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Entrevista a José Manuel Mouriño (ensayista, investigador y cineasta. Representante del Instituto Andréi Tarkovski en España)
Taller online ‘Cuatro horas con José Manuel Mouriño. «Las formas del alma». De Tarkovski a los nuevos cines del este’
La Plantación. Encuentros y Conocimiento
Sábado 30 abril 2022
De 17:00 a 21:15
75 €
+Info y e inscripción aquí
“Estaré vivo hasta que me recuerden”, certificaba el cineasta soviético Andréi Tarkovski, de quien se cumplía, el pasado 4 de abril, el 90 aniversario de su nacimiento. Una sentencia profética cuya naturaleza universal se antoja sustancialmente propicia para quien hubo edificado a través de su obra toda una cosmogonía filosófica alumbrada al calor de la verdad, intrínseca y metafísica, para abordar las herrumbres de la naturaleza humana en el marco de todos los presentes posibles.
Tal vez por ello su obra y pensamiento prosigan interpelándonos –hoy, ahora, inmediatamente– en calidad de espectadores/lectores, distantes de quienes transitan, cacofónicos y ufanos, por un contexto febril e irracional alentado por la ignorancia, la ineptitud y una grave dosis iletrada de cronocentrismo cultural.
Conviene, entonces, aproximar la inquietud al umbrío pensamiento de quienes pasean la razón, tan lírica como circunspecta, mirando al norte en el que germina siempre la lucidez. Y tal es el caso del ensayista y cineasta gallego José Manuel Mouriño, portando consigo la prerrogativa de resguardar de la intemperie al stálker ruso, en calidad de representante del Instituto Andréi Tarkovski en España.
Mouriño, con quien ya hubimos encaminado la reflexión por estos mismos predios en torno a la figura del poeta José Ángel Valente, ultima estos días los detalles del taller online ‘«Las formas del alma». De Tarkovski a los nuevos cines del este‘, organizado por La Plantación. Encuentros y Conocimiento, proyecto cultural dirigido desde Galicia por Elisa Pereira.
De este modo, el sábado 30 de abril, de 17:00 a 21:15, José Manuel Mouriño estimulará el acercamiento a cineastas como Serguéi Paradzhánov, Elem Klímov, Larisa Shepitko, Artavazd Peleshyan, Andrzej Munk, Jerzy Skolimowski, Marlen Khutsiev, Kira Murátov y Otar Iosselian, “sin dejar de lado la extraordinaria línea genealógica que, a través del VGIK (la escuela de cine más prestigiosa y antigua de la historia de este arte) y de la figura central de Mikhail Romm, enlaza a muchos de esos nombres con otras referencias imprescindibles y también profundamente heterodoxas de la historia del cine”.
¿Celebrar a Tarkovski implica encomiar su humanismo?
Sin duda. Pues celebrar y retornar siempre a Tarkovski implica encomiar todo aquello que vive en su obra. Esta es la virtud que convierte en inmortales a los principales autores de la historia del arte, de la literatura, de la filosofía… Volvemos a ellos porque sus creaciones son un auténtico nutriente para los cimientos de muchos de los valores que el ser humano debe cultivar y cuidar, aspectos que conciernen tanto al ámbito estético como al de la ética.
Durante la presentación del ensayo ‘Andréi Tarkovski y la cultural universal‘ (Shangrila, 2020) aseverabas que el cineasta era un representante de la cultura universal a pesar de estar tan enraizado en la cultura rusa. ¿De qué modo nos sigue apelando, como espectadores y lectores de su obra, desde este lado del Volga?
También a este respecto, Tarkovski ejemplifica la virtud que atesoran los más grandes creadores y pensadores de la historia de la humanidad. Ya no recuerdo el término exacto que empleé en aquella presentación, pero seguramente maticé en su momento que, si Andréi Tarkovski puede ser considerado como un emblema de la cultura universal, es no solo a pesar de su enraizamiento profundo en la cultura rusa, sino precisamente debido a dicho enraizamiento.
La cultura rusa, su evolución a lo largo de los siglos, responde a un sinfín de factores y circunstancias que rodean a quienes conforman ese grupo de personas que comparten conocimientos, tradiciones y formas de actuar o de relacionarse. Esto que podríamos entender como la identidad cultural de un pueblo es, de hecho, una respuesta a las circunstancias vitales que afectan a dicho pueblo y que va gestándose a lo largo del tiempo y de sucesivas generaciones.
Entre los miembros de dicha comunidad surgen individuos con una lucidez particular, pues llegan a preguntarse por qué surgen esos lazos; los estudian y desarrollan ideas a partir de todo aquello que descubren. Es así como consiguen reconocer y asimilar, de una manera especial, aspectos esenciales de su comportamiento y del modo de actuar de cualquier ser humano.
Y cuando sucede que uno de esos individuos resulta ser un cineasta como Tarkovski, las ideas desarrolladas devienen en una obra cinematográfica arropada por la cultura que ha forjado la capacidad de razonar y de comunicarse de su autor. En ese su decir, en cuya médula late esa cultura que le ha brindado una lengua y hasta aquello sobre lo que hablar, rescatan estos creadores instantes cruciales de su propia maduración vital, tanto la personal e íntima como la cultural y comunitaria. Esta es (al menos yo lo creo así) una de las principales formas mediante las que Tarkovski, como tú señalas, nos sigue apelando con tanta intensidad desde su irrenunciable pertenencia a la cultura rusa.
“Quienes admiran la obra cinematográfica de Andréi Tarkovski están ya familiarizados con su perenne preocupación por transmitir adecuadamente un saber. Creatividad, aprendizaje y revelación son términos de una sinuosa equivalencia en su discurso”, rubricas en tu artículo ‘El pensamiento en su tempestad. Sobre las lecciones de cine de Andréi Tarkovski’, presente en el citado volumen. ¿Es plausible encontrar en su figura el paradigma utópico del creador total, demiurgo didáctico entre los conceptos de verdad/bondad y mentira/malignidad?
Sí, es posible. Pero con respecto a esto es necesario tener siempre mucha cautela con los adjetivos que empleamos para describirlo, por mucho que nuestra admiración por su obra nos empuje a elegir los términos más nobles y elevados que cabe imaginar. Me refiero a que, en vida, a él mismo le abrumaban e incomodaban enormemente ciertos elogios. Entre otras razones porque conducen, en ocasiones, a encrucijadas argumentales extremas.
En ningún momento Tarkovski pretende desarrollar con su cine ningún tipo de ontología o repositorio moral, por decirlo así. Lo que no impide que cualquiera se sirva de su obra para hablar de cuestiones tan complejas como pueden ser la moral, la metafísica, la mística…
Esa es una de sus virtudes más asombrosas, que fijando su objetivo en las cuestiones que a él le resultaban más inmediatas, Tarkovski realizó una serie de obras sobre las que cualquiera puede cultivar sus propias preguntas sobre multitud de cuestiones relativas a la vida de cualquier ser humano. Pero es que esa es, precisamente, la grandeza del arte.
Por ejemplo, piensa en lo significativo (y a la vez paradójico) que resulta que tú mismo plantees la posibilidad de observar a Tarkovski como un paradigma utópico cuando su obra está ahí, cumplida, efectiva, presente… Si su vida o su obra se vieron en algún momento condicionadas por ideales utópicos, lo que sí podemos afirmar es que Tarkovski superó con creces las ensoñaciones utópicas transformándolas en obras tremendamente reales.
“El papel del artista en la sociedad contemporánea es crucial. Sin artistas no existiría la sociedad, porque son su conciencia. Cuanto menos capaz sea un artista de expresarse, de interactuar con su audiencia, con otra gente, peor para la sociedad”, advertía Tarkovski. ¿De qué modo hubiste recibido la cancelación de ‘Solaris’ por parte de la Filmoteca de Andalucía?
Supongo que del mismo modo en que asimiló el boicot permanente que su obra sufría por las mismas instituciones gubernamentales que la financiaban. Con perplejidad y dolor, pero jamás con resignación. No por capricho, él mismo tituló sus memorias como ‘Martirologio’. Como esa misma palabra indica, su carrera está repleta de todo tipo de suplicios que él sufría y asumía, sin permitir que esas trabas silenciasen todo aquello que se sentía obligado a decir y, sobre todo, a decirlo de una manera determinada.
Quizás, esto último que ocurrió con la Filmoteca de Andalucía (institución que, estoy convencido, no es la responsable real de aquella situación) le habría parecido una injusticia tremendamente irónica, pues afecta a la obra de un auténtico disidente, del ejemplo que precisamente ahora debemos recordar más que nunca.
¿Qué horizontes oníricos implica recostar el verbo audiovisual, durante cuatro horas, en compañía de cineastas rusos, ucranianos, armenios, polacos, georgianos o moldavos?
En cuanto al taller teórico que tendré el inmenso placer de realizar en colaboración con La Plantación el próximo sábado, solo espero aprovechar esas cuatro horas para transmitir la importancia de esos cineastas de la manera que merecen: no solo ofreciendo una serie de conocimientos, datos o reflexiones (que, sin duda, son importantísimos y tremendamente útiles para distintas disciplinas), sino intentando compartir, de manera simultánea, la emoción que estos creadores y su obra despiertan en mí.
Andréi Tarkovski, Mikhail Romm, Serguéi Paradzhánov, Elem Klímov, Larisa Shepitko, Artavazd Peleshyan, Andrzej Munk, Marlen Khutsiev, Kira Murátova, Eisenstein, Pudovkin, Dovzhenko… Vamos a hablar de un modo de confrontar la realidad a través del arte, así como de las vías mediante las cuales la enseñanza y el propio aprendizaje del oficio de cineasta se convierte en un arte y en una herramienta poética. Algo así merece ser concretado en una experiencia conmovedora.
La cineasta Kira Murátova sufrió la censura del régimen soviético por carecer de “sentido cívico” en el manejo de las temáticas que vertebran sus dos primeras películas, ‘Breves encuentros’ (1967) y ‘Los largos adioses’ (1971). ¿Cabe hablar de nocivas semejanzas entre la proscripción de la obra y la omisión devenida de la ignorancia?
En este caso en concreto, y desde mi humilde opinión, la censura de dos piezas tan maravillosas como estas que mencionas de Murátova solo puede responder a dos motivos. Por un lado, efectivamente, a la ignorancia de quien no alcanza a comprender el contenido de la obra o el modo en que su autora ha necesitado expresarlo. Lo que en realidad representa un mismo problema de incomprensión, pues estas películas concretan su contendido gracias a la forma empleada. Eso que en ellas se dice o se muestra es indisoluble de la forma empleada para decirlo o mostrarlo.
En el otro extremo, aunque igualmente pernicioso, estaría la censura que se realiza, precisamente, porque se entiende perfectamente el qué y el cómo. Se sabe del alcance vital que atesoran determinadas formas de decir, y es por esa misma razón que tales voces son silenciadas. Los dos motivos, en cualquier caso, son lamentables y debemos intentar combatirlos con la educación y la defensa de la cultura.
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