Todos a la cárcel. Berlanga

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Corrupción en Villar del Río | Javier Valenzuela
‘Todos a la cárcel’ (1993, producción y estreno en España)
MAKMA ISSUE #04 | Centenario Berlanga
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2021

Berlanga fue un anarquista que, con la edad y el aburguesamiento, terminó siendo un liberal y un libertino, según dijo él mismo en una entrevista televisiva. Política e ideológicamente, no se casó nunca con nadie.

Estuvo con los republicanos en la Guerra Civil y con los franquistas en la División Azul; fue compañero de viaje de intelectuales comunistas durante la dictadura y presidente de la Filmoteca Nacional con la UCD de Suárez; sostuvo una amistad con el primer alcalde socialista de València y le nombró hijo predilecto de su ciudad natal la conservadora Rita Barberá. Pero, insisto, no se casó con ninguno de ellos, mantuvo siempre su crítico y mordaz individualismo.

En su biografía del cineasta, Miguel Ángel Villena afirma que resumió su testamento ácrata en el exabrupto del personaje interpretado por Sazatornil al final de ‘Todos a la cárcel‘: “¿Sabéis lo que os digo? Que se vaya todo al carajo. La empresa, la familia y el país entero. ¡Que os den morcilla!”.

Centenario Berlanga
Portada de MAKMA ISSUE #04 | Centenario Berlanga. Diseño: Cruz más Cruz. Cartel: Cruz Novillo.

Villena tiene razón: el librepensador valenciano terminó hasta las narices de esta aldea de Villar del Río oficialmente denominada España; este lugar donde la gente habla y habla sin parar, pero jamás escucha; donde reyes, gobernantes y empresarios siempre están maquinando cómo llevarse a sus cuentas en paraísos fiscales los impuestos de los contribuyentes; donde los currantes pasan las de Caín para pagar la letra del motocarro o el recibo de la luz.

En ‘Todos a la cárcel’, Berlanga, siempre realista a su manera, expresó su desilusión con la España que había surgido de la Transición y la larga presidencia del Gobierno del socialista Felipe González. Y lo hizo haciéndonos reír, como siempre.

Aquella película de 1993 contaba la historia de una visita a una prisión de un grupo de notables. Organizada oficialmente para rendirle homenaje a los presos políticos del franquismo, la visita estaba realmente destinada a sablear dinero de las arcas públicas para provecho de los burócratas de la ONG que la promovía y sus amiguetes políticos. Curas, millonarios y autoridades compartirían con los reclusos una cena, una noche en las celdas y un partido de fútbol en el patio de la trena.

En plena resaca de los fastos de 1992, España se descubría entonces minada por el paro, la corrupción y la guerra sucia contra ETA. Las portadas de los periódicos publicaban varias noticias diarias sobre estos asuntos, y el desencanto de Berlanga era compartido por millones de compatriotas.

Establecido ya un mínimo de democracia, incorporada a Europa, presentándose como lo mejor del mundo, la aldea de Villar del Río reproducía sus hábitos seculares: los de ‘Plácido‘, ‘¡Bienvenido, Mister Marshall!‘ y ‘El Verdugo‘, los de ‘La señorita de Trevélez’, ‘Luces de bohemia’ y los ‘Caprichos’ de Goya, los de ‘El buscón’ y ‘El Lazarillo de Tormes’. Afortunadamente, ahí estaba ese voyeur llamado Berlanga para contarlo a través de los ancestrales y españolísimos géneros de la picaresca, el sainete y el esperpento. Esta vez, en el cine, el arte del siglo XX.

Todos a la cárcel, Berlanga. Corrupción en Villar del Río
Cartel de ‘Todos a la cárcel’ realizado por Martín Pech para el proyecto ‘Berlanga Ilustrado‘.

Berlanga había sido nombrado en 1979 presidente de la Filmoteca Nacional por el Gobierno de Suárez y cesado en 1982 por el de González. Relataba con alborozo su destitución, cuando Javier Solana, flamante ministro de Cultura, le saludó a la salida de un estreno cinematográfico y le dijo que esa misma mañana había firmado algo relacionado con él, aunque no recordaba qué era exactamente. “El cese”, apostilló Pilar Miró, que asistía a la conversación.

En sus memorias, Berlanga describió a Solana como “el rey de los abrazos” –el titular de Cultura era tan cordial como poco sustancioso– y rememoró esa anécdota de 1982 en la escena de ‘Todos los cárcel’ en la que un ministro comete esa misma metedura de pata con su subsecretario.

“La cárcel es ahora el mejor sitio para hacer negocios. Antes, con Franco, eran las cacerías”, dice en una de las primeras escenas de ‘Todos a la cárcel’ el personaje interpretado por Antonio Resines. Queda así trazada de un plumazo la principal de las muchas historias de la película. La España felipista del enriquecimiento rápido a través del pelotazo y de la beautiful people como modelo de vida iba a terminar con un director del Banco de España en el trullo y un jefe de la Guardia Civil fugado a Laos.

El gran actor que fue Sazatornil sirve de nexo entre ambos períodos, el de las cacerías y el de la cárcel. Si en ‘La escopeta nacional‘ Saza hacía de un industrial catalán que intentaba vender sus porteros automáticos a un ministro franquista durante una cacería, en ‘Todos a la cárcel’ interpretaba a un empresario de saneamientos que acudía al acto en la cárcel para ver si conseguía que la Administración le pagara los ochenta millones de pesetas que le debía.

Banqueros sinvergüenzas, mafiosos italianos, ministros sobornables y otros delincuentes de camisa blanca y corbata compartían con él un protagonismo coral, convirtiendo en corderitos a los delincuentes allí encerrados.

Rodada en la antigua cárcel Modelo de València, con la presencia en el reparto de José Sacristán, José Luis López Vázquez, Agustín González, Luis Ciges y Amparo Soler Leal, ‘Todos a la cárcel’ no contó en la redacción de su guion con Rafael Azcona, y quizá esto hizo que el propio Berlanga le encontrara, a posteriori, errores en la trama.

Pero el cineasta valenciano, entonces de setenta y dos años, lo compensó tomándose libertades divertidas como la muerte entre ventosidades del cura obrero o el homenaje a Fellini con el grito ‘Voglio una donna’. La película ganó tres premios Goya.

La salida de La Moncloa de Felipe González no convirtió a España en un país inmune a la corrupción, el fraude fiscal y el tráfico de influencias, por supuesto. Terminaría descubriéndose que los Gobiernos de Aznar y Rajoy habían promovido o amparado un saqueo colosal de las arcas públicas que aún investigan decenas de tribunales.

Berlanga ya no está entre nosotros para satirizarlo a través de la comedia cinematográfica popular, pero ‘Todos a la cárcel’ es tan verdadera que, cada vez que la pasan en la tele, los espectadores piensan que está hablando del presente.

Este artículo fue publicado en MAKMA ISSUE #04 | Centenario Berlanga (junio de 2021).