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‘4200 km’
Coautoría: Patricia Michele Cabrera, Andrea Consuelo Pereda, Arantxa Cortés, Noel Rosas y Jacobo Pallarés
Dramaturgia, creación y dirección: Jacobo Pallarés
Intérpretes: Victoria Mínguez, Juan Andrés González, Nuria Albelda y Jacobo Pallarés
Teatro de lo Inestable
Espacio Inestable
Aparisi i Guijarro 7, València
22 y 23 de julio de 2025
La tarde de un martes de finales de julio no parece el momento ideal para crear nuevo público o para ofrecer un pase especial de una reciente producción, pero, para acabar con ciertas inercias negativas, hay que romper moldes. Y si Espai Inestable es un ejemplo de algo es de pensar y repensar las fórmulas para que el público acuda, se comprometa y, por fuerza, se entusiasme, más allá de la segura calidad de su programación, que por desgracia no es suficiente.
La función del pasado 22 de julio fue para la mayoría del público presente en las gradas, su primera vez. Se acercaron al teatro atraídos por el boca a boca y la gratuidad del espectáculo. Lo que se llevaron fue uno de los montajes más interesantes de la compañía de los últimos años y, probablemente, una experiencia para toda la vida. Fresquitos y sin gastar un euro; sorpresas que te da el verano.
‘4200 km’ es la última producción de Teatro de lo Inestable, compañía que va camino de los 30 años y que ha producido y estrenado más de cuarenta espectáculos. La obra está escrita por cinco autoras: Patricia Michele Cabrera, Andrea Consuelo Pereda (ambas de Chile), la uruguaya Noel Rosas y las valencianas Arantxa Cortés y Jacobo Pallarés.
Este último, que también firma la dirección, vuelve a congregar los elementos característicos que ya definen a Teatro de lo Inestable desde hace unos años: el uso de cámaras y proyección en directo, una mesa sobre la que se construye un plano escenográfico paralelo, uso de miniaturas (esta vez, origami), la multiplicidad de voces en lo textual, el elemento musical que eleva la poesía a otro nivel de belleza y el uso distinto del espacio escénico.

Y, como idea central, el viaje, elemento que articula la tragedia de nuestro tiempo: tanto el forzado por la condiciones externas como el interior; tanto la migración infringida por el capitalismo como la incursión interior que nos lleva a la pérdida de orientación sin remedio.
De nuevo, una triste noticia es el núcleo del eje vertebrador de la dramaturgia. Si en ‘La odisea d’aquelles vides’ era la foto de Fati y Marie, madre e hija muertas en el desierto de Túnez cuando intentaban alcanzar una vida mejor, en este caso es la aparición fantasmal de una patera que zarpó de Mauritania y llegó a las costas de Brasil con nueve cadáveres dentro.
Como en la obra anteriormente mencionada, un suceso obsceno, bochornoso, por lo doloroso y, a la vez, por cotidiano, acaba produciendo un torrente de poesía en bocas de dramaturgas de distintas latitudes. El texto, también disponible para descargar en su página web y también en una preciosa edición en papel, es una suerte de cadáver exquisito trasatlántico que conforma una enorme ballena de palabras vibrantes que quedan en nada o en muy poco, tras el barrido del oleaje de lo real.
Como también sucedía en ‘El rastro de aquella noche’ (2021), todo comienza en una suerte de investigación, como si se tratara de un arqueología de la narración. Poco a poco, la obra va abriendo una fisura entre mito y presente, entre el rumor bíblico de Jonás y la bestia blanca de ‘Moby Dick’, pasando por las leyendas como las chilenas de la Isla Mocha, donde se dice que habitan cetáceos prodigiosos. Pero aquí las ballenas no devoran profetas ni se baten con arpón: aquí salvan niños que caen del cayuco.
La tragedia se enuncia con poesía, pero también con la superposición de capas: las biólogas marinas son desdoblamientos de las autoras, como Sepúlveda (trasunto de Patricia Cabrera), quien sostiene el relato desde su conflicto íntimo y territorial. El diario de un tal J. Pallarés. Todo se monta sobre una arquitectura fragmentada: el móvil de N. Albelda como depósito de memoria, los cuerpos que componen lo visto, los paisajes espejados, el público como ojo multiplicado.

Nuria Albelda y el propio Pallarés disponen el espacio escénico y los recursos audiovisuales (apoyados desde arriba por Nacho Roland) y la iluminación de Diego Sánchez. La multiplicidad de perspectivas y de puntos de atracción está más explotada en esta obra que en las anteriores; si bien ya se había trabajado en otras como en ‘L’Aniversari’ (2019), en este caso, el espectador simplemente puede elegir qué ver y dejar que el texto le vaya llegando desde ese lugar visual elegido.
La interpretación corre a costa del habitual Juan Andrés González y por Victoria Mínguez (dirigidos por Alejandra Mandli), que encarnan a personajes y narradores. Las composiciones musicales del primero y la voz de la segunda constituyen los picos más altos de esa marea constante de palabras, lugares y datos, de abultada exuberancia poética, que nos devora a todos y nos hace sentir minúsculos como gotas de agua en el océano.
Al finalizar la función, el público fue interpelado directamente. La función era gratuita, solo se pedía a cambio un poco de diálogo franco. El tema no era la obra en sí, sino sobre la situación del teatro y de las salas alternativas. Un grupo de jóvenes confesó que no conocían la sala. El propio Pallarés dio algunas claves. La edad media de público de teatro es de 50 años.

En los 25 de vida de la sala, este año ha ocupado el número diez con respecto a número de espectadores. Esto preocupa a los gestores, que se preguntan qué más deben hacer. Sin embargo, las respuestas del público no son concluyentes: ni la mayor presencia en redes o el cambio de la fachada va a cambiar lo que se tiene que atajar desde la educación.
Si alguien quiere enterarse de la oferta escénica en València lo tiene a un clic, se puede saber a través de MAKMA o de cualquier otra publicación. No se trata de que salas como Inestable, Carme o Círculo no sean accesibles o que sus entradas no estén al alcance de cualquier bolsillo, incluso de los más jóvenes. El problema es que la cultura sigue estando en peligro porque el capitalismo solo ofrece consumo.
Consumir, una palabra que se repitió en varias ocasiones. El capitalismo es el monstruo, el que produce cayucos en una fábrica de miseria, el que produce racistas y altercados en pueblos agrícolas de la España profunda o el que vacía los teatros en los que se ofrece cultura y arte. Quizás la clave de nuestro tiempo sea precisamente eso: simplemente, erradicar por siempre esa palabra y, de una vez por todas, dejar de consumir.
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