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‘La muerte no existe. El espíritu ni nace ni muere’
Comisarios: Gene Martín y Alejandro Mañas
Monasterio de Santa María de El Olivar
Estercuel, Teruel
Hasta el 24 de septiembre de 2023

El claustro del Monasterio de Santa María de El Olivar, un majestuoso lugar cargado de historia y espiritualidad en Estercuel (Teruel), acoge hasta el 24 de septiembre una exposición colectiva verdaderamente fascinante. Un emblemático espacio que se ha transformado en el epicentro de una exploración artística profunda y conmovedora sobre un tema universal: la muerte.

Bajo el evocador título ‘La muerte no existe. El espíritu ni nace ni muere’, la muestra ha sido comisariada por Gene Martín y el profesor e investigador de la Universitat Politècnica de València Alejandro Mañas. Organizada por la Orden Mercedaria y la Fundación Térvalis, en colaboración con la Comarca Andorra-Sierra de Arcos, la Universitat Politècnica de València y el Museo de Teruel, esta exposición promete sumergir a los visitantes en una experiencia artística única.

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De izquierda a derecha, Elena Utrilla, directora de proyectos de la Fundación Térvalis, los comisarios de la exposición, Alejandro Mañas y Gene Martín, y Fernando Ruiz, prior del Monasterio

La muerte, un tema fascinante y complejo que ha sido abordado desde múltiples perspectivas a lo largo de la historia de la humanidad, hilo conductor de esta muestra. Aunque a veces pueda resultar incómodo o incluso tabú, la muerte es una parte intrínseca de la experiencia humana y nos invita a reflexionar sobre la vida y su finitud. En este sentido, la exposición busca generar un diálogo profundo y trascendental, invitando al público a explorar y cuestionar su propia relación con la mortalidad.

La muestra reúne obras de 30 artistas procedentes de diversas partes del mundo, quienes han abordado la temática de la muerte desde enfoques multidisciplinarios y perspectivas únicas. Desde la pintura y la escultura hasta la fotografía y el videoarte, las diferentes disciplinas artísticas se entrelazan para ofrecer una visión compleja y diversa sobre la muerte y su significado en nuestras vidas.

El claustro del Monasterio de El Olivar ha sido cuidadosamente seleccionado como el lugar perfecto para albergar esta exposición. Con su ambiente sagrado y sereno, el claustro proporciona un escenario íntimo y evocador para que las obras de arte interactúen entre sí y con el espectador. A medida que los visitantes se adentren en este espacio ancestral, se sumergen en un viaje emocional y estético, invitados a reflexionar sobre la muerte y su influencia en nuestra existencia.

Claustro del Monasterio de Santa María de El Olivar, del siglo XVII.

La exposición se divide en cinco áreas temáticas, cada una de ellas explorando aspectos diferentes de la muerte y su trascendencia. Desde la muerte individual y la conexión humana más allá de la vida, hasta la reflexión sobre la esencia del espíritu y el ciclo completo de la existencia. Cada sección de la muestra ofrece una experiencia única y enriquecedora.

En la primera área, titulada ‘La muerte del individuo’ e ilustrada con la frase de ‘El Quijote’ de Cervantes «Tomóle el pulso, y no le contentó mucho y dijo que, por sí o por no, atendiese a la salud de su alma, porque la del cuerpo corría peligro», se exhiben diversas obras que exploran la muerte desde diferentes disciplinas artísticas.

Destaca un impresionante óleo de gran formato del pintor turolense Diego Aznar, quien nos invita a reflexionar en ese altar donde ocurren los acontecimientos de la vida íntima, la vida y la muerte. Continúa con una cautivadora actuación poética del riojano Mateo Patón, quien ha intervenido los cristales del claustro plasmando su poesía.

La talentosa artista turolense Lucía Villarroya nos ofrece una intrigante cerámica con hierro. Además, se pueden apreciar un expresivo óleo de Quinita Fogué; una pareja de esculturas de alabastro del alcañizano José Miguel Ángel Abril que nos habla de temor y desahogo; una escultura cerámica del turolense Mariano Calvé; y una fascinante obra del reconocido artista neoyorquino Robyn Chadwick que nos habla del ser.

Robyn Chadwick. ‘At the Water’s’ (2020).

En la segunda área, bajo el título ‘En la muerte no hay soledad’ y marcada con una frase de Rupert Spira, se exhiben obras que exploran la conexión humana más allá de la vida. Destaca la pieza de videoarte de la aclamada artista barcelonesa y Premio Nacional de Bellas Artes Eulalia Valldosera, con su habilidad para comunicar los entendimientos, vivencias y emociones más profundas de la humanidad a través de un lenguaje evocativo y novedoso. Su obra ‘La despedida’ (2020) evoca emociones profundas y reflexiones sobre la mortalidad. También se pueden apreciar la obra de acuarela y acrílico del catalán afincado en Teruel Ramón Boter.

El recorrido continúa con la cautivadora instalación de vidrio de la zaragozana Sandra Moneny en la que, a través de un círculo de sal configurado según las medidas sagradas del círculo de trasformación del lugar y pequeñas ampollas de vidrio soplado, graba el nombre de todos sus antepasados y su familia actual a modo de recuerdo y homenaje. Mientras, la ceramista Reyes Esteban de Celadas realizó una obra con pasta egipcia para acercarnos al ritual funerario de la cultura egipcia.

Recorrido que termina con la impactante instalación del artista performance de Málaga Ernesto Artillo, titulada ‘La medida de Dios’, obra que nos retrae a un mausoleo de un árbol muerto, a través de cada parte del tronco que se ha cortado en diferentes medidas para unificar la altura de un grupo muy heterogéneo de personas en las que se encuentran artistas, políticos, dictadores, empresarios, activistas, con el fin de igualarnos a todos.

Eulalia Valldosera. ‘La despedida’ (2020). Producida por Fondazione del Monte de Bologna e Ravena.

La tercera área, denominada ‘Lo trascendido’, empieza con una frase de Alejandro Llano: «Trascender hace referencia a lo que está más allá de nuestro horizonte vital». Una sección en la que se presentan obras que exploran la trascendencia y el legado más allá de la vida.

Destacan la instalación escultórica poética del artista Alejandro Mañas, de Castellón, quien nos presenta un reclinatorio con frases bordadas de la ‘Noche Oscura’, de San Juan de la Cruz, enfrentado con un lienzo que representa una excavación arqueológica en la noche a modo de meditación, de búsqueda y conexión con el más allá, en la que invita al espectador a reclinarse y emprender su viaje. 

Por otro lado, la escultura con material reciclado del turolense Gene Martín es la que da nombre a todo el proyecto con su obra ‘El espíritu ni nace ni muere’, que, con sus materiales reciclados, no solo nos invita a reflexionar sobre lo efímero de la vida, sino en la filosofía de la trascendencia a modo de pregunta.

Asimismo, se exhibe la fotografía del también turolense Leo Tena, titulada ‘La luz I’, invitándonos hacia una estética de contrarios con la luz y la oscuridad, así como una escultura del talentoso artista italiano afincado en Málaga Mijael Ruggieri y la cautivadora escultura del zaragozano Hugo Casanova.

Vista de la exposición con la obra de Alejandro Mañas, ‘La noche trascendida’ (2023); Alina Rotzinger, ‘Transfera’ (2023); y Leo Tena, ‘Luz I’ (2018).

En la cuarta área, titulada ‘Reflejos del Espíritu’, acompañada de la famosa frase de Bernard Shaw «Los espejos se emplean para verse la cara; el arte para verse el alma», se agrupan obras que exploran la esencia del espíritu. La artista catalana Joana Cera, quien ha obtenido la Beca Botín y a Beca de la Real Academia de España en Roma, participa con una pieza sonora única que se escucha a través de un código QR labrado en piedra.

Mientras que la mexicana Alina Rotzinger presenta una escultura de metal y madera llena de simbolismo. Su obra ‘Transfera’ nos habla de su experiencia del concepto de muerte, en el que comenta que es único para cada persona. El conjunto de la sección continúa con las ocho acuarelas del grupo Círculo del agua de Madrid, quienes nos trasportan a todo un mundo de reflejos del espíritu, a toda una poética interior.

Mientras, la artista estadounidense Laura Kmetz nos introduce e integra con la naturaleza a través del simbolismo del agua. Recorrido que continúa con las pinturas japonesas de la venezolana Mariela Morales, la instalación de la mexicana Laura Rubio y la acuarela de la artista granadina Araceli García, quienes también enriquecen esta sección temática.

‘El espíritu ni nace ni muere’, de Gene Martín.

‘Del principio al fin’ es el título de la última zona de la muestra donde se exponen las obras del catalán Carlos Pujol, que presenta una escultura labrada en madera que en su interior podemos ver un corazón que, con unos juegos de cristal, hacen de este símbolo lo infinito.

Recorrido que continúa con un conjunto de sagrados corazones pintados a modo pop de la turolense Carolina Cañada, la instalación conceptual del zamorano Luis Salvador (ganador de la primera edición del premio Spiritu del Museo de Arte Sacro de Teruel), quien nos habla de la obra en proceso y donde la tela del lienzo inmaculado se convierte en símbolo de cuerpo, presentada como un sudario donde están los recuerdos de su abuela –esa tela guardada como ajuar con delicadeza que tocaron sus manos–. El apartado termina con el óleo del artista barcelonés Fernando Gaya, la instalación de la también catalana Marta Ortega y la vidriera de la artista de Linares de Mora Carmen Solsona.

Para dicha exposición, la Fundación Térvalis ha editado un catálogo con la colaboración de la Comarca de Andorra-Sierra de Arcos, en la que se recogen los textos de Fernando Ruiz Valero, Gene Martín Izquierdo y un servidor, así como la reflexión de cada uno de los artistas participantes. Catálogo que se puede adquirir en el Monasterio.

La exposición colectiva ‘La muerte no existe. El espíritu ni nace ni muere’ nos invita a sumergirnos en un viaje emocional y reflexivo, explorando la temática universal de la muerte desde diversas perspectivas artísticas. Al experimentar esta muestra, nos adentramos en nuestras emociones más profundas, despertando cuestionamientos internos y generando un diálogo personal sobre la finitud de la vida. Es a través de esta experiencia estética y emocional que nos confrontamos con nuestra propia mortalidad, abriendo espacios para la reflexión, el crecimiento y la apreciación de la existencia en su plenitud.