Los domingos

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‘Los domingos’, de Alauda Ruiz de Azúa
Reparto: Blanca Soroa, Patricia López Arnaiz, Miguel Garcés, Juan Minujín, Nagore Aranburu, Mabel Rivera, Lier Alava
Fotografía: Bet Rourich
España, 2025, 110 min.

Hay películas que, si bien en un primer momento no causan un impacto muy profundo, van ganando peso según van macerando en la memoria de nuestra retina esos cabos sueltos que fue dejando durante la proyección.

Y, al contrario, hay otras propuestas que, aunque provocan un impacto inmediato, sin llegar a perder completamente esa sensación, según pasan los días y en razón del mismo ejercicio mnemotécnico, vas matizándolas según en qué detalles o aristas. Este segundo caso sería, para este cronista, el de ‘Los domingos’, último trabajo de la directora vasca Alauda Ruiz de Azúa.

Cuenta ‘Los domingos’ la historia de Ainara, una chica de 17 años que un día anuncia a su familia que ha deicidio iniciar el proceso para ordenarse como monja de clausura en una congregación. El anuncio o descubrimiento de sus intenciones provocará en el seno de la familia un auténtico tumulto.

Por un lado, está Iñaki, su padre, un hombre que, a pesar de haber doblado su mediana edad y tras la muerte de su esposa, aún no ha encontrado su sitio en el mundo y que recibirá la noticia con recelosa prudencia o, incluso, un cierto desinterés.

Y por otro está Maite, tía de Ainara y hermana de Iñaki a quien la sola mención del asunto provocará en ella una reacción visceral. Maite cree que Ainara ha sido seducida sibilinamente por la congregación y asume como propia la obligación de persuadirla de lo que ella considera un destino fatal que la apartará de un brillante futuro y un sinfín de experiencias que todavía la esperan en la vida.

Fotograma de ‘Los domingos’, de Alauda Ruiz de Azúa.

Tras el primer impacto, como decíamos, y pasado un tiempo desde el visionado, uno se da cuenta de que no es fácil abordar una película como ‘Los domingos’. Tres son, al menos, las líneas hacia la que nos dirige esta película.

Por un lado, tenemos aquello que nos cuenta. En un segundo lugar, está aquello que parece querer contar o insinúa, pero que deja sugerido o en un espacio de sombras, sin llegar a explicitarlo. Y un tercer espacio correspondería con aquellas cosas o asuntos en los que podría haber incidido.

Sobre lo que cuenta la película, cabría en primer lugar celebrar que Alauda Ruiz de Azúa se haya atrevido a abordar una cuestión de este calado en un país como el nuestro, donde lo religioso parece encapsulado en la cultura popular en una posición crítica aparentemente inequívoca.

Frente a una imagen de la religión católica como fuente de opresión existencial y social, Ruiz de Azúa trata de afrontar el fenómeno de la conversión con un interés honesto, intentando exponer sus complejidades, pero mostrándose también respetuosa, acercándose a ello eludiendo ofrecerle al espectador una imagen deformada.

Esa es la primera victoria de la película, hablar de religión con normalidad, como un fenómeno adscrito a nuestra cultura y que implica a personas también normales y corrientes, huyendo en todo momento de cualquier tentación de caer en una caricatura hiperbólica.

A partir de esa normalidad sin alarmismos (es decir, sin condenar de antemano a la película por hacer un ejercicio de proselitismo al que claramente no aspira), Ruiz de Azúa confronta dos puntos de vista. De un lado, el de Ainara, que expone su vocación de una manera también natural.

Fotograma de ‘Los domingos’, de Alauda Ruiz de Azúa.

Ainara es una adolescente que se encuentra en una encrucijada entre dos líneas de tensión. Por una parte, están sus sentimientos, que la llevan a emprender el camino que le sugiere su fe. Por otra, un mundo que, con su decisión, parece que dejará atrás, lo que implica abandonar a sus amigos, a su aspirante a novio, sus planes universitarios y un sinfín de esas experiencias que conforman eso que llamaríamos la vida como la entendemos en el mundo contemporáneo.

Dos fuerzas que entran en confrontación y que la abocan a un auténtico tsunami de incertezas. A estas dos líneas de tensión, habría que añadir quizá una tercera relacionada con su propia inmadurez, lo que moverá no pocas dudas interiores, incluida la propia curiosidad hacia una sexualidad que despierta y a la que tendrá que escuchar o renunciar para siempre.

De otro lado, tenemos a Maite, la tía de Ainara. Y aquí Alauda Ruiz de Azúa plantea la segunda de las grandes confrontaciones que sacuden a este trabajo. Ante la aparente pasividad de Iñaki, su hermano, Maite se toma el caso de su sobrina como una misión personal.

Frente a los titubeos de la propia Ainara, ante el aparente respeto de su padre ante un proceso que entiende íntimo y cuya resolución, si bien Ainara es muy joven, demanda un tiempo de profunda reflexión, Maite tiene las ideas claras. No es solo que entiende la decisión de Ainara como un error, es que asume como un deber rescatarla de esa confusión a la que piensa que ha sido arrojada por influencia del colegio en el que estudia y de las monjas que la acogen en el convento.

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Puesto que el destino que le espera a Ainara es radicalmente oscuro, Maite debe, con buen sentido, disuadirla de ello, pasando si es preciso por encima de sus propios sentimientos, es decir, de un libre albedrío que no considera bajo ninguna circunstancia.

Así, con este personaje, Ruiz de Azúa parece querer encarnar una posición ideológica muy extendida (en este y otros campos del debate público) y que, desde la atalaya de su razón, acaba convirtiéndose en grillete para cualquiera que se le oponga. Al menos por esta vez, los intolerantes son los otros.

En esa confrontación, la película de Ruiz de Azúa parece tomar una posición innegablemente clara. Como decimos, de un lado, respeto, comprensión en la complejidad. De otro, denuncia ante aquellos que no respetan a su vez que la vida puede ir por otro lado, por muy evidentes que parezcan, a simple vista, ciertas lógicas.

Sin embargo, hay otros planos en los que la película se muestra algo ambigua o abre líneas argumentales que no se sabe muy bien a dónde parecen conducirnos (al menos a mí me lo parece), más allá de configurar una especie de fondo, de decorado.

Así, si bien la cinta parece dejar claro sobre qué ejes se mueve el personaje de Maite, las cosas se diluyen cuando hablamos de la parte que representa el lado de la iglesia. Maite plantea una duda, en principio, plausible: ¿hasta qué punto la decisión de Ainara es resultado de su propio discernimiento o ha sido manipulada por las monjas o el cura que le sirve de guía espiritual en su camino hacia el noviciado? Y aquí la película se presenta sutilmente vacilante.

En una de las secuencias capitales de la película, empujada por esas dudas que la corroen (e influenciada también por el ambiente que la rodea, sus amigos y su propia tía que la incita a ello), Ainara queda en su casa con un chico con el que parece que va a iniciar una relación. Como es lógico, el encuentro termina con los dos jóvenes besándose en la cama.

Fotograma de ‘Los domingos’, de Alauda Ruiz de Azúa.

Este momento provoca en Ainara una verdadera brecha en su fe. Quizá después de esto ya no podrá ingresar en la orden. Amartillada la conciencia por su tía, Ainara le cuenta el episodio al padre Txema, su guía espiritual, que parece calmarla y devolverla al camino del equilibrio y el sentido común, aplacando lo que claramente son exageraciones.

Pero aquí Ruiz de Azúa plantea una cuestión que no se atreve creo a abordar. Y es que, tras la confesión de Ainara, parece que, por ciertos gestos y el sentido de las preguntas que le plantea a la joven, Txema se ve inclinado a una cierta intencionalidad no del todo imparcial.

Y lo mismo sucederá más tarde, cuando Ainara comente el mismo hecho con la madre priora del convento. El problema quizá es que la exposición de esta posibilidad de manipulación por parte de las dos figuras es tan imprecisa que deja al espectador en un estado de suspenso en el que no sabe qué pensar, si esto es así o es una mala interpretación de estas escenas, aunque luego pase por encima de ello ante el desarrollo de los hechos posteriores.

Pero, como dijimos, pensada la película a posteriori, estas secuencias siembran una duda. ¿Qué ha querido decir Ruiz de Azúa con ello? ¿Dónde nos sitúa como espectadores ante el conflicto que articula la película? Si la directora sugiere esa posibilidad, entonces nos encontramos con que parte de su discurso decaería. Pero si no es así, ¿por qué sugerirlo? ¿Por qué no ser más transparente?

Y lo que es más interesante: fuera cual fuera la resolución del dilema, ¿por qué no confrontarlo? La película carga las tintas sobre el personaje de Maite (a veces creo que en exceso, como en la resolución final), pero, insinuado el enfrentamiento, se muestra demasiado pudorosa con la otra parte, como si temiera pisar un charco poco conveniente a la estructura de su propuesta.

Otra de las cuestiones apenas abocetadas en la película, pero que habrían suscitado un debate interesante nos remiten al propio concepto que tenemos en España de la religión católica. En un momento de la película, Maite le reprocha a su hermano su comportamiento indolente ante lo que ella entiende como un futuro oscuro para su sobrina.

En lo más alto de la discusión, Iñaki se defiende apelando a la idea de que, en el caso de su hija, su afinidad con la iglesia no es comparable a la de una secta. Esta diferencia de concepto planteaba una cuestión muy rica que la película de nuevo no aborda. ¿Qué diferencia una cosa de la otra? Una discusión compleja de hondas raíces culturales que hubiera sido interesante abordar.

Ruiz de Azúa plantea otras líneas dramáticas que creo que aportan poco a la narración o, de sugerir algo, tampoco queda bien explicitado, quizá porque, de hacerlo, distraería la atención del nudo principal de la película, pero que están ahí. Entre esas cuestiones o fondo se encuentra la relación que tiene el padre de Ainoa con Estíbaliz, su nueva novia.

Tras la muerte de su mujer, Iñaki trata de reconstruir su vida. Pero es evidente que Ainoa no aprueba esta relación. Ruiz de Azúa reincide, con esta línea dramática, en la cuestión de las relaciones familiares que ya tratara en ‘Cinco lobitos’, su debut. El problema quizá es que este conflicto apenas suma nada a la trama de la película.

Por un lado, la pérdida de la madre bien podría parecer que justifica parte de la vocación de Ainoa. Pero esto tampoco queda claro o, si nos ponemos, parecería una excusa demasiado trillada para el debate que se nos plantea. Tampoco es precisa la película sobre la posibilidad de una reconciliación (el perdón cristiano), lo que deja esa línea argumental en un punto sin resolver que quizá sirva para definir al personaje de Iñaki, pero que suma bien poco al nudo de la historia (bien podría seguir viudo y no habría cambiado nada sustancial).

Y lo mismo sucede con la figura de la abuela que, aunque su presencia incide en esa exaltación de un cierto matriarcado que ya tocara en su primera película, tampoco tiene un desarrollo específico. Ni añade nada el hecho de que Pablo, la pareja de Maite, sea argentino, un dato pintoresco que ni quita ni pone a los conflictos que enriquecen a ambos personajes.

En cualquier caso, Ruiz de Azúa ha realizado una película notable que nos pone ante un cine que quiere transitar caminos poco explorados, otra vía abierta que ha despertado un debate social que se barrunta desde hace tiempo por otras plataformas de comunicación y que parece saltar ahora al gran público.

Los domingos
Alauda Ruiz de Azúa (derecha), con Blanca Soroa, durante el rodaje de ‘Los domingos’.