Soledad Sevilla

#MAKMAArte
‘Soledad Sevilla. Soñé con un espacio’
Comisariado: Isabel Tejeda y Laura Silvestre
En el marco de la entrega de Medallas de Sant Carles 2023 a Soledad Sevilla, Enric Mestre y la Sala Carme Teatre de València
Sala Josep Renau
Facultat de Belles Arts de la Universitat Politècnica de València (UPV)
Hasta el 6 de marzo de 2024

“Vivir es ser otro”, apunta Fernando Pessoa en su ‘Libro del desasosiego’, un libro que Soledad Sevilla ha transitado en cierto momento fascinada por su lirismo. Y es así, siendo otra, como la reciente Medalla de Sant Carles 2023 -galardón que recibió el pasado diciembre en el Auditori Alfons Roig de la Universitat Politècnica de València (UPV), junto a los también premiados Enric Mestre y la Sala Carme Teatre- ha ido construyendo su obra, perpleja por la extrañeza de cuanto la alumbra.

Un alumbramiento que, en tanto germinado a partir de colocarse en el lugar de ese otro, posee el misterio de lo creado como fuera de sí, en éxtasis. Como decía Antonio Machado: “¿Tu verdad? No, la Verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”. De manera que, para percibir la verdad que aflora en la obra de Soledad Sevilla, se hace necesario sentir la extrañeza de quien busca en el fondo de las cosas que pierden su funcionalidad, su pragmatismo, dando lugar a una visión poética de lo percibido. 

Durante el acto de entrega de su Medalla de Sant Carles 2023, la artista valenciana declaró: “La pintura es mi verdadera compañera de vida”. Una compañera que, ya sea en tiempos de penuria o en aquellos otros más amables, siempre le ha correspondido, porque a su través ha logrado profundizar en la materia para extraer de ella lo que, a su vez, anidaba en su propio interior.

Vista de algunas de las obras de la exposición ‘Soledad Sevilla. Soñé con un espacio’, en la Sala Josep Renau de la Universitat Politècnica de València. Imagen cortesía de la UPV.

De nuevo, Pessoa: “La conciencia de la inconsciencia de la vida es el más antiguo impuesto a la inteligencia”. Y la inteligencia de Soledad Sevilla diríase, sin duda, cautiva de la paradoja igualmente apuntada por el escritor portugués, cuando decía que únicamente se veía en medio de la multitud como reflejo de “los grandes espacios” que había al lado.

De hecho, su nombre, Soledad, guarda ya para sí el elogio de quien, caminando junto a otros muchos artistas, ha sabido penetrar en los misterios de la naturaleza con la perseverancia del asceta entregado a su causa. “Las obras de arte son de una infinita soledad”, anotó el poeta Rilke.

De manera que el trabajo exploratorio llevado a cabo por Soledad Sevilla para hurgar en “las conexiones entre luz, materia y espacio, combinando las posibilidades plásticas de la línea con rigor analítico y orden geométrico”, tal y como apuntan las comisarias Isabel Tejeda y Laura Silvestre, con motivo de su exposición en la Sala Josep Renau de la Facultat de Belles Arts de la UPV, no es más que el corolario de esa búsqueda en solitario por alcanzar el espíritu de lo innombrable.

Cuando le fue concedido el Premio Velázquez de Artes Plásticas 2020, la nota que venía a resumir su trayectoria ponía el énfasis en las “luces fulgurantes que se cuelan por sus diferentes geometrías con chispazos de un intenso lirismo”. La reunión de algunas de las piezas más significativas de las diferentes series que jalonan su carrera artística, y que vienen a conformar el grueso de la exposición elocuentemente titulada ‘Soñé con un espacio’, dan fe de esas geometrías y de esas líneas caracterizadas por un hondo lirismo poético.

Vista de la exposición ‘Soledad Sevilla. Soñé con un espacio’, en la Sala Josep Renau de la Universitat Politècnica de València. Imagen cortesía de la UPV.

“Vivo el arte como una necesidad y como un gozo”, resaltó durante el acto de entrega de su Medalla de Sant Carles. Necesidad y goce que bien pudieran asociarse con lo que el ensayista Roland Barthes apuntaba en ‘El placer del texto’: “Texto de placer: el que contenta, colma y está ligado a una práctica confortable de la lectura. Texto de goce: el que pone en estado de pérdida, desacomoda, pone en crisis su relación con el lenguaje”.

Aquellos artistas que, como Soledad Sevilla, mantienen ambas tendencias en su práctica creativa son sujetos anacrónicos, porque, según Barthes, gozan simultáneamente “de la consistencia de su yo -es su placer- y de la búsqueda de su pérdida -es su goce-“. De ahí la necesidad y el gozo que experimenta la artista valenciana cada vez que se pone en manos de su compañera de vida, la pintura.

Una pintura que se adentra en la naturaleza de las cosas -el calor de la madera, el más frío metacrilato, la melancólica vegetación, el sustrato mineral de la tierra- como quien se aproxima a lo más profundo del ser humano observando minuciosamente la superficie de su propia piel. Lo exterior y lo interior dialogando en franca camaradería sobre la naturaleza en su grandiosidad y su pequeñez.

La obra de Soledad Sevilla no es el hacha con el que Franz Kafka pretendía quebrar el mar congelado que hay dentro de nosotros, pero sí el fino bisturí con el que hurgar en ese tejido textual del que estamos hechos los seres humanos. Un tejido que está hecho de la trama a la que nos aferramos, pero también del fondo al que nos aproximamos para sentir el riesgo del abismo.

“Escribo porque no quiero las palabras que encuentro”, dirá Barthes, añadiendo acto seguido: “Mi goce sólo puede llegar con lo nuevo absoluto, pues sólo lo nuevo trastorna”. Soledad Sevilla, de ahí su necesidad y su gozo, explora en los espacios que teje a modo de sueños, porque siente que ahí, en lo onírico vinculado al lirismo poético, se halla esa verdad machadiana que rastrea en compañía de su intensa pintura.

Soledad Sevilla, durante la presentación de su muestra ‘Soledad Sevilla. Soñé con un espacio’, en la Sala Josep Renau de la Universitat Politècnica de València. Imagen cortesía de la UPV.