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Sección oficial de Cannes
Crímenes del Futuro, de David Cronenberg
Con Viggo Mortensen, Léa Seydoux, Scott Speedman, Kristen Stewart, Welket Bungué, Don McKellar, Yorgos Pirpassopoulos, Tanaya Beatty y Nadia Litz
Canadá (2022)
108 minutos
Estrenada el 23 de septiembre 2022
En el momento en que todo ser humano es consciente de su propia inteligencia, se muestra capaz de empezar a razonar y discernir sobre los hechos que atañen a la sociedad. Son esos primeros instantes en los que ve y comprueba que el resto de personas se comportan de una u otra manera ante el mismo hecho. Es, entonces, cuando nuestro cerebro y nuestra psique comienza a girar los engranajes de una rueda minúscula que mueve piezas más grandes dentro de nuestro propio organismo vivo.
David Cronenberg (Toronto, 1943) recrea en su último trabajo -presentado en el 75º Festival de Cannes (11 al 22 de mayo de 2022)- una sociedad distópica, donde el umbral del dolor del ser humano ya no es un impedimento -puesto que no existe-, donde el erotismo y el ‘nuevo sexo’ son los cortes infligidos en cualquier parte del cuerpo, y donde el arte conceptual se rige por ver qué artista es el más osado y llevar a su propio cuerpo más allá del límite conocido. Este es el mundo que ha creado el director de ‘La Mosca’ (1986).
En ese mundillo tan hermético y a la vez tan público, conocemos a Saul Tenser (Viggo Mortensen), un artista conceptual dotado de un cuerpo que desarrolla órganos internos sin límite y que él, con la ayuda de su ayudante Caprice (Léa Seydoux), los extirpa en medio de cada uno de sus espectáculos.
Aunque sigamos el día a día de Tenser y comprobemos que el dolor es una cosa del pasado, para el artista esa sensación es algo que se le presenta en sueños y sólo cuando abre los ojos por la mañana, ese “dolor” se va. Nunca llega a desaparecer, simplemente se transforma en otra cosa. Vemos cómo necesita de una silla especial para poder ingerir alimentos y realizar la digestión de los mismos. Comprobamos qué es un hombre enfermo, que parece no ser consciente de ello, puesto que al no sentir nada físicamente, es su propio cuerpo el que va dejando algunas pistas en el camino.
A lo largo del metraje, vemos cómo el director canadiense juega con escenas largas y diálogos encriptados -sobre todo al principio de la película- para el espectador. Podemos ver una puesta en escena sobria, que nos adentra en esos ámbitos donde lo sórdido se mezcla con lo austero, para dejar paso a esa suciedad sin polvo que vemos en la pantalla, y a la que nos acabamos acostumbrando sin apenas darnos cuenta de ella, mientras vuela invisible observándolo todo.
A medida que avanza la película, muchas preguntas nos acechan y se introducen en nuestra mente. ¿Hasta qué punto una persona está dispuesta a enseñar su cuerpo? ¿Existe algún límite para el arte? Y, en caso de haberlos, ¿quién los pone? Estas cuestiones son solo la punta de un iceberg personal, puesto que cada individuo esconde tras de sí preguntas tan íntimas como sus más oscuros deseos.
Pero no solo son esas atmósferas tan cerradas, viciadas y esterilizadas lo que nos lleva a plantearnos ciertas cuestiones, también el trasfondo de la historia nos cuenta otra distinta. Una historia que no se deja ver, que se muestra de fondo; una historia desenfocada, como dando a entender que esa trama no es importante, pero que cuando las piezas van encajando son gracias a esas pequeñas líneas argumentales tan secundarias que apenas son tangibles, y que el espectador es el que debe de ir sumando para encontrar el resultado final.
Hay una escena -en realidad hay muchas, pero ésta en especial- en la que el protagonista, Tenser, va a un espectáculo conceptual de otro artista. En este show, el hombre se cose los párpados y la boca, dejando ver su cuerpo lleno de orejas. Esas orejas que hacen oír a los demás. Esto es claramente una referencia a la actualidad, donde estamos tan ensimismados viendo nuestras pequeñas pantallas portátiles y dando toda la información posible al resto del mundo acerca de dónde estamos y qué estamos haciendo, que apenas damos importancia a esas protuberancias cartilaginosas que asoman por ambos lados de nuestra cabeza. Vivimos en un mundo en el que prima más hablar que escuchar.
Otro dato curioso del film es que las fotos que se realizan durante las performances son tomadas con esas antiguas cámaras -que no todos recordarán- de carrete, con un número limitado de exposiciones, mientras los vídeos son tomados por toda clase de utensilios, desde las antiguas videocámaras, hasta unos anillos en los que el trípode es el propio brazo y una lucecita roja indica que está grabando.
Como señala el propio director, recientemente galardonado en el Festival de San Sebastián con el Premio Donostia: “(…) estamos constantemente mirando al futuro y eso es parte de lo que nos mantiene en marcha y nos mantiene cuerdos”. Así que deberíamos dejar de mirar abajo y ver lo que viene hacia nosotros, y si, en vez de mirar cómo viene, damos el primer paso, ese futuro cercano lo estará más aún.
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