Fiona Songel

#MAKMAEntrevistas | Fiona Songel
Autora de ‘El arte de leer las calles’
Barlin Libros, 2021

Fiona Songel y su alegato a favor de la flânerie podría ser otro de los títulos a ‘El arte de leer las calles‘ (Barlin Libros, 2021). La escritora, y fundadora de la librería La Primera –que ha dejado en manos de una sucesora– sondea y defiende una filosofía y modus vivendi del flâneur. Empujada, como explica a MAKMA, por una obsesión.

Songel atraviesa el concepto popularizado por Walter Benjamin y decide reexaminarlo. Un ejercicio literario en el que pone en orden todo lo estudiado: la flânerie nada tiene que ver con perder el tiempo. Y escribe este libro para «tratar de hacerle justicia al término». Elevarlo y acuñarlo como práctica poética.

En términos baudelerianos, un arte que consiste en extraer «l’éternel du transitoire» (“lo eterno de lo transitorio”). ‘El arte de leer las calles’ supone un recorrido histórico desde los decimonónicos rincones de París o Berlín, que desemboca tanto en una propuesta de renovación encarnada en figuras como la flâneuse –observadora femenina–, como en nuevas formas de comprender esta práctica en extinción.

Fiona Songel. El arte de leer las calles.

En noviembre anunciaste que, tras tres años al frente de la La Primera, un espacio en pleno centro histórico de Valencia que es mucho más que librería, buscabas sucesora.

Tener una librería era mi sueño, pero he ido descubriendo otros aspectos del libro como son la escritura y la traducción que han ido ganándole terreno. Estoy contenta porque el proyecto sigue adelante y está en buenísimas manos.

Como escritora, ¿crees que es determinante la inacción para crear?

Creo que es necesaria. Como sucede con los niños, que necesitan aburrirse para desarrollar la imaginación, la inacción es el caldo de cultivo de la creatividad. Una rutina demasiado establecida no deja espacio a la espontaneidad.

¿Hay ciudades que predisponen más a la inspiración y a ser observadas?

Sí, y creo que la homogeneización de las ciudades –en el caso de las europeas– pone en peligro la práctica. Para poder contar la historia de un lugar es necesario que este conserve elementos de otras épocas que se presten a ser leídos. Las particularidades de cada ciudad deben ser conservadas, sea de quien sea esa responsabilidad.

El flâneur dispone de todo el tiempo del mundo para observar. En tiempos capitalistas y pandémicos, ¿nos queda espacio para leer las calles?

Cito a Philip Roth en el libro, y lo mantengo: «Las pantallas nos han derrotado». Practicar la flânerie hoy en día ya no solo requiere una reeducación de la mirada, ahora tenemos un obstáculo bastante más grande que superar. No es imposible, siguen dándose las condiciones necesarias, pero sí requiere un gran esfuerzo.

¿Y convivir con la instantaneidad?

Más que convivir, creo que es también objeto de su estudio. El flâneur ve desde fuera ese ritmo acelerado y recolecta fragmentos e instantes que cuentan la historia de la ciudad. Forma parte de su lectura.

¿Es entonces el caminar sin rumbo un acto de rebeldía?

Por supuesto. La práctica de la flânerie se planta ante el ritmo frenético de la ciudad. El shock del que habla Baudelaire es un choque de temporalidades. En el caso de la flâneuse, por ejemplo, se añade el acto revolucionario que es conquistar los espacios históricamente reservados a los hombres. La flânerie femenina es doblemente rebelde.

Vayamos precisamente a la figura de la flâneuse. ¿En qué se diferencia de la de su equivalente masculino?

No es que se diferencie, es que la figura masculina impide la existencia de la femenina. Un requisito para practicar la flânerie es la invisibilidad, el incógnito. El flâneur convierte a la mujer en un objeto de observación más, impidiendo que esta pueda practicar la flânerie.

En el libro mencionas varias posturas (Lauren Elkin, Janet Wolff) . Algunos apoyan una versión más tradicional, otros no. ¿Habría que redefinir el concepto en uno compatible con las circunstancias de la mujer en las calles?

Creo que la «revolución de las flâneuses«, en palabras de Anna Mª Iglesia, consiste en reivindicar esos espacios a los que la mujer no puede o no ha podido acceder históricamente. Y escribir sobre ello, claro está. Yo no soy una flâneuse, no he sido capaz. Sí he hecho el ejercicio alguna vez. Basta con salir dejando atrás el móvil, el camino más rápido, y las cosas que hacer. Y mirar cómo lo hace un niño cuando ve algo por primera vez. Todo un reto.