Mustang Art Gallery
C / Severo Ochoa, 36. Parque Industrial Elche (Alicante)
Inauguración 15 de enero, hasta el 26 de marzo

Porque me dejaron, y enajenaron este lugar, y ofrecieron en él
incienso a dioses ajenos, los cuales no habían conocido ellos,
ni sus padres, ni los reyes de Judá; y llenaron este lugar de
sangre de inocentes.
–Jeremías, 19:4-

 

Pintar animales como si fueran bodegones; desnudos como si fueran animales; bodegones como si fueran cuerpos… parece un simple truco, una suerte de maniera por la cual las cosas son lo que parecen pero, al mismo tiempo, algo más que se asoma a través de ellas con discreción. Aunque, veréis, no es tan sencillo, porque esa discreción aquí no implica, necesariamente, mesura o moderación, ni siquiera ausencia de tensiones, ligereza; no, lo perturbador que se vislumbra en las escenas de Antonio Montalvo se impone en la conciencia del espectador casi os diría que con brutalidad, cuanto menos con cierta crudeza. Allí dentro, tras de las apariencias más anodinas –unos paños, unas nueces, flores, telas y drapeados, ganado de granja- se amasa lo insondable, aquello que se va a manifestar en algún momento para dejarnos sin habla frente a la imagen, de la que, por lo demás, hasta entonces apenas habrá mucho que decir…

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También la presencia del mal se ha hecho presente característicamente así en el lenguaje cinematográfico, herencia de la literatura gótica y de terror del XIX donde el modelo es abundantísimo, y con ese mundo comparte Montalvo el gusto por las atmósferas cargadas, los efectos de luz atemperada y enrarecida, cierta delicuescencia de lo presentado en escena. En efecto, en la obra más reciente del pintor hay todo un subtexto que apunta a la liturgia y la dramaturgia, a los aspectos rituales más variados, desde los religiosos y eclesiásticos hasta los fetichistas, salpicando aquí y allá el modo en que seres y enseres encaran el cuadro, las composiciones en paralelo al plano de representación.

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El desorden que se anuncia en su forma –y objetivos- de tratar con los géneros clásicos, se prolonga pues hasta el sentido moral de estos pequeños pero terribles montajes cuya explicación nunca se completa, dejando en suspenso el sentido de lo que vemos. Montalvo en su pintura toma siempre una de estas dos opciones: volcarse sobre detalles y primeros planos que dejan fuera de encuadre aquello que justifique su acercamiento a ese punto concreto del conjunto, o recrear ensamblajes con alguna mayor complejidad estructural y aire surrealizante, desde donde se apunta, sin configurarse nunca, la alegoría. Así, frente a la atención pormenorizada que reciben por su parte un mendrugo de pan, unas cáscaras, un puñado de astas, o un desecho de carnicería, enigmáticos en su simple y directo estar en el mundo, puro símbolo contenido, tenemos el despliegue de alusiones desprendidas en el otro tipo de imágenes, donde los animales, quién sabe si vivos o disecados, se mezclan con trapos y mobiliario en los más desconcertantes contextos, mientras el cuerpo humano, cuando aparece, desnudo, a veces atado, tampoco nos explica si sufre o goza, como tampoco las flores que allí vemos nos permiten deducir si están frescas o secas, si son naturales o artificiales…

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Ese sentido clausurado, obsesivo y luctuoso de la existencia que se manifiesta en la obra reciente de Montalvo la verdad es que no sé de dónde se destila; es propio ciertamente de no pocos pintores dotados que aman con ardor sofocante el arte antiguo, cuya pasión adquiere la textura de la reliquia: mágica pero mortecina, capaz de obrar milagros desde la renuncia a la reencarnación completa, a la vida plena… La pintura de Borremans, o la de nuestro Jorge Diezma, por no irnos tan lejos, son prueba de tan desconcertante mezcla entre el lujo y el luto, cuya mezcla es, huelga decirlo, una de las claves de los efectos barrocos en estética. Con ellos comparte Montalvo una capacidad única para avisar de lo terrible que anida en lo que de momento sólo empieza a enrarecerse, a desvelarse en cuanto enigma de lo visible, hablando como desde un lugar otro. La otra genealogía que me gustaría proponeros para la más inefable cualidad de la pintura de Montalvo, ésa que, ya os digo, apunta a que todo en ella parezca abocado a la muerte –y no necesariamente natural ni la más dulce-, tiene que ver con esa distancia que desde el romanticismo al simbolismo tomaron otro tipo de artistas al constatar lo intratable del mundo, esto es: justo lo que le vuelve realmente interesante y lo lleva a devenir escenario, abriendo nuestra capacidad de resiliencia. Pues bien, el título que ha elegido el artista para esta pequeña pero exquisita exposición suya con que ahora os dejo ofrece justo la clave, el punto de contacto que pone en comunicación ambas opciones, en apariencia tan distanciadas: lo ajeno. Pasen y vean.

(LO ENAJENADO QUE SE CUENTA EN ESCENA)

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Óscar Alonso Molina

Antonio Montalvo es licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Granada. Ha expuesto individualmente en Espacio Mínimo (Madrid), Alarcón Criado (Sevilla), o AFA (Santiago de Chile) y participado en colectivas como Generaciones. Su nombre está presente en Premios y Becas de Arte como las de Caja Madrid o Premios Injuve. Ha expuesto en ferias como ARCOMadrid, Zona MACO, PArC Perú, ARTBO (Bogotá) o en Los Ángeles Contemporary. Su obra está presente en Fundación Coca-Cola, Colección Entrecanales, Colección Caja Madrid o Colección Gobierno de Cantabria, entre otras.

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Antonio Montalvo durante el montaje de la exposición en Mustang Art Gallery.