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Obituario en homenaje al artista Luigi Pagliarini (1963-2023)
València son las calles que no volverán a escucharnos porque están muy atentas a que las de Pescara apagan nuestras voces siguiendo tus pasos, al tiempo que Roma esconde las vías que no giraremos más al compás de tu volante, o Corunha inunda las que ya no pasearemos juntos en respuesta a que Fuerteventura oculta su desierto bajo nuestro baile tribal, y Puerto del Rosario se olvida de nosotros: per che tu, secondo qualcuno dice, sei in cielo.
Nunca hubiera querido escribirlo, y hoy tampoco quiero hacerlo. Primero me escudé en la tardanza en enviar la información gráfica por parte de mi dilecta Catia Verna, a cuya casa volví para la ocasión, tras veinte años sin vernos; después me valió de excusa las obras que martillearon mi cabeza alrededor de mi despachito al borde de la ría de Arousa; más tarde, el salir de viaje por unos días; pero hoy, sentado en mi biblioteca, no puedo aplazarlo más.
El pasado 9 de julio se celebró, organizado por Catia Verna, socia fundadora de la Ecoteca de Pescara en los primeros 2000, el Primo Paglia Day en la ciudad de Pescara, en plena Riviera italiana, para honrar la memoria de Luigi Pagliarini, il mio fratello romano, recientemente fallecido en esa localidad.
Luigi Pagliarini es uno de esos precursores que se adelanta a su tiempo, porque deja de seguirle por ir más rápido de la cuenta. Su actividad principal, y el motivo por el que lo conocí hace muchos años, es por ser el primer artista en implementar las herramientas de inteligencia artificial en sus composiciones electrónicas.
También recurría con frecuencia al software-art, pero en esto tenía más acompañantes, algo hecho de manera enteramente autodidacta, puesto que sus únicos estudios eran de Psicología, razón por la que se desplazó a estudiar a Roma, y en donde era un miembro activo en la Rivista di Psicologia dell’Arte, fundada y dirigida por el prestigioso Sergio Lombardo, en cuyo número 29 publicó su reconocido ‘Codice Pagliarini‘, con el que traslada los sistemas informáticos de composición a la realidad analógica, para convertirlo en un juego de niños; y cuya simplicidad me impidió comprenderlo en boca del propio Paglia, nombre cariñoso con el que nos referíamos a él, y que solo entendí ahora, tras la explicación de su viuda, Federica Pesce, en la casa-estudio del finado.
Una casa que él mismo, durante sus últimos días, había transformado en una instalación permanente a la manera de la casa de Kurt Schwitters –su ‘Merzbau’ de Hannover–, con la salvedad de que en la ‘PagliaHouse’ todo está realizado desde un contrapicado ligero, en ocasiones nadir (en oposición frontal al techo), indicativo de que su vida de sus últimos días era pura postración, solo aderezada por la composición que iba realizando por toda la casa y en la que el mayor protagonismo lo cobraba la traslación de su ‘Codice Pagliarini’ a la estancia principal.
Entrar en esa casa y volver sobre las obras que ya le había visto en Roma –con algunas de las cuales me honró participando en distintas exposiciones– me hizo revivir el sinfín de conversaciones que mantuvimos a lo largo de los años por distintos enclaves españoles e italianos; y de las que nunca olvido afirmaciones suyas que por preclaras el tiempo sancionó.
La primera: llegará un día en que contrataríamos servicios para invisibilizarnos ante la maquinaria de control de nuestra sociedad hiperconectada, algo que sucede desde hace mucho, pero imposible de avanzar en el momento en que lo formula. La segunda también sucederá pero está por venir: responde a la ‘primera ley de la robótica de Luigi Pagliarini’, un robot será inteligente cuando decida acabar con su propia vida, ley a la que dedicó una obra, ‘Intelligenza’, expuesta por mí porque la consideré plena de razón.
Podría seguir dando detalles de sus innúmeros logros artísticos y científicos –tenía pinta de scientato pazzo–, pero voy a destacar este Primo Paglia Day, homenaje al que me costó ir porque no había asimilado su muerte, transcurrido en el Zara Spiaggia Bar de su localidad de nacimiento, un típico establecimiento balneario de la Riviera.
El homenaje se abrió con el concierto de Wogiagia crew, una banda de reggae de once componentes que hizo las delicias del público, y que agradecí porque me hicieron perder la vergüenza por estar celebrando la muerte de un amigo, y llevaron al trance a muchos de los asistentes, algo que el Paglia hubiese agradecido mucho.
A continuación, se proyectó un corto basado en el libro que compuso durante su convalecencia, en colaboración con Federico Galdiero, ‘Il Pianeta Mente’, en el que traslada a sus hijos, sobre todo al pequeño Lorenzo, pero también a Paolo, fruto de su matrimonio con Floriana Orazi, su interpretación de la realidad recursiva de la energía vital.
La zona de recreo del bar fue intervenida por las obras de artistas que quisieron contribuir a rendirle honores: Lica Cavo, con ‘Pneuma’; Sara Marzari, con ‘Take Me In Your Arms’; Kokoro, con ‘Dualita’; Isabella de Luca e Gloria Sulli, con ‘Mushroom Bubbles’.
Además, por mi parte, aporté los documentales sobre distintas obras realizadas por el Paglia, o en las que había colaborado, comisariadas por mí, con énfasis en la que él consideraba su obra maestra, ‘The Communication Graveyard’, una intervención a propósito en el primer aeropuerto, hoy abandonado, de la isla de Fuerteventura, sobre el que plantó 512 lápidas con basura tecnológica para denunciar el consumo de recursos naturales que producen las nuevas tecnologías, esquilmación que en muy gran medida va acompañada de guerras y explotación laboral, también infantil.
En eso también fue preclaro porque hoy vemos cómo el consumo de combustible para la entrega inmediata de las compras en línea genera una cadena de contaminación que nunca supuso bajar a la tienda de al lado a ver qué tienen, y al que ahora llaman consumo de proximidad por su rareza.
Al pasar el último documental sobre la performance que realizó en Corunha, ‘Fatherboard. The Superavatar’, su asistente en aquella ocasión, Demian Battisti, nos revivió al propio Paglia enfundado en su traje de resistencia contratecnológica.
El homenaje se cerró con una secuencia de diyéis iniciada por Max Attak (Max Leggieri e Massimo Coscia), muy amigos y cómplices del Paglia, y concluida por Dj Globster.
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