La sucesión de ilusiones de The War on Drugs

War on Drugs, el término americano que se utilizó para la campaña contra la producción, consumo y comercio ilegal de drogas durante el mandato de Richard Nixon a principios de los setenta. Fue el nombre de esta banda de Philadelphia lo primero que me impactó en casa de my friend Lou para, acto seguido, escuchar Burning  y sentir esa preliminar atracción que me indica dónde puede haber material musical que merece la pena. Después my tete Joserra en su Land lo elevó a los altares para, insistentemente a posteriori, sentar cátedra en el Exile SH Magazine sobre este artilugio polifónico que mucho me temo, ahora ya sin dudas, estará encaramado en los puestos altos de muchas listas (de las que merecen confianza) sobre mejores discos del 2014.

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Y es que al final tuve que rendirme ante la evidencia a pesar de que me asaltaron ciertas dudas iniciales por las que, incluso, me costaba reconocer dónde estaba el origen de las mismas. Tuvieron que ser más de media docena de audiciones para rastrear y delimitar concretamente esa indecisión, ese titubeo o desconfianza que me impedía admitir que estábamos ante algo grande. Ahora, superadas esas vacilaciones o en un momento determinado absurdos recelos, creo que eran las connotaciones comerciales de algunos de los cortes de este viaje entre sueños las que me provocaban pensar si ese primer flechazo se podría mantener en el tiempo.

Y así, como quien no quiere la cosa, el descubrimiento de “Lost in the dream” me ha servido para indagar en la trayectoria de THE WAR ON DRUGS, de la que no tenía ni pajolera idea. Tercer disco tras “Wagonwheel” del 2008 y “Slave ambient” (que por cierto está de lujo también) del 2011. Verifico muchos nombres que me vienen a la cabeza y que se corresponderían con el mencionado artículo de Joserra porque todo sea dicho, los clava, a partir de ese poso tan denso y ochentero, desde Mike Scott y sus Waterboys a Arcade Fire, desde Mercury Rev a David Bowie, desde Blue Nile a los Cure, desde Al Stewart a Fleetwood Mac o Dire Stratis, desde Pink Floyd a Bruce Springsteen…, para adquirir toda la obra una sensación de épica grandilocuente que pudiera resultarle rimbombante a más de uno pero que por otra parte también tiene mucha lógica en que puede generar bastantes incondicionales y simpatizantes hacia esa exquisitez de arreglos que contiene.

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La sucesión de fantasías empieza con una hipnosis ambiental de pop sofisticado y enigmático, “Under the pressure”, que podría gozar perfectamente de la bendición de Paul Buchanan. Ídem de lo mismo para una melancólica y sentida “Suffering” o para una etérea “Dissapearing”.

Con los “Red eyes” no miran de reojo sino de frente y con la cabeza bien alta al “Funeral”, la gran obra maestra del S.XXI que los Arcade Fire publicaron en el 2004, mientras que un corte como “All ocean in between the waves” debería pincharse en todas las discotecas del mundo porque lo tiene todo para ser bailada y así, de paso, dejar a un lado tanta tontería y tanto producto mediocre, anodino y vulgar que mueve a los jóvenes en muchos locales nocturnos.

“Eyes to the wind” es una puta maravilla, apunta seriamente a mi canción del año este medio tiempo que se halla en una encrucijada fabulosa, a caballo entre la big music de Mike Scott y el soft rock de Al Stewart. Y el viento nos arrastra a un inquietante pasaje instrumental como “The haunting idle” que podría evocar a Pink Floyd y que, en cierta forma, sirve de preámbulo a una apasionada y efervescente “Burning”, un tema que no vendría nada mal que escuchara el Boss. Y ya de paso, que se agenciara unos auriculares y disfrutara de momentos de enajenación, a buen seguro también de asombro y estupefacción, con “Lost in the dream”, la que da título al álbum y que también contiene muchos matices del pequeño gran Willie Nile.

Cierra “In reverse”, auténtica joya de preciosismo desorbitado, una despedida a lo grande que invita a volver a empezar otra vez con esta fantástica sucesión de ilusiones.

JJ Mestre

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