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Entrevista a Marcel Barrena
Director de ‘El 47’
III Festival Fronteras València
Palau de les Arts
Del 28 al 31 de mayo de 2025
Salvo a los lectores muy cinéfilos, probablemente el nombre de Marcel Barrena no les suene demasiado. Pero si decimos que es el director de ‘El 47’, uno de los grandes éxitos de la taquilla del cine español de este último año, las cosas quizá empiecen a ponerse en su justo lugar.
Barrena llegó a València para participar en el Festival Fronteras, que se celebró del 28 al 31 de mayo en Les Arts. El certamen tiene por objeto reunir a escritores o voces del cine con el mundo de la música. En este caso, Marcel Barrena venía para reunirse con Arnau Bataller, compositor de trabajos como la mencionada ‘El 47’ o ‘Mediterráneo’ ambas dirigidas por el director.
Un encuentro cercano con el público para reflexionar sobre la filmografía de un realizador comprometido con todo tipo de causas. Si en ‘100 metros’, su primera película, hablaba de una enfermedad como la esclerosis múltiple, y en ‘Mediterráneo’ abordaba el problema de la inmigración, ‘El 47’ se puede leer también como un drama de corte social sobre otro tipo de inmigración: la del campo a la ciudad durante el inmediato posfranquismo.
Hablamos con Barrena en una agradable charla el día después del anuncio del trágico accidente de un cayuco en el puerto de La Restinga, en la isla de El Hierro, en la que habían fallecido siete inmigrantes en lo que ha sido otro día negro para Canarias. Un hecho que, para bien o para mal, entronca con el cine de nuestro entrevistado.
La primera pregunta tiene relación con el encuentro al que has venido a participar. Yo creo que en España se habla poco del cine, de cómo se hace el cine, de sus formas, de manera que el espectador no sabe mucho de la trastienda de esta industria. Tú has venido a hablar de tu cine. ¿Cómo te sientes a ese respecto?
Bueno, yo es que todavía me siento como un forastero. Me siento con síndrome del impostor. Hace diez minutos le he mandado un mensaje a un director muy conocido en el mundo entero y pensaba: “Hostia, es que yo todavía no me atrevo a decir que me dedico a esto”. Me da todavía mucho rubor.
Para mí, los directores de cine son con los que yo crecí –Spielberg, Zemeckis–; ellos hacían cine para mí. Pero, bueno, yo mismo he hecho la reflexión de que no todos los jugadores de fútbol pueden ser Messi. También hay jugadores profesionales en segunda división. Yo estoy ahí y, en ese sentido, al hablar de cine yo hablo de lo que a mí me ha tocado, que a lo mejor no es superprimera división, pero supongo que, dentro de lo poco que sé, es de lo que más sé.
En ese sentido, me sigue fascinando que a la gente le siga interesando cómo se hacen las películas, que es bastante menos glamuroso y mágico de lo que la gente se cree. Hacer las aplicaciones para las ayudas, hacer los pitch para las cadenas… Hay una guerrilla que es la realidad del mundo del cine y que la compartimos todos.
Una de las cosas bonitas que me han pasado este año con ‘El 47’ –que sí que creo que, de alguna forma, me ha puesto en otra liga– es que pasas a conocer a gente que ya jugaba en esa liga antes que yo y te das cuenta de que tienen las mismas torturas y las mismas inseguridades. Eso, de alguna forma, es bonito.
Ya que lo comentas, si tuvieras que hacer una panorámica, como industria, ¿cómo encuentras al cine español? ¿Cuál sería tu diagnóstico?
Yo creo que el cine español es uno de los más ricos que hay en el mundo. Es un cine que no tiene filtros de género, que es capaz de rodar en tres o cuatro idiomas; hay muy pocas cinematografías que pueden hacer eso. Yo soy muy crítico con los festivales, pero es un cine que, año tras año, en los grandes premios, en los Óscar, por ejemplo, tiene representación.
Dudo que haya otra cinematografía que mantenga ese nivel. Con los recursos que tenemos y los resultados que damos, no sé qué otro país se puede igualar al nuestro. Creo que ni siquiera Estados Unidos (hablo a nivel de calidad-precio). Claro, ellos con presupuestos de 200 millones, nosotros con presupuestos de (la que más tiene) quizá cinco o seis. Obviamente, se notan las diferencias.
El fútbol siempre nos sirve para poner en perspectiva las cosas. Si tú eres el Eibar o el Mallorca, juegas en la misma liga que el Barça y el Madrid, pero los objetivos no son los mismos. Un triunfo para el Mallorca puede ser clasificarse para la UEFA, y un fracaso para el Madrid es no ganar LaLiga. Nosotros creo que somos un muy buen equipo en base al presupuesto que tenemos.
Si nos atenemos a las temáticas que abordas, se podría decir que tu cine se englobaría en lo que podríamos entender como un cine social. No sé si te sientes cómodo con esa etiqueta. Por otra parte, ¿de dónde te viene esa inquietud por ciertas temáticas? ¿Cuál sería el origen?
Pues, no lo sé. No lo hay, no hay origen. Por ejemplo, mi ilusión, en realidad, es ir a ver ‘Misión imposible’. El otro día fui a ver ‘Misión imposible’ y hacía tiempo que no sentía la ilusión de ir al cine, de comprarme palomitas y disfrutar del evento cine. Para mí, el evento cine era ver ‘Indiana Jones’, ver ‘La guerra de las galaxias’, ver ‘Regreso al futuro’, o ‘El secreto de sus ojos’. Eso es lo que a mí más me motiva.
Es verdad que, luego, si tengo la suerte de poder dedicarme a esto, me pregunto qué herramientas tengo para hacer películas, para hacer eso realidad. Y si tengo que dedicar tres o cuatro o cinco años a una peli, que es lo que le suelo dedicar, a lo mejor no es el cine que más me gusta como espectador, pero sí como miembro de una sociedad o de un país.
Es decir, ¿qué puedo aportar yo desde lo mío? ¿Qué puede aportar un panadero, un abogado, una profesora, una doctora, desde lo suyo para mejorar el entorno? Pues si yo tengo la suerte de poder hacer esto y, a la vez, tengo que dedicarle cinco años de mi vida, que sea algo que tenga un poco de sentido para los demás y para mí. Va un poco por ahí.
No sé, me he configurado así, pero no con una misión. Mis pelis, obviamente, no son perfectas. Siento que estoy aprendiendo. Ya veo yo lo que les falta, pero sí creo que son pelis que suman y que han ayudado a colectivos; y a mí eso me emociona.
¿Qué influencia dirías tú que tiene ese cine en la sociedad? ¿Sigue siendo el cine una herramienta potente para tratar de hacer llegar ciertos mensajes?
Creo que es la más potente. El cine y, a un largo plazo, la educación y la inversión en cultura general; pero el cine es inmediato. Creo que no hay otra expresión artística que tenga la potencia del cine. El cine se puede ver en todo el mundo, al momento; no necesita el tiempo de inversión en un libro y tampoco es tan fugaz como un cuadro.
Yo creo que dos horas delante de un mensaje, con grandes actores, bien rodado, es un anuncio, es un motor de empatía, de generar emociones, de lazos. Cuando el SIDA era un tabú, ‘Philadelphia’ (Jonathan Demme, 1993) contó qué era el SIDA. ‘La lista de Schindler’ (Steven Spielberg, 1993), otro ejemplo; hay tantas películas que nos han enseñado cosas.
Creo que no hay un libro que pueda tener ese impacto. Son mecanismos de empatía. Tú conectas con ese personaje y lo que está sufriendo ese tío lo sufres tú y te pones en su papel. Son dos horas, sí, pero a lo mejor el mensaje dura mucho más tiempo. A lo mejor, una película en sí no sirve como motor de un cambio, pero sí que detona cosas o ayuda. Sí, yo creo que el cine sigue siendo y siempre será un mecanismo de empatía enorme.

Como guionista, como cineasta, como retratista de esa realidad, ¿cómo te relacionas tú con esa transición de lo real o de los hechos reales a la ficción? ¿Cómo te relacionas con la realidad a la hora de construir tus ficciones?
Bueno, cuando tú haces una historia “inspirada en”, es eso: inspirada. Es decir, no es un documental. Yo he hecho documentales, pero son otra cosa. Pero “inspirada en” consiste en respetar el espíritu, el ADN de esa historia, lo que pasó, quién lo hizo. Y, luego, ancha es Castilla para que los mecanismos de la ficción, de la estructura cinematográfica, funcionen.
Yo lo que he hecho en mis tres pelis de ficción ha sido asociarme directamente con las personas reales o con sus descendientes. Para conocer un tema del que podía no tener ni puñetera idea, afortunadamente, como es la esclerosis múltiple en ‘100 metros’, necesitaba de la experiencia de la gente real y me hice muy amigo de Ramón Arroyo [su protagonista]. Todavía hoy somos amigos.
En ‘Mediterráneo’ fue con Òscar Camps… Obviamente, yo no puedo subirme a una barca a salvar a gente en el mar, pero él sí. Entonces, ¿qué podía hacer yo desde lo mío? Pues contar su historia. Òscar Camps se implicó en la peli, Open Arms se implicó al 100 % en la peli, usamos incluso sus motos de agua, sus barcas, todo lo que ellos tenían, pero luego la peli les devolvió muchas cosas.
Y lo mismo con ‘El 47’, que es la primera película que hago sobre hechos reales sin el personaje real, porque estaba muerto; ahí fue con la familia. Desde el primer día, yo les cuento a todos los personajes que esto es una ficción, que vamos a ser muy escrúpulos y muy respetuosos con esas personas, pero también saben que vamos a cambiar cosas porque así funciona la ficción.
También pasa que algunos de los personajes más importantes de mis pelis basadas en hechos reales nunca existieron. En el caso de ‘El 47’, Felipín no existió, y Joana era un hombre, por ejemplo. En ‘100 metros’, el personaje de Karra Elejalde no existe. En ‘Mediterráneo’, algunos de los socorristas que protagonizan la peli no estaban en ese rescate, etcétera. Pero eso, en realidad, es circunstancial. Estamos hablando de cosas más importantes.
En ese sentido, ¿qué le da la ficción a la realidad para que necesite ese paso, para que te inspire?
¡Oh! Bueno, le da cine, le da poesía, le da las trampas que tiene el cine para emocionar; la realidad no es tan emocionante. Y, bueno…, a lo mejor el cine es la parte más bonita de la realidad. El cine siempre creo que es mejor que lo que pasó de verdad.
Pensado en esta cita contigo y en tu película ‘Mediterráneo’, ha coincidido que ayer [28 de mayo de 2025] fue noticia el accidente de este cayuco que ha volcado en El Hierro, en el que han perdido la vida varias personas. Parece que nada cambia. ¿Qué percibes tú cuando esos temas que has tratado siguen ocurriendo en la realidad? ¿Cómo te sientes, como cineasta que ha tratado ciertas cuestiones, cuando la realidad sigue manteniendo este conflicto?
El cayuco de ayer o todo lo que hemos vivido con ‘El 47’. ‘El 47’ es una peli que habla sobre la integración de los que más lo necesitan, que son los que vienen de fuera, los expulsados de su tierra. Tiene que ver con cómo se les recibe, o cómo se les ayuda o no a adaptarse. Habla sobre la integración de las lenguas distintas y cómo conviven entre sí.
Habla también sobre la crisis de la vivienda. Y es una película que sucede en los años 50 y en los 70. No sé si a alguien le puede sonar hoy: cómo conviven las lenguas en Cataluña, el problema de la vivienda y cómo se recibe a los que vienen de fuera. Son exactamente los mismos problemas de hace 50, 100 o hace 200 años.
O lo que está pasando en Gaza. ¿Cómo se sentiría el señor Spielberg si viera hoy, (bueno, supongo que lo verá en su casa) lo que está ocurriendo en Gaza perpetrado por el Estado de Israel, que, a su vez, en su tiempo, sufrió lo que ellos mismos están cometiendo ahora? La historia es cíclica. Las cosas se repiten y se repiten, y nosotros, desde lo nuestro, podemos volver a poner el altavoz para que la gente, el mensaje, llegue de alguna forma, para que las cosas se recuerden.
Pero la especie humana es altamente defectuosa y, al final, el poder, el capital, acaba venciendo a la propia historia. Pensamos que lo vamos a hacer mejor, que lo vamos a hacer distinto, pero acabamos otra vez y otra en lo mismo. Y ¿cómo se arregla? No sé si se tiene arreglo. El poder gana. Es que es así. Podemos poner resistencia, pero está un poco complicado.
Cuando estrenaste ‘El 47’, hubo alguna crónica que celebró la vuelta de un cine comprometido, que remitía a la lucha de clases, un tema que parecía haber desaparecido del cine español. ¿Estás de acuerdo con esa visión? ¿Qué te pareció el recibimiento que tuvo la película?
No, el recibimiento fue perfecto. Lo que pasa es que yo intento mantenerme al margen de los que opinan del trabajo de los demás y de los que nos ubican en sitios. A mí, esta película me ha costado cinco años, muchos lloros, terapia, amistades, he ganado otras…
Hacer una película, para las personas que nos dedicamos a esto, es una cosa muy compleja, son experiencias muy duras, muy dolorosas y muy agradables también. Y de lo que se publica sobre lo que hacemos, pues vale, ok. Hombre, si es para celebrarlo, perfecto. Nosotros hacemos historias y, a no ser que sea un encargo puramente comercial, que responda a un algoritmo, estamos cinco años para contarlas y no buscamos separarnos de nada o salirnos de una moda o romper con una tradición.
Yo, al menos, hago las historias que me emocionan. Si hacía tiempo que no se hablaba de la lucha de clases, no lo sé. A lo mejor, sí. Una cosa que pensé, es verdad, es que no recordaba la última película que se había centrado en el periodo de la postransición en España. Pero tampoco lo hice a propósito. Yo me encontré la historia de Manolo, me emocionó y ya está. Todo lo demás, que hablen bien o mal, no va con nosotros.
La película, de alguna manera, reivindica el valor de la comunidad. Hablar de comunidad hoy es casi extraño, como si hablaras de algo revolucionario. ¿Se ha perdido este elemento comunitario en la sociedad?
Bueno, yo no soy sociólogo, pero, no sé si es porque soy un poco boomer, creo que cada superavance tecnológico conlleva una experiencia que requiere una adaptación. Ahora estamos en una época en la que estamos aprendiendo a usar las redes y el discurso de fugacidad de las redes.
El discurso del ahora. Antes, las cosas costaban un montón. Tener una cita costaba un montón. Ese «ahora» tiene cosas muy buenas, como que puedes saber exactamente lo que está pasando en Gaza, pues eso, ahora. Hace veinte años era imposible, te lo contaban a meses vista. Hoy puedes saber lo que está pasando en Nueva Orleans o en un poblado de esquimales al momento.
Eso es muy bueno, pero ¿qué genera también? Pues genera que, como tenemos acceso a todo, lo más cercano a lo mejor deja de importarnos tanto. Antes nuestra realidad era nuestra comunidad de vecinos y nuestro barrio. Ahora nuestra realidad es el mundo entero. Esto es muy bueno, por un lado, pero también es malo porque se rompen los vínculos. La inmediatez tiene eso.
Yo creo que necesitamos un periodo para educarnos, para educar a las siguientes generaciones de cómo se puede encontrar un equilibrio. Seguro que, si te vas a las asociaciones de vecinos de muchos barrios, te encuentras a un montón de gente joven.
También está ese discurso de siempre de que los jóvenes de hoy no se adaptan y tal. Mira, hay una frase que a mí me encanta que dice que “los jóvenes de hoy no escuchan a sus padres, no atienden a sus profesores, y no respetan las normas”. Pues es de Sócrates. O sea, es de un tío que te está hablando de esto hace 3.000 años, en Grecia.
Es decir, que ese discurso de “lo nuevo es malo” siempre ha estado ahí, pero en realidad no lo es tanto. Lo que necesitamos es una curva de aprendizaje. Yo creo que por el tema va por aquí. Es una desconexión porque todavía estamos entendiendo qué es esto de Internet, pero luego volverá a importar más el aquí y ahora.

Antes has comentado el hecho de que, a pesar de todas las resistencias o barreras que pongamos, parece que el poder siempre se sale con la suya. Sin embargo, tus películas tienen un elemento positivo ante la realidad. ¿De dónde te viene ese positivismo?
No lo sé [risas]. No tengo ni idea. En realidad, hay humor en todos lados. Seguro que, incluso en los campos de exterminio (bueno, ahí está ‘La vida es bella’) había chistes, porque el humor siempre nos ayuda. A lo mejor me viene de esas pelis que me gustaban de niño, como ‘Indiana Jones’; son pelis en las que siempre había risas.
Yo creo que, aunque los temas sean muy oscuros, darle un poco de humor está bien. Mis pelis podría haberlas enfocado de una forma muy distinta. Una película sobre la esclerosis múltiple, como era ‘100 metros’, si no lo hubiéramos hecho con esos actores, con esos diálogos, con esos colores, a lo mejor hubiéramos estrenado en un superfestival o lo habríamos hecho en blanco y negro, y todos nos queremos cortar las venas; y somos superinfelices, y que mierda es todo. Pero la película no la ve ni Dios.
En el cine, la ven catorce; nos dicen qué buenos que somos, qué artistas somos, pero la película no sirvió absolutamente para nada. Es un ejercicio de narcisismo y de nihilismo (mira como pongo la cámara aquí y hago esto), pero en realidad no hubiera servido de nada a la comunidad de esclerosis múltiple.
Con esa película, hecha con luz, con buen humor, con unas estrellas de cine que generarán esa cosa de recomendación entre los espectadores, ¿qué estamos consiguiendo? Pues que la vean millones de personas que pasan a saber qué es la esclerosis múltiple, que es la función primigenia de esa peli.
Pues lo mismo en ‘Mediterráneo’. Las cosas que vio Òscar Camps en alta mar eran terroríficas, pero ¿para qué rodar eso? Podemos contar exactamente lo mismo sin enseñarlo, e incluso poner escenas de luz y de humor, entre otras cosas porque los socorristas de Open Arms también reían, también necesitaban el humor para sobrevivir. Pero, si tú eliminas eso de una peli, solo te queda el drama. ¿Y qué haces con eso? ¿Para qué? Ya tenemos suficientes problemas en la vida. Y lo mismo con ‘El 47’. Supongo que va por ahí.
Para terminar, he visto que tu próxima producción se titula ‘La Roja’. ¿Qué nos puedes contar de ese proyecto?
Bueno, en realidad no sé cuál será la siguiente. Tengo esa suerte y ese problema. Volvemos al fútbol: es como cuando un entrenador no sabe qué portero poner, porque los dos que tiene son buenos. Como ahora Flick [Hansi, entrenador del Fútbol Club Barcelona], que tenía a uno de los mejores porteros del mundo. Se le lesionó, ficharon a otro, que también resultó que era muy bueno, y ahora tiene dos buenos y tiene el problema de cuál poner.
Pues esto me está pasando con los proyectos, que no sé cuál hacer primero. Uno de ellos es, efectivamente, ‘La Roja’. Es una historia que, en cierto modo, es una mezcla de todas las películas que he hecho. De entrada, es claramente más comedia, una especie de ‘Full Monty’ sobre integración y sobre de dónde venimos, quiénes somos y quiénes queremos ser.
Es la historia de la selección española de cricket. Y, sí, en España el cricket le importa a catorce personas, pero no es una peli de cricket, es una peli sobre quiénes están jugando cricket en España. Son gente que son parias, rechazados de la sociedad que están defendiendo un país que no los quiere.
Son hindúes, pakistaníes, gente de todo el mundo que están repartiendo comida, que están trabajando en bazares, en badulaques, pero que, al mismo tiempo, están defendiendo los colores de una selección de un país al que no le interesa sus idiomas, sus culturas o su religión. Pero ellos están luchando para que España llegue a los Juegos Olímpicos.
Bueno, es lo mismo que Lamine Yamal en el Barça y en la selección española. Los mismos que defienden la Constitución y España y demás, pero no ven los grises, no ven nada, y rechazan al otro. Pues el otro ahora es un chaval de 16 años de origen musulmán que va a ser el mejor jugador del mundo y es el abanderado de la selección de fútbol.
Se trata de abordar estas complejidades que, una vez más, son altavoces que sirven para destruir y afrontar los discursos de xenofobia, de racismo, de homofobia y tantas cosas absurdas que todavía nos rodean. Pues de eso va ‘La Roja’, un título que es claramente irónico porque, en fin, molaría que la Roja fuera el país que queremos ser, donde todos seamos bienvenidos y en el que, cada uno con lo suyo, hagamos de este un país un poco mejor.

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