Ricardo Martín

#MAKMAArte
‘Las caras del tiempo’, de Ricardo Martín
Sala Estudio General
Centre Cultural La Nau
Universitat 2, València
Hasta el 21 de marzo de 2021

“Un rostro, mi señor, es un libro donde los hombres pueden leer cosas extrañas”, advierte lady Macbeth a su esposo, el noble escocés lord Macbeth, en la ínclita tragedia shakesperiana. Una sentencia cuya conversión en proverbio bien podría servir de aperitivo para adentrarse en el excepcional cosmos fisonómico procurado por el fotoperiodista Ricardo Martín (Granada, 1953) y que habita, tan silente como sugestivo, en la exposición ‘Las caras del tiempo‘.

Una ubérrima colección de más de 80 retratos que el Centre Cultural La Nau acoge, hasta el 21 de marzo, instituida en imprescindible florilegio radiográfico de ese vasto (y reciente) territorio cronológico, político y cultural que dibuja el horizonte de nuestra contemporaneidad –desde los albores de la Transición hasta los últimos rescoldos previos a la sustantividad presente, insólita y pandémica–.

Semblantes tan eminentes que a algunos les basta ofrecer la cabellera (Rafael Alberti) para ser leídos; o administran la memoria de perfil (Savater, Warhol, Pepín Bello y la Piquer), entre filosofemas pop, agrafomanías y coplas asonantes. Otros respiran la nicotina de la celebridad (Oteiza y Terenci Moix) o la equilibran con naturalidad entre las falanges (Flores –la auténtica Lola–, Manuel Vicent y Umberto Eco); y los hay introspectivos –con la aflicción a cuestas de leyenda y bulerías (Camarón y Paco de Lucía)–, expansivos y plebiscitarios (Felipe González), entre sombras sicalípticas (Victoria Abril) o luces de boîte (Tierno Galván y Flor Mulkudi).

Caras de conspicuos apellidos y miradas que encierran el nervio óptico de la crónica periodística –urgencia de las redacciones por las que Ricardo Martín ha paseado el negativo (Ideal, Patria, El País, Ya o el semanario Tiempo, entre otros)–, a partir de las que reflexionar junto al fotógrafo y leer en el rostro de su oficio el relato último de la obra.

En ‘Retrato de un cazador’ (texto presente en el catálogo), Manuel Vicent asevera que “el rostro es el mejor paisaje exterior de una persona. En él hay desiertos, valles fértiles, montes y ríos limpios o sucios”. ¿De qué modo la fotografía, según su experiencia, capta, transmuta y fija esa inquietante naturaleza en semblante expresivo?

Podemos afirmar que en la atenta interpretación de esa “orografía” del rostro estaría la clave de un buen retrato. Paul Válery también escribió que nada hay más profundo que la piel, de modo que la pretensión de cualquier fotógrafo, más allá de de la inmediatez de la percepción primera de ese paisaje, es desenmascarar su expresión para encontrar lo esencial, convencido de que tras esas formas aparentes o accidentes del rostro existe otra realidad oculta que hay que desvelar para hacerla visible.

Ese es el motivo conductor. Y esa capacidad interpretativa para ir al grano, a lo esencial, suele ser muy rápida e intuitiva en los buenos fotógrafos.

Umberto Eco. Ricardo Martín
Umberto Eco. Fotografía de Ricardo Martín.

Umberto Eco (que mira de soslayo hacia su objetivo) prevenía que “nada es más nocivo para la creatividad que el furor de la inspiración”. ¿Comparte esta advertencia, teniendo en cuenta que buena parte de su obra (y la de otros colegas que le son coetáneos) responde o es fruto de una necesidad periodística?

Confío en la rutina del oficio mucho más que en la inspiración. Si tienes oficio, lo normal es que la inspiración venga por sí sola. Poco importa que la obra se haya hecho por encargo, necesidad periodística o por decisión personal para elegir el tema. Lo que cuenta es tu intransferible modo de mirar lo que tienes ante los ojos.

También le hago mucho caso a la intuición, que se nutre sobre todo de la experiencia y rara vez se equivoca. Es tu rutina de trabajo la que va marcando tu camino y tu estilo, aunque sea inevitable tener días más afortunados o inspirados que otros. Si tu fotografía responde a una necesidad interior por desentrañar lo que te llama la atención, esa experiencia se parece mucho a la de la poesía, en cuanto comparten el mismo deseo de perpetuar ese instante.

El poeta, decía el gran José Hierro, es el que tiene que perpetuar, el que pretende fijar el instante, el que ve lo que ven los demás pero los demás no quieren fijarlo y él sí. Lo mismo le pasa al fotógrafo.

¿Sería plausible componer un análisis semiótico de sus retratados a partir de hacia dónde dirigen sus miradas?

Creo que sí. Todos sabemos que es en la mirada donde reside la clave de la expresión. Cada dirección de la mirada, desde la frontal y directa hasta la de perfil, está repleta de signos que ofrecen múltiples lecturas y significados según cada observador.

Forma, rasgos, perfiles, ángulos, líneas, texturas, todo un lenguaje gráfico de expresión facial que tienen su propio sentido y puede para ser narrado de cualquier modo. Es aquí donde entraría la tarea de un buen escritor perspicaz, que es el mejor semiólogo.

La dirección de la mirada constituye uno de los factores de lenguaje no verbal que puede determinar una forma de ser, aunque también es cierto que cada retrato corresponde a un momento concreto y a un estado de ánimo en la vida de esa persona.

Ricardo Martín, María Vicenta Mestre Escrivà (rectora de la UV) y Fernando Delgado, secundados por Felipe González, durante la presentación de la exposición. Fotografía de Pedro Hernádez.

Y desde el punto de vista del fotógrafo, la acción de retratar también tiene su “instante decisivo”, al estilo Cartier-Bresson: ese que solo tú eliges; el momento y encuadre acertados no se produce ni antes ni después, solo en el momento en que, tras ese clic, te dices a ti mismo: “tengo la foto, esta es”.

De entre cuantas conspicuas y heteróclitas figuras pasean su rostro por ‘Las caras del tiempo’, tal vez la más enigmática, por contextura y biografía, sea la del hidroeléctrico y longevo Pepín Bello, alojado de perfil como uno de esos ignotos imprescindibles. ¿Qué matices fundamentales distinguiría de sus hechuras vitales?

Pepín Bello tenía en esa foto 91 años. Era un hombre modesto que siempre celebró los triunfos de sus amigos como suyos. Era verano ese día, su casa estaba en penumbra y tan ordenada como atiborrada de recuerdos, atestada de objetos y esculturas. Preferí hacer las fotos en la puerta de su casa, ante un fondo neutro para mostrar su atildado perfil, el pañuelo en el bolsillo y su pelo blanquísimo.

Pepín Bello. Fotografía de Ricardo Martín.

Fue uno de los personajes incluidos en ‘La edad de oro’, libro que compartí con Vicente Molina-Foix, fruto de una serie de entrevistas para El País en el verano de 1995. Al recordarle su influencia decisiva en los mejores cerebros de su Generación del 27, Pepín se limitaba a contestar, una y otra vez, con una humildad que nunca sonó a falsa: “No soy nadie”.

Nos enseñó fotos de su amigo Federico en albornoz y un turbante de toalla, La Argentinita, Ignacio Sánchez Mejías, dibujos dedicados de Manuel Ángeles Ortiz y Benjamín Palencia y el famoso poema de Lorca bajo la luna que brilla en la Residencia se pregunta: “Pepín, ¿por qué no te gusta la cerveza?”:

“Cielo de Claudio Lore / El niño triste que nos mira / y la luna sobre la Residencia. / Pepín, ¿por qué no te gusta / la cerveza? / En mi vaso la luna redonda, / ¡diminuta!, se ríe y tiembla. / Pepín: ahora mismo en Sevilla / visten a la Macarena. / Pepín: mi corazón tiene / alamares de luna y de pena. / El niño triste se ha marchado. / Con mi vaso de cerveza, / brindo por ti esta tarde / pintada por Claudio Lorena”.

Uno de mis confesas predilecciones, por su naturaleza compositva, descansa en el retrato de José Bergamín, uniformado de batín y abismos en su balcón con túrbidas vistas a la plaza de Oriente. ¿De qué modo se fraguó aquella instantánea?

Aquel día me recibió con ese batín y pasamos a la cocina, se puso una toalla en la cabeza y terminó de inhalar los vapores de unas hojas de eucalipto que hervían en una cacerola. Padecía de los bronquios, según me dijo. Se peinó y quise hacer la foto en el balcón, dando la espalda al Palacio Real, edificio, pensé yo, con significado de bestia negra para él: “Mi mundo no es de este reino”, escribiría.

José Bergamín. Fotografía de Ricardo Martín.
José Bergamín. Fotografía de Ricardo Martín.

El motivo de la foto fue que unos días después se representaría su obra ‘Medea, la encantadora’ en el Teatro María Guerrero, dentro de un homenaje que se le tributó y al que no acudió, “quizá para mantener su actitud fantasmal y que nadie pueda saber quién es”, según dijo José Monleón, uno de los que intervinieron en el acto.

Bergamín me pareció una figura ausente y un tanto enigmática, “esqueleto vivo que he sido siempre”, como él mismo dijo de sí mismo. Y así creo que lo capté en el balcón.

¿Qué estertores últimos de metralla vital escondía el parche ocular de Moshé Dayán?

La foto la tomé en Barcelona, en su primera visita a España en marzo de 1981, durante una entrevista que concedió en exclusiva a El País. Llegó acompañado por su esposa a bordo de un crucero procedente del puerto israelí de Haifa.

Con aire cansado, algo enfermizo y evidentes dificultades de audición, el legendario militar, con el parche que perdiera en el río Litani en 1941, luchando en el bando británico contra los sirios aliados del Eje, declaró su deseo de mejorar las relaciones diplomáticas con España y anunció su candidatura a las elecciones israelíes de junio de ese año. Dayán murió de cáncer de colon unos meses después de esta foto, en octubre de ese mismo año.

Moshé Dayán. Fotografía de Ricardo Martín.

Por cierto, ese pequeño trozo de tela negra fue subastado en un sitio de Internet, por un precio base de 75.000 dólares, según leí hace años en un diario. El parche formaba parte de las pertenencias de un guardaespaldas del militar, quien lo heredó tras su muerte junto con su revólver Smith&Wesson de calibre 38.

De Miguel Ríos a María Vicenta Mestre evolucionan cinco décadas de contextual efervescencia, diseccionados por un consanguíneo y sugestivo blanco y negro (con algunas licencias a color) con el que procurar una mirada retrospectiva hacia quiénes fueron aquellos que han instituido, en cierto modo, cómo somos. ¿Hemos perdido cierto grano más allá de la epidermis fotográfica?

La fotografía, que siempre se ha movido entre “el juego de la perduración y la pérdida”, consigue siempre que la veamos como el reflejo de un tiempo pasado. Es uno de los más perfectos indicadores del cambio incesante de las personas y las cosas. Este ha sido siempre el leitmotiv de la fotografía, memoria de lo que ha sido. Por eso nos conmueve y nos provoca una mezcla de placer y dolor, cierta nostalgia por la pérdida. Pero también nos invita a un placentero culto al recuerdo, que es el refugio final de las cosas y las personas que amamos.

Ricardo Martín
Ricardo Martín, cronología mediante, por partida doble. Fotografía de Pedro Hernández.