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‘The Rocky Horror Picture Show’ (1975), de Jim Sharman
Historia de Richard O’Brien, llevada al teatro en 1973
Reparto: Susan Sarandon, Tim Curry, Barry Bostwick, Richard O’Brien, Patricia Quinn, Meat Loaf
Guion: Jim Sharman, Richard O’Brien
Música: Richard O’Brien
La celebración de Halloween supone la oportunidad de regresar a la Casa Frankenstein tomada por el científico travesti Frank-N-Furter y su tropa. Un año más, en distintas partes del globo, un público idólatra y entregado, arreglado con purpurinas y vestidos estrafalarios de colores llamativos, llevará a cabo los desenfrenados rituales determinados por el musical de horror del artista Richard O’Brien ‘The Rocky Horror Show’.
Así, los escenarios de València, Barcelona, Manchester, Milán, Nueva York o París cantarán y bailarán, otra vez, en la noche del Truco o Trato, unos números transgresores y sorprendentes imaginados hace cinco décadas.
En efecto, la función de O’Brien, presentada con escaso éxito en junio de 1973 en el londinense Theatre Upstairs del Royal Court Theatre, pero enseguida convertida en un auténtico objeto de culto por sus reivindicaciones sobre la diversidad, sexual, amorosa y política, y las manifiestas y constantes vulneraciones al achacoso sistema dominante, suma ya más de cincuenta años.
No obstante, en estos días, el aniversario mayúsculo corresponde a la adaptación cinematográfica propuesta por una parte considerable de los miembros del equipo original y estrenada en la capital británica en agosto de 1975 y un mes después en Los Ángeles.

Lo mismo que la hermana mayor escénica, ‘The Rocky Horror Picture Show’ es rechazada por el gran público en el momento de las primeras exhibiciones. Ahora bien, muy pronto, gracias sobre todo a las sesiones de medianoche celebradas en el cine Waverly de Greenwich Village, consigue sus significaciones fabulosas, y se convierte también en un valioso artefacto político.
En este espacio de arte y ensayo nace ese asunto excepcional de la constante interacción de los espectadores con la imagen proyectada, que todavía hoy se repite en numerosos pases. A decir verdad, la película, repleta de empoderamiento y entusiasmos, se refiere decisivamente a la relación entre las dos dimensiones, los dos lados de la pantalla, según la modernización subversiva e inconsciente de las formas del ciclo de los pioneros, a finales del siglo XIX, o incluso de tiempos anteriores, como el de los teatros de sombras.
Para muchos espectadores, la fiesta del castillo de Frank, representada sobre las tablas o proyectada en una sala de cine, fue y es una visión emocionante del amor y la libertad, un espacio seguro, de veras, frente a la barbarie o la ignorancia, individual y colectiva, de entonces y ahora.
‘The Rocky Horror Picture Show’ tiene algo, desde luego, de experiencia inmersiva. Tomando una parte de las estructuras tradicionales de un cierto cine de horror, la narrativa se activa en función de la llegada al castillo encantado de una pareja, Brad y Janet, a quienes interpretan unos Barry Bostwick y Susan Sarandon que sustituyen a los Julie Covington y Christopher Malcolm de las tablas.

Estos muchachos comprometidos recientemente, en la boda de unos amigos vista en la primera secuencia, representan, sin duda, a esa sociedad clasista y achacosa señalada y atacada con virulencia a continuación, tanto como el visitante al castillo de Drácula, entre muchos otros.
El encuentro, a continuación, con los distintos personajes de los márgenes, invisibilizados y arrojados ahí constantemente, y la inmediata interacción con ellos en un relato formado con elementos y energías de las películas pasadas de ciencia ficción y miedo, como las dos lecturas de ‘Frankenstein’ entregadas por James Whale en los años treinta con la Universal, desencadena una progresiva liberación múltiple.
La entrada en el castillo y el encuentro con los individuos del planeta Transsexual de la galaxia Transilvania destruye los convencimientos culturales-sociales durante la celebración de un gran festival Glam conducido por un Mad Doctor travesti que ha conseguido crear en el laboratorio a un impresionante hombre corpulento de pelo dorado.
Naturalmente, la cinta es una fiesta desenfrenada e inestable, tal cual ponen de manifiesto los permanentes giros y las entradas grotescas, como la del músico Meat Loaf montado en una motocicleta.
Con todo, sobre la imagen general de jolgorio se encuentra, casi siempre, acariciando con conmovedora sutileza, una insólita melancolía, que, es cierto, proviene de las convencidas afirmaciones fan de los géneros fantásticos del pasado, en especial de las propuestas montadas en los set de la Serie B, tal y como evocan los rojos labios flotantes del comienzo mientras dan la bienvenida con el maravilloso tema ‘Science Fiction/Double Feature’, recordando a Michael Rennie, Claude Rains o a la bella y la bestia Kong y Fay Wray, pero también del personaje de Frank.
Solo hace falta recordar su transformación emocional en el acto final, a partir del momento de la piscina y hasta la interpretación lastimada de ‘I’m Going Home’, sobre el teatro misterioso, con el maquillaje corrido.
Acá abandona su característica euforia histriónica para mostrar, un poco antes de la muerte, la muerte del monstruo, una vulnerabilidad asombrosa, perfectamente entendida y expresada por el actor Tim Curry, quien, a propósito, un poco antes, respondiendo con formas no muy distintas, ya se interroga acerca de la fragilidad particular del irreverente en la película de televisión, escrita por Dennis Potter, ‘Schmoedipus’ (Barry Davis, 1974).

‘The Rocky Horror Picture Show’mira hacia el pasado representado y, tras deconstruirlo, lo resignifica, aplicando sus energías particulares y también las de algunas experiencias análogas presentadas antes y recogidas, conscientemente o no, para la operación.
Esto se aprecia muy bien en la planificación y el dibujo de los distintos números musicales, o en la observación del avance de varias relaciones de las figuras sobre una base del viejo cine de Hollywood. En la película podemos oír el sonido del latido de los fantasiosos musicales pretéritos y el de las ilusiones de algunos soñadores de celuloide.
También irrumpe en las tomas la electricidad fascinada y transgresora de aquella vanguardia norteamericana inmediatamente anterior de Jack Smith o George Kuchar. La reunión de estas conciencias diversas en la escena pensada por O’Brien especifica la magnética entidad mestiza de un film que, año tras año, sigue mutando.
La mención a los lados del cine, y a las experiencias de guerrilla de celuloide, no es casual, puesto que el director, Jim Sharman, viene precisamente de ahí. Antes de ocuparse de la puesta en escena en Londres de la función teatral, dirige en su Australia natal una pequeña película de bajo coste, ‘Shirley Thompson Versus the Aliens’ (1972), donde ya ensaya con cuerpos e ideas extraídos del cine barato fantástico de la década de los cincuenta.

La relación del director con el universo ‘Rocky Horror’, por otro lado, no acaba con la realización del film. Seis años más tarde del estreno, asociado otra vez a Richard O’Brien y a una parte del elenco original, pero sin Tim Curry o Susan Sarandon, desarrolla una suerte de segunda parte, ‘Shock Treatment’, en la que vemos a Brad y Janet casados y en crisis participando en un reality show.
A pesar de que esta continuación encubierta no sabe mantener las agudezas precedentes, merece reconocimiento por su habilidad para anticiparse al fenómeno de la televisión basura y cuestionarlo con bastante virulencia.
Para sumarse a las conmemoraciones en España del cincuenta aniversario del film original, 20th Century Studios y Divisa publican una nueva edición doméstica de dos discos en 4K Ultra HD-Blu-ray llena de material suplementario, donde se proponen, por ejemplo, comentarios historiográficos a propósito del singular fenómeno de medianoche, a cargo de O’Brien y Patricia Quinn, otra de las artistas iniciales, o también un karaoke para cantar con los personajes.
Esta tirada restaurada se convierte, naturalmente, en una pieza imprescindible de celebración de Halloween y, por supuesto, de regreso a las maravillas del travesti del espacio exterior.
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