‘Antípodas’, de Nuria Rodríguez
Galería Shiras
Vilaragut 3, València
Abril-Junio de 2021
Antípoda, según la RAE, es el que habita en un lugar del globo terrestre diametralmente opuesto al lugar en el que habita la otra. Desde el punto de vista geográfico, sería la mayor distancia a la que pueden estar dos puntos en la superficie de la tierra (20.000 kilómetros, aproximadamente). Trasladado a la inquietud artística de la que siempre parte Nuria Rodríguez, viene a expresar, según sus propias palabras, “un nuevo deseo de hacer visible los hallazgos, las aventuras y el azar de un lugar imaginado y diametralmente opuesto al que habitamos en este momento”.
Lugares imaginados como el río Congo, que Rodríguez navega de la mano de André Gide y Marc Allégret, siguiendo la propia aventura de estos dos ilustres viajeros tras recorrerlo impulsados por la lectura de ‘El corazón de las tinieblas’, de Joseph Conrad; el Atlas Naturae de su proyecto en el IVAM de Alcoi salpicado de montañas y cordilleras próximas y lejanas, con el espíritu de Alexander Von Humboldt y James Cook a la cabeza, para desembocar en las ‘Antípodas’ propiamente dichas del título que engloba su pasión por habitar mundos contrapuestos.
“Pensé en un lugar geográfico donde poder situarme y, a partir de ahí, especular. En principio, pensando en algún sitio opuesto al nuestro y luego, también, tratando de buscar lo que hay en otro lado”, explica la artista, que fue concibiendo la veintena de obras que expone en Galería Shiras durante el confinamiento de hace ya más de un año. Lo hizo pensando en traducir plásticamente el asombro que le producía la extraña sensación de la pandemia.
‘Antípodas’ diríase igualmente producida bajo los efectos descritos por el escritor Ralph Waldo Emerson cuando dijo: “Aunque viajemos por todo el mundo para encontrar la belleza, debemos llevarla con nosotros para poder encontrarla”. De manera que Nuria Rodríguez, dejándose iluminar por el faro que guía sus propios pasos a la hora de traducir su pasión por la naturaleza, ha poblado Shiras de cuadros que evocan su misma infancia.
“Me acuerdo que cuando jugaba con mi hermana en nuestra habitación de niñas, disfrutaba mucho más con los preparativos que con el momento en que parecía que el juego iba a empezar”, señala en ‘Nota a pie’, recogida en el catálogo diseñado igualmente como un viaje, a través de las iniciales de algunas palabras evocadoras de esos trayectos imaginados por la artista. Encerrada de nuevo, por culpa de la covid, en esa otra habitación que sugiere las antípodas derivadas de su edad adulta, Rodríguez ha vuelto a deleitarse con las delicias de los preparativos, pensando en salir de la pandemia con un hatillo de bellos lugares bajo el brazo.
“Las antípodas existen y están en la zona del Pacífico sur, pero cuando las acuñaron con ese nombre los británicos, pensaron que era un lugar diametralmente opuesto a las islas británicas, pero resultó que era mentira. Lo hicieron en la época en que James Cook circunnavegó Nueva Zelanda y Australia”, subraya.
“En el IVAM de Alcoi ya trabajé esta idea: un continente imaginario, que se inventó Aristóteles 2000 años antes de que Cook circunnavegara el Pacífico Sur para demostrar que Terra Australis Incognita no existía. Pero durante todo ese tiempo, esa idea de hallar un continente para equilibrar el norte con el sur fue algo que todos pensaban. Y esa idea, para mí, fue muy sugerente”, añade.
Tan sugerente que le ha llevado a realizar un conjunto de obras, en las que, por encima del hallazgo final, ha primado la investigación, el descubrimiento, la aventura del lienzo en blanco. Por eso dice, en otro momento, el correspondiente a la ‘C’ de ‘Chimborazo’, que viajar a pie es viajar con el cuerpo, “sin mecanismos ni artilugios impostados, con lo que somos a cuestas para aventurarse hasta los espacios en blanco, los que no existen todavía, los que no tienen nombre”.
Y así, a base de gestos formales, algunos elementos reconocibles y un fondo matérico, es como Nuria Rodríguez se ha colocado en las antípodas de su lugar de origen. “Las antípodas de España están en Nueva Zelanda. Por ejemplo, en el catálogo están las coordenadas de la propia Galería Shiras y las correspondientes a sus antípodas en Nueva Zelanda”, apunta. Y prosigue: “Las antípodas de mi estudio en València están a 300 kilómetros, en pleno mar. Hay una aplicación en Internet, en la que puedes buscar dónde están tus antípodas, poniendo las coordenadas del lugar donde vives. En mi caso, me decía que necesitaba una barca para llegar a tierra firme”.
A partir de ahí, imaginó su propia película, para poder especular y montar toda la exposición. “Empecé a catalogarlo todo, con un glosario de palabras y con tres expediciones, porque es curioso cómo en exposición y expedición solamente hay dos letras que cambian, y para mí, desde luego, toda exposición es una expedición”. Su afán por querer encontrar algo le ha llevado luego a describir geográficamente esos hallazgos. “Yo lo que hago es tratar de especular, sobre un trazo mucho más emocional, para luego convertirlo en algo racional, con ciertas formas científicas”, resalta.
‘Cabeza de oro’ (sierra de la provincia de Alicante) es una montaña en la que, por la composición de sus minerales, el sol provoca una luz dorada, que Rodríguez traslada en óleo sobre papel: “Pinto el fragmento de esa montaña y su mineral”. Lo mismo sucede con sus antípodas de ‘White Island’ (Pacífico Sur), así nombrada por James Cook, pero que tenía el nombre maorí de Whakaari, que significa volcán dramático. “Y como me gusta mucho reflexionar sobre cómo nombramos las cosas, pues antípodas, que etimológicamente es pies contrarios, apunta hacia lo que yo misma soy: ver las cosas al contrario de lo que la gente espera o de lo que yo misma espero”.
‘Islas Antípodas’ es la obra que marca el inicio de la aventura. En ella, una flor de cactus da luego pie a la abstracción sobre un fondo telúrico. “Esto es lo que quiero seguir trabajando: cómo nosotros, a través de la observación de la naturaleza, generamos un código visual, simbólico, que repetido como patrones genera otra realidad”, dando de nuevo pie a otra observación. “En realidad, siempre trabajo de la misma manera: capas, a modo de estratos, en donde voy superponiendo el tiempo y la memoria. Trato de que convivan esos tres elementos: por un lado, esa parte emocional de la huella y del rastro; cierto elemento reconocible, y la abstracción”.
Dice que son obras “rápidas de ejecución, pero lentas de pensamiento”, de ahí la utilización del óleo, en lugar del acrílico: “El óleo necesita su tiempo, de manera que exige paciencia, algo que les digo a los alumnos cuando me preguntan por cómo he pintado esos fondos”. ‘Cuaderno blanco’ es la pieza que la gente le dice que es la menos reconocible de su obra. “Para mí es un archipiélago de islas blancas: una declaración de intenciones por mi parte, de hasta dónde quiero llevar el lenguaje y el color, porque en esta exposición he querido que tenga más potencia. El color como terapia para decir, ¡ya está bien de todo esto! Necesitaba positividad y esa energía me la da el color”.
Del continente al archipiélago, de los grandes relatos del pasado a las microhistorias del presente, allí donde el universo ya no se ve como un todo, sino como un conjunto de pedazos deshilvanados. “Sí, lo fragmentario, pero a la vez, en mi caso, buscando la unidad”. En ‘Contratiempo’, “que es un movimiento musical también”, reflexiona acerca de la situación en la que vivimos por culpa de la pandemia y que, sin duda, ha supuesto un contratiempo. “Esa mujer, que soy yo, está cayéndose, pero a su vez parece estable. Ese juego surrealista me interesa, porque también está señalando los zapatos de tacón, que son los menos adecuados para una exploradora del mundo: nunca te irías con unos zapatos así a las antípodas, evidentemente”.
Afirma que trabaja el marco en todas sus obras, porque pinta con el gesto y éste sobresale. “Me interesa que el gesto esté, pero dentro de ese marco geográfico. En el fondo, es una geografía del gesto. Produzco tanto que luego tengo que hacer un ejercicio de contención”. De nuevo el continente, en tanto territorio y marco, y el contenido, como sustrato del ímpetu viajero asociado a su vez a esa contención de la energía inabarcable. “La naturaleza sigue siendo un misterio para la especie humana”, asume Nuria Rodríguez en otro momento concluyente de su glosario viajero.
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