Salvador Calvo

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‘Valle de sombras’, de Salvador Calvo
Reparto: Miguel Herrán, Susana Abaitua, Alexandra Masangkay, Iván Renedo, Morup Namgyal, Stanzin Gonbo
Guion: Alejandro Hernández
120′, España, 2023
Cines Kinépolis València
Estreno: 12 de enero de 2024

Año 1999. Quique, Clara y su hijo Lucas pasan sus vacaciones haciendo senderismo en tierras del Himalaya. Rodeados de un paisaje asombroso, Quique, con la complicidad entusiasta del pequeño Lucas, está decidido a explorar un espacio y unas gentes que le brindan todo un nuevo mundo de impresiones sensoriales.

Pero Clara, que acaba de superar un cáncer, prefiere abandonar el programa y propone que se vayan a la playa a descansar. Al final, Quique acaba convenciéndola para que sigan el itinerario previsto. Al fin y al cabo, esas vacaciones especiales estaban concebidas como una aventura, un viaje espiritual para los tres.

Una noche, sin embargo, aquel mundo, aparentemente acogedor, se vuelve contra ellos cuando son asaltados por un grupo de traficantes. Tras el ataque, solo, perdido en la montaña y gravemente malherido, Quique es rescatado por un nativo que lo llevará hasta su pueblo, donde es acogido, finalmente, en un monasterio budista, quedando bajo la protección de los monjes, que le ayudarán a recuperarse de sus heridas.

Pronto, el monasterio se convertirá en una prisión cuando Quique descubre que, a causa de las condiciones geográficas, no podrá abandonar el pueblo hasta la llegada del próximo invierno. Mientras espera, hará examen de su vida, enfrentado a sus propias contradicciones, a sus miedos y obsesiones con la ayuda de los monjes y, especialmente, de Prana, una mujer monje que también vive, como Quique, en su propia cárcel exterior e interior. Mientras trata de descubrir quiénes perpetraron el ataque que lo dejó moribundo, Quique tendrá que lidiar con la culpa que carga por su propia responsabilidad en lo ocurrido.

Con ‘Valle de sombras’, Salvador Calvo continúa las directrices que ya marcó en sus dos anteriores producciones para la gran pantalla: ‘1898: Los últimos de Filipinas’ y ‘Adú’. Una obra que surge, como comenta en esta entrevista (realizada tras el preestreno en los cines Kinépolis Valencia), de la mezcla de géneros, cine de aventuras y social.

Calvo se aferra a unos hechos reales –la desaparición en la segunda mitad de los 90 de varios turistas en esta parte de la India– para crear un cine que busca superar el mero espectáculo con el fin de acoger una mirada crítica, compleja y, al mismo tiempo, comprensiva de eso que llamamos la condición humana.

Fotograma de ‘Valle de sombras’, de Salvador Calvo.

Para introducir tu película, quisiera que nos contaras qué es el Triángulo de las Bermudas de la India, donde transcurre.

Triángulo de las Bermudas es un apelativo que se usa coloquialmente para llamar al valle de Kullu, un valle que está irrigado por aguas termales y que tiene como idiosincrasia una flora y un ecosistema mucho más tropical que el resto de los valles del Himalaya. Esto ha favorecido que la marihuana crezca allí de manera natural y salvaje.

Crece hasta en los lados de la carretera, prácticamente en cualquier lado, lo que ha hecho que todo el valle esté impregnado con ese olor dulzón de la maría, provocando que se acerquen hasta allí hordas de gente, de entre 18 y 35 años, que van de peregrinaje en busca de fiesta y diversión.

Pero el valle es también un sitio sagrado para los hinduistas, adonde llegan continuamente en un peregrinaje religioso. Pues bien, a menos de medio kilómetro existe otro lugar que se llama Kasol, donde se concentran cantidad de youth hostels y hoteles lowcost, junto con todo tipo de coffee shops y continuas raves de música tecno.

La convivencia de esas dos realidades ha provocado muchos enfrentamientos con la población local. Hay gente que dice que parte de las desapariciones son provocadas por eso. Otra gente cree que esas desapariciones son voluntarias, que son elegidas por gente que encuentra aquí su Shangri-La, su paraíso, y decide romper el pasaporte y quedarse a vivir porque es un lugar maravilloso e idílico.

También hay una teoría que explica que es una zona muy conflictiva porque toda la droga dura de Asia transita por esos valles proveniente de Afganistán, cruzando Pakistán, el norte de India, y continuando su camino hacia Birmania y Tailandia, donde se procesa el opio que se convierte en heroína.

Es un lugar con una energía especial que nos parecía muy interesante para contar una historia personal. La película arranca como un thriller, incluso toca algo de terror, pero, al final, es un drama personal, un viaje iniciático de este Quique que va desde la inmadurez y un cierto egoísmo, hacia una madurez física y mental.

Fotograma de ‘Valle de sombras’, de Salvador Calvo.

El guion está basado en hechos reales, en una serie de casos parecidos a los que vemos en pantalla. ¿Cómo fue el proceso de elaboración del guion a la hora de escoger a los protagonistas y qué sucesos fundamentales iban a conformar la historia?

Piensa que, en el momento en el que suceden estos casos, es una época en la que no existía Internet y casi toda la información que hemos utilizado la hemos ido recopilando de periódicos y de hemeroteca. Y ahí, efectivamente, aparecieron varios casos.

Hubo un caso de una chica valenciana que sufrió un ataque en esta zona. También hubo el caso de dos chicos escoceses, de los cuales uno sobrevivió y pudo llegar a Gran Bretaña para contarlo.

Fuimos tirando de la información de varios casos y, a partir de ahí, construimos un relato en el que planteamos qué te pasaría si, ante una situación como esta, no eres capaza de responder y sientes por ello una culpa tremenda. A partir de ahí, arranca ese viaje de Quique hacia la expiación de su culpa, una especie de perdón consigo mismo.

En tus películas para la gran pantalla, siempre tiendes a buscar esos elementos que podríamos llamar exóticos, con un cierto apego hacia el antiguo cine de aventuras. ¿Cuál es tu relación con el género a la hora de escoger tus proyectos?

Yo trabajé, en su día, en informativos y quizá por eso me gusta que en mis películas haya siempre un poso de realidad, que no sea solo ficción pura, que tenga una base sólida en algo que ha sucedido de verdad. Y estos casos existen, no son inventados. Y, luego, es verdad que siempre me ha interesado el planteamiento del viaje iniciático de un personaje.

Como tú decías, me gusta el cine de aventuras, un cine, de alguna manera, clásico. Yo soy muy fan de ‘Lawrence de Arabia’ [risas], pero creo que el género siempre hay que contarlo en torno a un personaje que arranca de una manera y termina de otra.

Fotograma de ‘1898: Los últimos de Filipinas’, de Salvador Calvo.

En ‘Los últimos de Filipinas’ contábamos la historia de aquel soldado que interpretaba Álvaro Cervantes, que llega virgen e inocente a la guerra, creyendo todavía en la patria y en el honor, pensando que va a volver a casa con una medalla, y cómo la guerra lo cambia y lo transforma hasta romper esa inocencia.

Aquí también existe ese proceso. Quique arranca siendo un personaje bastante frívolo y egoísta. A pesar de que su chica acaba de sufrir un cáncer reciente, él está más por buscar su propio hedonismo, su propia satisfacción, anteponiéndolo a la propia seguridad de un niño pequeño. A partir de aquí, la vida le va a dar un golpe tremendo y tendrá que aprender a madurar, es decir, a perdonarse de esa culpa que le va a acompañar el resto de su vida.

Hay un proverbio tibetano –que me encanta y que recoge la filosofía que Quique aprende en este lugar– que dice que nosotros no tenemos control sobre la vida o la muerte, nacemos o morimos cuando la naturaleza lo ordena. Pero, en realidad, sí que tenemos control sobre cómo vivir esa vida. Es decir, podemos vivirla con alegría, con tristeza, con rabia, con frustración… Eso sí está en nuestra mano. Pues eso es lo que va aprender él en ese viaje.

En la película, ese elemento de la culpa está muy relacionado con la idea de justicia. ¿Digerimos mal la culpa en Occidente?

Bueno, al final somos judeocristianos, ¿no? Y la culpa es una de nuestras asignaturas pendientes. Nos han educado para sentirla y llevarla sobre nuestros hombros. Ahí, Alejandro Hernández, como guionista, y yo hicimos un planteamiento psicológico de cómo te enfrentas a esa culpa después de ese momento de la vida en la que no has sabido reaccionar o has obrado de una manera errónea o poco edificante.

Y, en esas situaciones, el mecanismo automático del ser humano es buscar la culpa en los otros, echarle la culpa a los demás. Lo primero que hace Quique es intentar buscar a aquellos que han causado este dolor. Después, como no los va a encontrar, le echa la culpa al pueblo porque no le deja irse. Luego, a la propia montaña y al valle en el que se encuentra, de alguna manera, secuestrado.

Hasta que, al final, se reconoce a sí mismo que todo su malestar es debido a que él se siente mal porque no ha terminado de reconocerse a sí mismo, que lo que le pasa es que hizo lo que hizo. En el momento en el que lo verbaliza y lo pone encima de la mesa y se lo cuenta a Prana, empieza el proceso de sanación, que es el proceso de perdonarse.

Fotograma de ‘Valle de sombras’, de Salvador Calvo.

En esa búsqueda de lo exótico que parece buscar al principio el personaje, la película plantea una confrontación entre lo imaginario y la realidad, entre las expectativas que creamos sobre un lugar y cómo son ese lugar y esas gentes realmente. ¿Estamos, quizá, demasiado embebidos de una imagen falsa de esos otros mundos que no conocemos?

A mí, lo que siempre me ha gustado de las historias es ese choque con otras civilizaciones, otras formas de ver el mundo. Eso estaba en ‘Adú’, estaba en ‘Filipinas…’, estaba incluso en ‘Historias para no dormir’, en ‘Alakrana’…

Es muy interesante ver cómo uno se rige por los parámetros que tenemos en Occidente, y cuando sales fuera y te encuentras otra perspectiva de la vida, te choca y crees que la correcta es la nuestra, aunque muchas veces no lo es. Simplemente, es que, si estás en el otro sitio, tienes que adaptarte a esa lógica. Y no lo hacemos. El hombre blanco no lo hace nunca [risas].

Ahora que mencionas esa relación con anteriores trabajos, mientras veía tu película pensaba que, si en ‘Adú’ la inmigración era un camino que iba desde el exterior hacia nosotros como occidentales, aquí le damos la vuelta a ese concepto. Aquí es ese sujeto occidental el que se convierte en inmigrante, el que va a ese otro lugar.

Nosotros somos tan egocéntricos que creemos que somos el centro del universo. Entonces, nos sentimos con la potestad de ir a cualquier sitio pensando que tenemos que ser bien recibidos. En cambio, nosotros podemos denegarle al otro la entrada a nuestro mundo. Y cuando ocurre lo contrario, nos extraña.

Fotograma de ‘Adú’, de Salvador Calvo.

En ‘Adú’ había dos viajes. Por un lado, estaba el viaje de los dos niños que salían de Camerún para llegar a Europa, un viaje complicadísimo. Y, por otro lado, el de los blancos, en este caso Ana Castillo y Luis Tosar, que viajaban a África, donde podían hacer lo que quisieran. Ellos podían ir de un lado a otro. Simplemente, cogían un avión, enseñaban el pasaporte y ya estaba hecho. Aquí se plantea un espacio en el que no somos tan bienvenidos. De alguna manera, no nos necesitan para sobrevivir y eso me parecía interesante.

Hay un tema que trata la película de una manera muy soterrada y es la cuestión de la masculinidad. Quique representa a un chico muy confiado en sí mismo que cree que puede superar cualquier eventualidad, algo de lo que se jacta todo el tiempo. Pero, por otra parte, me resulta curioso que las dos mujeres protagonistas estén mutiladas físicamente. ¿Hay ahí algún tipo de metáfora que querías exponer?

[risas] Me encanta que lo digas porque esto siempre lo hablé con Alejandro y le dije: ya verás cómo esta es la pregunta que me van a hacer los periodistas. Efectivamente, es verdad que, de alguna manera, en realidad todos están mutilados.

El personaje de Quique, si no mutilado, va a sufrir también ese deterioro físico brutal que es esa paliza que le dan, esos moratones, esas heridas que le van a infligir y que no se van a ir de su cara. Quique se encuentra con otro animal herido, otra criatura que también tiene marcas por dentro y por fuera, que es Prana.

De alguna manera, ambos se reconocen y por eso van a tener esa conexión tan grande. Pero no me lo planteaba en el sentido de hombres y mujeres mutiladas. Simplemente, son todos animales a los que la vida les ha hecho marcas y cicatrices. Si te fijas en el personaje de Quique, tiene la barbilla abierta, tiene heridas en la frente, son cicatrices que le van a quedar del paso mismo de la vida.

Peter O’Toole en un fotograma de ‘Lawrence de Arabia’, de David Lean.

Has mencionado antes ‘Lawrence de Arabia’ y estaba pensando que en ‘Valle de sombras’ también hay una búsqueda de la plasticidad del paisaje. La película está salpicada de planos fijos que son algo más que un elemento para crear transiciones de una escena a otra.

Sí, el paisaje es un elemento más de la historia. Estábamos hablando antes de ese Shangri-La, de esa especie de paraíso que, en este caso, es una jaula que encierra al personaje. Hay que entender (y creo que es algo que se ve en la película) que esas montañas son bellísimas, pero también son muy peligrosas. Son una cárcel tanto para Quique como para los habitantes de allí, que solo se pueden comunicar con el exterior durante los dos meses y medio que dura el invierno. Y eso es real, ese sitio existe.

El valle de Spiti, donde está el monasterio, se cierra el 15 de septiembre y queda aislado hasta el 15 de mayo porque la pista de acceso (que es de tierra y piedras, y la tienes que recorrer en dos días y medio) queda absolutamente sepultada por la nieve. Ten en cuenta que, para llegar allí, tienes que subir dos puertos de montaña de unos 5.000 metros de altitud.

Además, el Gobierno indio lo prohíbe terminantemente porque no va a ir a rescatarte. Todo queda bajo tu responsabilidad. Está prohibido pasar, así que, si vas, no van a ir a rescatarte. Es un lugar complicado. De hecho, a nosotros nos obligó a hacer las localizaciones técnicas un año antes del rodaje. Yo nunca había hecho una localización con tanto tiempo. Pero, claro, solo teníamos el verano para visitar esa zona.

La película se ha rodado en espacios naturales. ¿Qué aportaba al filme rodar en esos lugares?

Desde el principio, nos planteamos las dos posibilidades. Por un lado, estaba la opción de rodar con más equipo técnico, con más medios y elaborar todas esas localizaciones en un lugar más accesible. Podríamos haberlo hecho en Pirineos o en Sierra Nevada o, incluso, en el norte de Marruecos, donde Scorsese rodó ‘Kundun’.

Pero, hablándolo con el productor, pensamos que nuestra película iba a resultar más realista, más de verdad, si nos íbamos a rodarla, aunque fuera con menos medios técnicos, en las localizaciones donde suceden las cosas. Y esa fue la opción que tomamos.

Yo, ahora, con la película hecha, no me arrepiento. Creo que ganamos en fuerza, en veracidad, incluso para los propios actores. Cuando Alexandra Masangkay estaba interpretando a Prana, a la monja, e iba con el pelo rapado y con el hábito por el monasterio, los propios monjes que hacían la figuración le hablaban en ladakhí porque pensaban que era de allí.

O cuando Quique se asoma por primera vez a la ventana del monasterio y ve ese valle, está de verdad allí. Ya sé que el futuro son las pantallas de croma y el cine americano va por ese lado, pero me parece que se pierde algo que el espectador va a captar aquí.

Estás realizando una carrera cinematográfica sobre la base de un tipo de cine que parece que está siendo bien recibido por el público. En estos tiempos en el que es tan difícil llevar al cine al espectador, ¿cómo ves la situación?

Yo soy un romántico del cine. Me gusta ver el cine en la sala de cine, me parece que es algo que no se puede comparar con cualquier otra cosa. Por mucho que tengas una buena pantalla y un equipo maravilloso, no es lo mismo que verlo con otra gente en una sala oscura. Ese ritual creo que tiene algo de magia, de experiencia religiosa.

Yo abogo por que no solo hagamos cine familiar. Siempre habrá cine familiar en las salas porque funciona de maravilla y sirve como vía de escape para que los papás tengamos a los niños, al menos durante dos horas, en silencio [risas]. Pero, a veces, también parece que olvidamos hacer un cine para adultos en salas.

En ese sentido, esta fue nuestra apuesta, recuperar un motivo por el que los espectadores no se puedan perder esta película en una sala de cine porque piensen que, al final, sería un pecado verla en casa.

Salvador Calvo
Salvador Calvo, en un momento del rodaje de ‘Valle de sombras’.