#MAKMAEntrevistas | Txani Rodríguez
‘Los últimos románticos’ (Seix Barral, 2020)
XXXIII Semana Negra de Gijón
Miércoles 22 de julio de 2020
Entre brumas y acordes que resuenan en su memoria personal y paisajística, la escritora y periodista alavesa Txani Rodríguez ha paseado su novela ‘Los últimos románticos’ (aún con el cálido y reciente tacto de imprenta) por la inusitada XXXIII Semana Negra de Gijón, procurando con su presentación una de las rúbricas definitivas del festival.
De este modo, la autora ha portado consigo esa calima industrial de celulosas y proletariado que palpita en su obra con vigorosas semejanzas del pasado, perfilando un horizonte de añoranzas solidarias y obreras –tan carentes como necesarias en el complejo y desubicado escenario laboral del presente–.
Porque Irune, su personaje protagonista, evoluciona entre turnos y despidos de una fábrica de papel (higiénico y contaminante) del País Vasco, contiendas sindicales y ecologismo; un entorno en el que solo cabe superar el duelo vital de la pérdida (familiar y laboral) a través de la materialización de la fraternidad, la amabilidad y el compañerismo –conceptos con los que equilibrar, además, la inapelable soledad contemporánea que vulnera la relación entre los individuos–.
“Las siete y media, los últimos románticos / Se acaban acostando con cualquiera”, sentencia el músico Quique González en ‘Parece Mentira’, uno de los temas de su álbum ‘Delantera Mítica’ (2013). ¿Te hubo interpelado su letra para componer la deriva proposicional de tu novela?
En realidad, llegué al título por mí misma, tras descartar otras muchas opciones, y a pesar de existir una novela homónima de Pío Baroja, decidí mantenerlo. Sin embargo, aunque, como digo, llegara sola al título creo que es muy posible que en mi subconsciente resonara la letra de Quique González que me señalas, porque el madrileño es uno de mis músicos favoritos, y algunas de sus canciones he debido de escucharlas un millón de veces, al menos.
En tu prosaica descripción de Irune, sustentada por las máculas de lo cotidiano, ¿reside el lirismo en los márgenes de sus actos, tras la montañas vitales de celulosa y soledad, introspectiva y telefónica?
Bueno, no considero que la descripción de Irune sea prosaica, no era mi intención, en todo caso, pero sí comparto que el lirismo –un ingrediente que, en mi opinión, siempre hay que limitar- puede proceder de los lugares y gestos más insospechados, por ejemplo, de una fábrica de papel higiénico. Se escribe poco sobre las fábricas, pero en ese mundo también cabe todo, incluido el lirismo.
Si ‘Los últimos románticos’ radiografía un entorno periférico de tiempos conclusos y desahucios industriales, ¿cabría situar el cosmos en el que evoluciona su protagonista en otro contexto que no fuera el de la decadencia fabril del País Vasco, Asturias o Galicia?
En la novela las reflexiones sobre la solidaridad entre trabajadores son importantes, por lo que creo que ese tipo de entorno se hace necesario; sin embargo, para hablar de la importancia de la idea de comunidad o de los cuidados, valdría cualquier lugar de Europa.
“El obrero tiene más necesidad de respeto que de pan”, sentenciaba Karl Marx. ¿Es la solidaridad obrera la levadura imprescindible para conquistar ese estadio de consideración social?
El pan es importante también, y una buena manera de demostrar respeto por los trabajadores es impulsar buenos convenios colectivos. La solidaridad obrera, por desgracia, parece ya cosa del pasado. A diferencia de lo que sucedía en décadas pasadas, en las fábricas hay muchos trabajadores eventuales o procedentes de empresas de trabajo temporal, con lo que, a menudo, quedan al margen de las organizaciones sindicales… Creo, además, que todo el mundo va bastante a lo suyo.
¿Qué porvenir aguarda a las ‘Irune’ que pueblan, con sus vindicaciones, el marco laboral contemporáneo?
No parece que les aguarde un futuro demasiado esperanzador, teniendo en cuenta, encima, que estamos a las puertas de una nueva crisis económica que, al parecer, será profunda. Por otro lado y de manera previa, las sucesivas reformas laborales han ido mermando los derechos de los trabajadores en este mercado –en el que participamos todos–, cada vez más deslocalizado y voraz.
¿Cabe alentar otra conducta moral que no este sustentada por la empatía, la cordialidad o la benevolencia? ¿De qué modo dotar de oxígeno a la amabilidad en tiempos permanentemente convulsos?
La amabilidad no cuesta nada, nos decían, y es verdad; la amabilidad no es compromiso, es algo más puntual –una sonrisa, una buena contestación–, pero también reconforta. He tenido, a menudo, la sensación de que se premiaba la displicencia frente a la amabilidad, o dicho de otro modo, que la maldad se confundía con la inteligencia, y la bondad con estupidez. Estoy totalmente en contra de esas ideas.
¿Hubieran afectado las consecuencias sociales y sanitarias de la COVID-19 a la deriva diegética de tus personajes? ¿Alimenta este incógnito escenario de distanciamiento social la ausencia de compromiso?
Según muchas voces, parece que de esta crisis saldremos cambiados, que aumentará el sentido de comunidad (muchas personas han descubierto ahora cómo se llamaba el vecino de enfrente) y que valores que parecían olvidados volverán a cobrar fuerza. Yo soy algo más pesimista, no creo que esto nos haga mejores, y la crisis económica traerá más ruido, rabia y confusión.
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