#MAKMAEntrevistas | Laura Herrero Garvín (cineasta)
‘La Mami’
80′, Documental | Coproducción México-España, Cacerola Films, Gadea Films y Elamedia Estudios, 2019
mujerDOC | V Festival Internacional de Cine Documental sobre Género
Hasta el 27 de marzo en Filmin
Un heteróclito grupo de hombres inguinales de la colonia Obrera de Cuauhtémoc pasean su verbo taciturno de telenovela mientras beben el mezcal noctívago de la ociosidad y bailan, afligidos y ebrios, la cumbia agridulce de las noches del Barba Azul.
Abajo, semejante a un sótano escarlata de nicotina, aspiraciones y aguardiente, las ficheras ejercen una tácita compañía que lleva sucediéndose durante más de medio siglo en este clandestino norte de Ciudad de México.
Arriba, una aroma higienizante de primeros perfumes, espejos e inodoros maquilla las confesas desdichas a las que atiende doña Olga, La Mami, encargada de custodiar las cuitas de las chicas del cabaré, tras varias décadas encomendada a su propio descenso escalonado hacia otro tiempo de cine de rumberas y melodías afroantillanas.
Un espacio insomne y recóndito al que la cinesta manchega Laura Herrero Garvín hubo asomado su mirada íntegra y documental, rubricando, así, su segundo y laureado filme –con galardones en L’Alternativa, Festival de Málaga y D’A Film Festival, entre otros– que, desde 2020, viene poblando el cronograma de festivales como la quinta edición de mujerDOC (hasta el 27 de marzo en Filmin), tras su efímero paso por salas nacionales durante la primavera de 2021.
Fraguar un proyecto cinematográfico de estas características, tras varios años de investigación previa, ¿supone reconvertir la fase de documentación en una etapa imprescindible de vínculos, implicación y confianza mutuas?
Sin duda, es necesario que en una propuesta de acercamiento como el que yo quería realizar con La Mami y las chicas del cabaret Barba Azul hubiera una implicación más allá de la mera investigación; necesitaba meterme más allá y eso pasaba por conversar y, sobre todo, escuchar y mirar con respeto, creando vínculos, confianza, amistad.
Hay algo que siempre pienso del cine que hago y es que la película surge del espacio intermedio entre la persona que está delante de mi cámara y yo (que estoy detrás). Es ahí donde la cercanía, la intimidad, los vínculos y, por supuesto, la mirada se reflejan.
Las mujeres, que abajo trabajan como ficheras, eclosionan arriba, en la zona de aseos, a través de una dimensión recóndita que nos permite asomarnos a su naturaleza íntima. ¿Era este sugestivo y divergente cosmos semiótico entre ambos niveles de acción el norte hacia el que conducir el filme?
Por supuesto, en los primeros acercamientos al espacio entendí que el Barba Azul también tiene mucha simbología escondida, en su atrezo, en su nombre, en su historia. El baño de mujeres es el espacio principal de la película. Aquí dominan los tonos suaves y luminosos, los reflejos. Este es el espacio de la palabra, del diálogo, de la comprensión. Es la burbuja donde las mujeres de la noche pueden ser ellas mismas, sin máscaras ni maquillajes.
Las escaleras serán el camino al salón de baile, que es la contraparte masculina de La Mami y las mujeres que ahí trabajan. Es el lugar del bullicio, la salsa, el alcohol y la intensidad, el lugar donde las mujeres bailan, compiten y aguantan. Ahí los tonos son azules e intensos.
La tensión entre estos dos espacios, la pista de baile y el baño, me ayudaron a definir a mis personajes, a tensarlas y a visibilizar sus múltiples caras.
Rotan en torno de la figura de La Mami, omnipresente y magnética, una heteróclita y anónima galería de personajes cuyas inquietudes y cuitas parecen converger a través del rostro y de la voz de Priscila, recién llegada al cabaret Barba Azul. ¿De qué modo se gestó la relación confesional entre ambas mujeres y cuál fue su grado de influencia sobre la evolución del proyecto?
Empecé hace muchos meses, incluso años. Al principio solo estaba allí, compartiendo conversaciones y conociendo sus dinámicas. Fue un trabajo largo de escucha y observación. La exposición de la identidad fue diferente en cada caso: algunas accedían a participar solo con su voz, otras con voz y de espalda, y algunas con todo, es decir, mostrando toda su identidad. Pero al final, cuando comenzamos a grabar, la mayoría accedió a participar de manera íntegra. Al final, todas se sentían parte del proyecto. Con La Mami la confianza surgió de forma muy rápida.
Lo que sí tuvimos que cuidar –y en algunas partes recrear– eran las bajadas a la pista de baile, porque los clientes temían mucho más mostrar su identidad.
Hubo varios giros en el proceso de grabación. Priscila, por ejemplo, llegó cinco días antes de que empezáramos a filmar, su presencia nutrió la historia y la hizo más rica. Ahora la película dejaría de estar tan centrada en La Mami y más en la relación de transferencia entre ellas dos, que se reflejan en este baño. Cuando un personaje como Priscila llega de la nada en un proceso de grabación es importante saber cambiar planes y adaptarse. También el espacio se empezó a gentrificar y esto dio otro giro.
Asevera doña Olga, La Mami, que “aquí, los hombres sirven para dos cosas: para nada y para dar dinero, nada más”…
Así es. En este caso, ella habla desde un punto de vista profesional. En el trabajo de las ficheras los clientes sirven solo para dar dinero, nada más.
¿Cuáles fueron las complejidades de filmar en una localización tan angosta, debiendo sortear estratégicamente tanto los espejos que configuran el espacio como esas mencionadas reticencias de algunas trabajadoras, esquivas frente a la cámara?
Yo fui la directora de fotografía de la película y mis horas de investigación en este baño me hicieron adaptarme muy bien a los puntos de tiro, a los cruces de espejo y puntos de fuga. No es fácil, pero el trabajo con el fuera de campo me hizo proteger a las chicas que no querían salir, centrándome en La Mami, en Priscila o en las reacciones de las chicas que sí querían salir en cámara. Así se construyó en este fluir de cuerpos, una colectividad más grande que representa a las ficheras y sus dinámicas.
Una cautivante extremidad técnica reside en el paisaje sonoro del documental, que nos permite sumergirnos atmosféricamente a través de los ecos de la música (abajo tan lírica como cacofónica), el agua que baldea el suelo y los inodoros, la respiración de la Mami, los silencios…
El trabajo sonoro, como el visual, fue muy pensado desde el proceso de investigación. El baño está compuesto por los elementos que componen las dinámicas de La Mami, el papel, el agua, su respiración, el murmullo de las chicas o, a veces, los gritos fuera de campo.
Y en la pista de baile, este cantante que habla del amor romántico por medio de sus salsas, cumbias y boleros… Es una música muy pensada para describir la esencia que envuelve tanto a clientes como a ficheras. Además, este cantante es la única voz masculina de la película.
“Lo único que me sirve de catarsis es bailar” y “todos pagamos algo que hicimos”, sentencian frente al espejo, silente y confesional, algunas de las protagonistas de ‘La Mami’.
Espero que cada quien encuentre su reivindicación en esta historia, creo que hay muchas y variadas. He escuchado varias de la audiencia que ha visto la película. Una opinión clara en la película es que cada mujer tiene su propia agencia y poder para decidir lo que hace con su vida y con su cuerpo.
Por eso quise hacer una película sin juicios claros. Que fuera atmosférica y transparente y que las mostrara a ellas, no las revictimizara, que respetara su forma de surfear esta vida que les ha tocado vivir.
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