La vida de dos, de Óscar Vázquez Chambó
Sala d’Exposicions Municipal d’Algemesí (Casino Liberal)
Carrer de la Muntanya, 24. Algemesí (Valencia)
Hasta el 3 de diciembre de 2018
Hay que estar prevenido para adentrarnos en los submundos del artista pues su arte nos habla de algunos silencios de la realidad, espacios incómodos donde el propósito inquietante de lo inexorable se expresa con una crueldad infantil, como un niño que hiere con su inocencia.
‘La vida de dos’ lleva a la escena del arte el universo cotidiano y familiar del artista que reflexiona sobre la vida de sus padres, su pasado y presente, a través de juegos de color que nos sitúan en atmósferas simbólicas distintas. Las composiciones son equilibradas, con guiños al clasicismo pictórico, a la espiritualidad de los bodegones barrocos y con actitudes hieráticas de los personajes que nos remontan al simbolismo y función de la fotografía en su origen, impregnada de la transcendencia del retrato implicado en la muerte y la eternidad. Y es que todo se envuelve de un turbador fatalismo, como si este trabajo sirviera de preparación emocional del artista ante la inminente vejez de sus progenitores, que ejercen una resistencia a la degeneración de sus valores, de su amor y costumbres.
‘La vida de dos’ no es un homenaje es un ejercicio valiente de indagación psicológica en el ecosistema familiar, para reconocer la independencia y respeto al mundo de sus padres. Precisamente la integridad del lenguaje del autor, la estética implacable sirve de distanciamiento emocional para poder hablar de temas incómodos, solapados y ocultos en las relaciones personales.
El arte como los sueños es un camino para explorar el inconsciente, purgar las pulsiones frustradas por la razón y la moral, por ello esta serie está impregnada de cierto surrealismo, elucubraciones del sinsentido que devienen en símbolos de la fidelidad en el ritual doméstico de los padres. El hogar es el paisaje íntimo y metafísico donde acontecen las acciones de las fotografías puras o intervenidas plásticamente, en las que el color (rojo, azul, verde, amarillo) ejerce de hilo conductor entre el pasado y el presente de una historia contada en imágenes construidas a partir de la herencia pictórica de artistas, entre los que podemos identificar el costumbrismo transcendente de Edward Hopper o el pop personal de David Hockney. Éste último inspiró sobre todo la expansión cromática de su serie anterior de desnudos femeninos que evocaban el mítico tema de la modelo y el artista, aunque su universo simbólico tiene ese sabor atemporal del arte nórdico.
Es precisamente el cine del finlandés Aki Kaurismäki quien insufla esa aura de quietud ensamblada entre la imagen y la sonoridad a un ritmo de intimidad contemplativa en la concepción del videoarte que completa la exposición. El autor constata su presencia en la construcción de las imágenes, como el auténtico espectador que de repente sale a escena desvelando que él es el receptor, un mensaje para sí mismo. Entendemos la obra como un proceso de aceptación de la vida y la decrepitud en el que Vázquez hace guiños a sus mitos cinematográficos evocando la sinceridad brutal de Bergman, los encuadres de Hitchcok o la crueldad de Tarantino.
A todo ello contribuye la composición equilibrada, la conceptualidad de las líneas y la disposición de los objetos que participan en el juego de significados y que saltan de la bidimensionalidad de la imagen fotográfica al espacio a través de instalaciones objetuales, haciendo de todo un conjunto simbólico. Así es la imagen construida de Óscar Vázquez que une el género del retrato y el pictoricismo de Gregori Crewdson, Duane Michals o David Lachapelle conduciéndolo hacia una esfera personal e íntima descifrada en códigos universales que habla del ser, del amor y de la muerte.
Alejandro Villar Torres
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