Los alemanes. Sergio del Molino

#MAKMALibros
‘Los alemanes’, de Sergio del Molino
Premio Alfaguara de novela 2024

“En un principio, pensé en escribir una novela o un cuento largo sobre el tema. No necesariamente sobre los alemanes de Zaragoza, pero sí que me rondaba la idea de componer una ficción con la historia de los germanos del Camerún y la colonia Zaragoza como fondo. Enseguida supe que ese propósito no era del todo honesto: nadie había contado esta historia, como debe contarse, en estilo ensayístico o reporteril, y yo tenía en mis manos los documentos y los testimonios necesarios para ello. ¿Por qué hurtar a los lectores ese relato para ofrecerles a cambio una vaga fabulación, más o menos lograda, de unos hechos, desconocidos y por investigar?
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Ahora, una vez terminado, me doy cuenta de que quizá no habría errado del todo al plantearme una novela. Puede que hubiera abierto los callejones sin salida con los que me he tropezado. La ficción me habría permitido saltarlos y construir algo más profundo y sentido. Pero me propuse atar en corto la fantasía y centrarme en la realidad, Aunque fuera una realidad distorsionada por mi mirada, siempre predispuesta a la especulación y la interpretación. La brecha ya está abierta…”

Sergio, del Molino, ‘Soldados en el Jardín de la Paz’ (2009)

La imaginación no sirve para nada en la vida”

“Tenéis que suprimir por completo la palabra imaginación. La imaginación no sirve para nada en la vida”, dice Thomas Gradgrind dirigiéndose a sus pupilos.

Lo dice con gran énfasis.

Y añade: “En los objetos de uso o adorno, rechazaréis lo que está en oposición con lo real. En la vida real no camináis pisando flores; pues tampoco caminaréis sobre flores en las alfombras. ¿Habéis visto alguna vez venir a posarse pájaros exóticos y mariposas en vuestros cacharros de porcelana?”. Evidentemente, no.

¿Entonces?

“Pues es intolerable que pintéis en ellos pájaros exóticos y mariposas. No habéis visto jamás a un cuadrúpedo subirse por las paredes; pues no pintéis cuadrúpedos en ellas”.

En definitiva, “echad mano –añade– para todas esas finalidades, de dibujos matemáticos, combinados o modificados, en colores primarios, dibujos matemáticos, susceptibles de ser probados y demostrados”.

Y concluye Gradgrind: “Eso es realismo. Eso es buen gusto’.

Imaginemos (y nunca peor dicho) que seguimos las indicaciones de Gradgrind. Imaginemos que nos atenemos exclusivamente a lo documentado, a lo real, a lo probado, a lo en efecto ocurrido, a lo que dejó restos o huellas que ahora podemos exhumar.

En ese caso, la novela que es ficción o que incorpora elementos fantaseados carecería de validez, de fundamento. ¿Cómo podemos fiarnos de un relato en el que los personajes son inventados (aunque puedan estar trazados a partir de personas reales)?

Si aceptamos ese presupuesto, entonces deberíamos ceñirnos exclusivamente a los resultados de toda investigación detallada y material. Si aceptamos únicamente ese criterio, entonces deberíamos descartar el ingenio, cualquier relato que se le pueda ocurrir a un cronista o escritor que supla sus ignorancias con fantasías o conjeturas.

Soldados alemanes

En 2009, Sergio del Molino publicó una investigación periodística muy meritoria sobre ‘Los alemanes del Camerún’. ¿Cómo la tituló? ‘Soldados en el Jardín de la Paz‘. Se atenía a lo que podía atestiguar y averiguar y lo centraba y lo hacía partir del camposanto: el cementerio alemán de Zaragoza. Del Molino obraba como periodista y se valía de procedimientos y recursos propios de historiador. O actuaba como un antropólogo que estudia una comunidad étnica de la que lo ignora casi todo. Es verdad que Del Molino conjeturaba ciertas situaciones y planteaba como posibles determinados actos, pero no fabulaba. Reproducía lo probable…

Lo que Del Molino hacía era seguir el rastro a los alemanes que en 1916 se entregaron a la colonia española de Guinea tras ser invadido Camerún, territorio del Reich. Unos dos mil colonizadores germanos controlaban a más de dos millones de nativos. Estamos en guerra, en la Gran Guerra, y antes de ser reducidos, una parte de esos dos mil evitan el apresamiento por las tropas francesas. Un contingente numeroso de los alemanes serán destinados finalmente a Zaragoza.

Muchos años después, en 2024, Del Molino publicará ‘Los alemanes’, una obra que, de entrada, parece tener el mismo objeto: rastrear la vida de dicha comunidad germana afincada en Zaragoza. Pero ahora el autor cambia de registro para escribir una novela, galardonada con el Premio Alfaguara.

Los alemanes. Sergio del Molino

Sergio del Molino incumple así el precepto de Thomas Gradgrind con el que yo mismo encabezaba este escrito. En realidad este precepto (hechos, sólo hechos probados) es paradójico e irónico. Gradgrind, tan esforzadamente realista, tan ceñido a los hechos, tan critico de la imaginación es (él mismo) pura fantasía.

Como se sabe, es un sujeto inventado por Charles Dickens para ‘Tiempos difíciles’ (1854). El novelista inglés se burla de quienes desdeñan la novela y de quienes quieren someterse exclusivamente a los hechos, a la roma materialidad. Está bien ser respetuosos con lo real, no mentir. Pero no hay hechos puros, desnudos, sin significado añadido, sin glosa adjunta. No hay actos sin sentido previo.

Precisamente por eso, Sergio del Molino no identifica precipitadamente la novela con la mera o absoluta ficción. Por supuesto, el género entraña un mayor o menor grado de invención (eso que repudia Thomas Gradgrind) y, por tanto, el novelista tiene libertad para crear y recrear personajes y situaciones que no se han dado o que al menos no se han dado tal como se cuentan o se muestran.

En ‘Los alemanes’, los hechos, los hechos corroborados y probados, ahora se convierten en parte de una trama inventada, fabulada: con individuos inspirados en aquellos alemanes que examinó años atrás y de los que poco pudo decir de su mundo interior.

Ahora, sí, ahora se adentra en la intimidad de Fede, Eva, Berta y del israelí Ziv, imaginando sus perfiles, recreando sus conversaciones, imaginando con detalle sus monólogos interiores. Se aventura en un mundo propiamente de ficción que, basado en hechos probados, se aleja de lo documentado.

¿Acaso para entregarse a la pura fabulación?

En absoluto. La ventaja de haber investigado empíricamente sobre un grupo humano tan característico como la comunidad de alemanes en Zaragoza es que sus datos reales, el conocimiento que se tiene de sus vidas y relaciones, el saber acumulado acerca de su existencia material, también ciñen al autor.

El novelista, en este caso, se atiene a un mundo externo del que atesora un gran conocimiento para desarrollar como posibilidad y con verosimilitud lo que bien pudieron ser el microcosmos, la demografía y los sentimientos de seres reales o equivalentes.

Y, en esta actividad, el autor logra desarrollar una de sus tantas habilidades. Que los personajes efectivamente parezcan reales, que sus tribulaciones parezcan efectivamente históricas y contingentes, que su mundo interior, sus expectativas, sus deseos, sus frustraciones y sus reproches parezcan calcos de lo acaecido, aunque no tengamos la posibilidad de documentarlo.

En los diferentes capítulos, la voz narrativa corresponde a cada uno de los cuatro personajes principales que, in praesentia, hablan, rememoran, cavilan, relatan, detallan cosas propias o ajenas, cosas suyas o de otros personajes in absentia.

Reproducen diálogos, monólogos interiores. Aluden a hechos que les conciernen o que forman parte de las actividades y pensamientos de sus padres, de sus abuelos: en definitiva, del linaje del que proceden, básicamente los Schuster.

El resultado es ciertamente memorable: por la actividad de los personajes (siempre evocadores) y por los logros del autor. Todo ello y todos ellos se cuentan y se muestran con fuerza y autenticidad.

Salimos de la novela con la impresión de haber vivido experiencias ajenas, de haberlas sentido como propias. Salimos de la ficción bajo el efecto de pensamientos, sentimientos y movimientos que jamás emprendimos, pero de los que sentimos cercanos. Salimos de la obra con la impresión y la realidad constatable de haber aprendido, de haber conocido a aquellos alemanes, a sus descendientes, que viven zarandeados por toda clase de dudas, de interrogaciones; que viven preocupados por las verdades y las mentiras que en toda familia hilan y vinculan hechos y acontecimientos de antepasados y contemporáneos.

Por un lado, tenemos datos aparentemente menores de la vida cotidiana, esa vida privada de las naciones de la que hablara Honoré de Balzac en el prefacio (1842) de ‘La comedia humana’. Pero por otro, y no menos importante, asistimos a reflexiones profundas y muy inquietantes acerca de nuestra condición, acerca del comportamiento, acerca de la responsabilidades personales, acerca de la culpa y de su posible herencia. ¿Se heredan por los descendientes las culpas de los antepasados?

¿“Una novela es mucho más barata que un gran reportaje”?
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Permítaseme una pequeña digresión y una pregunta mil veces planteada: ¿cuáles son las relaciones que se dan entre novela e historia, entre realidad y ficción, entre hechos e imaginación?

La pregunta, en efecto, ha sido miles de veces formulada y la respuesta no es sencilla. Guste más o guste menos, este género literario (y conozco lectores que descreen de las novelas, que las evitan), la buena ficción ayuda a entender mejor las cosas que verdaderamente acaecen por reflejo, por representación, por exageración o deformación.

Eso lo pienso yo (nada original) y lo piensan millones de lectores que en el mundo ha habido, hay y habrá.

Sin embargo, podemos tropezarnos con gentes que creen que no, que juzgan muy severamente la novela como género tramposo, meramente supletorio. Por ejemplo, Arcadi Espada, un periodista que, desde hace décadas, lucha denodada e impotentemente contra la imaginación literaria: más en concreto, contra la novela.

Para este cronista y para quien quiera ser honesto, lo real sólo admite su captación y transmisión sin añadidos o postizos. Lo real debe ser descrito sin afeites. Lo real ha de ser presentado tal cual. Tal cual…, como si esa cosa fuera posible. Esta idea, esta prohibición, que podemos hallar en distintos libros de Espada, se expresa rotundamente en ‘Periodismo práctico’ (2008).

Muy severamente amonesta. Por ello, los periodistas que dejan su oficio para novelar incumplen el principal precepto deontológico al que se deben. Esos novelistas que fueron periodistas abdicarían de sus responsabilidades, de sus obligaciones, para con lo real. Es más: serían relatores tramposos que cubren con fabulaciones aquello que no pueden documentar. Mas aún: para Arcadi Espada, “una novela es mucho más barata que un gran reportaje”.

Es ésta una afirmación ciertamente dudosa…, sin pruebas materiales que sustenten de forma irreparable una observación tan tajante.

De entrada, podríamos decir que una gran novela –y ‘Los alemanes lo es’– exige enormes dispendios y un esfuerzo constante: se trata de gastar la vida, de atesorar informaciones y experiencias propias o ajenas para recrear lo histórico, por ejemplo. Es más: la gran novela requiere una densa realidad que el novelista explora.

Por su parte, podríamos admitirle a Espada que una crónica periodística también requiere el esfuerzo de la imaginación controlada, prudente y verosímil, si el reportero no quiere convertir su texto en un presunto mero calco de lo sucedido, cosa impracticable y embustera.

Lo real no es sólo lo que el periodista puede probar, como exige Espada. También es aquello que ignoramos o conocemos mal precisamente por falta de testimonios o documentos. ¿Cómo acceder a ese fondo oscuro sobre el que, de entrada, no puede arrojarse luz?

Pero hay más.

Lo real también es lo que no llegó a consumarse, aquello que se descartó a pesar de haber sido, pensado o sopesado. Eso estuvo en la imaginación de la gente y, lo sepamos o no, condicionó su obrar, las decisiones por las que se inclinó. Habrá que conjeturar sobre ello, pues. Con tiento, con lo probable.

Difícilmente podrá hacerse un reportaje sobre lo que no fue efectivo. Pero aquello que no fue efectivo también tuvo su trascendencia real.. Otra cosa bien diferente es la pereza del periodista que, para evitar el esfuerzo documental, rellena los huecos de su relato con novelerías. Y otra cosa distinta es la habilidad del novelista que observa y recrea verosímilmente lo ignoto y lo documentado.

Ya lo sabemos: Thomas Gradgrind despotricaba contra la imaginación en ‘Tiempos difíciles’ (1854), de Charles Dickens, el colmo de la broma literaria. Quien lo dice es un personaje inventado que sólo vive en el interior de una novela, pero ese sujeto tiene un perfil perfectamente real.

Había gentes así, como Gradgrind, en la Inglaterra victoriana. Las investigaciones históricas no hacen más que reforzar la impresión que causa Dickens con su imaginación. Pues bien, ‘Los alemanes’ refuerza el conocimiento indirecto de lo que está probado.

‘Los alemanes’. Lo que hay que saber

Llegados a este punto, ¿qué puedo decir, adelantar o revelar a quien se dispone a leer la novela? De entrada, quienes leemos nos acercamos a una ficción con pocos datos. Contamos con unas pistas mínimas: nos aguarda toda una sorpresa por delante. De hecho, lo deseable es que descubramos lo relevante conforme avancemos en las páginas de la novela. Es preferible ignorar casi todo, saber sólo un poco para adentrarnos con tiento en esas páginas.

Si la editorial, el autor o quien reseña añade más o mucho, el misterio (en el sentido más noble de la expresión) se desvanece. Está bien avanzar sabiendo el género del volumen, sabiendo en qué contexto nos movemos y qué tipo de circunstancia es la que se nos va a presentar. Y poco, poco más, para que un exceso de información previa no nos arruine la lectura, para que esos datos no desvelen muchos de sus detalles.

Y me refiero a los valores propiamente literarios, históricos y culturales de que se vale quien escribe. Aludo también a elementos de la trama que sustentan el juicio crítico. O, incluso, a la conclusión o lección a extraer o a la posible moraleja, si es que la hay en ‘Los alemanes’.

Los paratextos se adhieren al texto y, por tanto, dan noticia del texto. Cuidado…

La cita es larga, pero conviene reproducirla. Procede del acta del jurado que concede el Premio Alfaguara a ‘Los alemanes’.

“En 1916, en plena Primera Guerra Mundial, llegan a Cádiz dos barcos con más de seiscientos alemanes provenientes de Camerún. Se han entregado en la frontera guineana a las autoridades coloniales por ser España país neutral. Se instalarán, entre otros sitios, en Zaragoza y formarán allí una pequeña comunidad que ya no volverá a Alemania. Entre ellos estaba el bisabuelo de Eva y Fede, quienes, casi un siglo después, se encuentran en el cementerio alemán de Zaragoza en el entierro de Gabi, su hermano mayor. Junto con su padre, son los últimos supervivientes de los Schuster, una familia que llegó a formar un importante negocio de alimentación. Pero en los tiempos que corren el pasado siempre puede regresar para levantar. Con una intriga que crece página a página, ‘Los alemanes’ trata uno de los episodios más vergonzosos y menos pulgados [sic] de la historia de España: cómo los nazis refugiados aquí en un retiro dorado activaron el neonazismo en Alemania. Con sutileza alumbra el infierno que puede llegar a ser, en ocasiones, la familia, y deja en el aire dos preguntas incómodas: ¿cuándo caducan las culpas de los padres? ¿Llega hasta los hijos la obligación de redimirlas?”.

Si se lee ese extracto (que se ha hecho público y que también figura al final del volumen), entonces la lectura inocente de la obra recién publicada es ya casi imposible.

Con las revelaciones indebidas o abusivas por parte de los críticos, la lectura peligra. Los destinatarios disponen o creen disponer de numerosas informaciones: pueden tener incluso la impresión de estar leyendo una historia ya conocida.

Pero esto no sucede con ‘Los alemanes’. Cada página es un descubrimiento y las revelaciones indebidas no arruinan la lectura. Al contrario. Conforme avanzamos nos pica aún más la curiosidad. Por los personajes y sus contradicciones, por los vínculos de contemporáneos y antepasados, por la conformación de sus respectivas psicologías, voces, etcétera.

Son numerosos los elementos, objetos y quebrantos que esta obra afloran. Ya digo: yo no revelaré gran cosa. Ustedes sabrán perdonarme. Pero me ceñiré exclusivamente a una cuestión fundamental: la de la culpa irrestricta, la de la herencia de responsabilidades, la de cargar con los crímenes o delitos, con los errores y deslices de las generaciones anteriores.

¿La culpa irrestricta?

¿Deberían pedir perdón los hijos o los nietos por los crímenes o las violencias de los padres o los abuelo? La idea de culpa irrestricta, la tesis de que los descendientes de los criminales deben excusarse por lo que ellos no hicieron, es indefendible, inaceptable desde una concepción de la responsabilidad individual.

Pero no estamos exentos de implicaciones. ¿Por qué razón? Porque somos individuos que nos reconocemos en apellidos y patrimonios, en bienes materiales e inmateriales y en donaciones y costumbres, en hábitos adquiridos. Y, en ese caso, la herencia universal y forzosa, la herencia voluntariamente aceptada que nos hemos ganado por ser quienes somos, no por lo que hacemos, sí que nos obliga a examinar lo pretérito, el tesoro, el fardo o el lastre: lo que aquéllos realizaron. Esa herencia nos obliga a cargar de algún modo con las culpas del pasado.

No es, pues, tan fácil sacudirnos los delitos ajenos, aunque nosotros no los hayamos cometido. Cuando te reconoces en un linaje, no es tan fácil sacudirse el peso muerto de lo que otros hicieron y cuyos efectos llegan hasta nosotros. No hemos de silenciarlo ni hemos de disculpar lo ignominioso.

Si investigamos sobre lo rememorado, sobre lo ocurrido, nos arriesgamos a desvelar, a destapar un pasado siniestro, unas acciones sobre las que nuestros mayores callaron, camuflaron o pronto olvidaron.

Despedida

Pero volvamos a la literalidad de ‘Los alemanes’. Y ahora imaginemos conversaciones culturalmente densas, una banda sonora que arranca del romanticismo alemán y que podemos seguir en una playlist en Spotify. Imaginemos los muchos homenajes literarios que rinde Del Molino –la tradición de Thomas Mann, entre otras–. Lo diré brevemente: el resultado es soberbio.

No acostumbro a pronunciarme así, con ditirambos, pero en esta ocasión no me reprimo, no puedo morderme la lengua. A cada cual lo suyo. Y Sergio del Molino logra levantar un mundo novelesco al que regresar una y otra vez. Es lo que he hecho. Y es lo que pronto volveré a hacer.

Las novelas crean mundos más o menos sólidos, hostiles o acogedores, en los que los lectores conviven con personajes afines en circunstancias equiparables o en contextos excepcionales.

La existencia no es una novela, pero quien lee una pieza lograda puede y debe suspender la incredulidad para multiplicar su propia vida. Yo no me imagino sin ficciones.

Así como tampoco puedo evitar los afectos y las mentiras (y las mentiras familiares), que son la fina argamasa con que se enluce y se sostiene el hogar que nos acoge o nos expulsa.