que le dan una textura más interesante a la historia. Gracias a la literatura podemos transitar todas estas experiencias de los autores y autoras que nos han precedido. Al elegirlos ofrecía a los lectores una nueva dimensión, una lectura hipertextual, si quieres, a la que se podían asomar sin perder su asiento en la montaña rusa.

La princesa Aurora (‘La bella durmiente’) metamorfoseada por Naro Pinosa para la exposición «Planta 14». Imagen cortesía de IKB 191.

La protagonista, una mujer intelectual, entra en crisis, sin embargo, al encontrarse frente a frente con la palabra amor. “Amaba o necesitaba” cuestiona. ¿Podemos comprenderlo todo menos el significado de esas cuatro letras?

Sí, como te decía antes, sabemos poquísimo sobre el amor. La narradora estudia a los místicos, especialmente a Teresa de Ávila, quien escribe mucho sobre el amor y su naturaleza. Ella quiere comprenderlos, quiere experimentar las palabras que lee y esto, a veces, le hace llegar a sitios maravillosos y, a veces, a lugares horribles; un poco como don Quijote en su fantasía de convertirse en un caballero errante o como Madame Bovary, que quiere transformar su vida en una novela. Me parece que fue Angelica Liddell quien dijo que vivimos en una sociedad contra el amor. Estoy de acuerdo, el amor es algo que interesa muy poco al mercado.

En la versión de la narradora recibimos, como lectores, que ella es quien pone más granos de arena a ese futuro en común…

Es una tendencia histórica que viene determinada por la dependencia de la mujer del hombre. Hasta la Constitución de 1978, en España las mujeres eran totalmente dependientes de los hombres en materia económica. No podían ni abrir una cuenta bancaria. Son muchos años de heteropatriarcado que no se cambian de la noche a la mañana.

Creo que hemos avanzado muchísimo en materia de feminismo, pero estas tendencias de las que hablas son complicadas de modificar. En parte porque hay toda una industria cultural que se ha ocupado de inculcarnos la idea de que lo más importante para una mujer es encontrar un príncipe azul. De ahí que la novela comience con el cuento de ‘La bella durmiente’, una de las ficciones más populares de Disney y más preocupantes en materia de género.

Long Island, Nueva York, Las Vegas, Los Ángeles y Japón. ¿Qué significado le atribuyes a cada ciudad y país?

Cada lugar es lo suficientemente conocido como para que despierte cierto nivel de asociaciones en la mente de las lectoras. Long Island –y dentro de Long Island, los Hamptons– es el lugar de recreo por excelencia de la clase pudiente de Estados Unidos (allí tenían lugar las fiestas de ‘El gran Gatsby’, un referente importantísimo en la novela); Nueva York fue durante muchos años la capital intelectual del mundo. Las Vegas es la ciudad del ocio desenfrenado y del exceso; Los Ángeles es la ciudad de la imagen, de la pose, del cine; y Japón el país de las tradiciones y los códigos…

Cada lectora tendrá una imagen de estos lugares, pero creo que en una sociedad tan globalizada como la nuestra compartimos suficiente información como para que añadan al juego de la lectura.

‘Proyecto USA’, del artista Miguel Herrero.

¿El sueño americano es igual de engañoso que el de formar “una pareja feliz”?

Sí, la meritocracia es la gran mentira del capitalismo, como también lo es la idea de que una pareja por el hecho de permanecer unida sea feliz. Lo cual no quiere decir que no existan historias de éxito que tengan que ver con el mérito y el esfuerzo ni que no haya parejas que sean felices, pero en ambos casos la realidad es mucho más compleja que el mito.

Dramaturga y novelista, ¿podrías hablarnos de cómo varía tu proceso creativo y qué ha supuesto escribir ‘Una pareja feliz’ a nivel personal?

La maravilla de escribir teatro es que, en muchas ocasiones, se trabaja en compañía o se comparte el trabajo mucho antes con el equipo que forma parte de la obra o, incluso, con colegas dramaturgas. Es una forma de escritura más abierta, al menos para mí. La novela tiene un punto más íntimo y solitario.

En este sentido, la novela es un viaje personal; yo escribí gran parte de esta novela en los primeros meses de vida de mi hijo. A veces pienso que algunos de los episodios más oscuros vinieron condicionados por este hecho. Lo que estaba viviendo era tan maravilloso que alguna parte en mí necesitaba sumergirse en la inmundicia. Hay partes oscuras de nuestro ser que también necesitamos contemplar de vez en cuando.

Hacia el epílogo del libro, la protagonista nos descubre cómo un comportamiento en apariencia caprichoso podría haber cambiado su destino. ¿Sabemos realmente lo que queremos?

A mi madre le gustaba mucho Tagore. En el libro ‘Aves errantes’, dice: “No puedo elegir lo mejor. Lo mejor me elige a mí”. Supongo que estas palabras tienen muchas interpretaciones. A mí me vienen a la cabeza cada vez que algo inesperado o que no era lo que conscientemente yo deseaba me llena de felicidad. Esta capacidad de sorprendernos es maravillosa, ¿no te parece?

Desde que Sigmund Freud destapó el inconsciente sabemos que siempre hay una parte desconocida de nosotras mismas. No creo que debamos vivirlo como algo trágico, todo lo contrario. El hecho de que nunca podamos llegar a conocernos al cien por cien y, por supuesto, no podamos llegar a conocer a cualquier otro ser humano completamente es el germen de nuestra libertad.

¿Cuándo empecé a vivir dentro de mi propio cuento?”, se pregunta la protagonista. ¿Necesitamos vivir dentro de una fantasía proyectada, o es esa fantasía la que termina matándonos?

Siempre estamos proyectando porque no podemos acceder a la realidad de ninguna otra manera. Nuestro cerebro reconstruye las impresiones que nuestros sentidos reciben del exterior de la misma forma que genera historias que tienen sentido dentro de la dimensión temporal que habitamos. A veces, esas historias son sociales y se comparten, como las historias que generan las religiones y otras personales.

Si antes te decía que sabemos muy poco del amor, de la realidad sabemos aún menos. La única forma en la que podemos vivir es a través de los relatos, por eso el libro empieza con la cita de Sylvia Molloy, que dice: “la vida es siempre, necesariamente, relato”.

Mar Gómez Glez
Mar Gómez Glez. Fotografía cortesía de la autora.