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A modo de obituario
Josep Soler Vidal, Monjalés (Albaida, 1932 – València, 2023)
Viernes 28 de julio de 2023
Ha muerto, aunque parezca mentira, Monjalés (Josep Soler Vidal). Aunque parezca mentira, porque era tal la pasión que sentía por la vida, traducida a lo largo del tiempo en su pintura igualmente apasionada, que se daba por segura su inmortalidad. Pero no: el tío de la guadaña -tan siniestro como indiferente a los anhelos de vida por fuerte que estos sean- vino el pasado viernes 28 de julio para llevárselo, tras permanecer en coma inducido en el Hospital Clínico de València.
Son varias las veces que llegamos a coincidir en exposiciones suyas y ajenas, y en todas ellas destacaba su figura menuda, sus ojos vivos y chispeantes, y la sensación -derivada de la suma de su aparente fragilidad y la potente energía que despedía- de hallarnos ante un ser que, siguiendo a Milan Kundera, conjugaba la insoportable levedad existencial con un pensamiento cargado de dinamita.
Aprovechando la más larga conversación mantenida con el artista, con motivo de su exposición ‘Monjalés, una trayectoria artística: 1953-2014’, acogida por partida doble en el Centre del Carme Cultura Contemporània (CCCC) y Fundación Chirivella Soriano -donde permaneció hasta el 29 de junio y 7 de septiembre de 2014, respectivamente-, recuperamos el texto derivado de aquel encuentro publicado en MAKMA, a modo de sentido homenaje a su genio y figura.
Texto publicado el 5 de mayo de 2014
Tiene 82 años muy bien llevados. Quién sabe si fruto de una vida dedicada con pasión al arte. Cuando habla de su obra, que arranca a principios de los años 50, la mirada parece regresar al instante de cada creación, emanando un brillo que diluye las tinieblas del pasado proyectando un gran chorro de luz hacia el futuro.
La represión franquista, que le obligó a un exilio prolongado durante 46 años, apenas ha dejado huella en su figura, que se mueve impulsada por esa energía interior depositada en su dilatada producción. De hecho, diríase que ha salido indemne de tan tristes avatares, gracias al vital combate sostenido en cada una de sus obras. Ahora, de vuelta en Valencia, Monjalés (Albaida, 1932) puede disfrutar de la amplia retrospectiva que le dedican al alimón el Centre del Carme y la Fundación Chirivella Soriano.
Josep Soler Vidal, Monjalés, comenta sus obras una por una, deteniéndose en aquellas que mejor explican cada etapa pictórica o marcan el salto hacia una nueva. Y la palabra salto es fundamental. “Cuando un pintor está sujeto a perpetuar la inutilidad de un momento en su día vivo, está condenado a morir”.
Por eso Monjalés ha ido saltando de serie en serie, renovándose a cada instante, para no caer en esa trampa de la repetición a la que suele abocar cierta docilidad comercial. ¡Y eso que pudo hacerlo! Tras la Bienal de Venecia de 1960, en la que participó, la prestigiosa galería Marlborough quiso montarle una exposición que él rechazó. “Querían que hiciera el tipo de obra que había presentado en la Bienal, cierta abstracción revolucionaria, pero yo estaba en otra cosa y les dije que no volvía a la abstracción”.
Los seres aterrados que aparecen en su serie sobre la lucha, los vencidos y los torturados destilan idéntico terror al que manifiesta Monjalés por la repetición y el acomodado encasillamiento. Por eso en la retrospectiva de más de un centenar de obras, repartidas entre el Centre del Carme y la Fundación Chirivella Soriano, se recogen las diversas etapas por las que ha ido saltando Monjalés: desde sus primeros paisajes de Albaida (“fuera de lo manido”), a sus últimas producciones en homenaje a la expedición botánica del Nuevo Reino Granada dirigida por Mutis, pasando por su serie ‘El pacto de las premoniciones’, en torno al jardín de las delicias de El Bosco, sus ‘Itinerarios’, su serie negra más constructivista, los mapas ibéricos, los derrotados o vencidos, ya más figurativos, o sus ‘Hijos de España’.
El Centre del Carme acoge las 54 obras que van desde sus inicios paisajísticos al cuadro ‘La paloma de la paz’ (1960), que Monjalés señala como el último de su serie plenamente abstracta. Cuando en 1954 viaja a Madrid, se queda impresionado con ‘El jardín de las delicias’ de El Bosco, del que se sorprende que no fuera a la hoguera por esa obra repleta de provocativas escenas sexuales.
Monjalés agrega elementos de ese cuadro a sus figuras en la serie sobre las premoniciones, dando como resultado un conjunto de piezas igualmente sorprendente. Otro viaje posterior a Bélgica le introducirá de lleno en el informalismo. “Entonces no había nadie informalista y hoy, en cambio, se hace mucho, lo cual me parece ridículo porque significa estar muerto”. Alain Robbe-Grillet, escritor y teórico del nouveau roman, o el poeta Paco Brines, figuran entre los compradores de sus obras informalistas.
Siempre en la búsqueda de nuevos caminos, ideas o formas de expresar lo que muerde por dentro, Monjalés empieza a enseñar la patita figurativa por debajo de la puerta de la abstracción, que es donde arranca la muestra de Chirivella Soriano. Allí, las figuras aparecen dolidas, derrotadas, vencidas o en abigarrada lucha contra la falta de libertad que por aquellos años 60 representaba el franquismo.
“Son figuras suspendidas en el aire, que representan lo más denigrante, el sometimiento del ser humano a lo peor”. Obras que, como subraya Monjalés, están impregnadas de cierta lucha (pictórica y representacional) por “hacer y deshacer”. Pintura que, más que social, el artista entiende de “lucha y protesta contra el franquismo”.
Su serie ‘Los hijos de España’ tiene el complemento idóneo del poema de Antonio Machado escrito sobre la pared, elegido por el propio Monjalés: “Ya hay un español que quiere vivir y a vivir empieza, entre una España que muere y otra España que bosteza. Españolito que vienes al mundo te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón”.
Las cerámicas de la última planta, con fragmentos de Gaudí y referencias picassianas, su serie de sellos, nuevas sombras (con los pífanos de Manet), las oraciones comparativas y las ‘Adveraciones taléticas’ completan el recorrido.
“Siempre he pensado que la función del ser humano es hacer algo significativo o denunciar algo”. Ahora está enfrascado en su serie botánica, como “apología de la conservación de la naturaleza”. De manera que Monjalés, lejos de regresar a Valencia a lomos de cierta nostalgia, sigue mirando el futuro con insistencia creativa. Su inquietud no encuentra límite alguno en retrospectivas por amplias que éstas sean.
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