#MAKMAAudiovisual
‘Comisario Montalbano’, serie protagonizada por Luca Zingaretti
Inspirada en la novela de Andrea Camilleri
‘Rocco’, protagonizada por Marco Giallini
A partir de la novela de Antonio Manzini
Series de la RAI estrenadas en 1999 y 2016, respectivamente
Me enganché este verano a la serie italiana ‘Rocco‘ sin haberme informado previamente sobre ella, en un acto de pura desesperación climática, porque los bellos paisajes nevados del primer capítulo me ayudaban a transitar las asfixiantes noches tropicales de agosto. Pura autosugestión térmica.
Al poco reconocí el argumento de una novela leída hace años, ‘Pista negra’, de Antonio Manzini, y me dejé seducir por la personalidad ácida y correosa del protagonista, el subquestore Rocco Schiavone, interpretado por Marco Giallini, que, bajo una fachada cínica y sarcástica, iracunda, incluso violenta a veces, oculta una profunda herida difícil de curar.
Enseguida advertí algo obvio para cualquier amante del género negro: el paralelismo que surge entre él y otro policía de ficción italiano, mi querido Montalbano, creado por Andrea Camilleri en una colección de libros vertida en una magnífica serie, ‘Comisario Montalbano‘, protagonizada por Luca Zingaretti.
Las acusadas diferencias y también algunas semejanzas entre este par de polis al dente establecen una suerte de simetría inversa, como la de esas tallas que se usan para sujetar los libros mirando cada una en sentido contrario. Dos personajes concebidos sobre el papel por dos prolíficos autores cuyas aventuras han sido llevadas con acierto a sendos proyectos audiovisuales de larga duración –dieciséis y seis temporadas, respectivamente–, que hacen envidiar a los italianos.

¿Por qué aquí no tenemos series similares basadas en nuestros detectives más populares? Su extensión en el tiempo tiene ventajas e inconvenientes. Por una parte, permite profundizar en la psicología de los personajes, con los que acabas familiarizándote y llegas a echar de menos al final. Pero también es casi inevitable que la segunda o tercera temporada afloje el ritmo y la sustancia.
En las dos citadas este bache es superable en virtud de la profesionalidad de técnicos e intérpretes, pues los protagonistas están escoltados por un buen equipo de secundarios que en algunos momentos eclipsan a la figura principal, sobre todo en ‘Rocco’. Y se disfruta la versión original subtitulada, pues, aunque no entiendas ni papa el italiano, sí sintonizas con su entonación enfática tan similar a nuestro idioma.
No son productos deslumbrantes ni te hacen estar en tensión al borde del asiento, pero se dejan ver con agrado. Estrenadas en 1999 y 2016, respectivamente, llevan muy bien los años porque no responden a modas y tendencias, sino a la humanidad de las historias que cuenta con un toque de humor, algo de drama, un fondo de crítica social y, sobre todo, un retrato veraz de la naturaleza humana con sus luces y sombras.
Los casos criminales que se plantean son comunes y corrientes. Asesinatos y homicidios fruto de la codicia, la venganza, el tráfico de drogas, el odio. Nada de esos psicópatas creativos y laboriosos asesinos en serie, tramas alambicadas y personajes artificiosos e inverosímiles que proliferan hoy en la novela negra.

Rocco es un romano de origen humilde, huérfano criado en el barrio de Trastévere, desterrado al norte alpino, el Valle de Aosta, por haber golpeado a un violador de varias chicas hijo de un político influyente. Un lugar de grandiosa belleza, pero azotado por el frío y la nieve; inclemencias a las que deberá aclimatarse mientras añora la luz y calidez de su ciudad de origen.
Salvo es un meridional de pura cepa que se mueve como pez en el agua por su territorio y conecta con la fauna humana, animal e incluso vegetal que la habita, recuerdo su monumental cabreo cuando unos nuevos ricos talan un magnífico olivo bajo cuya sombra acostumbra a meditar. Adicto a la buena mesa, compensa sus excesos gastronómicos con vigorosas sesiones de natación a mar abierto y paseos digestivos durante los que se dedica a observar a los cangrejos.
Caminatas por las señoriales calles de Aosta exquisitamente iluminadas con su perrita Lupa (Loba), los faldones del abrigo ondeando tras él cual alas de murciélago, es el único ejercicio que Rocco practica. Que llame Loba a una pequeña Jack Russell advierte sobre de su sentido de la ironía. No es de mucho comer ni beber, pero fuma como una chimenea, envuelto siempre en nubes y cortinas de humo, porros incluidos liados clandestinamente en su despacho de la comisaria.
Tiene un par de curiosas manías que dicen mucho de su personalidad: clasificar los marrones en una tabla de “tocadas de cojones” por niveles del seis al diez y comparar a desconocidos con especies animales; unos tics cuyo origen supongo que se explica en los libros. Por motivos de espacio y ritmo, muchos datos y detalles desaparecen al volcar un texto literario a un relato audiovisual; por suerte, ahí están las novelas de Camilleri y Manzini, las primeras más fáciles de localizar en cualquier biblioteca pública.
Pese a estas grandes diferencias, Montalbano y Schiavone tienen algo en común: a la hora de investigar los casos no emplean métodos analíticos tipo Sherlock Holmes, sino que se dejan guiar por la intuición, el olfato y la experiencia, con el trabajo metódico y apoyo de sus colaboradores.
Su pasado de niño de las calles con su pandilla de críos asilvestrados, una época que se recrea en divertidos flashbacks, fue sin duda para Rocco un aprendizaje que aguzó un sexto sentido a la hora de detectar a los malos, y su relación con los amigos de la infancia le permite saltarse a la torera las reglas de su profesión.
Tanto él como Montalbano tienen que lidiar con algún inepto en su equipo, pero, así como Salvo se muestra tolerante, Rocco reacciona iracundo contra su tonto particular, D’Intimo, y reprende severamente a sus subordinados cuando la pifian.
Incorruptible e insobornable, Montalbano es honesto hasta la médula, aunque se mueve en un ambiente infestado de corrupción debido a la presencia de la mafia en Sicilia. Schiavone, harina de otro costal. Para él lo importante no es la moral, sino una serie de reglas tácitas. “No se roba a la prostituta, se roba al proxeneta; no a los pobres y débiles sino a los hijos de puta”, sermonea a uno de sus hombres.
La estrecha relación que mantiene con sus amigos de la infancia que se mueven fuera de la ley –Furio, Brizio y Sebastiano– explica su flexibilidad moral, una ambigüedad que otorga relieve a su carácter. Las vicisitudes de esa peculiar relación constituyen la médula de la serie, la columna vertebral en la que se engarzan distintos casos criminales y su resolución. De hecho, más allá de una historia policial, se trata del conmovedor retrato de una larga y profunda amistad que, por encima de traiciones e intentos de revancha, se resuelve con el perdón.
La relación de ambos polis con el género femenino es diametralmente opuesta. Tímido y respetuoso con las damas sea cual sea su condición, Salvo se mantiene fiel a su eterna novia a distancia, Livia, aunque se deje llevar al huerto de vez en cuando por alguna beldad de largas piernas.
Rocco se las da de mujeriego y, ciertamente, su aura de chico malo resulta irresistible para algunas mujeres. Pero sus relaciones no llegan a cuajar por su incapacidad para comprometerse y el talante sombrío y melancólico que le domina en ocasiones.
La persistente memoria de su amada esposa, Marina, asesinada en un atentado dirigido a él, se interpone ante la posibilidad de reconstruir su vida sentimental. Encuentra cierto consuelo en sus imaginarias charlas con el bello fantasma de su mujer, que le brinda consejos y le enseña palabras raras, los pasajes más poéticos y filosóficos del texto.
Me pregunto qué tipo de química surgiría entre Salvo y Rocco de ser personas reales en un mundo real: ¿una amable camaradería o, más bien, una reacción explosiva propia de dos machos alfa? No lo tengo claro; en principio son agua y aceite imposibles de mezclar.
El hecho que Manzini, actor y director de teatro y cine muy famoso en su país, fuera alumno de Camilleri explica la sutil conexión entre ambos personajes. El alumno se esforzó en que su Rocco no recordara en nada a Salvo hijo de su maestro, y lo logró. Pero no pudo evitar que transmitiera una mirada similar. Una mirada de comprensión y compasión sobre el mundo inhóspito, malvado y cruel que le rodea.
No, no sé qué tal se llevarían estos dos polis paralelos. Lo que sí podría garantizar es que quien disfrutó con las aventuras de Montalbano tiene muchas posibilidades de hacerlo también con el universo Schiavone, pues sin florituras ni aspavientos las historias de ambos nos exponen los claroscuros de la naturaleza humana, la distancia que media entre la ley y la justicia, y los extraños pactos que, a veces, firman las fuerzas del bien con las del mal.
“Haz el bien y olvídalo; haz el mal y arrepiéntete”. Es el consejo que le daba a Rocco su abuela y que este transmite a Gabriele, su vecino quinceañero y uno de los contados seres que le inspira afecto y ternura, aparte de sus amigos de la infancia y su perrita Loba.
- Montalbano y Schiavone: polis paralelos - 5 octubre, 2025
- Juan Pedro Font de Mora (Railowsky): “Hemos llegado hasta aquí gracias a saber resistir y ofrecer calidad frente a la vulgaridad imperante” - 30 septiembre, 2025
- Magüi Mira (‘La barraca’): “Hemos cambiado los cartuchos por drones y misiles” - 23 septiembre, 2025