Mendiburu

Mendiburu. Materia y memoria
Bilboko Arte Ederren Museoa. Museo de Bellas Artes de Bilbao
Museo Plaza, 2. Bilbao
Del 14 de abril al 5 de septiembre de 2021

Comisariada por Juan Pablo Huércanos, subdirector de la Fundación Museo Jorge Oteiza, la muestra recoge en el Museo de Bellas Artes de Bilbao un centenar de piezas (esculturas y obras sobre papel) de Remigio Mendiburu (Hondarribia, 1931-Barcelona, 1990). Las obras, muchas de ellas inéditas, fueron realizadas desde sus inicios, a finales de los cincuenta, hasta sus últimas creaciones a mediados de los ochenta, cuando se aleja de los grandes volúmenes para crear una interesante serie de piezas más pequeñas.

Jaula, 1969 (madera), de Remigio Mendiburu, en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Foto: Iñaki Torres.

De los escultores del grupo Gaur, en el que participó en 1966 junto a Oteiza, Chillida y Néstor Basterretxea, Mendiburu es el más emocional. Busca lo compacto, el amurallamiento de las piezas, su unión y su trama, su fortaleza, como si se defendiera de algo que está permanentemente acechando ahí fuera.

Esto no es tan raro si tenemos en cuenta lo que el artista dice en una entrevista (que curiosamente él mismo se hace bajo el heterónimo de Peter Bird): que su trabajo artístico surge “de la energía de explicar sus vivencias terribles de la guerra en el exilio».

Aunque no siempre los artistas aciertan a saber los motivos que impulsan su obra, en este caso parece que es así: a los cinco años tiene que abandonar a pie su pueblo natal con sus padres republicanos para huir a Francia, donde acaba recluido en un campo de concentración. Este trauma de su niñez derivará en un deseo constante de restañar esa herida. La de una infancia agujereada por la corrosión de la guerra.

Sin Título (forma penetrada), 1966 (chapa de hierro), de Mendiburu, en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Foto: Iñaki Torres.

Nunca nadie debería conocer de esa forma la vulnerabilidad, la fragilidad y el desarraigo esencial del ser humano. Su pueblo, Hondarribia, demostraba precisamente lo contrario: históricamente una plaza fuerte por su situación estratégica entre Castilla y Francia, era una ciudad amurallada, resistente a los asedios de un lado y otro. Aunque no fue así en 1936.

El arte de Mendiburu está marcado por esa experiencia, el lastre de una infancia truncada prematuramente. En el campo de concentración, el niño hace su primera obra: un avión de plomo. Su escultura no dejará nunca de contarlo.

‘Murru’, 1978 (madera de haya), de Mendiburu, en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Foto: Iñaki Torres.

La composición de obras como Zugar, Argi Hiru Zubi o Murru, hace alusión a esa constante que le perseguirá toda su vida: el deseo de levantar un muro sólido frente a la amenaza siempre acechante de su destrucción. Piezas gruesas, compactas, encerradas en sí mismas, como construcciones de defensa, formando una corteza de piezas que se retuercen y aprietan sin dejar pasar la luz. La unión haciendo la fuerza. Una fuerza ciega.

‘Argi hiru zubi’, 1977 (madera de haya), de Mendiburu, en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Foto: Iñaki Torres.

Luz tres puentes, como un telegrama, un aviso, un mensaje cifrado con los fragmentos de troncos unidos por tubillones formando el abrazo de tres gigantes.

Siempre la madera. La trabajó principalmente por ser la materia más vital. Los bosques, la naturaleza, no son para él un referente conceptual como puede serlo para otros, sino una energía viva. Ama la naturaleza más por su realidad tangible y orgánica que por su belleza o su conexión con lo eterno como los románticos de preguerras.

Aunque sí coincide con ellos en considerarla fuente de toda creatividad. Y también como misterio: ese que queda impreso en la forma por el paso del tiempo. Un poso, una huella compleja, esa forma orgánica que permanece a pesar de su alterabilidad. O precisamente por ella.

‘Zugar’, 1969-70 (madera de acacia y nogal), de Mendiburu, en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Foto: Iñaki Torres.

Aunque cargado todavía por el lastre del pasado, ya no necesita expresarlo con figuras grandes, sino sintetizarlo en pocos trazos. A veces bastará un solo gesto para conseguirlo, por ejemplo, como Munch, con un grito: Irrintzi. Pero no con un grito aislado: el irrintzi, en la cultura vasca, es una voz compartida por la comunidad.

‘Irrintzi’, 1962 (hierro), de Mendiburu, en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Foto: Iñaki Torres.

En esta obra, el hierro sale desgarrado, atravesado de púas, sostenido en su propio aliento. Pero como decimos, no es el grito de un individuo encerrado en sí mismo, sino el clamor de toda una comunidad. Porque el lamento, el horror, el dolor, la alegría o el éxtasis es siempre un grito compartido.

Por eso recurre más tarde a aquello que en su cultura lo va a expresar quizá con más fuerza: la txalaparta. Mendiburu hace resonar los latidos huecos de un tronco astillado y ancestral para expresar la misma voz que comparte su experiencia. Y lo más importante, su solución de fugacidad: esos palos cuyos golpes el arte ha empezado a separar armónicamente.

‘Txalaparta’, 1965 (madera de roble), de Mendiburu, en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Foto: Iñaki Torres.

Decíamos antes que Mendiburu siente la naturaleza, no sólo como energía o fuente de creatividad, sino también como misterio: aquello que queda grabado en la forma por el paso del tiempo; la huella de lo inalterable, eso que queda intacto a pesar de los cambios.

El artista empieza a ver que esa fugacidad (pasado-presente-futuro en un mismo instante) es, paradójicamente, lo único que es constante y permanece. Por eso, siguiendo ese rastro huidizo, deja los grandes volúmenes para expresar esa transitoriedad en piezas más pequeñas. Entre ellas destacan, por su valor artístico y metafórico, las jaulas. Por ejemplo, quizá la más representativa, ‘Jaula para pájaros libres’.

‘Jaula para pájaros libres’, 1969 (madera de roble y avellano), de Mendiburu, en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Foto: Iñaki Torres.

Como un título de Magritte, no puede existir tal cosa para los pájaros libres. Una jaula que quisiera encerrarlos, acabaría rompiéndose hecha pedazos. Un mundo ideado para constreñir lo que ha nacido libre, para encajarlo en la pequeñez de su dictadura, no sabe nada de su propio absurdo. Empujado por la violenta frustración de esa ignorancia, crea un constructo que solo en apariencia parece seguro, pero que un leve soplo de viento (la naturaleza como fuerza original e imprevista) puede derrumbarlo.

‘Txoria’, 1965 (madera de haya, poliéster y telas), de Mendiburu, en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Foto: Iñaki Torres.

En Txoria, ya hacia el final de su vida, la jaula rota vuelve a ser un tronco, pero ahora ya no es defensivo, cerrado, ciego ni estático. Un pájaro descansa libre sobre un cuerpo en forma de pajarita que ha sido vaciado de su base. El prisma de la base, inclinado hacia un lado, se equilibra por el giro hacia el lado opuesto de su propio cuerpo vaciado.

En ese equilibrio nada cae, a pesar de su dinamismo, o precisamente por eso. Es el pájaro el que lo sostiene todo, marcando en el eje central la línea de la gravedad.

Mendiburu moría pocos años después habiendo conseguido liberarse así de su trauma transmutándolo en expresión artística pura, como siempre quiso.

‘Mendiburu. Materia y forma’, en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Foto: Iñaki Torres.

Iñaki Torres