Corriendo por la playa. Joaquín Sorolla

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Joaquín Sorolla. Símbolo de una València plural | Pablo González Tornel
MAKMA ISSUE #06 | Sorolla Poliédrico
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2023

Joaquín Sorolla ha sido, hasta la fecha, el pintor valenciano más internacional. Pintó más para Roma, París, Nueva York o Madrid que para el territorio que le vio nacer. No obstante, la mayor parte de los habitantes de esa franja de tierra verde que se extiende, como una serpiente esmeralda, a orillas del Mediterráneo, entre el Ebro y el Segura, siente que Sorolla le pertenece. Igualmente, aquellos que habitan otras montañas, otros valles y otras playas ven en la pintura del maestro un fiel reflejo de lo que, en su mente, es València.

Joaquín Sorolla, el pintor inacabable, era valenciano. De eso no cabe ninguna duda. Y también parece cierto que una parte de su pintura resulta difícil de explicar sin el amor a una tierra fértil bañada por una luz abrasadora y con una excelente y sostenida producción artística que, desde la Edad Media, llega hasta nuestros días.

Sin embargo, la pintura de Sorolla no se explica solo a través de València. Sus paisajes beben de los de Gonzalo Salvá, sus retratos de Francisco Domingo y su manera de tratar el color de Ignacio Pinazo. Pero Sorolla es más. Su sofisticada mirada al ser humano demuestra un conocimiento profundo de la retratística de John Singer Sargent y esa particular manera de pintar a través de la luz, que se ha llamado luminismo, bebe de los paisajistas del norte de Europa como Emile Claus, Théo van Rysselberghe o Jan Toorop. 

Sorolla Poliédrico
Portada de MAKMA ISSUE #06 | Sorolla Poliédrico. Diseño: Marta Negre.

Sorolla fue un pintor internacional, y su estilo no puede ser definido de otra manera que dentro del realismo, aunque con una enorme sofisticación y unas dotes excepcionales para la captación del instante, temporal, lumínico y cromático. Sin embargo, Sorolla es considerado, por propios y extraños, como parte esencial de la identidad colectiva valenciana, y este es un fenómeno que merece ser analizado. 

La identidad es una formulación individual mediante la que la persona se define en base a una serie de características, muchas de ellas subjetivas, que les ayudan a construir su personalidad y a distinguirse del resto de la humanidad. La identidad es, repito, solo individual. No obstante, desde el inicio de la civilización, pero con particular énfasis a partir de la aparición de los Estados nación en el siglo XIX, la humanidad ha asistido a la frecuente fabricación de identidades colectivas. Estas construcciones identitarias, siempre artificiales, buscan cohesionar al grupo proporcionando hipotéticos rasgos comunes que lo hacen distinto del resto. 

Páginas interiores del artículo publicado en MAKMA ISSUE #06 | Sorolla Poliédrico.

Gracias a los estudios de Patrick Geary, Walter Pohl o Anthony P. Cohen, hoy sabemos que la identidad colectiva es un artefacto. A lo largo de la historia se han empleado la etnia y la procedencia geográfica para definir grupos compactos, pero la mayor parte de construcciones identitarias se han formulado en torno a elementos culturales como la religión, la lengua o la quimera de un pasado compartido.

En este proceso de fabricación de la idea de comunidad ha sido frecuente el empleo de símbolos. Banderas, escudos, mitos fundacionales y otras abstracciones sin demasiado contenido y con una interpretación polisémica se han usado, desde siempre, como aglutinante de la comunidad. Y esto ha ocurrido también con Joaquín Sorolla, a quien se ha querido hacer depositario de las esencias de lo valenciano.

Sorolla es un símbolo. Luz, color y belleza se fundieron en sus cuadros para recrear la imagen de una València feliz. Una Arcadia mediterránea bañada por las olas de un mar turquesa que acarician, juguetonas, los pies de niños risueños. Un mundo de ensueño poblado por esbeltos hombres y mujeres que, vestidos de un blanco impoluto, pasean con despreocupación bajo un sol resplandeciente. Un vergel sin fisuras en el que sofisticados aborígenes vestidos de seda y oro parecen destilar sabiduría y elegancia, al tiempo que recogen flores o cosen las velas de un barco. 

Las valencianas y valencianos sabemos que el mundo de Sorolla no existe. Sus cuadros están compuestos por retazos de realidad, como un vestido de valenciana, un campo de naranjos o una playa de arena dorada, que el pintor combinó para crear un ideal con el que toda persona querría identificarse. Sorolla es la València que todos quisiéramos ser. Como dije no hace mucho, cualquiera querría vivir en uno de sus cuadros.

Joaquín Sorolla entendió bien al ser humano y supo proponerle un ideal con el que soñar. No obstante, cuando Sorolla pintó su València arcádica probablemente nunca pensó que algunos querrían manipularla y hacer de ella un símbolo identitario para marcar diferencias, enemistar personas y señalar al diferente.

El arte, como las banderas, es inocente. Son las personas las que, a veces, se apropian de un pintor o de un cuadro e intentan, a través del arte, definir lo propio y demonizar al otro. No se lo permitamos. La luz, el color, la arena y el sol que pueblan los lienzos de Joaquín Sorolla pertenecen a toda la humanidad, y soñar con la Arcadia es algo que, si fuera posible, debería hacer cada habitante del planeta. 

Este artículo fue publicado en MAKMA ISSUE #06 | Sorolla Poliédrico, en noviembre de 2023.

Corriendo por la playa. Joaquín Sorolla
‘Corriendo por la playa’ (1908), de Joaquín Sorolla.

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