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‘La ruta del pecado’, de Alberto Utrera
Con Juan Dávila, Quim Castillo, Raúl Castillo (Casti), Baye Saliou, Edu Ferrés, Area Martínez, Virginia Riezu, Jimmy Castro, Bianca Kovacksy y Eva Soriano, entre otros
Garajonay Producciones S.L.
90′, España, 2024
“¿Conoces a Juan Dávila?”, me pregunta mi jefe. ¿Y quién no?, pienso. Entradas agotadas en minutos, estadios repletos, humor negro, interacción con el público. Te hará reír, lo odiarás por su acidez o, simplemente, te causará indiferencia. Con todo esto, nadie duda de que es uno de los humoristas nacionales más importantes del momento, si no el que más.
Concretamente, me hallo en el tercer grupo, pero el trabajo es el trabajo. Además, que su nombre aparezca junto al mío en el mismo artículo me interesa sobremanera. Abrirse hueco en el mundo del periodismo cinematográfico es una tarea muy complicada. Este último año también ha sido complicado. Los Secretos ya no suenan igual desde hace tiempo. El dolor me ha alejado de las películas. Ya está bien.
Así que cojo la línea 10 en dirección a ‘La ruta del pecado‘, un documental dirigido por Alberto Utrera que relata la carrera al éxito del cómico madrileño.
Recorro las paradas indeciso y algo preocupado. Temo que lo que vaya a visualizar en apenas un rato no me interese lo suficiente como para plasmar seiscientas palabras (como mínimo) en un folio. Por otro lado, es un reto que me interesa. Afrontar imágenes que habitan fuera de mi zona de confort. Llego a la Academia de Cine. Una mujer agradable me indica la fila donde puedo sentarme. “RESERVADO”. Veamos qué tal.
En este tipo de acontecimientos culturales, la puntualidad reina por su ausencia. La fila de atrás cuchichea. “¿Crees que vendrá?”, pregunta una voz femenina. No me había parado a pensar en la posible presencia de Dávila. Menudo profesional estoy hecho. La mujer agradable de antes me toca el hombro. Pide que deje un hueco. Nacen fuertes aplausos y Juan Dávila se sienta a mi lado.
Antes de ser consciente de su presencia, las luces desaparecen y el documental empieza. Como ya he mencionado anteriormente, no soy fan del protagonista. Pese a ello, posee ese aura de famoso que desprenden todos los famosos. O, quizá, soy todavía demasiado novato y susceptible. Sea lo que fuere, su figura situada a mi izquierda genera un imán extraño que me impide concentrarme en la pantalla. Realizo un esfuerzo por no girar mi cara y cerciorarme de que es él, realmente. Me siento lo más apartado que puedo. Estoy incómodo, pero no quiero molestarle.
“Vamos, céntrate”, me digo. “Estás trabajando”. Varios cómicos y familiares del entorno de Dávila comentan en pantalla la tenacidad del mismo para alcanzar sus objetivos. De improvisar en salas con diez personas a llenar el Palacio de Vistalegre. Un expolicía que dejó todo para luchar por su sueño. Cientos de derrotas, un entorno que no confiaba demasiado, pero con una idea fija. La palabra “aguantar” surge numerosas veces. Pienso en ella. Cuántas veces la he conjugado de manera más o menos consciente estos meses.
Venir a Madrid, apartarme de los míos. Alejarme de ti. Llegar con la ilusión que solo los principiantes ignorantes poseen. Creerme el más listo. La ciudad de las oportunidades. La soledad de mi madre. Mandar currículums. “Hola, me llamo… Quizá estén interesados en mi perfil… Les dejo varios artículos que…”. Negativas. O peor, incluso: silencios.
Puede que las formas de este documental planeen sobre lugares comunes, pero está logrando que olvide a su estrella sentada a mi lado. El mensaje de este humorista multifacético está calando dentro de mí. Quién me lo iba a decir.
Con más de 40 años, Juan Dávila alcanza su meta. A partir de una red social, sus actuaciones logran una visibilidad desorbitada que se traduce, después, en shows llenos. Han pasado más de diez años. Una década remando a contracorriente, saliendo a Gran Vía con un megáfono disfrazado de monje para atraer público, durmiendo en una despensa, conviviendo con la sensación de defraudar a los suyos, a él mismo. Ahora no quedan entradas disponibles hasta 2025. Quién se lo iba a decir.
Vuelven las luces. Comenta algo conmigo, sonríe. Nos marchamos.
Salgo a la calle, enciendo un cigarrillo. Lo observo dentro, saludando, recibiendo palmadas en la espalda. Un camino de diez años hasta llegar a esta puerta. Un año lleva el mío. Llega un mensaje de texto de mi jefe. CLABE (Club Abierto de Editores) ha nominado a MAKMA Cultural al premio a la excelencia comunicativa. Me da las gracias por mi colaboración. Me siento satisfecho, tranquilo. Quizá que no esté tan lejos.
En cuanto llegue a casa me pongo a escribir.
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