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‘The Square’, de Ruben Östlund
Con Claes Bang (Christian), Elisabeth Moss (Anne) y Terry Notary (Hombre-bestia)
142′, Suecia, 2017
Palma de Oro en el Festival de Cannes 2017
Filmin
“Uno no puede apartar de sí la impresión de que los seres humanos suelen aplicar falsos raseros; poder, éxito y riqueza es lo que pretenden para sí y lo que admiran en otros, menospreciando los verdaderos valores de la vida”. Con estas palabras inicia Sigmund Freud su fascinante ensayo ‘El malestar en la cultura’.
Podemos pensar, al igual que el catedrático Jesús González Requena, que para Freud el poder, el éxito y la riqueza –esos valores que potencia la sociedad contemporánea capitalista– son valores falsos y, por tanto, existen otros verdaderos. Unos verdaderos dentro del territorio de la ética.
La idea de Freud refleja cierta esencia de la película ‘The Square‘, del director sueco Ruben Östlund, ganadora de la Palma de Oro en el último Festival de Cannes.
La historia de ‘The Square’ se centra en los avatares de un director de museo (Christian, interpretado por Claes Bang) como representante metonímico de la élite económica, intelectual, cultural y artística de la sociedad sueca. Una élite, obviamente, rebosante de poder, riqueza y éxito; unos valores que les cubre con una densa pátina de placer narcisista.
Tan intenso es ese placer narcisista de poseerlo todo o no carecer de nada, que sienten la vida, como diría Schopenhauer, con un profundo aburrimiento. Ciudadanos biempensantes imbuidos en sus tediosas y placenteras realidades, ajenos a lo real de la existencia; entendiendo lo real como aquellos acontecimientos que vienen a molestar, a enturbiar con cierta violencia, el espacio de placer narcisista.
El relato de Ruben Östlund narra cómo su personaje, de manera inconsciente, desea ser embestido por cierta violencia de lo real para poder sentir la existencia con vital intensidad.
Sentir
El primer suceso desencadenante de la trama ‘The Square’ es un acto violento; una agresión física y un robo en el cual se ve involucrado el protagonista. Un acto, como el propio protagonista exclama e interroga eufórico a los otros anónimos transeúntes, presidido por la intensidad: «¡Siento, siento! ¿Lo has sentido, lo sientes?».
Sentir el dolor de la violencia física para despertar del amodorramiento placentero. Solo cuando cierto dolor, cierto displacer, irrumpe, el placer es apreciado.
De ahí, el sentido de las performances que son escenificadas en la película: la irracional del hombre-bestia en la cena de honor a los mecenas del museo, o la excéntrica interpretada por la protagonista Anne (Elisabeth Moss) en la cola del aseo, cuando al ritmo de una palmada pronuncia la palabra “zorra”, con el objetivo de atraer la mirada y despertar el deseo del protagonista.
Violencia física, verbal para sentir la vida más allá del placer otorgado por el poder, el dinero o la riqueza, los denominados por Freud falsos valores. Ahora bien, ‘The Square’ también habla de estos otros valores: el compromiso, la solidaridad, la libertad, la compasión, la confianza, la culpabilidad. Valores considerados por Freud “los verdaderos de la vida”.
Estos últimos valores están, en el relato de Östlund, expuestos de forma irónica en las obras artísticas del museo contemporáneo. Obras artísticas mostradas, por tanto, como espectáculo, como pura basura, como objeto que se tambalea. Simplemente representaciones para la especulación económica y espectacular.
‘The Square’ –título homónimo de la película de Östlund– es una de las obras artísticas que se expone en el museo. ‘The Square’ es una plaza, un cuadrado, con una placa donde se inscribe la siguiente frase: “La plaza (the square) es un refugio para crear confianza y atención. Dentro de sus límites todos compartimos los mismos derechos y obligaciones”. Una plaza donde, según reza la explicación de la artista, se debe entrar para entablar relaciones solidarias, entre los seres humanos que estén en ella.
La intención de la autora –el sentido de su obra– explota, literalmente, en la campaña publicitaria realizada para promocionar la exposición. La palabra artística, como posible espacio de esos verdaderos valores de la vida, explota en esa campaña publicitaria, en un alarde por convertir el museo en un espacio profano de consumo de ocio.
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