#MAKMAArte
‘Manolo Millares. Circa els cinquanta (Buscant la dimensió perduda)’
Comisario: Alfonso de la Torre
Familia Millares, Fundación Antonio Pérez y MuVIM
Sala Parpalló
Museu de la Il·lustració i de la Modernitat (MuVIM)
Quevedo 10, València
Del 18 de septiembre al 1 de diciembre de 2024
Alfonso de la Torre, comisario de la exposición ‘Manolo Millares. Circa els cinquanta (Buscant la dimensió perduda)’, se refirió al “par destrucción/construcción’ para caracterizar los agujeros que pueblan las ya famosas arpilleras del artista canario, una selección de las cuales se muestran en el MuVIM, junto a obras más tempranas de alrededor de los 50, aludiendo al título expositivo.
Y, a rebufo de ese mismo título, también conviene subrayar como uno de los interrogantes de su pintura, esa misma búsqueda de “la dimensión perdida” por la que se aventuró Millares, sin duda acicateado por la horadada existencia de quien apenas vivió 46 años. “Es como si hubiera tenido conciencia de la brevedad de su vida”, resaltó de la Torre.
Ese par destrucción/construcción o pars destruens/pars construens que agitó la pintura de Millares tiene desde luego mucho que ver con esa necesidad de tocar lo real de la existencia (los agujeros o abismos que nos habitan), para, una vez constatada la angustia que provoca la total falta de asideros, lanzarse a la vorágine del acto creativo que amortigüe la desazón precedente.
El propio Alfonso de la Torre trae a colación -en un escrito sobre el escultor vasco Jorge Oteiza-un comentario del artista Manolo Gil sobre la “obra agujereada” de Millares: “Descubrimos un horizonte infinito donde todo puede ser realizado. De aquí los múltiples intentos que se han producido últimamente al cambiar de materia y usar la diversidad de ellas como expresión espacial”.
Esa infinitud inabarcable, fruto de la manifestación pulsional más primaria, provoca en el artista la necesidad, tras la destrucción, de su reconstrucción, de ahí la atinada formulación de Gil sobre la enérgica pintura de Millares, recordada por el comisario: “Ahora se quedó la prisa quieta”, frase con la que Rosa Castells montó una exposición en el Museo de Arte de Alicante (MACA) sobre Manolo Millares a principios del pasado año.
Las 26 pinturas prácticamente inéditas, que el MuVIM reúne gracias a la feliz colaboración con la familia Millares y la Fundación Antonio Pérez de la Diputación de Cuenca (“hemos traído lo mejor de lo mejor”, destacó Jesús Carrascosa, director de la Fundación), vienen a dar fe de esa “búsqueda de la dimensión perdida” que Alfonso de la Torre vinculó con los “hoyos infinitos de misterio” que la atraviesan.
Un misterio que, más que sobrenatural, sobrecoge por su materialidad misma, allí donde la materia se encarna de forma, valga la paradoja, descarnada. “Ser un artista de vanguardia es estar a destiempo; sostener la ética con su propia vida”, dirá el comisario, refiriéndose a lo que el propio artista reflejó de una manera poética y que se recoge en uno los vinilos de la exposición: “Algo está pasando. Algo que no nos toca del aire, sino del suelo, como una tremenda herida blanca”.
Tocados por ese regusto arenoso del suelo, que Miralles traslada a su pintura como si fueran heridas que acontecen cuando uno da con su cuerpo en tierra, quienes contemplan su obra se sienten invadidos por esa dimensión perdida del título expositivo, pero al modo en el que la entiende el propio artista.
“No admito la tercera dimensión ficticia, óptica, pero sí una dimensión auténtica, material. Es lo que yo llamo ‘dimensión perdida’, porque su fondo es real y, en consecuencia, rompe la frontalidad mural”. Un fondo, por tanto, de lo real, en tanto aquello que quiebra el orden y descoloca por igual al artista -a su ego- y al espectador -también poseído por la necesidad del mensaje plano de la obra-.
Pinturas, muros, pictografías y las citadas arpilleras convierten la Sala Parpalló del MuVIM en un espacio místico donde lo sagrado guarda relación precisamente con aquello incognoscible de sus hoyos infinitos. “Quiero injertar el espíritu antiguo en el espíritu nuevo”, señala Miralles en otra de las citas que salpican la muestra.
“Es una obra energética que llama a las nuevas generaciones”, afirmó De la Torre. Energía que Manolo Millares apunta en este otro testimonio evocador del genio de Van Gogh al que se siente próximo: “De todos los pintores anteriores a Picasso y Matisse, Van Gogh era de por mucho el que más me interesaba pese a la importancia de un Cézanne. Su vida y su obra son testimonio vivo de una pasión humana quemada por su propia fuerza y genialidad”.
Esa pasión quemada por la genialidad, o, lo que viene a ser lo mismo, esa necesidad de crear formas con las que ceñir esa pulsión indómita del creador, atraviesa la obra de Manolo Millares, cuyas arpilleras vendrían a representar el tejido mediante el cual, o a través del cual, se perciben las huellas de quien se arriesga en busca de lo ignoto.
“El dolor es la fuente de su creación, pero un dolor esperanzado”, precisó Alfonso de la Torre. El poeta José Hierro alumbró de esta forma su camino creativo: “Llegué por el dolor a la alegría”. Manolo Millares, sin alcanzarla, dejó atisbos en su obra del poder que ejerce el misterio a punto de alumbrar esa otra dimensión buscada.
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