#MAKMAEntrevistas | Xulia Santiso
Directora de la Casa-Museo Emilia Pardo Bazán
Rúa Tabernas 11, A Coruña
‘Emilia Pardón Bazán. El reto de la modernidad’
Comisaria: Isabel Burdiel
Exposición itinerante
Biblioteca Nacional de España (Madrid)
Junio-septiembre de 2021
Palacio Municipal de Exposiciones Kiosco Alfonso (A Coruña)
Octubre-diciembre de 2021

Entrevista con Xulia Santiso, directora de la Casa-Museo Emilia Pardo Bazán, con motivo de la exposición itinerante ‘Emilia Pardón Bazán. El reto de la modernidad‘, que ha conmemorado el centenario del fallecimiento de la autora gallega y que, de octubre a diciembre de 2021, hubo recalado en el Palacio Municipal de Exposiciones Kiosco Alfonso de A Coruña tras su exhibición en la Biblioteca Nacional de España.

¿Cómo llegas a ser directora en la Casa?

Bueno, como sabes vengo de la gestión cultural relacionada con el arte contemporáneo, pero necesité dejar de viajar y vender mi alma a un solo jefe. Soy museóloga y en ese momento salió una noticia en prensa contando que la Diputación de A Coruña había dado una buena cantidad de dinero para remusealizar el espacio. Fui a ver si hacía falta un diseño museográfico y, sí, hacía falta.

Entré en lid con otros diseños museográficos (de eso me enteré más tarde), pero el mío era el mejor, y lo era realmente, porque en la primera visita visualicé mucho del diseño que acabé presentando. ¿Sabes? Lo vi. Salas históricas, tipo de vitrinas… ¡Iba a ser mío seguro!

Xulia Santiso
Xulia Santiso, directora de la Casa-Museo Emilia Pardo Bazán. Fotografía cortesía del autor.

De eso pasaron veinte años. Desde entonces, y a medida que se suceden las ejecutivas de la Real Academia Galega, me citan como directora o no. Quiero pensar que tiene que ver con la recepción del museo como un departamento de la institución o como una sección con cierta autonomía, pero creo que me voy a quedar en conservadora, que es suficiente trabajo.

¿Y qué opinión te merece que, siendo la directora de un museo dedicado a una señora que se caracterizaba por su autonomía e independencia, a ti te resten autonomía e independencia?

[Risas] Es muy complicado…

Por un lado está el legado, está la herencia. La saga Pardo Bazán se trunca con la Guerra Civil. Al único nieto y al único hijo varón de doña Emilia los matan los republicanos, al principio de la guerra, en una checa de la calle Goya [para quien desconozca qué eran las checas, era el nombre popular para las autoproclamadas cárceles del pueblo, y tenían, entre otras, la potestad de poder ejecutar sin la realización de juicios previos: una verdadera aberración; como tantas otras de nuestra última guerra].

A raíz de esto, la viuda de Jaime, Manuela Esteban-Collantes, y la última hija viva de doña Emilia, Blanca Quiroga, tienen que distribuir el patrimonio Pardo Bazán, algo realizado con bastante poco tino. Una de estas actuaciones fue la venta a la ‘Junta pro-Pazo’ [orquestada por Pedro Barrié de la Maza, futuro Conde de Fenosa, gracia concedida por el Caudillo por sus buenos haceres] de las Torres de Meirás en 1938.

La otra, la donación a la Real Academia Galega de la vivienda familiar en nuestra ciudad, con la condición de que la primera planta se convirtiera en un museo que perpetuara la memoria de la escritora. Para ello le permiten seleccionar objetos, le dan el archivo gráfico, el archivo documental, la biblioteca que tenían ellas, los derechos de autor, la vivienda…

Lo dejan todo en manos de la Real Academia Galega, que en ese momento tenía el nombre de Real Academia Gallega y que entendía que doña Emilia podía haber hecho literatura gallega en castellano perfectamente.

Emilia Pardo Bazán
Retrato de Emilia Pardo Bazán.

¡En aquel momento!

¡En aquel momento!, que era el año 1956. Hoy en día eso no se contempla y la figura de doña Emilia en la Academia está muy cuestionada. Muy, muy cuestionada. Con lo cual, la representación física de esta señora, dueña de una casa cedida a una institución, es muy pequeña. Lo justo para cumplir.

Una de mis batallas ha sido siempre buscar una apertura social, incluso por la misma definición de museo, porque un museo no es una Academia, no se dedica al trabajo volcado hacia la intimidad. Un museo tiene la obligación de romper muros, dialogar con la sociedad, estar vivo, incluso debería ser la proa de muchas cosas. De ahí mi rebeldía, siempre he luchado por tener una especie de autonomía. A veces lo entienden y otras veces no.

Ahora que estás diciendo esto, a propósito de que el museo no tiene que tener muros, una cosa que siempre llamó mi atención es que el Museo de Bellas Artes de esta ciudad, que es un museo mediocre, está completamente almenado, y eso que Manuel Gallego Jorreto, insigne arquitecto local y al que se le supone una mente abierta, hizo su última reforma y, sin embargo, está completamente vallado.

Pero muchas partes de la ciudad de Coruña están completamente valladas aunque siempre hemos presumido de ser abiertos y liberales. Es una contradicción urbanística.

«Dime de qué presumes y te diré de qué careces», ¿no? «La Coruña es la ciudad en la que nadie es forastero» [lema publicitario local, al igual que «Haga como el sol, pase los inviernos en Alicante»], algo que siempre fue mentira, pretender hacer del vicio virtud. Y ese liberalismo con el que la ciudad se identificó durante mucho tiempo, como ya lo tenemos, no lo peleamos más, y nos acabamos fosilizando.

Venimos de ver la exposición sobre doña Emilia, que ha recalado aquí después de haber sido inaugurada en la Biblioteca Nacional, bajo el comisariado de la valenciana Isabel Burdiel, gran especialista en su obra. ¿Qué faceta de doña Emilia te interesa más, su condición de escritora, mujer de rompe y rasga…?

Pues mira, he pasado mis últimos veinte años dedicada a la gestión de su Casa y, por lo tanto, a estar al día de los estudios sobre su figura, además de los que podamos hacer para aclarar ciertas dudas. Y a pesar de conocerla tanto, o quizá por ello, aún me deslumbra en todos los aspectos.

¿Todavía hoy?

Sí, tengo que reconocerlo, sí. Es una señora que no tiene precedentes, no puede mirar para atrás para buscar su posición en el mundo, para encontrar su identidad, y valor, y se lo busca y lo construye ella misma.

No pertenezco al ámbito literario, pero al dirigir su Casa-Museo, buscando los nexos con los objetos privados asociados a su biografía, este fue el primer aspecto por el que entré al personaje; pero es que es una excelente escritora, una escritora impresionante, le da mil vueltas a todas las generaciones de su siglo porque empieza en el postromanticismo, se adentra en el naturalismo, continúa con el espiritualismo, noventayochismo, modernismo, simbolismo y en todos los estilos es buena, pinta con palabras y es sensible y lúcida a la vez.

Además, su vida activa es la leche: es una mujer que está siempre haciendo lo que ella considera que tiene que hacer, nadie le dice qué tiene que hacer. Y se mete hasta el cuello en jardines variados cuando ella misma lo considera.

Mira, la biógrafa sevillana de Emilia Pardo Bazán, Eva Costa, afirma que doña Emilia se permitió alimentar al monstruo que todos llevamos dentro, a ese genio que nos puede llegar a dominar, y lo alimentó de tal manera que se buscó la soledad, un sinfín de enemigos que no entendían por qué no se callaba de una vez y cumplia con su papel femenino. Pero es que… ¡dentro tenía a Emilia Pardo Bazán!

Eso la define perfectamente.

Portada de ‘Emilia Pardo Bazán. La luz en la batalla‘, de Eva Acosta (Ediciones del Viento, 2007).

O sea, que te fascina todo…

¿Y algo te molesta?

No, porque conozco de quién estoy hablando y el momento histórico en que se produce (que el siglo diecinueve es muy complejo), pero además sé por qué se está produciendo ese hecho concreto. Por ejemplo, doña Emilia es muy clasista, y habla con mucha sinceridad de los analfabetos, de los brutos de los deformes, de la falta de higiene.

Pero clasista era Federico García Lorca y nadie le reprocha eso.

Ya, pero, a pesar de todo, García Lorca es un tío, y el patriarcado sigue funcionando. Ella no se adapta a su género por lo que se le aplican todas las deformaciones típicas de una caricatura y, entre otras, ese clasismo que a veces acaba pareciendo envidia de clase. Pero es que se trata de una persona que está escribiendo en el siglo diecinueve y procede de la aristocracia, a la que acaba de llegar ¡y le encanta!, y todo lo ve desde esa posición.

Lo importante es que lo ve, lo mira, focaliza su mirada sobre algo que considera descriptible, narrable, que llama su atención, para bien o para mal. La burguesía, por ejemplo, no le mola porque es mediocre, dice que solamente tiene barniz, pero por dentro no tiene nada. Y mucho menos bibliotecas en sus casas.

Así es la ciudad en que continuamos viviendo.

Sí, sí, en Marineda [nombre que doña Emilia le da a Coruña, como Clarín llamó Vetusta a su Oviedo]. Ella llegó a decir que cada día se abrochaba un botón más, se lo cuenta por carta a Giner de los Ríos. Y tú y yo sabemos que eso es cierto, sigue siendo una ciudad clasista, parada, chismosa. Y eso es lo que sintió esta señora a su regreso de Madrid, para atender a su familia porque su padre se acaba de morir, y de donde se quiere ir.

¿Qué crees tú que le reprocha el nacionalismo, hoy, a esta señora: su condición de clasista, su negación del gallego?

Pero no lo niega. ¿Los pazos de Ulloa qué es?

¿Pero qué le reprochan?

Se llama presentismo, la gente que discute su figura, observa la realidad con los parámetros de hoy en día y traen al siglo veintiuno un comportamiento decimonónico. Es como si buscaran que se adaptara a la exigencia de ser de una determinada manera. No se sostiene lo sesgado de esta manera de pensar, da mucha pena.

Por ejemplo, dicen que doña Emilia no habló bien sobre Rosalía de Castro en un discurso que pronuncia en 1886, pero es que el discurso se titula ‘La poesía regional gallega’, no se titula ‘Rosalía de Castro’. Sobre Rosalía de Castro hablará a continuación Castelar, don Emilio Castelar, y doña Emilia acaba su discurso diciendo: «Prepárense para aplaudir porque un hombre eminente va a hablar sobre la mejor poeta de este país».

Doña Emilia tiene que hablar sobre la poesía regional gallega porque ese es su discurso. ¡Por favor, no han llegado ahí!, se quedan con un estereotipo de fuentes terceras. Fue el mismo Manuel Murguía [marido de Rosalía de Castro] el que las contrapuso a ambas en las cartas que escribió a La Voz de Galicia, tituladas ‘Cuentas ajustadas medio cobradas‘, y así quedó fijado para los restos, sin que se molesten en revisarlo ni cuestionarlo. ¿Somos pazguatos sin criterio? Esa es la gran duda.

Murguía e La Voz de Galicia. Manuel Murguía
Ejemplar de ‘Murguía e La Voz de Galicia’ (2000), que incluye las ‘Cuentas ajustadas medio cobradas’ publicadas por Manuel Murguía en el diario gallego.

Pero, ¿qué entiendes por no cuestionar? Además, están siendo muy virulentos, siempre con los mismos argumentos sesgados, insistiendo en los mismos tópicos. Por ejemplo, en la contradicción de no vivir con su marido y no apoyar una ley de divorcio.

Carolina Coronado, a la que acabamos de ver en la exposición, realiza una encuesta sobre el divorcio a diferentes personajes de España, que se publica en un periódico de la época. Doña Emilia dice que no, no, no, divorciarse, ¡por Dios!, una señora que está separada, y que sabe lo que son los malos tratos porque los refleja muy bien en sus textos, sabe que el divorcio tiene que ser necesario, pero no responde así.

Debió de considerar que no era el momento adecuado porque luego, en una carta a su amiga Blanca de los Ríos, le confiesa que ella no puede opinar públicamente otra cosa porque lo contrario sería insultar a Pepe, porque Pepe es un señor del siglo diecinueve que le ha permitido a esta mujer que se libere, y ella no puede ir en su contra en un medio nacional. Y eso vuelve a ser presentismo, falta de empatía, y ganas de someterla a un nivel de exigencia enorme.

Mira; una vez un trabajador de la Real Academia Galega, después de que le leyera párrafos de doña Emilia, justificó su admiración diciendo: es que a esta mujer le falla el chasis. Si fuese una mujer anémica, delgadísima y lánguida, pero no, es oronda, es discutidora, está con la aristocracia, es difrutona…

Y con Benito Pérez Galdós, que es otro disfrutón.

Claro, por eso se gustan, porque son disfrutones. Y claro, el estereotipo no funciona, porque doña Emilia no se ajusta al estereotipo.

[…]

A don Benito le gustaban las mujeres de muy baja clase media. Al principio, me molestó muchísimo este comportamiento: cuando tenía una relación con una de ellas, ¡le compraba una máquina de coser! Luego me di cuenta de que ese regalo la convertía en autónoma, podría vivir por sí misma. ¿Ves?, otra vez, hay que ponerse en la situación y en el tiempo en que las cosas ocurren para comprenderlas. Favorecía su autonomía, así es como debe ser interpretado.

También tuvo relaciones con Lázaro Galdiano, que era una persona refinadísima.

Sí, él la busca, está en medio de la relación con Galdós. La relación con Galdós es del [18]88 al [18]91 y con Lázaro Galdiano está en la Exposición [Universal] de Barcelona, que es del [18]88. Y sabemos de sus amoríos porque Narcís Oller, que es un cotilla, lo destapa todo porque está presente en esta exposición y ve cómo Lázaro Galdiano persigue a doña Emilia. Don José tiene en la cabeza hacer la revista La España Moderna y busca su complicidad porque doña Emilia tiene la agenda, las ideas y el ímpetu. Y el encuentro se confirma físicamente.

Hay una carta de doña Emilia, entre las que le envía a Galdós, en que le dice: «Tienes razón, tuve que habértelo dicho yo, ya sé quién te lo ha dicho, y no ha sido un mes después de que te fueras, fue tres días después, y pasó como pasa la vida, de repente». Ella es rotundamente sincera. De manera que Lázaro Galdiano tuvo que adorarla. Ella misma dice que se vio adorada, que se vio llena de amor y de admiración, y cayó. Pero en la carta a don Benito le dice: «Esta es una relación tuya y mía, y tú estabas tan frío ultimamente, […] no he atentado contra ti, ha sido un fallo de los sentidos».

Lo importante es que de esa relación sale La España Moderna, es una relación momentánea que da lugar a esta revista, para la que doña Emilia le da su agenda completa. Fíjate cómo es, que en plena crisis le pide a Galdós que escriba en la revista, que tiene que salir muy bien. Y escribe a Menéndez Pelayo, a Valera, a Clarín, a todos los grandes, para hacer de esa revista la mejor de la España de su época. Y lo consigue. ¿Ves nuevamente?, cuando se entrega lo hace de manera absoluta.

La España Moderna
Ejemplar de la revista La España Moderna de enero de 1889.

¿Y dónde crees que radicaba el atractivo de esta señora?, porque a los ojos de hoy le falla…

Le falla el chasis…

Le falla todo. No sé qué verbo tendría. ¿Tenemos grabaciones orales de ella?

¡Es eso! No, pero tiene que haberlas, porque sí tenemos imágenes. Donde hubiese un micrófono, se pondría seguro, pero no, no se conocen. He buscado y no he encontrado nada. Tiene que estar en un archivo privado. Aprovecho para lanzar el reto a los lectores de esta revista.

Volviendo sobre su atractivo, ella misma dice que Dios no le dio actitudes externas, pero que internas las tenía todas. Al leerla descubres la riqueza de su léxico, tiene una ironía que te deslumbra y es muy simpática; cuando va a la fábrica de tabacos acaba haciendo amigas, Pepita Carrera acaba visitándola casi a diario en la calle Tabernas [donde tiene su casa en Coruña], una cigarrera en la casa blasonada, porque hay un encuentro entre estas mujeres. Es una mujer sincera y muy humana.

A la vez, es muy generosa. En la portada de la revista La España Moderna figura José Lázaro Galdiano, propietario y director, sin ser el director, porque es doña Emilia quien dirige. Un detalle que no me gusta nada.

Pues era un hombre de buen gusto, no hay más que ver su casa.

Sí, sí, y yo creo que un par de piezas del museo proceden de la amistad entre ellos, porque esa amistad continúa hasta el punto que viven puerta con puerta. Y se conserva alguna nota en el archivo Lázaro Galdiano en que él escribe: «Hoy no puedo ir a cenar, ¿dejas que venga Jaime?», por el hijo de doña Emilia. De manera que establece lazos familiares con la familia Pardo Bazán. Incluso ella le escribe a Galdós que se han estrechado tanto los nudos que son imposibles de deshacer. Lázaro Galdiano se mete en su vida, ella lo permite, pero a pesar de todo no la nombra directora de la revista.

Ella, inicialmente, vive de la fortuna familiar, pero pronto empieza a ser autónoma, ¿no?

Sí, una vez que se separa, se lo escribe a Galdós en las cartas, que quiere emanciparse (¡utiliza esta palabra!); se quiere emancipar y no vivir de sus padres, y para ello se dedica a ser lo que ahora se llamaría marca: es marketing puro sobre su persona, cobra lo mismo que los hombres, se reserva el derecho de reedición, cobra por prólogos, artículos, colaboraciones, conferencias, traducciones, porque ella tiene que vivir de lo suyo.

Ante esa negativa, vayamos a la más grave: la oposición radical por parte de los señores a su ingreso en la Real Academia Española, algo muy relevante para doña Emilia.

¡Tan importante que lo intenta tres veces! Que sepamos, es la única puerta que se le cierra. Es tan evidente que debe estar y es tan dolorosa la crítica soez, la ironía burda que le hacen, que si sus posaderas no entran en una silla, las pretensiones estrambalarias [sic] de esa mujer… Solo delatan la posición de unos machirulos, en una época en la que se permitían decir eso en público.

Acabamos de leer algo de Clarín [en la exposición sobre la autora] que habla de las pretensiones de mezclar hombres y mujeres en las academias –¡Clarín!, que no es el dependiente de una tienda–. Así que si Clarín se permite ese lujo, ¡imagina cómo estaría el panorama!

Lo que decías antes de las palabras para presentarse a la RAE, ella se propone, aunque no puedes proponerte tú, tienen que proponerte, pero ella llega un momento en que se propone y escribe un currículo a mano [que acabábamos de ver en la exposición] con entera dejadez y fatiga por tener que andar con esas cosas a esa altura de su carrera.

Emilia Pardo Bazán
Recreación del gabinete de trabajo de la autora gallega. Fotografía cortesía de la Casa-Museo Emilia Pardo Bazán.

Aquí admiramos mucho a doña Emilia por haber reflejado la vida de las cigarreras, el supuesto compromiso social, que yo no sé si lo tuvo o no, pero los naturalistas partían del afán por reflejar todo aquello que veían. ¿Tú crees que realmente eso es lo más importante en su obra?

No, eso es el primer pico de su obra. Ahí todavía tiene que rendir pleitesía a su condición de casada, pero rompe con mogollón de cosas. Esta mujer es el primer intelectual que se va a una fábrica, de entre todos los escritores españoles es la primera en hacer trabajo de campo escogiendo la fábrica, no se va a observar una prostituta o a un borracho [como haría Émile Zola en ‘Naná’ (1880) y ‘L´asommoir’ (1877), respectivamente], sino a observar a un colectivo de mujeres: cuatro mil mujeres trabajando a turnos en el mismo sitio, ya que las trabajadoras solo podían ser mujeres– no así las funciones de encargado y otros menesteres, que la ejercían solo los hombres–.

El otro día me contó una señora que se llama Amparo –nombre de la protagonista, que es nieta de Amparo– que entre las cigarreras aún hay quienes se llaman Amparo, algo que encuentro precioso.

La obra es buena porque es humana, y es humana porque es sincera cuando escribe, traslada su manera de ver las cosas. Incluso en el estilo. Doña Emilia compone un naturalismo propio, el naturalismo católico, desde el que describe esta ciudad con mucha maestría.

Me gusta ese libro, pero ‘Los pazos de Ulloa’ es enorme; ‘La piedra angular’, impresionante; ‘Insolación’, espectacular. Bueno, ‘Los pazos de Ulloa’ tiene que ser lo mejor porque está recién separada y debe presentarse ante la literatura con todas sus armas, para dejar claro al mundo que se ha separado porque lleva eso dentro, y tiene que volcarlo. No es una señora quien escribe, es un literato de gran calidad. Rudo, arisco, provocador, conocedor.

Y su relación con las artes plásticas, ¿cómo fue?

La madre pinta (copias) y no lo hace mal, y ella dibuja mucho; en muchos de sus textos, al margen hay un dibujito a plumilla, encaja bien, bueno… En una carta a Galdós hay seis manchas, que es lo más abstracto que tiene y me gustan mucho.

¿Se relacionó con artistas?

¡Sí!, con Joaquín Vaamonde, con Sorolla, entre otros, también hace crítica de arte, ¡cómo no! Publica críticas sobre las exposiciones nacionales. Tiene un artículo sobre el futurismo en el que se muere de risa ante tanta modernez, pero tiene el desparpajo de sentirse capaz de decir lo que piensa.

Es un artículo muy divertido, porque está escrito por una señora que está viviendo en otra época y que sabe reírse. Está publicado en La Nación de Buenos Aires, y no sé si en algún otro sitio. Emilio Castelar le cede su colaboración en ese periódico, y escribe en él a partir del [19]10 hasta su muerte en el [19]21, pero no sé por qué allí, tal vez porque lo vea muy internacional, no lo sé.

El actual director del CGAC, Santiago B Olmo, publicó en su tesis doctoral que el papel del artista maldito lo presenta doña Emilia en ‘La Quimera’, en la que el protagonista (Joaquín Vaamonde/Silvio Lago) persigue la quimera de ser reconocido por su arte, de ser admirado por él, quiere el arte puro. Y todo ello ambientado en las Torres de Meirás y en la sociedad madrileña de la época.

Pero claro que le gusta el arte, porque es muy esteta. Si tenía relación con Lázaro Galdiano, tenía que serlo. Pero al margen de esa relación, le gusta mucho la belleza porque la siente y la traslada a la pluma cuando escribe, porque, según sus propias palabras, «del pico de la pluma se establece una corriente que va directamente al corazón de quien escribe». Comprende muy bien el proceso creativo. Sí, sabe de arte, decididamente sí.

Retrato de Emilia Pardo Bazán realizado por Joaquín Sorolla.

Sobre la celebración de su centenario, ¿lo crees real?, ¿nos toca rendir culto mariano (y sé con quién estoy hablando) a una feminista para sintonizar con nuestra época?

¿Y tú no eres feminista? ¿No apoyas la igualdad de derechos? Pero debo aclarar que no estoy de acuerdo con eso de cargar las tintas en el feminismo de la Pardo Bazán, ella no solo es feminista, no solo, sino también. Ser feminista es una piel, ¡lógico!, y por ello le da dimensión y nombre a sus protagonistas y las hace pensantes, triunfantes o perdedoras, e ilumina y se conduele de las situaciones injustas y de los malos tratos, por supuesto. Pero Emilia es una intelectual, no solo es feminista.

Está bien que haya centenario, que se enciendan antorchas y se ilumine al personaje, y se le mire a los ojos.

En el museo vemos entrar a gente joven, que es algo que ocurría poco. Hoy, por ejemplo, vinieron dos parejas con la voluntad total de entenderla, algo que no pasaba, no. Venían los que la conocían y los usuarios de museos en general, pero no otras personas. ¡Estoy encantada!

Como en todos los centenarios, hay una lucha de egos enorme, unos enfrentamientos políticos espectaculares [a los pocos días de realizar esta entrevista, a las puertas de la sala donde se celebra la exposición sobre el centenario, se contraprograma una exposición exterior con paneles informativos sobre ‘La Casa de Galicia. 50 años de la Casa de Rosalía’], una trama que es mejor que no salga al exterior porque resulta muy triste.

Abundando en el feminismo, hay una imagen tuya que tengo al poco de regresar a vivir aquí, un ocho de marzo, que también fue muy emocionante para mí, en la que ibas de portaestandarte de una manifestación de señoras. Con el cariño que te tengo, me sentí, no tanto como tú, muy emocionado con lo que veía y se traslucía.

Es que fue impresionante. Los colectivos feministas de la ciudad estaban enfadados entre ellos. Conozco los motivos: nacionalismo por un lado, en fin, las banderas, lo de siempre; así que decidí llamarlas desde la neutralidad de una institución cultural. Acabé con pintadas en la fachada de la Real Academia Galega, la ejecutiva me llamó a capítulo, porque ¡a ver qué hago yo fuera de mis muros!

Incluso fui a un curso de manejo de grupos porque convoqué a todos los colectivos en la Casa y se empuñaban las espadas. Les transmití que lo que yo quería era que en el cartel estuviese la cara de doña Emilia, que me iba a esforzar por organizarlo todo, y ese era el pago que esperaba recibir.

Y hubo una grieta final porque doña Emilia no es la primera feminista gallega, lo es Rosalía; y no es cierto, porque Rosalía nunca escribió la palabra feminismo, rompió con su figura el papel tradicional de la mujer, rasgó ese estereotipo, pero no se declaró feminista negro sobre blanco.

Doña Emilia sí, tiene textos sinfín sobre feminismo, sobre malos tratos, acuña el término mujericidio, para lo que ahora llamamos feminicidio; es decir, sabe que es una tipología jurídica específica, porque son malos tratos de género que necesitan un nombre, y se lo da; es decir, que se implicó rotundamente. Y por esa cara de doña Emilia en el cartel, las nacionalistas no acudieron.

Aunque pensábamos que iba a ser una manifestación más y hasta escogimos un circuito pequeño porque solo esperábamos llenar una plaza pequeña, pero tuvimos que cambiarlo todo porque teníamos detrás de nosotras a treinta mil personas. Todavía lo tengo de imagen en el Facebook porque me muero de orgullo.

Yo la tengo en mi retina.

Nada, nada, ahí estoy.

Porque, claro, Rosalía es la figura amable.

A Rosalía la construyó su marido, Manuel Murguía, y Rosalía no es solo amable, es existencialista, es Schopenhauer, y es una magnífica poeta.

Me refiero a dominable y dominada.

Porque la dominó el marido. Como autora es enorme y potente, pero Manuel Murguía la dotó de una sensibilidad, la empaquetó y le puso el lacito, y la hizo virgen y mártir. Y no puede ser: ni una es virgen y mártir ni la otra una femme fatale, porque eso solo es una creación histórica que todavía no ha sido revisada ni cuestionada.

Quizá se haga a partir de ahora.