Miquel Navarro

#MAKMAArte
‘Territori humà’
Entrevista a Miquel Navarro
Espai d’Art Contemporani ‘El Castell’ (E CA)
Cisterna 28, Riba-roja de Túria, València
Hasta septiembre de 2023

Una ciudad, dice el periodista Herb Caen, “no se mide por su longitud y anchura, sino por la amplitud de su visión y la altura de sus sueños”. A esa última medida se adaptan las ciudades de Miquel Navarro. Ciudades de zinc, terracota o aluminio que apenas entran por los ojos ya están proyectando en la cámara oscura del cerebro imágenes repletas de deseos y recuerdos.

Algunas de sus singulares ciudades han ido a parar al E CA (Espai d’Art Contemporani) de Riba-roja de Túria (València), donde se exponen junto a serigrafías de guerreros luchando, esculturas y dibujos que vienen a conformar la exposición ‘Territori humà’. Un territorio, apunta Navarro, “que es el modo en el que el hombre parcela su espacio para vivir, como también lo parcela el animal, porque el humano también es animal y el animal un poco humano. Tengo un perrito al que solo le falta hablar”.

Esa falta de lenguaje -más allá del destinado a la simple comunicación o emisión de señales que también poseen los animales- es la que lleva a artistas como Miquel Navarro a crear objetos que dotan a ese lenguaje de la capacidad de transmitir precisamente lo inefable. Y así, por paradójico que resulte, la obra de arte habla desde su más absoluto silencio alumbrando espacios que conmueven por despertar en nosotros cierta memoria dormida.

Miquel Navarro, en el video realizado por Fran Pérez, que acompaña la exposición ‘Territori humà’, en el E CA de Riba-roja de Túria.

“Son ciudades metafísicas, porque digamos que no existen, pero la figura humana siempre está, aunque relacionada con el elemento totémico. Podría ser un paisaje escultórico y, por qué no, un bodegón. Y, si me apuras, hasta un belén, porque a mí de pequeño lo que más me gustaba era ponerles a los belenes agua y fuego en forma, claro está, de una bombilla con ese color del fuego”, señala Navarro.

Y añade: “Quiero dotar a mi obra de una cierta intemporalidad, que es un poco atrevido por mi parte, pero por qué no. Y al despojar las ciudades de las figuras humanas adquieren esa cierta intemporalidad. El hecho metafísico te une más a una poética de tipo nostálgico con cierta melancolía, lo cual lo une con los metafísicos italianos, como [Giorgio] De Chirico o [Mario] Sironi o [Fausto] Melotti”.

Sería De Chirico quien dijera que había “más misterio en la sombra de un hombre caminando un día soleado, que en todas las religiones del mundo”. Algo parecido destila la obra de Miquel Navarro, quien, aludiendo al misterio que poseen sus ciudades, sus falos erguidos como tótems, sus cuerpos de guerreros e incluso sus espléndidos cactus, invoca el enigma de la religión ligándolo con la fe sobrenatural del artista extasiado en su trabajo; extasiado, es decir, fuera de sí.

Vista de la exposición ‘Territori humà’, de Miquel Navarro, en el E CA de Riba-roja de Túria.

“Yo si tengo que hacer un falo, lo hago evidente, pero a veces lo hago como si fuera un obelisco, que es la relación que marca el hombre con el espacio; te está hablando de la individualidad, de la soledad”, advierte poco antes de agregar: “Cuando se relaciona lo fálico con lo poderoso, el tiempo ya se encarga de arreglarlo. Las cosas son complejas, no son tan elementales. El elemento totémico, también es un elemento contemplativo. Yo no soy creyente, pero para el que lo es, un santo es en cierto modo un tótem”.

Sus obras, dice, tienen de todo un poco: “Tienen que ver con la psicología, la psiquiatría, con la vida y la muerte, que en cierto modo lo tiene el arte en sí. También con la idea de tristeza, aunque esto me parece más cursi”. Y para doblegar este rapto de cursilería se va hasta el antiguo Egipto en busca de nueva inspiración.

“Cuando enterraban a un faraón, toda la representación de la sepultura se hacía en pequeñito. Y en todas las culturas antiguas, era la casa de los espíritus, espacios muy pequeños donde estaban contenidos esos espíritus de los que habían muerto. El catolicismo lo lleva a lo que se llama sagrario, que no deja de ser una casita pequeña donde está Dios dentro”.

‘Ciudad 84-85’, de Miquel Navarro, en la exposición ‘Territori humà’, en el E CA de Riba-roja de Túria.

“Yo la ciudad la veo como una gran cobija, porque las casas son como elementos de protección, al igual que los subterráneos”, añade quien tiene uno en su propia casa estudio de Mislata, a modo de inconsciente familiar, que es tanto como apuntar hacia el espacio donde lo amable y lo inquietante se dan la mano; lo bello y lo siniestro del campo freudiano.

También encuentra paralelismos entre la ciudad y el cuerpo humano, “porque la ciudad tiene un centro que sería un corazón, tiene unos fluidos con sus calles llenas de vehículos, sus conductos de agua, que serían la sangre y la saliva de los fluidos humanos”.

Y, para terminar de rematarlo, halla igualmente similitudes entre las ciudades y la música: “Son como partituras musicales, pero no suenan, aunque hay algunas que sí. Son partituras, en todo caso, que al ponerlas en distintos sitios son diferentes piezas, que no suenan igual si van a un museo u otro. Algunas de las que están en el ECA ya han sido expuestas en otros espacios, pero de la manera en que las expongo aquí, no. Las claves están dadas, pero el ritmo es diferente en cada ocasión”.

Pieza de Miquel Navarro, en el patio del E CA, integrada en la exposición ‘Territori humà’.

De hecho, para el E CA ha realizado un montaje un tanto inédito, creando una especie de paisaje escultórico que viene a ser como la Albufera de València, “una marisma con diferentes tierras de distintos colores y pequeñas arquitecturas”.

Los cactus forman parte, como los gigantescos falos de su vasta producción, del estatuario regido por esa mezcla de poder y fragilidad. Por eso decía el filósofo Séneca: “¡Cuánta grandeza, tener la debilidad de un hombre y la serenidad de un Dios!”

“Yo el cactus lo asocio al dolor, porque si te pinchas con él te hace daño, como puede ser la corona de crucifixión de Cristo que tiene espinas, pero al mismo tiempo es ficción”, subraya Navarro, para evocar una película de su infancia que, por el argumento, se descubre como ‘El experimento del doctor Quatermass’ (Val Guest, 1955).

Miquel Navarro, en un momento de la entrevista en su estudio de Mislata. Imagen de Fran Pérez.

“Es una película que me impresionó mucho de pequeño, porque llegaba un hombre del espacio, que había cogido uno de esos virus espaciales, y el brazo se convertía en un elemento vegetal, acabando siendo un monstruo, con los miembros como si fueran cactus. El cactus tiene ese algo como si fuera de otro planeta; un vegetal un poco especial”.

Dada la escasa presencia de la cultura en los debates políticos -como si fuera invisible hasta que llegan las ferias del libro o los premios Goya del cine-, terminamos hablando de ella. “Ante una obra de arte -ya sea pictórica, escultórica o musical- el espectador tiene que ser libre. No hay que hacerle ninguna lectura, ponerle corsets a la obra, porque igual se la estamos desnudando por la parte que no hay que desnudar. Cada uno ha de interpretarla a su manera”.

Y recuerda una conversación con amigos de distintas disciplinas artísticas, a modo de diálogo con disparos de fuego cruzado: “Tengo amigos del ámbito de la literatura que dicen que nosotros los artistas plásticos somos sordomudos, porque no sabemos ni hablar ni leer, y yo les digo a ellos que son ciegos, porque no saben ver”, concluye Miquel Navarro, mientras su ‘Territori humà’ todavía aguarda nuevas visitas.

Miquel Navarro
Miquel Navarro, en su estudio de Mislata. Imagen de Fran Pérez.