‘Muerte en la polis: democracia y epidemia’, por Manuel Arias Maldonado (9 de junio)
Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno
Martes 23 de junio de 2020
El profesor de Ciencia Política, Manuel Arias Maldonado, ha caracterizado la conversación pública sobre la pandemia, desde que se produjera el estado de alarma decretado por el Gobierno español el 14 de marzo, en torno a tres ejes: la profusión, el histerismo y la grandilocuencia. Profusión de noticias, derivadas del incremento de medios para difundirlas, con especial protagonismo de los tradicionales y de las redes sociales; histerismo de las mismas, causado por la espectacular propagación del virus en gran parte motivado por la mala gestión de quienes relativizaron su impacto, y la grandilocuencia con la que algunos entendieron su letal presencia como motor de posibles cambios revolucionarios a nivel social.
Lo hizo en un encuentro online organizado por la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno, donde abordó precisamente la relación entre democracia y pandemia, en el contexto más general y filosófico de la ‘Muerte en la polis’. Empezó citando al sociólogo Norbert Elias allí donde éste decía que, en el curso del proceso de civilización, la muerte había ido cada vez en mayor medida desapareciendo detrás de las bambalinas de la vida social. “Lo que hace una epidemia es situar la muerte en el centro de esa vida social. Digamos que, aunque los cadáveres se escondan por cierto pudor democrático, se siente que la situación es diferente cuando sabemos que cientos de compatriotas mueren a diario y lo hacen también en otros países, siendo un tiempo sin duda especial”, precisó Arias Maldonado.
Las sociedades contemporáneas, continuó diciendo, se han visto sometidas a una presión inhabitual como efecto de la pandemia global. “Su impacto sobre la salud pública, sobre los derechos constitucionales y sobre la actividad económica de las sociedades democráticas ha sido fuente natural de inquietud pública y privada. Y esto se ha visto agravado por la incertidumbre que se asocia de modo natural a un virus nuevo. Estamos inmersos en un experimento a gran escala en el que todos somos cobayas y el científico principal se ha ido del laboratorio”.
El autor de ‘La democracia sentimental: política y emociones en el siglo XXI’ se refirió enseguida a la caracterización de esa conversación pública sobre la pandemia, detallando el primer lugar su profusión, “que en nuestra época abunda por sus posibilidades comunicativas”. “La desinformación más peligrosa sigue estando en manos todavía de los gobiernos y de los medios de comunicación tradicionales que son los que ejercen mayor influencia sobre el público. En este sentido, los gobiernos que relativizaron la amenaza inicialmente, sea por incompetencia o negligencia, han sido factores de propagación del virus mayor que el más influyente de los youtubers”.
Un segundo rasgo de la conversación pública sobre la pandemia ha sido, en su opinión, el histerismo. “Con los números en la mano, se trata de una pandemia de una gravedad relativa. Su letalidad puede estar en torno a dos o tres veces como mucho con respecto a la gripe común y es más dañina allí donde se ha gestionado peor. No obstante, tiene su lógica que la preocupación inicial fuera muy considerable. Pero digamos que la esfera pública en el tratamiento de la pandemia ha fracasado en buena medida”.
Y abundó en ello: “ Si ha habido un debate experto, un debate racional, parece que se ha producido en los márgenes de esa esfera pública, porque en un asunto de vida o muerte, como es una pandemia, el sesgo de confirmación ha ido conduciendo las reacciones más inmediatas de un público que, por momentos, parecía más interesado en la buena salud de su tribu moral que en la buena salud del prójimo. Esto seguramente no ha sido así en todas partes, pero desde luego en España ha sido así y eso es algo que debería conducirnos a una reflexión que seguramente también será estéril”.
Por último, Arias Maldonado habló de la grandilocuencia de la conversación pública sobre la pandemia en estos términos: “Hemos atribuido al virus un papel de palanca de cambios revolucionarios y que, además, coincide con los conceptos revolucionarios que ya teníamos desde hace tiempo guardados en la despensa”. “La pandemia de la COVID-19 no ha parado al mundo, el mundo decidió pararse con objeto de minimizar el daño”, añadió, subrayando cómo la protección de la vida de los ciudadanos ha primado sobre otros bienes democráticos y, en particular, sobre la libertad individual. “Esto ha desmentido a aquellos apocalípticos que advertían sobre la incapacidad de las democracias para combatir la pandemia, mientras que por otra parte ha estimulado a quienes temen que esta emergencia sanitaria sea el ensayo general de una especie de biopolítica autoritaria”.
El autor de ‘Nostalgia del soberano’, su más reciente libro, apuntó que si decidiéramos, por ejemplo, “que nadie debe morir nunca a causa de una enfermedad infecciosa, cada año nos confinaríamos dos o tres meses durante la temporada de la gripe común, y no lo hacemos cuando hay gente que muere. Lo que sugiere que la protección de la salud pública no siempre tiene la prioridad que le hemos otorgado tras el brote de la COVID-19”. No obstante, aseguró que si este virus “resultara tener una letalidad diez veces mayor que la gripe, por ejemplo, esa medicalización de la sociedad seguramente resultaría inevitable al menos hasta el descubrimiento de una vacuna. Si es menor, como parece el caso, entonces tenemos que hacer otros cálculos. En este caso, la gestión concreta de la epidemia cobra más importancia, hay países que lo hacen mejor y otros peor, y la duración de la medidas preventivas influye inevitablemente sobre el ánimo de los ciudadanos que tienen que aceptar estas medidas excepcionales”.
“Durante los momentos más graves de salud pública, se procede a una radical simplificación de los procedimientos democráticos, con el objeto de llegar a soluciones eficaces. La comunidad política experimenta una suerte de regresión atávica que es análoga a la que sufre el sujeto cuando teme por su vida”, resaltó. “Suspender el debate acerca de las decisiones difíciles [que tengan que adoptar los gobiernos], con el pretexto de que la seguridad está en riesgo, supone en realidad reducir las posibilidades de que una democracia pueda responder eficazmente en última instancia a esa emergencia”, agregó.
También puso en cuestión las críticas que se suelen hacer al neoliberalismo como sistema causante del deterioro social. “La sospecha sobre la deshumanización de las sociedades liberales, que habrían estado presuntamente afectadas desde hace décadas por el virus neoliberal del egoísmo despiadado, creo que se han rebelado exageradas. Esas sociedades liberales han demostrado seguir siendo sociedades y la separación forzosa de los ciudadanos nos lo ha recordado. De manera que la sociedad liberal es menos individualista de lo que el tópico ha venido a sugerir”. “El egoísmo humano”, insistió Arias Maldonado, “puede también ser empleado de manera provechosa debidamente conducido ya sea por la mano invisible del mercado o del Estado, para obtener o producir un bien social, porque en este caso el vicio privado de la autoprotección egoísta produce la virtud pública del confinamiento aplicado”.
El politólogo se decantó por un modelo de comunicación más conciso, poniendo como ejemplo a la canciller federal alemana Angela Merkel, que se dirigió al país en una sola alocución pública, lamentando, sin embargo, que no sean “tiempos de concisión, sino tiempos de locuacidad, lo cual tiene mucho que ver con la digitalización de la esfera pública y la cacofonía resultante”. También se refirió a los expertos y a su utilización muchas veces partidista en tiempos de pandemia. “La politización del experto es un fenómeno muy viejo, porque también hay expertos de parte. Nuestra cultura política es refractaria a la idea del experto independiente. Se utiliza el prestigio del experto para la adopción de decisiones políticas”.
¿Qué ha fallado en España? Arias Maldonado lo resumió así: “Hemos tardado en reaccionar, básicamente. Y el 8M tiene mucho que ver, no como tal; no es que el 8M produzca la pandemia en España, sino que retrasa la concienciación pública sobre la pandemia, retrasa la prohibición de las aglomeraciones y de los actos conjuntos, y retrasa la adopción de medidas y de aislamiento social, porque el Gobierno estaba muy interesado en que se celebrara, y me parece comprensible desde un punto de vista político, pero condiciona toda la gestión de la pandemia hecha con posterioridad”. “Y ahora”, concluyó, “hay un exceso de celo que tiene que ver con ese pecado original”.
Salva Torres
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