‘Las Novias de Frankenstein’ de Natacha Lesueur
House of Chappaz Flat
Caballeros 35 – 3
Hasta el 27 de mayo de 2022

LA QUINTA FOTO

“’How dare you,’ says the angel
He crashes down from the heights”
P.J. Harvey, Pig Will Not, 2009

Uno de los aspectos que caracterizó la Exposición Universal de París de 1889 fue el desarrollo técnico, ejemplificado no solo por la edificación de la Torre Eiffel, sino por la Galería de Máquinas en la que, probablemente, se encontrase uno de los inventos belgas que trasformó los índices de mortalidad infantil: la incubadora.

Desconozco el impacto de esta novedad, probablemente sepultada entre un sinfín de maravillas técnicas, pero quien si reparó en ella fue Alice Guy, o al menos esa anécdota se señala como el germen de El hada de las coles, 1896, considerada no solo la primera película dirigida por una mujer, o al menos firmada por una, y el primer film narrativo.

Las hadas estarán presentes en el arranque y en la historia del cine, pero serán básicas para entender el desarrollo de la imagen fotográfica, tanto estática como en movimiento, pero nos acompañaran hasta Cottingley, Inglaterra, donde en el verano de 1917 unas niñas Elsie Wright, con dieciséis años, y Frances Griffith, con diez, tomaron dos instantáneas en la que se las podía ver rodeadas de hadas.

Vista de la exposición. Imagen cortesía de House of Chappaz

Al menos eso afirmaron las protagonistas de las cinco fotografías que las mostraban retratadas con estas criaturas, en todas menos en la quinta y última de las imágenes. La noticia generó un importante revuelo, con numerosos estudiosos insistiendo en su veracidad y con Conan Doyle haciéndose eco del descubrimiento. Kodak se negó a autentificarlas, alegando que había muchas maneras de falsificarlas. En 1981 estas mujeres afirmaron que así era, que habían falsificado las fotografías, todas, menos la quinta.

Mientras el dada exploraba las posibilidades expresivas del fotomontaje, ideado medio siglo antes, unas jóvenes primas lo empleaban generando una ficción de verosimilitud y permaneciendo en silencio avergonzadas por haber conseguido engañar al creador de Sherlock Holmes.

La primera imagen muestra a Frances mirando a cámara, las siguientes nos ofrecen los perfiles de las protagonistas, ya que se encuentran interactuando con las hadas, entes traslucidlos que enfatizan aún más la fantasía Camp que construye estas imágenes y que no deja de ser un reflejo de la educación y el universo de una infancia “femenina”.

1935, James Whale estrena la secuela de Frankenstein, generando un nuevo personaje que no existía en la ficción de Mary Shelley, la novia de la criatura. El relato se retoma donde había concluido, en las ruinas del molino, y se inicia una peregrinación de la criatura en busca de personas que le acepten como es.

Dos fotografías de la exposición. Imagen cortesía de House of Chappaz

Uno de los aspectos más importantes es la criminalización mediante la mirada, si en la novela de Shelly la criatura descubre su naturaleza monstruosa al leer El paraíso perdido de Milton, en la película es la mirada de los otros la que le recuerda su no adecuación al patrón, situándolo en el terreno de lo abyecto.

Si en la primera película la excepción a esta dinámica social la encontrábamos en la niña, en esta segunda parte será el ciego el que acepte al ser. La novia de Frankenstein, que titula la película, es un anhelo que se infunde al personaje, de la misma naturaleza que la criatura se espanta al mirarle por primera vez, lo que provoca su huida y su muerte.

El papel de esta novia, al igual que la de Duchamp, es pasivo, su objetivo en complacer el deseo masculino, en este caso el de afecto y compañía, pero ella rompe el patrón, rechaza a su ‘prometido’ pese a compartir la misma ‘naturaleza monstruosa’.

Es el verse reflejada en otro lo que la lleva al espanto o el hartazgo de ser modelada y manipulada por la mirada masculina para cumplir sus expectativas y al negarse rompe el patrón. Lo cierto es que la versión femenina de la criatura vuelve a ser un patchwork de elementos que buscan adecuarla a un ideal. Y dentro de la construcción visual de esa novia no podemos olvidarnos del pelo…

“Casi todo lo que se ha escrito sobre la materia conviene en que la vestimenta cumple tres propósitos principales: adorno, pudor y protección. (…) La mayoría de los investigadores ha considerado sin vacilaciones el adorno como el motivo que condujo a la adopción del vestido. (…)

Natacha Lesueur
Vista de la exposición. Imagen cortesía de House of Chappaz

Los datos antropológicos se basan en el hecho de que entre las razas más primitivas existen pueblos que no se visten, pero no pueblos que no se adornen.” J.C FLÜGEL, Psicología del vestido, 1935

Natacha Lesuer (Cannes, 1971) presenta su segunda muestra individual en Valencia, Las novias de Frankenstein, tras su retrospectiva en la Villa Medicci, Roma. El título del proyecto ya nos adentra en alguna de sus obsesiones: la noción de feminidad como un constructo, la supuesta alteridad del ornamento, los tópicos y modos de representación puestos en crisis por el pensamiento feminista…

La muestra presenta su última serie, Les humeurs des fées, 2020-21, en diálogo con obras anteriores, siendo las más antiguas de 1997. Organizado en torno a series, su producción desarrolla una exploración en torno a la identidad y el cuerpo en la que la construcción de la imagen se primaba antes el resto de los elementos, casi todos estos trabajos son “Sin título” frente a esta última propuesta.

La visión de lo femenino como una ficción, en este caso mediante la mitología de las hadas, en la que la imagen se ve asaltada por lo abyecto en el sentido más freudiano del término: fluidos, podredumbres, fuegos…

Ya hemos apuntado como las hadas, y las claves estéticas que cimentarían el camp, se encontraban como leit motiv entre las iniciadoras de la fotografía y el cine. Pero la otra tradición nos enlazaría con artistas como Durero. Según la filosofía médica griega, las personas estaríamos construidas en base a cuatro fluidos o humores: flema, sangre, bilis negra, y bilis amarilla.

Una de las fotografías de Lesueur presentes en la exposición. Imagen cortesía de House of Chappaz

Estos fluidos afectaban tanto a nuestra salud física como a la mental y los estados de ánimo -Les humeurs, en francés, mientras que en castellano el término designo solo uno aspecto anímico. El exceso de bilis negra estaba vinculado con los carácteres melancólicos y artísticos, propensos a problemas auditivos, por eso cubren su oreja con la mano.

Las mujeres retratadas por Natacha se encuentran atrapadas en un universo melancólico, en el que los síntomas contaminan la perfección de la imagen, evidenciando la enfermedad subyacente, originada por las expectativas hacia las mujeres en la sociedad contemporánea. Tal vez el horror que sintió la novia de Frankenstein al enfrentarse a su monstruosidad sea el reflejo atrapado en nuestras propias miradas al contemplar que nos estamos haciendo.

Eduardo García Nieto
Comisario y Educador