Guerreros de Xi’an

#MAKMAArte
‘El legado de las dinastías Qin y Han. Los Guerreros de Xi’an’
Museo Arqueológico de Alicante (MARQ)
Plaza Dr. Gómez Ulla, Alicante
Hasta enero de 2024

La considerada como la octava maravilla del mundo está en Alicante, en una exposición única que supone uno de los proyectos culturales más ansiados y relevantes para la ciudad. La magnífica colección de guerreros de terracota, que exhibe el MARQ, fue hallada en 1974, en un encuentro casual, y todavía hoy los arqueólogos siguen excavando aquel yacimiento de arte funerario, del que solo se ha recuperado un 10 % y que, estiman, aún puede seguir desvelando secretos.

El proyecto de investigación implica tal cantidad de recursos que es difícil de imaginar el alcance de un hallazgo que prosigue sorprendiéndonos. Con tal de llegar a vislumbrar parte de semejante hazaña, ‘El legado de las dinastías Qin y Han. Los Guerreros de Xi’an’ nos acerca un trozo de la historia oriental, en gran parte desconocida, desde una perspectiva diferente.

Además de explicarnos el contexto histórico de este primer emperador, llamado Quin Shi Huang –que vivió del 259 al 210 a.C–, también se nos acerca a la vida cotidiana de los trabajadores en las tumbas, que estuvieron viviendo allí durante los 40 años que duró la construcción del gran mausoleo (y donde algunos también fueron enterrados). Mediante un gran refuerzo visual que no solo se traduce en obras arqueológicas, ‘El legado de las dinastías Qin y Han’ nos va ganando conforme avanza la muestra, para acabar con el final que estábamos esperando.

Guerreros de Xi’an

Como en todas las exposiciones temporales del MARQ, la muestra está dividida en tres salas y se encuentra ordenada cronológicamente. Al inicio, los pequeños adornos de las clases altas nos adentran en esa China del siglo VIII a.C, distribuida en más de cien Estados que no paran de competir, lo que derivará en un gran y sangriento período de guerra en el que crecerá el futuro rey de Qin. Unos años más tarde, se convierte en ese gran primer emperador que unificó aquellos territorios.

Muestra de ello es, precisamente, una placa de bronce donde se recoge ese edicto imperial y, siendo quizá algo más cotidiano, una medida de volumen o un dou (un libro), ejemplo de hasta dónde alcanzaba su homogeneización y control de todas las áreas sociales. Una de sus primeras medidas fue, de hecho, crear un sistema estandarizado de escritura y de moneda.

Ya desde este primer momento, la exposición destaca por su museografía experiencial y por una fuerte narrativa que juega con el factor sorpresa. En las dos primeras salas, los protagonistas están semiocultos tras un montaje audiovisual que juega con las sombras, el propio espacio y la curiosidad del espectador. El hecho de acercarse, mirar el espacio completo de la sala y, también, el pensado y deliberado olor –que va cambiando–, nos introduce en un ambiente diferente que nos hace analizar la exposición desde nuestra actualidad, sin olvidarnos del momento y siendo capaces de rastrear aquello que conocemos de la China actual.

En este primer espacio, llaman la atención objetos como la ‘Campana Bo‘ del Duque Wu por su ornamentación y acústica, o los objetos bélicos asociados al agresivo e intimidante primer guerrero de terracota que podemos intuir.

Ya en la segunda sala, nos metemos de lleno en ese ‘Palacio Eterno’, ese lugar concebido para continuar viviendo tras la muerte. Una superficie muy amplia –el complejo funerario se extiende más de 100 kilómetros–, cuya construcción implicó la desviación de varios ríos y que, por supuesto, tenía todo aquello que pudiera necesitar, incluidos figuras de acróbatas, músicos, sirvientes y funcionarios.

Se puede entender que “las tumbas aquí son microcosmos del mundo de los vivos” y, por tanto, se muestran todo tipo de objetos nobiliarios y decorativos. El detallismo y las piezas pequeñas demuestran esa atención a la finura de los artesanos, como la figura del ganso en bronce, cuyos análisis demuestran incluso una cobertura de carbón y huevo sobre la que se grabó un definido plumaje.

Quizá en esta sala, el mayor protagonista es el gran carruaje funerario que nos sorprende hacia la mitad del recorrido y que, probablemente, fuera una réplica del mismo carruaje que portó al emperador. Los animales poseen posturas diferenciadas y dúctiles, y las riendas tienen tal nivel de detalle que, en conjunto, su excavación resultó ser toda una proeza.

Por último, la muestra explica la forma en la que todos estos guerreros se fabricaban, así como la colorida policromía que lucían antes de pasar a estar enterrados para toda la eternidad. Cada figura de terracota es única, ya que las producían con distintos moldes para las cabezas y cuerpo –además de estar vestidas y colocadas según su rango–. Cada figura tiene unos rasgos diferenciados, en tanto que, aunque pudiera repetirse el molde en el último paso del proceso, se hacían detalles con arcilla. Incluso, a muchos se les equipaba con armas reales que, a pesar del expolio, se han podido conservar.

Una de estas armaduras reales nos da la bienvenida en la tercera sala. La cantidad de pequeñas piezas de piedra caliza (unas 600) que tuvieron que ensamblar nos hace darnos cuenta de lo milimétrico del trabajo arqueológico. Ya, por fin, el secreto tan bien guardado se nos muestra esplendoroso.

Los grandes guerreros aguardan en sus urnas, paralizados por el tiempo en la postura que les correspondía según su rango en el ejército. El primer arquero arrodillado, listo para disparar, pertenece a la dinastía Qin. Como este, todas tienen un gran tamaño, y son figuras extremadamente realistas para la época. La sensación es la de estar en un lugar que no nos corresponde, una tumba llena de maravillas cuyos protagonistas nos miran entre sombras y luces angulosas.

El impacto que supuso este proyecto megalómano –no solo el propio hecho de la construcción, que implicó recursos de las áreas circundantes, sino a nivel social y cultural– es algo complicado de imaginar. Aun así, podemos ver una serie de figuras pertenecientes a una dinastía posterior, la Han. Ellos, competidores de los Quin, parecen querer imitar ese grandilocuente estilo, pero sus figuras son más pequeñas, aunque quizá más ingeniosas, ya que los cuerpos de cerámica tenían articulaciones de madera, vestidos de seda y armaduras de cuero.

Además, destaca un merecido homenaje a los artesanos que fueron encontrados en una fosa común a un kilómetro de la tumba del protagonista, donde se han hecho análisis de ADN para saber los orígenes de aquellos que se encontraban enterrados. Sabemos así que el gran emperador no solo necesitaba ese magno ejército para su vida eterna, sino también toda una infraestructura alrededor que implicó a todos los estratos de la sociedad.

Los continuos cambios históricos reflejados en la muestra y el eco de un gran imperio resuenan cuando dejamos atrás bronces y figuras de terracota al salir de la sala… Historias de figuras ahora desveladas tras siglos ocupando, inamovibles, su lugar asignado.