Vacaciones de a la italiana, de Claude Nori
Foto librería Railowsky
C / Grabador Esteve, 34. Valencia
Hasta el 10 de diciembre
Hay, sin duda, alegría. Una jovialidad mediterránea que parece sanar la mirada, purificarla. El ambiente soleado de las playas del sur de Italia (alguna hay del suroeste francés) y las jóvenes adolescentes que las pueblan en bikini, son los elementos de los que se vale Claude Nori (Toulouse, 1949) para que sus fotografías rezuman esplendor juvenil; un elixir de vida que, sin embargo, deja un halo fantasmal inquietante. “Diríase que, aterrado, el fotógrafo debe luchar tremendamente para que la fotografía no sea la muerte”, apunta Roland Barthes en ‘La cámara lúcida’.
Claude Nori, más que aterrado, parece embelesado por esas jóvenes adolescentes recién salidas del cascarón familiar. Y, más que luchando para que sus imágenes no sean la muerte, se limita a dejarse llevar por ese aire cálido, ingenuo, despreocupado del ambiente playero, con el fin de atrapar en sus fotografías la mucha vida que esas jóvenes tienen todavía por delante y que el espectador recibe como una bocanada de viento fresco. Pues bien: a pesar de todo, el terror y la muerte apuntadas por Barthes no terminan de desaparecer de esas imágenes de luminosidad veraniega.
Las Vacaciones a la italiana de Claude Nori, que la Fotogalería Railowsky acoge hasta el 10 de diciembre, conjugan ambas cosas a la vez: lo luminoso y lo sombrío, la inocencia y la melancolía. Lo dice el propio artista, en un extracto de su libro ‘Les désirs sont déjà des souvenirs’, cuyo título ya es harto significativo: “De aquellas vacaciones en Italia me quedó sin duda, al mismo tiempo que la nostalgia, un estilo de vida que la fotografía me ha permitido desarrollar con total impunidad”. Cada verano, ayudado de su cámara fotográfica, Nori se remonta en el tiempo viajando a lugares que le permiten reencontrarse “con el adolecente que fui”.
Esa búsqueda del tiempo perdido, de los deseos que son recuerdos, es lo que imprime al trabajo de Claude Nori ese carácter ambivalente de inyección vital y blanda letanía. Las jóvenes adolescentes de sus fotografías están ahí para recordarnos, ya sea abstraídas, mirando a cámara, besándose a la claridad furtiva del día o jugando en la playa, la fugacidad del tiempo que el artista niega con su arrebatada mirada impregnada de nostalgia. De nuevo, Barthes: “La foto, de por sí, no es animada, pero me anima: es lo que hace toda aventura”.
La animación, que igualmente caracteriza esas Vacaciones a la italiana de Nori, sin duda anima a establecer vínculos “con el adolescente que fui”, que fuimos. Y, por tanto, a iniciar una aventura por el tiempo y el espacio evocados en esas playas y esas jóvenes sin conciencia de la vida que, mortecinamente, pasa. Claude Nori se acerca con su cámara hasta ellas, unas veces de puntillas y otras abiertamente descarado, con la intención de atrapar el inmenso mar reflejado en sus delgados cuerpos, en sus gestos distraídos, en sus encuentros veraniegos.
Diríase que Nori, como el Humbert de ‘Lolita’, no puede dejar de exclamar: “Si pedimos a un hombre normal que elija a la niña más bonita en una fotografía de un grupo de colegialas o girls-scouts, no siempre señalará a la nínfula”. A no ser, continúa diciendo Humbert, que seas un artista y un loco, “un ser infinitamente melancólico”, para reconocer al “pequeño demonio mortífero entre el común de las niñas”. Y ahí están, “ignorantes de su fantástico poder”, esas adolescentes o nínfulas en las imágenes de Claude Nori; fotografías tan bien encuadradas como deficientemente reveladas, dejándonos esa nostalgia que incita a la aventura y a la mirada descaradamente furtiva.
Salva Torres
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