Rafael Calatayud
Premi Narcís 2017
El Premi Narcís 2017 no es ni mucho menos el primer premio que recibe el actor y director teatral Rafael Calatayud, pero sí el “más emocionante y digno gratitud” al tratarse de un reconocimiento de sus compañeros de profesión, Actors i Actrius Professionals Valencias (AAPP), a su trayectoria de 35 años en las tablas y al frente de la veterana compañía La Pavana. La entrega del galardón se celebró el pasado 29 de marzo poco antes de difundirse una buena noticia, la bajada del IVA en las artes escénicas.
Calatayud vive esta primavera un momento dulce. Participa en uno de los montajes más exigentes de la temporada, la versión dramática de la novela de Rafael Chirbes, En la orilla, en la que interpreta al personaje de Francisco, “uno de los corruptos”, comenta, “que en esta historia casi todos lo son; seres espantosos”. La obra es un ambicioso proyecto conjunto de: KProducciones, el Centro Nacional, La Pavana, la Diputación de Valencia y Emilia Yagüe Producciones. Se estrenó el 3 de marzo en Alicante, pasó por Bilbao, se presenta el 19 de abril en la sala Valle Inclán de Madrid, y el 26 de mayo recalará un par de semanas en el Teatro Principal de Valencia.
La adaptación dramática de un relato de 400 páginas sin diálogos ni puntos y aparte ha sido una labor titánica realizada por Adolfo Fernández y Ángel Solo, que también intervienen en el montaje. “La obra habla con un lenguaje crudo y sin pudor del momento que estamos viviendo”, dice Calatayud. “Lo más impresionante del texto es el aliento poético que subyace bajo la crítica social al degüello”.
A degüello se lanza también él poniendo en tela de juicio la política teatral que se ha seguido en la Comunidad Valenciana estas últimas décadas. “Cuando no hay una apuesta sólida y segura por la cultura y la educación, los artistas vivimos en una perpetua incertidumbre. Siempre es un volver a empezar de cero, pues en vez de asentarse, los proyectos que surgen se desvanecen. Eso nos obliga a hacer veinte cosas para poder sobrevivir”.
Deplora la falta de un criterio lógico de programación y añora los tiempos de Teatres de la Generalitat con Rodolf Sirera y Toni Tordera, “cuando se hacía un buen teatro de repertorio y el público sabía a qué atenerse. Hoy sólo acuden a las salas cuatro gatos bastante desorientados. Priva el divertimento por el divertimento, y no se trata de eso. El teatro debe ser una espejo en el que nos veamos reflejados”.
Considera nefasto el largo periodo en el poder del PP, “cuyos políticos se lucraron a costa de robar en cultura a los ciudadanos”, comenta. “Los que están ahora tampoco lo hacen mejor, se excusan aludiendo a lo mucho que robaron los de antes”.
Su larga experiencia en los escenarios, medio centenar de espectáculos, 35 de ellos de La Pavana, no le han curado su proverbial timidez. “Soy tímido cuando hablo desde mí, pero a través del personaje es otra historia, aunque lo cierto es que siempre hay cierta inseguridad, avanzo como un fonambulista en la cuerda floja y creo que eso mejora la interpretación. Le confiere mayor verdad y humanidad”.
No tiene personajes preferidos. “Me quedo un poco con todos. Tengan más o menos de uno mismo, cuando acaba la función lo cuelgas en el camerino y te olvidas, sobre todo si son tan desagradables como Francisco. Pero no hay personajes buenos y malos en sí mismos. Lo importante es lo que cuentan”.
Aunque su físico no le ayudaría mucho a travestirse, no descarta la idea de meterse en la piel de una mujer si el guión lo exigiera. “La transexualidad es un tema muy en boga y muy interesante”. Entre los autores que más le fascinan figuran su querido Tenesse Williams, Thomas Bernhard y la Premio Nobel Svetlana Aleksiévich. “También me encantaría un montaje de Acaso no matan a los caballos de Horace McCoy, que conecta con la situación de desesperanza que hoy vive la sociedad”.
¿Próximo proyectos? “Tal vez dirigir a Victoria Salvador, mi amor escénico en una obra íntima con pocos personajes. No hacen falta grandes presupuestos. Se pueden hacer cosas interesantes desde la humildad, pero sí es necesaria voluntad política. Tenemos que dignificar nuestro oficio y hacer entender a la gente que el teatro cuesta dinero”, concluye Calatayud.
Bel Carrasco
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