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Museos y ciudad. A propósito de Valéncia
MAKMA ISSUE #08 | Entornos Museográficos
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2025
En 2023, una tesis doctoral que tuve la fortuna de codirigir junto a mi admirado colega Víctor Mínguez obtuvo la calificación de sobresaliente cum laude. La investigación, desarrollada brillantemente por Fernando Falomir con el título ‘Los equipamientos culturales como paradigma en procesos de regeneración urbana. Modelos de intervención de Oscar Niemeyer’, situó el foco en la construcción de monumentales complejos culturales que, durante el siglo XX y las primeras décadas del XXI, se habían desarrollado en numerosas urbes occidentales como la brasileña Niterói, o las españolas Bilbao, Avilés o València.
Estas intervenciones, con un éxito desigual, habían nacido no solo con el objetivo de ser hitos culturales, sino de convertirse en motores de regeneración urbana capaces de redefinir el entramado de una ciudad.
Los equipamientos culturales, y en concreto los museos de arte, son actualmente las infraestructuras con mayor capacidad para definir a las ciudades y aquellas que, bien diseñadas, influyen en mayor medida sobre su urbanismo.
No obstante, para que esto ocurra, más allá de la existencia o dotación de infraestructuras, es necesario que cada institución museística defina su propia personalidad y que, al mismo tiempo, se integre en la definición cultural de la ciudad que lo alberga. En la mayoría de las ciudades relevantes, y València lo es, la base del tejido museístico lo constituyen cuatro instituciones diferenciadas: un museo arqueológico, uno de arte clásico, otro de arte contemporáneo y un cuarto de experimentación artística actual.

Así ocurre en capitales tan distintas como Madrid y Roma, llegando en esta última a duplicarse las infraestructuras públicas dedicadas a las últimas tendencias, con el MACRO y el MAXI como buques insignia de la creación más reciente.
Alrededor de estos museos, que están llamados en toda urbe a construir un discurso lineal fundamentado en la historia del arte y llamado a ser el marco conceptual de la ciudad, existen instituciones monográficas que contribuyen a la definición de su personalidad tanto o más.
Así ocurre con los museos, públicos y privados, que presentan una colección singular, como el Museo Lázaro Galdiano en Madrid, aquellos que tienen un carácter específico, como el Museo de Artes Aplicadas de Viena o las fundaciones como la Fondazione Prada en Milán.
Tan solo la suma y coordinación de los grandes repositorios de arte y las instituciones museísticas monográficas, con unas colecciones y programación sincopadas que no compitan, sino que refuercen los valores singulares de cada museo, es capaz de convertir una ciudad en una capital cultural. Y toda urbe debería desear ser un centro creador y difusor de cultura, pues nada beneficia más a sus habitantes.
Los museos e instituciones culturales deben, en primer lugar, definir su personalidad y proyectarla hacia sus públicos. La personalidad de un museo está definida por su plan museológico y, en el caso del Museo de Bellas Artes de València, este fue aprobado en diciembre de 2018 por el Ministerio de Cultura.
Desde entonces, es un documento de obligada aplicación que define todas las acciones que afectan a la colección estable de la institución y a su programación de exposiciones temporales. El mandato de dicho plan rector establece que el Bellas Artes de València ha de narrar la evolución del arte valenciano en el marco del arte europeo con particular énfasis en el mundo mediterráneo, mediante la construcción de un discurso continuo entre los siglos XIV y XX.
Siguiendo esta línea que marca la personalidad del museo, durante los últimos años se ha reforzado la colección con importantes adquisiciones, desde Juan de Juanes hasta Guido Reni; se ha modificado la museografía de buena parte de las salas de la exhibición estable, desde el Barroco flamenco a Joaquín Sorolla; y se ha fomentado la investigación y difusión de la colección mediante importantes exposiciones temporales, con la idea de que el Bellas Artes se aproxime cada día más a ese “museo imaginario” que, citando a André Malraux, proyecta su plan museológico. Así ha de ser en el Bellas Artes y en cualquier museo que quiera mirar de manera decidida hacia el futuro.

València, su definición como centro cultural y la manera en que los museos califican a la ciudad son asuntos más complejos. La capital autonómica cuenta, en 2025, con un riquísimo panorama de instituciones museísticas. Posee las cuatro instituciones que tejen el hilo cronológico de su narrativa: el Museo de Prehistoria, el Museo de Bellas Artes, el IVAM y el Centre del Carme Cultura Contemporània.
Igualmente, los centros monográficos son ricos y singulares, desde el Museo de la Ciudad, al Nacional de Cerámica o el Museo y Colegio del Arte Mayor de la Seda. La presencia e impacto de las fundaciones también es cada día mayor, desde la asentada Fundación Bancaja a las recientes incorporaciones del CaixaForum o la Fundación Hortensia Herrero.
València es hoy, indudablemente, una ciudad de museos. Y, además, es una ciudad de museos que no ha caído en el espectáculo fácil ni en las franquicias superficiales, de gran coste económico y escaso retorno, sino que ha construido un modelo de instituciones estables, científicamente sólidas y relevantes tanto para los expertos como para el público general. Y es así como se construye una ciudad.
La materia prima del ecosistema museístico de València es excepcional, como lo es su historia y su tradición artística. El único museo que, tal vez, le falta es un Museo del Diseño que, tomando como modelo el trabajo desarrollado en otras ciudades como Gante o Viena, ponga en valor nuestro excepcional legado en el campo de las artes industriales, desde la sedería al mueble, y desde la cerámica a la ilustración.
El reto de València es, no obstante, generar un modelo coordinado de capital cultural en el que las instituciones museísticas nos reunamos periódicamente y pensemos, juntas, cómo hacer que esta ciudad sea su mejor versión posible. Y el reto de nuestros dirigentes es articular la trama urbana de València haciendo que sus principales polos de atracción cultural, el centro histórico y la Ciudad de las Artes y las Ciencias, se relacionen de manera orgánica a través de un urbanismo amable que permee la ciudad y la transforme.
Igualmente, se debe dotar de contenido y una conexión urbana eficaz al tercer centro que València está llamado a tener: su fachada marítima. Aquí existen ya infraestructuras relevantes como las Atarazanas o la Casa del Reloj, que es necesario dotar de contenido. Tal vez, con un poco de esfuerzo, ese Museo del Diseño encuentre su sitio y un hilo de cultura consiga unir el centro histórico de València con su río y con su mar.
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