El Joven Godard
Ciclo de 11 películas realizadas por Jean-Luc Godard entre 1960 y 1967
‘El desprecio’ (1963)
Cinema Jove
Del 18 al 26 de junio de 2021
“El cine, dijo Bazin, sustituye a un mundo amoldado a nuestros deseos”. Con esta cita comienza ‘El desprecio’ (1963), de Jean-Luc Godard, director al que Cinema Jove dedica un ciclo de sus películas más “juveniles”, las realizadas entre 1960 y 1967. Cita que tiene este añadido: “’El desprecio’ es la historia de ese mundo”. La historia, por tanto, de un mundo que pretende amoldarse a nuestros deseos, aunque estos sean difíciles de descifrar y fruto de no pocas controversias. Como las que tienen Paul (Michel Piccoli) y Camille (Brigitte Bardot).
Godard arranca su película mostrándonos la cámara de cine que se encargará de filmar esos deseos; cámara que mira directamente a los ojos del espectador, revelando el aparato cinematográfico que será igualmente objeto de diatribas en torno al propio acto creativo, encarnado en las figuras de Jeremy (Jack Palance), productor de una película sobre ‘La Odisea’ de Homero, y de Fritz Lang, interpretándose a sí mismo como director de la misma. Paul es solicitado por el productor para que la reescriba.
Tras la revelación de esa cámara, ilustrativa del cine dentro del cine tan del gusto de Godard, vemos enseguida a la pareja protagonista dando cuenta, desnudos sobre la cama, de esos deseos que pretenden amoldarse a cierto imaginario corporal, personificado en la bella figura de Camille. Ésta no deja de preguntar a Paul si le gustan diferentes partes de su cuerpo: sus pies, tobillos, rodillas, muslos, culo, senos y rostro. “Te quiero entera, con ternura, trágicamente”, concluye él.
Ternura, sin duda, trágica, puesto que el deseo de Paul hacia Camille se verá pronto enturbiado por el dinero que le ofrece el productor para que intervenga en la reescritura de ‘La Odisea’, cuyo carácter mítico será objeto de sugerentes reflexiones. Ante las dudas iniciales de Paul, a la hora de firmar el contrato, Jeremy será concluyente, anticipando el conflicto: “Lo harás, porque necesitas el dinero”. “¿Cómo lo sabes?”, pregunta aquel. “Alguien me dijo que tienes una mujer muy guapa”, responde el productor, quien después, ya una vez firmado, insistirá: “¿O sea, que tenía razón?” “¿Sobre qué?”. “Sobre el dinero y su esposa”.
Jeremy será, de esta forma, quien ponga en duda los deseos de esta pareja, anunciando su crisis. Crisis que se desencadena tras el ofrecimiento del productor de llevar a Camille en su coche, un portentoso Alfa Romeo, que ya había sido objeto de cierta admiración por parte de ella. Paul, reclamando la atención de su esposa que prefiere desplazarse con él en taxi, aceptará que su bella mujer viaje con quien ya ha desplegado su poder de seducción.
“Ya llevamos media hora aquí. ¿Por qué has tardado tanto?”, le recriminará Camille, cuando Paul llegue a la casa del productor. Esta tardanza será el desencadenante de la mudanza de su deseo. Un deseo femenino sobre el que Paul no deja de interrogarla, mostrándose ella en todo momento esquiva. La supuesta lógica masculina, en contraposición con el más diletante sentimiento femenino. Aunque, después, estos términos se inviertan, dando lugar a un sinfín de dudas por parte de él, que intenta descifrar malamente ese deseo, mientras ella, finalmente, le dé la clave de su desprecio. “Nunca te lo perdonaré”, le dirá Camille, en torno a aquella tardanza, para sentenciar: “No sé por qué, no eres un hombre”.
El hombre que Camille aguardaba, y nunca llegó, es aquel capaz de hacerla sentir su mujer; de poner límite a la pulsión que anida en todo ser humano, incluidas las del productor que quiere hacerla suya, en tanto sujeto deseable, y las de los propios casados. “Todo solía suceder de manera instintiva, en un éxtasis compartido. Con una espontaneidad impetuosa, embrujada y loca”, recordará Camille, de sus primeros momentos con Paul.
Momentos que quiere sostener en el tiempo, si bien éste suele ser contrario a la permanencia de esa pulsión loca. Así lo reconocerá Paul: “Ahora que ella ya no tenía esa espontaneidad, yo tampoco la tenía. Incluso estando excitado, ¿podría responder con la misma sinceridad con la que ella indudablemente lo hacía?” Ese mundo amoldado a nuestros deseos, del que ‘El desprecio’ viene a dar cuenta, según se afirma a modo de prólogo del filme, se quiebra, a partir de la desidia con la que Paul accede a que su mujer viaje a solas con el productor, facilitando el juego de la seducción.
El dinero (“cobraré 10.000 dólares por el guion, así podríamos pagar el piso”) comparece como el objeto, igualmente imaginario, capaz de completar el deseo de una casa que podría ser así felizmente pagada. Dinero asociado, eso sí, al poder de quien lo tiene: “Cuando oigo la palabra cultura, cojo mi talonario”, espetará Jeremy. De manera que, sometidos a él, al dinero y al productor que lo posee, Paul y Camille irán evidenciando sus diferencias, detonadas por el factor perturbador del siempre atractivo poder.
Los mitos que, en torno a ‘La Odisea’ de Homero, vienen a ser el reflejo de las controversias creativas y, por extensión, del conflicto amoroso, serán finalmente, siguiendo al filósofo Gustavo Bueno, mitos clarividentes, frente a esos otros más oscurantistas. A Paul, de hecho, le permitirán aclarar sus dudas. “Primero Ulises le dijo a Penélope que aceptara sus reglas [las de los pretendientes que la acosaban en ausencia de Ulises]. No los consideraba verdaderos rivales”, evocando de esta forma la rivalidad que suponía el productor, en tanto pretendiente de Camille.
“Penélope empezó a despreciarlo. Se dio cuenta que ya no amaba a Ulises a causa de su conducta y se lo dijo. Ulises se dio cuenta demasiado tarde de que había perdido su amor por su propio descuido”, sentenciará Paul, viéndose reflejado en su interpretación del mito. Un mito deconstruido, al igual que Godard deconstruye la ficción desde un primer momento con esa cámara mirando a los ojos del espectador; interpelándolo allí donde la ficción deviene como relato vaciado de sentido, porque nadie ya es capaz de creer en nada que no sea producto de la sospecha generalizada.
Salva Torres
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