Mortadelo y Filemón

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‘Los 200 primeros casos de Mortadelo y Filemón’
Francisco Ibáñez
Edición y textos: Antoni Guiral y Jordi Canyssà
Editorial Bruguera, 2025

La editorial Bruguera, tras el fallecimiento de Francisco Ibáñez en julio de 2023, ha reorganizado y distribuido otra vez, en modernos ejemplares, las historietas más relevantes de algunos de los personajes más conocidos del dibujante.

Así, en los últimos meses han aparecido –con manifiesto ánimo nostálgico y de celebración del genio del autor, pero también, seguramente, con la voluntad de darlos a conocer a los nuevos lectores– trabajos de reorganización como ‘Mortadeluxe’, una muestra de expresiones irreverentes de los célebres agentes de la T.I.A., el voluminoso estuche ‘Super Ibáñez’, organizado en volúmenes diferenciados por protagonistas, o el integral de la hilarante ‘13 rue del Percebe’.

Del ya abultado grupo de retornados, integrado también por actividades inéditas o no acabadas –por ejemplo, ese apenas abocetado ‘París 2024’–, llama la atención, por su importancia histórica y su contenido no demasiado atendido desde su publicación original, ‘Los 200 primeros casos de Mortadelo y Filemón’, hecho público un poco antes del verano.

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Tal cual señala su título, el libro reúne las primeras aventuras publicadas, de 1958 a 1961, por la revista Pulgarcito. En sus páginas, efectivamente, se definen las principales características de la pareja y las particularidades de sus atropelladas relaciones.

En esencia, acá se encuentra una parte considerable del temperamento general que determina y distingue –frente a los movimientos de otras figuras de papel coetáneas o más modernas– la serie, en sus distintas etapas, durante sesenta y cinco años.

Por supuesto, Mortadelo y Filemón ya son unos catastróficos agentes de la ley en lucha contra el crimen en sus distintas expresiones. Ahora bien, a diferencia de los cuadros más reconocibles y recordados, son unos investigadores privados –de ahí el subtítulo de las historietas, ‘Agencia de información’– y no unos agentes de una organización de investigación criminal.

Esto genera un primer cambio de tono, naturalmente. En contraste con los enunciados caricaturescos habituales montados a partir de la ridiculización, por ejemplo, de las aventuras de 007, en estas 200 peripecias de inicio la burla se construye, en parte, a propósito del universo Sherlock Holmes. Es más, el flemático detective de Conan Doyle llega a aparecer, brevemente, en un par de viñetas, junto a Watson.

El enlace con la novela de detectives clásica especifica las estructuras más frecuentes de las historietas. Así, por lo general, expuestas en una página de la revista –o en dos, en el caso de tratarse de una edición extra de vacaciones de verano o navidad–, describen los equívocos desastrosos desarrollados tras el tropiezo con un caso de malhechores.

Esta disposición se mantiene casi escrupulosamente en estos enunciados de origen e, incluso, a veces, se proponen pequeñas variaciones y hasta adaptaciones o nuevas versiones. Por encima de la funcionalidad del autor a la hora de resolver, semana a semana, el encargo de dibujar nuevas andanzas, aparece la voluntad, consciente o no, de profundizar, poco a poco, en el mundo de sus personajes y evolucionarlo, en base a la repetición aparente.

Primera viñeta de ‘Los 200 primeros casos de Mortadelo y Filemón’, de Francisco Ibáñez.

La diferencia más importante respecto a los tebeos futuros es, obviamente, el propio dibujo y el trabajo con figuras y espacios en la viñeta. En las aventuras inaugurales encontramos una ilustración eficaz, pero también algo primaria y hasta tosca. La apariencia de los protagonistas, en relación con la futura, todavía es un tanto elemental.

La revisión de la transformación del aspecto de Filemón, perfectamente evidente en las páginas del volumen, resulta muy significativa para entender los procesos de perfeccionamiento perseguidos por Ibáñez. En las primeras historietas de 1958, el Jefe apenas se parece al más distintivo. La cabeza es muy alargada, el gesto lo suficientemente antipático, no se separa de su pipa, y no luce los encantadores dos pelitos. Ni siquiera se apellida Pí. En la única ocasión en que dicen el nombre completo, descubrimos que es Filemón Pérez.

En realidad, los cometidos del dúo en las viñetas son también bastante distintos a los posteriores. En estos, el protagonismo de Mortadelo es más bien sutil. Sin embargo, en esta etapa es el incontestable personaje principal de la serie. Por lo general, el compañero aparece al principio y al final, para encargar una misión, o un molesto recado doméstico, y recibir, a continuación, un castigo por la nefasta gestión de los asuntos.

Primera historieta de ‘Los 200 primeros casos de Mortadelo y Filemón’, de Francisco Ibáñez.

La importancia de Mortadelo, naturalmente, ya aficionado a los disfraces, es tal que, muchas veces, se exponen sus esfuerzos por buscar un nuevo empleo lejos del tirano Filemón y su agencia de información. En estos casos el antagonismo, personal pero también social, de la pareja está muy marcado.

A tal efecto, compilan muy bien los elementos más destacados de las parejas de confrontación de los payasos del circo, o, mejor dicho, de las de cine, sobre todo Laurel y Hardy, de quienes emulan unas relaciones íntimas ambiguas y próximas a la crueldad. La imprecisión personal de un vínculo complejo otorga a la propuesta global una modernidad singular y abstracta que se integra a la perfección con una patente y certera inquietud social y política hasta formar ese impecable retrato de la sociedad española de la época, no por grotesco menos poderoso.

Por otro lado, las enmascaradas alusiones al Gordo y el Flaco no son aquí las únicas referencias al cine. En la historieta del 16 de mayo de 1960, Ibáñez formula una adaptación de las partes más conocidas de ‘Siete ocasiones’ (1925), de Buster Keaton, mostrando a Filemón escapando de un numeroso grupo de novias.

El papel hoy de ‘Los 200 primeros casos de Mortadelo y Filemón’ es enorme. Perfectamente comisariado por Antoni Guiral y Jordi Canyssà –el responsable del ejemplar de las olimpiadas de París–, el libro descubre y explica la maravilla del dibujante en un ciclo profesional de juventud y hallazgos, y, en particular, organiza y presenta una documentación muy valiosa que, si bien en distintos momentos es manejada de manera parcial con la excusa de homenajes o aniversarios, jamás es presentada al lector con esta meticulosidad y afecto.