El Padrino

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‘El Padrino: 50 aniversario’
Presentación llevada a cabo por Rodrigo Cortés y Manuela Partearroyo, con la presencia del actor de doblaje Javier Dotú
Academia de Cine
En colaboración con Paramount Pictures Spain
16 de febrero de 2022
Reestreno en cines a partir del 25 de febrero

“’El Padrino’ es una de esas películas que no se hacen, sino que pasan”. Tal vez fue esta la frase más sonora del encuentro que tuve la suerte de moderar en la Academia de Cine el pasado miércoles 16, junto al cineasta y escritor Rodrigo Cortés y el histórico actor de doblaje (voz de Michael Corleone) Javier Dotú.

Una película que pasa. Se refería Rodrigo Cortés con esa frase al porcentaje de milagro azaroso que a veces ha ocurrido en la historia del cine para forjar una obra maestra. Pensaba, y coincido, que otro caso flagrante es ‘Ciudadano Kane’ (no en vano, hay un claro paralelismo entre Welles y Coppola, en ambición y monumentalidad, me atreví a añadir yo).

Una película que pasa, no se le entienda mal, no por la ausencia de talento de su director y equipo técnico, que es insuperable, sino porque cuando todo parecía ir a la contra (los productores de uñas, los tiempos acechando, el casting de Al Pacino, en quien nadie confiaba todavía), de repente salió un clásico inmediato.

Empecé rompiendo el hielo preguntándoles a ambos por la primera vez que se enfrentaron a la película. En mi casa es tradición, confesé, que en vez de ver ‘Qué bello es vivir’, cada veinticinco de diciembre mi familia y yo nos tiramos alrededor de nueve horas viendo (en orden o en desorden) la trilogía de los Corleone; y tenía curiosidad por saber cómo había sido el enfrentamiento de ambos con una película que es (casi, casi) la película.

Todo el mundo te habla de ella porque nadie duda de que esté entre las mejores de la historia, y cuando por vez primera te sientas a verla, está sentado junto a ti el peso de la historia del cine. Pero, claro, parafraseando mal a Italo Calvino, un clásico es esa obra que sabes de qué va, pero siempre te dice algo inesperado y sorprendente. Y el impacto primero de las secuencias más históricas de ‘El Padrino’ es algo que no se olvida.

Cortés contestó que no recordaba exactamente a qué edad se sentó por fin a verla, que probablemente tuviera unos quince años. Lo que recordaba sin duda es que sabía que se trataba de una grabación en Beta, ya entonces despreciada por resultar algo demodé y que, sin embargo, él consideraba un tesoro. Sumar el grano de una grabación en Beta al dorado melancólico y saturado por el que apostó Gordon Willis debió de ser una experiencia fascinante para ese futuro gran director de cine.

Las condiciones en las que Javier Dotú se enfrentó por primera vez a su, entonces, joven personaje fueron absolutamente diferentes a las de todos los demás. Él la vio antes que nadie en España, claro, aún sin doblar, en una sala que la distribuidora Paramount guardaba con enorme celo, reducida al equipo de doblaje.

Yo le pregunté si cuando recibió la adaptación al castellano supo que iba a ser una película importante. Nos contestó que todo el mundo lo intuía por lo que ya había sucedido en su estreno en Estados Unidos unos meses antes. Iba a ser un acontecimiento cinematográfico de primer orden, así que se les concedió a los dobladores un tiempo más holgado para trabajar sobre la cinta, dos semanas cuando lo habitual era la mitad o menos, y se les impuso un insólito genio para dirigir el proceso de doblaje: nada menos que un tipo llamado Luis García Berlanga.

Javier Dotú, Manuela Partearroyo y Rodrigo Cortés durante ‘El Padrino: 50 aniversario’. Fotografía cortesía de la Academia de Cine.

Él se sentaba a ver la copia doblada y les decía: «Aquí estás un poco subido, allá se hace poco natural, acullá podrías intensificar…». Quién nos lo iba a decir a los berlanguianos de pro que él estuvo ahí, también, para remar a favor de nuestro primer encuentro con Sollozzo, y con Fredo, con Kay y con Appolonia, con la decepción de un padre.

Hablamos también del significado de Marlon Brando para esa ristra de nuevas estrellas que comenzaban entonces a despuntar en el nuevo gran cine de los setenta. Él representaba lo más intenso y profundo del método, había hecho soñar a esa generación no solo desde la pantalla de la década rebelde con causas, sino también antes, sobre las tablas de Broadway, dirigido (y descubierto) por Elia Kazan para cambiar la historia de la interpretación.

Porque, en el fondo, hablamos del estrecho universo de Nueva York, de las transformaciones del teatro del American Bad Dream, para entender el salto que darán De Niro, Duvall, Pacino, Caan y el inmenso John Cazale, y de su mano, Scorsese, Arthur Penn, Sydney Lumet, Sam Peckinpah… El cine que sale del estómago y se clava en la memoria.

Porque, como dijo Rodrigo Cortés, ‘El Padrino’ se atreve a hacernos ver que un capo de la mafia puede tener ideales y valores, incluso sentimientos, puede hasta querer a sus hijos. Y que hay una línea directa entre esta generosa coreografía de un tragedia familiar y su decadencia, la tragedia en chandal de esa joya llamada ‘Los Soprano’.

Mucho de lo fascinante del trabajo de Coppola es habernos convencido de que era una tragedia americana, la del self-made man que se acerca a su destino fatal (el de alguien que nunca tuvo inocencia, sino que era una máscara de americanismo), cuando en realidad estaba haciendo en América una tragedia italiana, una ópera de Visconti que responde a los impulsos de belleza y fatalismo que esperamos de un enorme contador no de historias, sino de ‘Historias’. Porque en las tres generaciones de Corleones que cuenta esta trilogía está todo el siglo americano. El siglo de la prosperidad y el del desconsuelo, el de lo más alto y lo más bajo. 

«Creo en América. América hizo mi fortuna y he dado a mi hija una educación americana». Hay frases míticas, inolvidables, en ‘El Padrino’, pero los tres coincidimos en que, realmente, las escenas memorables de la película ocurren en los silencios. En el gesto de Al Pacino transformándose en el de Brando para contar la evolución de su personaje (recordó Javier), en la tensión que se masca en la escena del hospital (narrar la nada, dijo Rodrigo), en el desconsuelo de un viejo, ya sin la sombra de poder que lo amparaba, con su nieto en un jardín.

Qué suerte haber escuchado y sentido de nuevo estas emociones. Gracias, Rodrigo y Javier, gracias, Academia, por este regalo.