Plácido

¿No basta Plácido? | Jesús González Requena
‘Plácido’ (1961, producción y estreno en España)
MAKMA ISSUE #04 | Centenario Berlanga
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2021

El de ‘Plácido‘ es un universo bullicioso y hormigueante. Hay siempre en cuadro varios personajes y cada uno de ellos habla y se mueve por su propia cuenta, por más que perciba lo que los otros hacen o dicen y que sea capaz de interactuar con ellos. Pues siempre se manifiesta en él –en cada uno de ellos– un suplemento que escapa a ese interactuar –que se resiste a él– y que lo dota de una presencia no reductible al devenir narrativo y dramático.

Es decir: cada uno de ellos está ahí, dotado de su particular presencia, hasta el punto de que se desvanece toda diferencia imaginable entre personajes y figurantes. Cada uno de ellos se hace reconocer no en su tipo, aunque un tipo pueda postularse para él, sino en su singularidad.

Una singularidad, por lo demás, real, pues cada uno de los actores que los interpretan lo hacen, propiamente, encarnándolos –dotándolos de su propia carne–, cuya huella ha quedado impresionada en el celuloide cinematográfico, de modo que pervive así la presencia de la mejor generación de actores secundarios del cine español, y lo hace en la película que mejor supo crear el espacio idóneo para el desenvolvimiento de su particular –e inolvidable– arte.

Centenario Berlanga
Portada de MAKMA ISSUE #04 | Centenario Berlanga. Diseño: Cruz más Cruz. Cartel: Cruz Novillo.

Y lo más asombroso. A pesar de la extraordinaria diversidad de sus cuerpos, sus gestos y sus voces, nunca disuenan, sino que se integran como los contrapuntos de una partitura que despliega así su particular melodía. Lo que depara la que podría ser la mejor película musical del cine español. Siendo, claro está, la suya, una música hecha de cuerpos y de voces, de gestos, diálogos y movimientos.

¿Qué decir de la tekné de la que participa la dirección de actores berlanguiana? Podemos deducir una intuición precisa en la selección de los actores, tanto como el dibujo con ellos de sus respectivos personajes. Por lo que sabemos, con pocas indicaciones, las mínimas, para que cada actor participe en ese dibujo sin que llegue a disonar de la melodía común.

Así, es ciertamente asombroso el arte por el que Berlanga logra que la mirada del espectador fluya constantemente de uno a otro sin llegar a fijarse nunca más de un instante en cada uno de ellos. De ahí esa sensación con lo que queda cuando la película acaba y que le hace sentir ganas de volver a verla pronto.

No es más que la cristalización final de la constante sensación que le ha acompañado todo el tiempo mientras la veía. La de que, cuando atendía a un personaje y miraba por tanto a la zona de la pantalla en la que este se encontraba, algo o varias cosas se perdía de lo que estaba sucediendo en las otras zonas, más o menos próximas, pero casi siempre múltiples.

De modo que la de ‘Plácido’ es una escena polizonal y polifocal, donde cada uno de los focos que contiene manifiesta su autonomía de modo constante, sin apagarse nunca para favorecer el mayor brillo de su foco central, como es lo propio en los modos dramáticos, digámoslo así, monofocales.

Plácido
Cartel de ‘Plácido’ realizado por Marta Díaz Ortega para el proyecto ‘Berlanga Ilustrado‘.

Late, sin duda, al fondo de todo ello cierta tradición literaria y teatral costumbrista netamente hispana, que a su vez enlaza con anteriores tradiciones carnavalescas –dialógicas, las denominó Bajtín–, latinas y mediterráneas. Berlanga pertenece a esa tradición no menos que Jean Renoir, Federico Fellini o Pier Paolo Pasolini.

‘Plácido’ levanta para su espectador toda una galería, asombrosamente bien diferenciada, de seres que habitan en una pequeña ciudad provinciana dotada de una particular armonía que no excluye sus patentes desgarros.

Pues la mirada de la enunciación del filme que a ellos nos da acceso, no siendo en ningún un caso complaciente, tampoco es aviesa o atravesada. Anota las pequeñas y grandes maldades de cada uno de los habitantes de su universo, pero no por ello deja en ningún caso de mirarlos con la atención suficiente para acreditar, en todos y en cada uno de ellos, su particular humanidad.

Y algo, si cabe, todavía más notable: aun cuando nos hacen reír casi todo el tiempo, nuestra risa no es, sin embargo, nunca una risa a su costa. Pues, en rigor, no es de ellos de quienes nos reímos. Lo que provoca nuestra risa son, en cambio, los efectos de los constantes contrapuntos de esa polifonía multifocal de la que participan.

Digamos, para concluir estas líneas, solo una cosa más. Una que ya va siendo hora de decir en serio. La Transición democrática, ese asombroso logro político de la nación española que en los últimos tiempos tantos eternos adolescentes irresponsables minusvaloran, cuando no desprecian, solo fue posible en un emergente contexto cultural –y emocional– configurado por miradas como esta.

Jesús González Requena
Catedrático en Comunicación Audiovisual (Universidad Complutense de Madrid)

Este artículo fue publicado en MAKMA ISSUE #04 | Centenario Berlanga (junio de 2021).