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‘Jurado Nº 2’, de Clint Eastwood
Reparto: Nicholas Hoult, Toni Colette, J.K. Simmons y Kiefer Sutherland, entre otros
Guion: Jonathan Abrams
Música: Mark Mancina
Fotografía: Yves Bélanger
117, Estados Unidos, 2024
En ‘Crimen y Castigo’, Fiódor Dostoyevski planteaba la cuestión de la culpa y el remordimiento como balanza moral sobre la que, de alguna forma, se asentaba el orden de una sociedad. Rodión Raskólnikov, el protagonista de la novela, cometía un asesinato. Pero las dudas, el propio cuestionamiento por parte de Raskólnikov de las razones que habían inspirado ese acto, le forzarían de manera automática a entregarse a las autoridades. Así, el pecado quedaba compensado y todo volvía a su equilibrio.
Un tiempo más tarde, poco más de cien años, un judío de Nueva York era capaz de ponerle la zancadilla al gran maestro ruso. En ‘Delitos y faltas’, Woody Allen nos diría que sí, que cuando un hombre comete un crimen hay culpa y remordimiento, desde luego, pero solo mientras sienta la amenaza de ser descubierto y conducido ante las fuerzas de la ley. Pero, ¿y si nadie se entera?
‘Jurado N º2’, último trabajo del norteamericano Clint Eastwood, narra la historia de Justin Kemp, un hombre que es citado como miembro de un jurado popular en un juicio por asesinato. Mientras tanto, su mujer, Allison, está, después muchas dificultades, en tiempo de descuento para dar a luz al primer hijo de la pareja.
Las dos situaciones no tendrían ninguna relación si no fuera porque, como iremos descubriendo, Justin podría estar involucrado en el caso que tiene que juzgar. Del resultado del juicio dependerá, entonces, no solo la vida de otro hombre, sino su futuro y el de su propia familia.
El primer aspecto que creo que conviene celebrar de esta película nos lleva al brillante trabajo realizado por el guionista Jonathan Abrams, colaborador de Eastwood en esta producción. Abrams nos brinda un libreto de una pulcritud incuestionable. No hay, en esta historia, trampa ni cartón. A los pocos minutos de proyección ya sabremos las razones que implican a su protagonista en el conflicto.
Y es que Justin tiene una información que, quizá, exima al reo de su destino fatal. El problema será si va a ser capaz de desvelarla, pues sabe que la absolución del acusado podría implicar su imputación.
Lo interesante para Abrams no estará, pues, en descubrirnos qué está ocurriendo –aquello que queda oculto a ojos del resto de personajes–, sino qué va a hacer Justin con esa información que posee. No es el resultado, es el camino.
A cualquier cinéfilo avispado no le será difícil encontrar similitudes entre esta última propuesta del director de ‘Sin perdón’ y el clásico de Sidney Lumet, ‘12 hombres sin piedad’. Si bien el tándem Abrams/Eastwood no reducen el grueso de su película a las deliberaciones del jurado, estas se comen buena parte del metraje.
El dúo creativo (Eastwood siempre ha contado con un guionista que adapte su material) rinde un claro homenaje al clásico de Lumet de los años 50, llegando incluso a reproducir algunas situaciones y diálogos.
Así, tras la exposición de las pruebas y los testimonios, el jurado (compuesto, esta vez, por doce hombres y mujeres de una amplia variedad de razas, como corresponde con los tiempos), se retira a deliberar. En un principio, todos parecen estar de acuerdo en la culpabilidad del acusado. Y es que las pruebas presentadas en el juicio parecen concluyentes. Para todos, menos para Justin.
Como en la cinta de Lumet, ‘Jurado Nº 2’ usa una treta argumental para hacer una radiografía de la sociedad norteamericana. Es curioso ver hoy ambas películas para, aceptando el retrato que nos proponen, descubrir que las cosas no han cambiado mucho.
De nuevo, las dudas harán mella en los argumentos presentados por la acusación. Y, de nuevo, los razonamientos derivados a la hora de contradecir esas dudas planteadas abrirán un hueco por el que se irán colando los prejuicios de cada uno de los personajes.
Si Lumet situaba a su condenado entre las clases más bajas de la sociedad, Abrams/Eastwood lo describen como exmiembro de una conocida banda de traficantes. Poco importa si, como cuenta él mismo, parece haberse redimido. La sed de venganza social, el miedo ante una amenaza apenas concretada por las meras apariencias o el propio egoísmo de algunos componentes del jurado ante una situación que requiere un sacrificio por su parte serán munición suficiente para emitir un juicio de valor.
Y, también como en la cinta de Lumet, las deliberaciones del jurado servirán de excusa para indagar en sus motivaciones, rastreando en su pasado y en sus vidas. ‘Jurado Nº 2’ toma prestados algunos elementos psicológicos de la obra de Lumet. El desconfiado Marcus, espejo del personaje interpretado brillantemente por Lee J. Cobb en aquella película, tiene un historial de experiencias con otros tipos como el acusado y, digamos, que sabe cómo se las gasta “esa gente”.
O Harold, un policía retirado caracterizado por J. K. Simmons que bien podría asemejarse al que interpreta E. G. Marshall en la cinta original. O la alegre Denice, que dirigirá las sesiones del grupo al modo en como lo hacía el no menos brillante Martin Balsam.
En esas deliberaciones, pronto aparecerán dos bandos claramente definidos. De un lado, aquellos que exigen una aplicación severa de la ley. De otro, quienes se van a mostrar más receptivos ante las dudas de Justin.
Por una parte, un sentimiento de justicia basado en el instinto o la intuición. De otra, la necesidad de comprender las circunstancias que envuelven a cada caso: si existe esa duda razonable, habría que explorarla. Está en juego la vida de un hombre.
Conviene reseñar que, a juicio de este cronista, la cinta de Lumet se ve hoy algo afectada por el paso del tiempo. Dejando de lado ciertos elementos efectistas, ’12 hombres sin piedad’ (‘12 angry men’ o ‘12 hombres enojados’, en su título original) es, en el fondo, un alegato en favor de un sistema judicial garantista que no sirva solo como arma punitiva en manos del Estado y la sociedad, sino que ofrezca mecanismos que permitan superar la cultura del ojo por ojo y se haga responsable de las vidas que tiene a su cargo, aunque se trate de sujetos que pensamos que han cometido los crímenes más horribles.
Pero el discurso de Lumet, encarnado en el personaje interpretado magistralmente por Henry Fonda, patina con frecuencia en la especulación más trivial, como, de hecho, denuncia la misma película por boca de algún personaje. Un, por momentos, poco elaborado juego de elucubraciones en el que tanto cabe una solución como su contraria y que no termina de convencer al espectador a la hora de sostener esa duda razonable que necesita para absolver al reo y mantener, por tanto, sus tesis.
En ese sentido, Abrams/Eastwood son muchos más realistas que Lumet. En primer lugar, las dudas de Justin son reflejo de su lucha interior entre decir la verdad u ocultarla, lo que le pone en una posición mucho más comprometida.
Justin logra sembrar la duda entre algunos miembros del jurado, obligándoles a examinar de nuevo las pruebas que condenan al supuesto asesino. Pero aquí los personajes son bastante menos ingenuos que los de Lumet, lo que hace que, aceptando algunas licencias dramáticas, la trama se sostenga con mayor consistencia.
Justin tiene un negro pasado por su adicción al alcohol. Es, como el acusado, un hombre redimido al que un error involuntario lo puede empujar de nuevo a la ruina. Ese pasado será el condimento para, como sucede en la novela de Dostoyevski, despertar en él un profundo debate moral que lo perseguirá durante todo el proceso.
Tras superar al fin sus problemas, Justin se encuentra a las puertas de tenerlo todo en la vida, pero el caprichoso azar puede arrebatárselo. ¿Qué debe hacer? ¿Tirarlo todo por la borda?
La culpa lo corroe como resultado de ese compromiso que ha adquirido con aquellos que le ayudaron en ese pasado del que quiere desembarazarse, incluyendo a su mujer. De un lado o de otro, Justin se sentirá acorralado. Ese proceso psicológico constituirá el nudo de esta historia.
De nuevo, como en buena parte de filmografía de Clint Eastwood, nos encontramos ante un hombre que se encuentra enfrentado al sistema. Pero, a diferencia de otras películas, aquí el sujeto ya no es aquel héroe que se saltaba las reglas frente a la incapacidad de ese mismo sistema para solucionar los problemas e impartir verdadera justicia. Aquí, como en la obra de Dostoyevski o de Allen, el sistema se convierte en esa gran maquinaria todopoderosa que no se puede eludir, a menos que tengas suerte.
Y de fondo nos topamos con la idea misma de justicia. ¿Ciega? ¿Imparcial? Al terminar las sesiones del juicio, Eric, el abogado de la defensa, y Faith, la fiscal de la acusación, se reúnen en un bar cercano para tomar una copa juntos, comentar sus impresiones y repasar algunas anécdotas de un pasado común.
Después de años de ejercer su profesión, ambos se preguntan qué fue de aquella vocación que les empujó a estudiar leyes. Los dos ya han vivido mucho y cargan en su mochila con algunos desengaños. Pero, a pesar del sucio juego en el que a veces se convierte la justicia, Eric no ha perdido del todo su confianza.
Faith, en cambio, se muestra un poco más escéptica. Un sistema judicial que, en el caso de Estados Unidos, se mezcla con frecuencia con el interés de la política. Y, como todos sabemos, justicia y política son dos condimentos que no siempre maridan bien.
Tras el escollo que supuso su anterior largometraje, ‘Cry macho’, un intento poco acertado de redención de su personaje/héroe tradicional, con ‘Jurado Nº 2’ recuperamos al Clint Eastwood más eficaz e inteligente. Un Eastwood que nos remonta en lo formal a algunas de sus películas de los 90, con títulos como ‘Ejecución inminente’; un realizador límpido, más atento en dar una forma sólida al relato que de proporcionarnos esas grandes imágenes para el recuerdo, propias de otros trabajos.
Pero un Eastwood, también, que sigue siendo capaz de revitalizar los géneros clásicos como nadie, y hacerlo planteando algunas cuestiones fundamentales para el espectador. Cine de primera línea. Cine con mayúsculas.
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