Marina Heredia

#MAKMAMúsica
Entrevista a Marina Heredia
‘Les Arts És Flamenco’
Teatre Martín i Soler
Les Arts
Avda. del Professor López Piñero 1, València
24 de febrero de 2023

De La Rochina, uno de los bares que llevó su padre, capo de los parrones granadinos, podría haber salido estrella Michelín, pero le pudo ser cantaora. En el bajo de la casa familiar, Marina Heredia (Granada, 1980) echó sus primeros cantes.

Los referentes no escaseaban: su padre, Jaime Heredia El Parrón, de cante granítico, sutil y amolado como un masaje de Freddy Krueger en un spa y que solo se animó a grabar por aclamación de los parientes; su abuela, Rosa Maya La Rochina, matriarca que es toda una institución en el Sacromonte; y, siguiendo ese mismo camino, se llega a un buen puñado de figuras de la zambra.

Su voz es una mezcla de timbres veteranos y noveles, herencia con estelas de dolor que anudan este siglo con el XIX. De haber sido una forajida a lo Annie Oakley, aparecería en las cartelas de ‘Se busca’ con un palillo entre los dientes y la mano en el paquete. Así de dura, así de imponente. Aunque, en el trato cercano, las risas trocean y se insertan en las respuestas.

Ha colaborado con el pianista Dorantes, con la Orquesta de Chicago, ha reverdecido clásicos en sus discos (cuatro propios) y tiene la habilidad de sacar el flamenco de la riña para consagrarlo como patrimonio institucional y aquietar, con sus arreones, a los curiosos, a los levantiscos, a los agradecidos y a los puretas con certezas de proyección al futuro.

Marina Heredia, en un momento de la entrevista con Sergio Moreno en el Palau de les Arts de València. Foto: Sergio Lacedonia.

En Marina Heredia hay varias Marinas. ¿Se respetan o a veces quieren salir todas juntas?

Dentro hay un poco de todo. Hay milongas, alegrías, seguiriyas, malagueñas, soleás, hay canciones. Lo clásico y lo más rebelde conviven.

¿Cuál es la importancia de los escuderos de la guitarra para una cantaora? En el caso de José Quevedo Bolita, el tuyo, se nota la complicidad de alguien capaz de intuir lo que vas a decir antes de abrir la boca. 

Son imprescindibles. Bola y yo llevamos trabajando juntos veinte años. He tenido la suerte de trabajar con otros muchos guitarristas, y sigo, de vez en cuando, pero el que mejor me entiende, el que mejor me acompaña, al que no tengo que hablarle, solo mirarlo, es él, el Bola. Además, me compone a medida, lo que hace para mí son trajes a medida porque me conoce muy bien vocalmente.

¿Qué ocurre si hay criterios musicales, de arreglos, distintos entre el guitarra y el cantaor? ¿Se consensua un término medio? ¿Te sales con la tuya por ser la jefa?

¿Sabes qué pasa? Que tengo muy mala memoria. Por eso, normalmente, la razón la tiene el Bola. Es cierto que hay muchas cosas que, un día, las sientes de una forma y, otras veces, las sientes de otro. Unos días tienes unas apetencias y otros estás muy diferente.

Has cantado a Bambino, a Camarón, a Adela La Chaqueta… ¿Es eso más difícil, sabiendo que son figuras consagradísimas, que grabar, por ejemplo, la soleá del Parrón? No solo por lo kilométrico de tu registro, sino por ser el protagonista tu padre.

Lo más difícil siempre es que tu personalidad y tu criterio se impongan de una forma natural, no a la fuerza. Cuando canto algo de algún bicharraco de estos que has citado no intento imitarlos ni copiar lo que han hecho porque es imposible. Lo que intento es, con mucha admiración y respeto hacia ellos, sacar mis maneras. Me da más miedo cuando tengo que hacer algo que no existe. Ahí, la primera eres tú y te conviertes en un referente. Lo veo más difícil.

Marina Heredia, en un momento de su actuación en el Palau de les Arts de València. Foto: Sergio Lacedonia.

Hablando de referentes… Esa crianza que has tenido tan flamenca, ¿es un peso extra en la carrera? La curiosidad del aficionado, honrar el apellido, abrillantar el legado de una saga…

Es un arma de doble filo. Por un lado, lo puedes tener más fácil porque has interiorizado ese mundo, lo has visto desde pequeña. Pero eso luego hay que superarlo. Con independencia de quién sean tu padre o tu madre, tienes que encontrar tu camino como artista, tu marca. Yo no puedo evitar sacar ciertos ecos, formas, que son de mi familia. Cada vez tengo más cosas suyas, eso lo sabe el Bola, que los conoce mucho. No las busco, pero aparecen.

Alguna vez has dicho, o criticado, que al flamenco le falte promoción. ¿Más que ese escaparate que fue el reconocimiento como Patrimonio Cultural Inmaterial?

Le falta porque las instituciones no han actuado en consecuencia. El flamenco, por lo menos en Andalucía, debería estar en los colegios; que es verdad que ya hay muchas iniciativas institucionales y parece que las cosas se están moviendo, pero el sector del flamenco, no en lo artístico, sino en lo profesional, su industria, está muy muy verde aún.

¿En qué sentido? ¿Oportunidades, circuitos estables, prejuicios?

En España quedan todavía muchos prejuicios.

¿Aún hoy?

Sí, sí. Aún hay un sello puesto al flamenco como de algo casposo, como de antiguo, como «eso es lo que escuchaba mi abuelo». A los artistas jóvenes de ahora no se los escucha con demasiada atención; es gente vive en su día a día, que tiene una raíz muy importante y muy valiosa, pero no dejan de ser músicos. Creo que poquito a poco la calidad se impone.

Por eso imagino que te implicaste en iniciativas como la unión de artistas flamencos. En los primeros pasos de ese grupo, ¿ha habido algún logro, algún avance?

Seguimos con ello, con Unión Flamenca. Nació para defender los derechos del trabajador, no entramos en nada artístico. Cada uno con su talento que haga lo que pueda.

Se quiere evitar esa historia romantizada del flamenco del cantaor o del guitarrista tocando al lado del señorito mientras está bebiendo tinto y chupando cabezas de gamba.

Por supuesto. Si el señorito te da de alta, aún… Hay muchísimos flamencos que, desgraciadamente, han estado trabajando toda su vida y cuando llegan a una edad no tienen derecho a una pensión, a tener una medio tranquilidad económica que les pueda asegurar la vejez.

¿Dirías que hay artistas que están marcados y otros que gozan, o gozáis, de más libertad creativa, de poder jugar con los márgenes? En ocasiones, parece que lo de los palos del flamenco haga referencia a los estocazos que se lleva el artista.

La libertad se la tiene que ganar uno mismo.

Marina Heredia, durante su concierto en el Palau de les Arts de València. Foto: Sergio Lacedonia.

¿Eso tiene que ver con la procedencia, con el respeto que infundes, con haber tenido una coherencia a lo largo de tu carrera?

Es imprescindible tener una solvencia como artista. Locuras siempre hay tiempo para hacerlas, pero no se trata de eso. Se trata de ser libre y de ser feliz con lo que haces en ese momento. El flamenco, además, es una música tan elástica y tan completa y, a la vez, tan difícil que cualquier otra cosa nos resulta relativamente fácil a los flamencos, con la peculiaridad de que a otro cantante de otra disciplina o de otra música le puede costar la vida cantar una seguiriya o que lo vea algo imposible. Ahí tenemos un punto a favor que nos ayuda a derribar fronteras.

¿Por qué se sigue considerando un agravio lo que está más que trillado? El contacto del flamenco con otras músicas, jugar con nuevas armonías, instrumentos nuevos… ¿Falta de memoria? ¿Sorpresa sincera?

De un tiempo a esta parte se han hecho cosas que no tenían mucho sentido y que nos las han querido vender como si fueran flamenco. Ahí es donde vienen el enfado y el desconcierto de los flamencos: no se puede llamar a todo flamenco. Si tú haces una soleá dentro de un tema de los Rolling, estás haciendo una soleá. Estás haciendo flamenco. Pero cantar «ay, ay, ay», eso no convierte la música en flamenco.

No empezaste como cantaora, sino bailando. Muchos cantaores empiezan atrás y acaban siendo protagonistas al filo de la silla. 

Sí, pero era muy mala.

¿Porque te lo decían o porque considerabas que eras mala?

Porque te lo digo yo.

¿Y, aunque breve y lamentable, esos pasos te proveyeron de algún recurso?

De verdad, es que no me dio tiempo, no tenía ni pies ni cabeza ni gracia. Sí me dio las herramientas para admirar el baile. Me quedo embobada. Me acuerdo, cuando empecé a cantar, que fui a hacer un espectáculo con Eva la Hierbabuena para la Bienal, con 18 años, y era la primera vez que me separaba de mi padre. Hasta entonces, siempre había ido con él. Me acuerdo que me tocaba cantarle a Eva y no lo hacía porque me tenía hipnotizada. Sus entradas, el movimiento, la ropa. Había un momento que Paco Jarana, su marido y guitarra que la acompañaba, me miraba como diciendo: “¡Niña, la letra!”. Yo estaba mirando como las tontas, el baile me parece algo maravilloso.

¿Cuáles son tus mitos, allá donde te dejas caer cuando tienes dudas o te falta inspiración?

Leo mucho a Lorca. Siempre tengo cerca las obras completas, que además busqué por Internet una edición de las antiguas, y la verdad es que recurro mucho a él. Camarón es mi cantaor de cabecera. Fuera del flamenco, escucho mucha música sudamericana, mucha música latina de los años 50, Blanca Rosa Gil, Moncho. Me gusta la música sencilla, que es la más difícil.

Marina Heredia
Marina Heredia. Foto: Sergio Lacedonia.