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‘Pobres criaturas’, de Yorgos Lanthimos
Reparto: Emma Stone, Mark Ruffalo, Willem Dafoe, Ramy Youssef, Christopher Abbott, Jerrod Carmichael, Kathryn Hunter, Margaret Qualley, Hanna Schygulla
Guion: Tony McNamara, a partir de la novela homónima de Alasdair Gray
141′, Irlanda, 2023

Aunque no es su primer largometraje, la carrera del director griego Yorgos Lanthimos ganaría el interés de la crítica y el púbico internacional con la presentación de ‘Canino’, película con la que obtendría el gran premio del jurado en la sección ‘Una cierta mirada’ del Festival de Cannes 2009.

Ya en aquel trabajo, Lanthimos asentaría las líneas principales de su obra posterior; a saber: una puesta en escena y unas composiciones muy precisas, una propuesta formal en la que el espacio que rodea a los personajes jugaría un papel tan narrativo como los hechos representados, una dirección de actores muy controlada en relación a ese espacio circundante y, sobre todo, unos relatos que, partiendo de premisas argumentales que coqueteaban con un cierto surrealismo, construyen un discurso universal sobre la lógica del comportamiento humano. De una manera o de otra, estas directrices persisten en su última producción.

Basada en la novela homónima del escritor escocés Alasdair Gray, ‘Pobres criaturas’ narra la historia de Bella Baxter (Emma Stone), una joven que vive recluida en la extravagante mansión del no menos pintoresco y prestigioso cirujano Godwin Baxter. Con el rostro y el cuerpo desfigurado por numerosas mutilaciones, Godwin cuida de Bella como si fuera su propia hija.

Sin embargo, a medida que vamos entrando en su mundo, iremos descubriendo la verdadera naturaleza de esta relación. Como descubre el joven Max McCandles, uno de los estudiantes de medicina de Godwin, Bella es, en realidad, un experimento. Su comportamiento parece el de una niña, lo que, en un primer momento, hace pensar a Max que sufre algún tipo de deficiencia. Pero las cosas son más complicadas.

Emma Stone, en un fotograma de ‘Pobres criaturas’, de Yorgos Lanthimos.

En realidad, el cuerpo ya maduro de Bella sostiene el cerebro de un recién nacido que ha sido trasplantado por Baxter. Como todo infante, Bella debe aprender a desenvolverse en el mundo. Su caminar es torpe y su habla no pasa de balbucear unas cuantas palabras inconexas que forman frases comprensibles, pero todavía incompletas. Pero Bella demuestra una gran inteligencia y, poco a poco, irá aprendiendo.

Su natural desconocimiento de los rudimentos sociales pronto despiertan su deseo por saber, por hacer preguntas. Un día, un abogado libertino de nombre pomposo, Duncan Wedderburn, seducido por su belleza, le propone abandonar al doctor y fugarse con él. Bella emprende, así, un viaje de conocimiento ante el mundo que la rodea y, sobre todo, de su propia feminidad.

Con ‘Pobres criaturas’, Yorgos Lanthimos nos regala un fabuloso cuento de corte gótico. En el horizonte, enseguida encontraremos referencias tanto al ‘Frankenstein’ de Mary Shelley, en el plano psicológico y poético, como a la cinta de James Whale e, incluso, a la obra de Kenneth Branagh, todo ello mezclado con unas pinceladas de otros relatos como ‘La isla del Dr. Moreau’, de H. G. Wells, o el cuento tradicional de hadas ‘La bella y la bestia’.

Partiendo de la novela de Alasdair Gray, Lanthimos y su guionista Tony McNamara (con quien había colaborado en su trabajo anterior, ‘La favorita’), subvierten los papeles de la historia del famoso engendro para elaborar su discurso. Aquí, el monstruo desfigurado no es la criatura que surge del laboratorio, sino el propio científico, el Dr. Baxter, mientras Bella responde a los cánones de belleza contemporáneos.

‘Pobres criaturas’ se suma, con estos elementos, al debate o confrontación que proponen los nuevos feminismos, si bien, a diferencia de ‘Barbie’, la cinta de Greta Gerwig, lo hace desde las herramientas de la dramaturgia. Y es que, si retiramos buena parte del maquillaje formal al que Lanthimos somete a su trabajo, estamos ante un texto convencional, un melodrama de corte victoriano pasado por el tamiz de su propia mirada estética.

Fotograma de ‘Pobres criaturas’, de Yorgos Lanthimos.

Cuando el avispado Duncan Wedderburn conoce a la hermosa Bella, enseguida se enamora de ella. Aprovechando su aparente inocencia, Wedderburn la encandila con la promesa de una vida de aventuras, lejos de las convenciones sociales y de esa casa que la tiene retenida como una prisionera.

Wedderburn quiere que Bella vea en él a un semejante, sin embargo, pronto descubriremos que lo que realmente busca es encerrarla en una nueva prisión. Wedderburn pasará de una posición dominante a dejarse devorar por los celos según Bella vaya abriéndose a ese mundo exterior que él le ofrece y aparezcan nuevos candidatos para cortejarla.

De esta forma, descubrirá que esa coraza de hombre liberado, ajeno a los dictados de la sociedad, de semental insaciable y efectivo, es más frágil de lo que supone, y que su aparente seguridad no es más que un disfraz que esconde sus verdaderos prejuicios, que saldrán a relucir cuando tenga que lidiar con un espíritu realmente libre como el de Bella.

Desde la actitud protectora de Baxter, que la ve como un objeto de estudio, pasando por la ambición dominadora de Wedderburn o la posterior experiencia del matrimonio al que tendrá que enfrentarse finalmente, Bella va superando una etapa tras otra. A lo largo de este recorrido, irá comprendiendo los límites y virtudes de su propia identidad en la que su sexualidad juega un papel medular.

En ‘Pobres criaturas’, Lanthimos y McNamara logran encajar todas las categorías sociales y psicológicas y no se acomplejan en despellejar tópicos y clichés con diligencia dramática y narrativa. Pero, a diferencia de la cinta de Gerwig, el director griego no es un dogmático ni un moralista.

Así, en la vida de Bella también tendrá cabida la posibilidad de un amor verdadero en la figura de otro hombre con el que Bella iniciará felizmente una relación, basada no tanto en sus propias expectativas como en el hecho de aceptarla tal y como es, tal y como ella desea ser o en lo que se ha convertido. Ella es la suma de lo deseado, lo vivido y lo aprendido a través de esas vivencias.

Fotograma de ‘Pobres criaturas’, de Yorgos Lanthimos.

Pero reducir esta película a un mero trasunto del discurso feminista es rascar solo una parte de la propuesta de Lanthimos y McNamara. Como hemos comentado, Bella es un espíritu libre. Pero esa libertad se sostiene, precisamente, en su desconocimiento del mundo exterior.

Cuando abandone la casa, comprenderá que hay otra realidad más allá de esa frontera de su propio deseo. Un mundo en el que los hombres se explotan los unos a los otros y en el que, al contrario, el oropel de la riqueza y esa aparente libertad, aunque tenga muchas ataduras, está reservado a unos pocos privilegiados.

En ese sentido, el personaje de Bella bien podría entenderse como una encarnación de las distintas etapas de la vida. En un primer momento, Bella se comporta como un niño, una mente todavía en blanco, libre de experiencias y grilletes culturales, como si se tratara de un disco duro recién formateado al que todavía no le han instalado todavía el sistema operativo.

Su mundo es ella misma, la figura del padre y esa casa que la protegen de los peligros del exterior. En ese camino de crecimiento, lo primero de lo que toma conciencia es de su propio deseo y el placer de su cuerpo.

En el primer viaje que emprende con Wedderburn, Bella se entrega al descubrimiento de los placeres de la carne, la comida y, sobre todo, el sexo. Pero el mundo real pronto se va a confabular para tirar abajo ese muro protector y, en el fondo, confortable de la inocencia.

Así, en otro de sus viajes, Bella conocerá a otro hombre, Harry Astle, que le mostrará la verdadera cara de la sociedad. Y aquí encontramos, de nuevo, una imagen precisa: arriba, los privilegiados; abajo, los que no tienen de nada. Ante esta imagen, Bella queda en estado de shock. Desde su inocencia, no puede comprender ni asumir tanto dolor, ni físico (hambre, muerte, enfermedad) ni emocional.

Surgen, de este modo, nuevas preguntas, si bien la única respuesta que encuentra por parte de Astle es el cinismo: las cosas son así y no podemos hacer nada, salvo tratar de salvarnos a nosotros mismos y sobrevivir. Bella se encuentra, de este modo, ante una nueva encrucijada: o bien se entrega a ese cinismo confortable que le ofrece Astle o trata de poner remedio. ¿Y quién de nosotros no nos hemos encontrado alguna vez ante este mismo dilema?

Willem Dafoe, en un fotograma de ‘Pobres criaturas’, de Yorgos Lanthimos.

Para el científico Baxter, la discusión se circunscribía a la confrontación entre ciencia y barbarie. El saber científico, limpio, frente a la ignorancia. Pero el hecho de la experiencia humana en sociedad es mucho más complejo, como descubrirá Bella, su propia creación que, poco a poco, se irá mostrando más sabia que el maestro.

Hasta aquí lo contado. Pero, como decíamos al principio, el trabajo de Yorgos Lanthimos no se reduce a su propuesta argumental. A esta le acompaña una puesta en escena cada vez más apabullante, según van pasando los títulos de su filmografía.

Lanthimos, junto al equipo de decorados (rodados en estudio), en manos de los diseñadores James Price y Shona Heath, y el diseño de vestuario de Holly Waddington, convierte ‘Pobres criaturas’ en una sucesión de cuadros que bien podrían entenderse como caprichos modernos, en los que se mezclan distintos estilos arquitectónicos, desde el Londres victoriano a la Francia de la belle époque, todo ello mezclado con un cierto toque futurista kitsch que bien podría haber salido de uno de los paisajes de las novelas gráficas de Moebius.

‘Pobres criaturas’, de Yorgos Lanthimos.

En este contexto de exuberante fantasía, Lanthimos se entrega a unas composiciones y una dirección de actores milimetrada que, sin embargo, todavía deja espacio para asumir ciertos riesgos en una película más física de lo que puede parecer. Para enriquecer este paisaje formal, Lanthimos, junto a su director de fotografía, propone un amplio abanico de texturas que refuercen el sentido del relato.

Así, la infancia de Bella en la mansión de Baxter está rodada en un sobrio blanco y negro que contrasta, desde el momento en que emprende su viaje, con una rica paleta de colores en las etapas posteriores de su adolescencia y madurez, ya en el mundo exterior.

Como hiciera en ‘La favorita’, el director griego recurre con frecuencia al uso de lentes de gran angular que deforman el aspecto de la imagen para resaltar esa sensación de doble extrañeza que trata de transmitir la película. Extrañeza de Bella ante el mundo que la rodea, y extrañeza del propio espectador ante unas imágenes que aparecen como una representación deformada de su propia realidad, como esos espejos de las ferias de atracciones.

Como la Alicia de Carroll, la imagen que nos devuelve la pantalla se presenta como una representación distorsionada de nuestro propio mundo y, sin embargo, no dejamos de reconocernos en ella.

Unas últimas líneas para llamar la atención sobre un casting de actores que ofrecen en este trabajo lo mejor de sí mismos. No es difícil destacar el trabajo de la actriz Emma Stone, productora de la película –en su segunda colaboración con el director griego–, en el papel de Bella.

Stone se pone en la piel de su personaje en una interpretación jugosa y llena de enriquecedores detalles. A su lado, encontramos a unos Willem Dafoe y un Mark Ruffalo –al que recuperamos de las franquicias de Marvel– francamente inspirados. Sobre ellos dos recae otro de los elementos del cine de Lanthimos: el humor.

Un humor que surge y se mueve en la confrontación entre el elemento dramático y lo patético, lo burlesco de la experiencia humana. No nos reímos de ellos, nos reímos de nosotros mismos. Sus Dr. Baxter y Duncan Wedderburn son tan trágicos como igualmente entrañables en su absurda, ridícula y lógica humanidad.

En ‘Pobres criaturas’, Lanthimos afila, de nuevo, sus dardos contra las convenciones de la sociedad contemporánea, si bien, en esta ocasión, no se ensaña tanto y nos deja una rendija a la esperanza. La parodia, aquí, se convierte en mecanismo de catarsis. Un Lanthimos con menos mordida que en la mencionada ‘Canino’ o en ‘Alps’, quizá su mejor trabajo hasta la fecha, algo más dócil, fruto, quizá, de su relación con la escena y la producción internacional, pero igualmente sugerente y eficaz.