Tenéis que venir a verla. Jonás Trueba

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‘Tenéis que venir a verla’, de Jonás Trueba
Con Itsaso Arana, Vito Sanz, Irene Escolar y Francesco Carril
65′, España | Los Ilusos Films, Atalante Cinema, 2022
Cines Babel
Vicente Sancho Tello 10, València
Estreno: Viernes 17 de junio de 2022

“El pasadizo entre la naturaleza y la cultura, y viceversa, se ha encontrado, desde siempre, completamente abierto. Va a través de un puente fácil de cruzar: la vida como ejercicio. Los hombres se han comprometido en su construcción, desde sus inicios o, mejor dicho, sólo hay seres humanos desde que se emplean en la construcción de ese puente”, desvela el lírico filósofo alemán Peter Sloterdijk en su ensayo ‘Has de cambiar tu vida‘ (Pre-Textos, 2012).

Un viaducto edificado sobre razones incógnitas “donde encuentran su sitio las lenguas, los rituales y el manejo de la técnica”, con los que inmunizarnos frente a todos los excesos metafísicos que fustigan la frágil condición vital de quienes venimos pisando ciénagas desde nuestra primitiva condición de sapiens.

Tenéis que venir a verla. Jonás Trueba

Una lectura, la de Sloterkdijk (no exenta de complejidad y pretensiones enciclopédicas), que hubo gozado de una tímida popularidad en ciertos y confinados círculos eruditos durante aquellos primeros compases pandémicos, encontrando en su radiografía de la condición humana y sus liturgias respuestas tan inabarcables como aquella epifanía de Rainer Maria Rilke desde el que nos exhorta, imperativo, su título.

Tal vez por ello Elena (Itsaso Arana) se aferre a él para encontrar reveladoras soluciones teóricas, mientras Daniel (Vito Sanz) secunda, rezagado entre páginas, su entusiasta necesidad, en un acto de solidaridad libresca tan común en parejas instruidas y urbanitas; esas que comparten inagotables listas de películas en Filmin (que jamás verán) y afectados ejercicios de emoción frente a cualquier must-see cultural. Porque, frente al desasosiego, tal vez asole la inefable certidumbre de que “has de cambiar tu vida”.

Una existencia ya reconducida por Susana y Guillermo (Irene Escolar y Francesco Carril), aunque solo (y tanto) haya permutado en lo epidérmico, transitando de algún gélido zulo de Lavapiés a ese vasto extrarradio de cercanías y polígonos de Alpedrete tras los que afincar la mirada desde todos los balcones calcinados de la Sierra.

Dos parejas tan antagónicas como afines por haber compartido alguna umbilicalidad incógnita y generacional. Una consanguinidad que el cineasta Jonás Trueba se encarga de disolver con la sencilla intromisión de la cámara y la contextualización pandémica de su reencuentro al percutado calor jazzístico de Chano Domínguez. Elena atiende, Daniel observa, Susana escucha y Guillermo advierte. Apenas quedan ya rescoldos en común de los que nada se dice.

“Dos momentos cotidianos, dos escenas, cuatro personajes y muy pocos mimbres” con los que implosiona la diégesis de un filme desnudo, silente y “vaciado”, como apunta Trueba durante la promoción itinerante de ‘Tenéis que venir a verla‘ por las salas indies de la geografía cinéfila española.

Un largometraje corto –un mediometraje extenso– en cuyos sesenta civilizados minutos caben expandir todos los meandros posibles de una sobremesa en el (adosado) campo durante la que eviscerar las cuitas por la ausencia de certezas.

Una película que rememora “un pasado inmediato, que nos recuerda que hace nada estábamos intentando plantearnos las cosas más en profundo; y eso que estaba en el aire ya se ha esfumado”, reconoce Jonás Trueba.

Una atmósfera volatilizada también en una muy lúcida ficción confesamente fraternizada con los céfiros que provienen de Jean Eustache, Jean-Luc Godard o Hong Sang-soo, a partir de los que aprender a encapsular lo cotidiano con disimulados artificios a los que imprimir, aquí, una vivificante dosis de autoparodia para “ver el lado ridículo que tenemos sin caer en el cinismo”.

Un contenido (y expansivo) retrato en cincuenta planos –y algunas irrealidades poéticas de Olvido García Valdés– que iluminan, como una radiación electromagnética, cuanto de noble y absurdo habita en aquellos/nosotros que confundimos las lavandas y peonias en flor con aforismos de Wittgenstein. Quizás solo por eso, tenéis que venir a verla.