Vicente Tirado, «A Promise»
TEST. Muestra de arte y creatividad
El Convent, Espai d’art
Carrer Hospital, 5, Vila-real, Castellón
Hasta el 1 de mayo de 2016
Las fórmulas de desarrollo económico y de bienestar se fundamentan en la acumulación de riqueza, que llegadas a un punto de inflexión han perdido por completo la ponderación necesaria que permita cierto equilibrio. En buena medida en el trasfondo del asunto se encuentra la idea de la consecución de la felicidad individual mediante la representación del éxito, en equivalencia al poder económico alcanzado. Zygmunt Bauman[1] se pronuncia aclarando que la promesa de felicidad universal, y de cada vez más felicidad con el tiempo, llevó al Estado moderno a una especie de pacto social. El Estado se comprometía a distribuir los bienes, y los ciudadanos esperaban recibirlos. A cambio de los beneficios, los ciudadanos comprometían su lealtad al Estado; a cambio de sus servicios, el Estado esperaba que los ciudadanos se disciplinaran a sus órdenes. La expectativa de felicidad y de cada vez más felicidad llegó a ser la fórmula principal de legitimación de la integración social y la motivación principal de la participación de los individuos en cualquier esfuerzo colectivo o causa común. La industria iba a ser el principal vehículo para conducir a la humanidad hacia la felicidad. Se esperaba que pusiera fin a los anhelos, el hambre, la miseria, la pobreza. Apoyada por la ciencia y la tecnología, iba a hacer más fácil la vida, menos agotadora y más segura. Siempre estaba por hacerlo, pero al final siempre alegaba que no le era posible. La felicidad estaba condenada a ser siempre un postulado y una expectativa: su realización sería siempre una promesa, siempre a cierta distancia de la realidad. En base a esa promesa se desarrollan y mantienen políticas de expolio y sumisión territorial sobre amplias zonas del planeta que, como resultado del proceso de modernización compulsiva de las áreas desarrolladas, ha primado los fines sin valorar las consecuencias de los medios empleados, entendiéndolos como externalidades razonables. La explotación de recursos, territorios y personas genera contingentes forzados al desarraigo. El actual concepto de progreso se ha edificado sobre la levedad moral y discursiva, construyendo toda una argumentación que justifica la necesidad de adoptar un determinado modelo de desarrollo, sin reparar en los costes ambientales y humanos.
Vicente Tirado (1967, Castellón de la Plana) dirige la atención, mediante sus trabajos fotográficos, al paisaje como síntoma del contexto social y económico de nuestro tiempo. El territorio convertido en la principal materia prima de la que obtener riqueza, a veces mediante la explotación directa de sus recursos y otras por la apropiación de sus valores simbólicos, como promesa de unas determinadas cualidades con las que refrendar la venta de productos. “A Promise” muestra imágenes de naturaleza en estado salvaje, evocando el estado inexplorado del planeta antes de la aparición de la especie humana, ese lugar permanente de deseo. Con este trabajo Vicente Tirado aborda el poder de sugestión de las imágenes y su uso publicitario, para abrir una reflexión acerca del anhelo de naturaleza que caracteriza al individuo contemporáneo, cada vez más dependiente y rodeado de artificialidad. El deseo abstracto contenido en la idea de la naturaleza y del paisaje acaba convertido en una mercancía más, una herramienta de la que servirse a través de la publicidad para elevar al status de lo idílico a productos como los automóviles, a pesar de sus consecuencias ambientales. Las multinacionales que dominan ese mercado han evolucionado en sus mensajes de venta, sustituyendo progresivamente el resorte de lo sexual y la objetualización del cuerpo femenino por la representación del paisaje. El sistema, de forma inagotable, coloniza nuestros deseos y los comercializa. Tirado, a su vez, se apropia de los slogans de las campañas publicitarias de automóviles, que entran en diálogo con entornos naturales imponentes y, ahora sí, sin rastro de la mercancía.
Es inevitable pensar que la implantación de los procesos e infraestructuras industriales de producción tienen una relación directa en la degradación ambiental y en la nueva fisonomía del territorio, aunque parece que lo realmente peligroso es el uso que de ellos se realiza. La producción y el consumo de bienes y servicios mantiene una permanente tensión entre la obtención de mejores rendimientos empresariales y la competitividad de los mismos en el mercado. Partiendo de la creencia de que el individuo como tal posee la capacidad de elegir y marcar las tendencias de consumo, queda patente que en nuestro contexto la circunstancia de una carencia en el aprendizaje de valores de aprecio y respeto al medio natural, alimentado por décadas de omisión en el sistema educativo, configura un consciente colectivo regido por estímulos publicitarios dirigidos al consumo. Las consecuencias de ese proceso de transformación tiene efectos directos e indirectos sobre el medio ambiente y las personas. En esa espiral es necesario destacar lo superfluo de gran parte de las necesidades generadas por la economía postindustrial bajo la prioridad de garantizar su propia pervivencia. La cultura de consumo ha conseguido mercantilizar el aspecto de lo cotidiano hasta vaciar de contenido el disfrute de los hábitos sociales elementales, primando el tener y el parecer como hito de unas vidas más representadas que propiamente vividas. En esa tensión de fuerzas e intereses es fundamental el cuestionamiento personal y colectivo, para el desarrollo de capacidades críticas que nos rediman de estas décadas de banalidad.
José Luis Pérez Pont
[1] BAUMAN, Zygmunt. La sociedad sitiada. Fondo de Cultura Económica de Argentina, Buenos Aires, 2005.
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